Allá por el 2000, cuando el PSOE rumiaba la pérdida del poder y de Felipe
González, yo no sabía por qué prefería a Zapatero sobre José Bono. Pero un día
lo vi en el televisor y me di cuenta de que nunca antes lo había oído hablar y
que por eso era mi favorito, porque todo lo que oía en el PSOE me sonaba mal y
era mejor cualquiera a quien no hubiera oído. Algo así debió pasar en Francia
con Macron. Más que votarlo a él fue botar a otros. Por eso dijo con buen tino
Juan Carlos Escudier que el voto a Macron fue un voto en fuga, primero huyendo
del hedor de Fillon o la audacia de Mélenchon y luego de la amenaza de Le Pen.
Lo cierto es que lo de Francia fue una victoria porque lo que se frenó fue
el fascismo. El fascismo de toda la vida, el que Francia y Europa conocen
perfectamente. Y haber parado a esa bicha es una victoria. Es una victoria
además porque el fascismo ganó en EEUU e infectó al Reino Unido con el Brexit. Y además hay una buena noticia
que no creo que se haya ponderado suficientemente. El Frente Nacional lleva
apestando mucho tiempo la política francesa, pero hasta ahora era él el que
desteñía a la democracia y ahora me parece percibir que es la primera vez que
la democracia lo destiñe a él. El Frente Nacional se presentaba a las
elecciones con su brutalidad en estado puro y los partidos sobre todo
conservadores tenían que asilvestrarse para que los ultras no les llevaran más
votos. Ahora fue Marine Le Pen la que tuvo que maquillar su racismo y su
autoritarismo para que los demócratas no le llevaran más votos. Incluso parece
que quiere una pequeña refundación de su partido para que las raíces y esencia
de lo que son no sean tan groseramente visibles como eran con su padre, Jean
Marie. No sé si tomar este hecho como un balbuceante repunte de valores
democráticos, pero, como Machado, no dejemos de tomar nota de la rama verdecida
en el olmo viejo por si anuncia algún milagro de la primavera.
Y lo demás fue derrota y malas noticias. Los viejos partidos son un ruina y
el nuevo partido no existe. El poder siempre es como una bola de billar en una
cama elástica, todo se precipita hacia él sin esfuerzo, es raro que al poder le
vayan a faltar expertos o soporte. Pero lo cierto es que ahora no hay partido y
que el apoyo recibido de Macron fue heterogéneo y huyendo de otra cosa, sin
voluntad de ser una unión para nada. Lo único estructurado y con base social en
la política francesa ahora mismo es el Frente Nacional. Si no ocurre algo, Le
Pen es el futuro. Un desacreditado y antipático Chirac, hace quince años consiguió
el 80% de los votos contra el FN. Ahora un líder más aceptable sólo tuvo un 66%
con una abstención del 25%. Si sacamos la calculadora, eso significa que sólo
la mitad votó por Macron y que, por tanto, para la mitad de los franceses no
fue una prioridad parar al espantajo fascista. El FN ya no es un tabú en la
política francesa, se le acepta como una posible opción de gobierno más. El
fascismo blanqueó su identidad y consiguió su hueco sin dejar de ser fascismo.
Y hoy parece el futuro.
Y además de derrota hay malas noticias. La gente no apoya la brutalidad o
se insensibiliza con ella porque sí. El terrorismo y la seguridad pueden ser,
sin duda, el enganche para la desconfianza y el rechazo al extranjero, pero ni
siquiera eso justifica la implantación del FN. Esa cerilla no inflamaría el
país si no hubiera yesca explosiva en el suelo. La gente está cayendo en un
escepticismo áspero y cínico y en un abandono de principios por el deterioro de
sus circunstancias, por la desconfianza en el futuro y por la desorientación y
falta de referencias. Hay tres hechos evidentes que hay que repetir cuantas
veces haga falta: la clase baja es cada vez más numerosa, la clase media dejó
de ser clase media y la oligarquía económica y política cada vez tiene menos
obligaciones con el conjunto. Este es el efecto de la globalización marcada por
el dinero y las grandes empresas y no por ese ámbito de democracia y soberanía
que son los estados. La buena noticia hubiera sido percibir que el susto siga
en el cuerpo de los demócratas y que se conjuren para modificar estas
tendencias. No me refiero a Francia. Me refiero a nosotros y los demás. Pero lo
que se puede ver en declaraciones y los editoriales amaestrados es sólo un
refuerzo de lo que aleja a la gente de sus instituciones.
