Hace cinco años el embajador Wert presentó la ley de educación que había
perpetrado su Ministerio (y que sigue viento en popa; Rubalcaba no quería
sacarle las muelas al PP de verdad). Yo tuve entonces un recuerdo para Deep blue sea, una película en la que al
final los protagonistas tenían que escapar de un tiburón nadando veinte metros
hacia la superficie. Soltaron en el agua chalecos salvavidas y bombas de
oxígeno para que el barullo de burbujas y movimiento distrajera al tiburón y ellos
pudieran nadar mientras el depredador daba dentelladas a los señuelos. Así era
Wert. Soltaba provocaciones zafias, como aquello de españolizar a los catalanes
y enredar en las lenguas cooficiales, y mientras el progrerío daba dentelladas
a las hojas como un tiburón despistado, el rábano quedaba bien enterrado y a
salvo de titulares de primera página. Y seguimos afanándonos en las hojas para
todo.
Recordémoslo una vez más. Los servicios básicos que configuran la sociedad
prevista en la Constitución están desmantelándose. La educación, la sanidad y
la dependencia están recortándose y desplazándose al sector privado o a su
desaparición. Las pensiones están en entredicho: trabajar hasta más tarde y necesitar
planes privados es eliminar las pensiones. El sistema judicial está zarandeado
todos los días por el Gobierno, y el partido que lo mantiene está estructuralmente
implicado en delitos continuados. Estamos en una importante campaña electoral.
Y nadie menciona ninguno de estos rábanos. Se habla de si vendrá o no Puigdemont;
de identidades y de si España es una y trina o tres en una; de si Rivera es más
155 que nadie; de independentistas y unionistas, de constitucionalistas y de no
constitucionalistas (qué querrá decir eso; fuera de la Manada y aledaños ¿hay
alguien que no quiera una constitución?). Estas lindezas caen en la sociedad
como salvavidas de colores y botellas de oxígeno soltando burbujas que marean y
distraen a los españoles. Querida Concha pone y quita jueces para proteger a
los delincuentes del PP, sigue sin desvelarse la identidad del tal M. Rajoy que
cobraba dinero robado, los destrozos de la ley Wert tienen el campo abierto, la
hucha de las pensiones es saqueada sin disimulo, los sueldos no dan para vivir,
las eléctricas nos sangran y siguen llenas de ex-ministros y se agolpa la gente
en los pasillos de los hospitales. Y ni en campaña electoral se habla en serio
de nada de esto. Una vez Ángel Gallota desplegó su impagable capacidad de
síntesis con una pregunta cruel en la red social. Siendo estos los tiempos en
que menos derechos tienen los trabajadores, ¿sabe alguien el nombre del
Secretario General de UGT sin mirar en Google? Así de distraídos andamos, dando
dentelladas a señuelos.
No es Cataluña el único señuelo. Últimamente se están volviendo muy activas
las post – causas, para tomar el rábano de ciertas injusticias por las hojas.
La actitud inmovilista ante ciertas infamias es difícil de mantener si se
quiere parecer civilizado. El esquema es siempre parecido. Esas situaciones de
ofensa dan lugar a protestas. Se presenta el discurso contestatario como una
ortodoxia progre postmoderna de corrección política cargante. Después nos
concentramos en los excesos anecdóticos de la protesta, reales o inventados, y nos
hacemos críticos de los críticos, dando a nuestro discurso un toque de
incorrección, como de rebeldía ante tanto cura de izquierdas coñazo, siempre
con un baño vintage («es que ahora ya no se puede ni …», «coño, antes por lo
menos hacíamos …»), para que parezca una reflexión sobre la decadencia por
encima de las modas. La incorrección dispara réplicas airadas en la red social
y así queda desplazado el punto de la polémica en las anécdotas de la protesta
y no en la situación injusta en sí. Es una forma de ponerse contra los que
protestan infamias, pero no desde la trinchera de la infamia