En primer lugar, se siguen buscando hebras de provecho político doméstico
sin guardar compostura. La indignación no tiene ideología y puede nutrir
cualquier actitud de ruptura con la situación general. La indignación puede
hinchar una izquierda alternativa en cualquiera de sus variantes, mejor y peor
paradas (Podemos, Syriza, el frente de Corbyn, el de Mélanchon, …); pero exactamente
el mismo descontento puede también nutrir a la extrema derecha; o al
independentismo de determinadas zonas. Eso no quiere decir que todo eso sea lo
mismo y que dé igual que en Grecia gobierne Syriza o los muchachotes de
Amanecer Dorado. Pero a determinados partidos y soportes mediáticos les
interesa mezclar churras con merinas y hacer la falsa ecuación de que todo lo
que es causado por la indignación es idéntico y predican, y hasta se convencen
contra toda evidencia (que de eso va la post verdad), la analogía de Mélenchon
con Le Pen o Podemos con Trump o con los demagogos del Brexit. Pero no se pueden sostener estas analogías desquiciadas sin
manipular groseramente el lenguaje y referirse al problema fascista con
términos que puedan torticeramente aplicarse también a la izquierda
alternativa. Y así los titulares dijeron que lo que se frenó en Francia fue el
«populismo» o el «extremismo». La gravedad de esta actitud es que se está
ayudando al fascismo a conseguir lo que ya tiene en Francia: camuflaje. El
fascismo está instalado como opción aceptable que no alarmó a la mitad de los
franceses entre otras cosas porque consiguió ocultar su nombre y su ser. Las
lumbreras que pidieron responsabilidad a Mélenchon para que diera prioridad a
frenar al fascismo, al día siguiente le hacen este favor al fascismo porque
tienen ellos otras prioridades.
También fue una mala noticia la versión de lo que ganó en Francia. Los
editoriales y titulares recordaban a alguna de las versiones fabuladas de la
relación de Esopo con Xantos. En plena borrachera, el amo había apostado con
otro toda su hacienda a que bebía el mar entero. Al despertar imploró a Esopo
una solución para aquella situación límite. Esopo le dijo que se bebiera el
mar. Tras todo tipo de sollozos y promesas de libertad Esopo le dio la
solución. Y tras el susto Xantos le negó la libertad. El día antes de las
elecciones decían que había que votar a Macron para frenar la brutalidad del
FN. Y yo no tuve la menor duda. Pero al día siguiente se lee que los franceses
votaron con sensatez las necesarias reformas de Macron (eliminación de
funcionarios, reforma laboral dura, …), las reformas contra las que se alza esa
izquierda alternativa a cuya responsabilidad se apelaba. No tuve ninguna duda
de que había que votar a Macron. Pero ¿sorprenderá a alguien que la próxima vez
más votantes de Mélenchon le digan al establishment
que se beba el mar?
La sensación es que no se aprendió nada, que los partidos tradicionales y
sus soportes creen que pasó el susto y que pueden seguir en sus poltronas y
acelerando el nuevo juego: clase baja a la que sólo se le ofrece la
subsistencia (alimentaria, sanitaria y educativa; muy lejos de la renta,
atención sanitaria y formación de clases superiores); clase media despojada del
bienestar (con impuestos altos y tasas en los servicios); y una oligarquía sin
obligaciones. Esa es la yesca que el fascismo puede inflamar. Tras el vapuleo
de estos años, cuando se asomen los bestias de Amanecer Dorado al poder en
Grecia, ¿qué dirán? ¿Que fue el populismo de Tsipras? ¿Pedirán a Podemos que se
«posicione» sobre Amanecer Dorado?
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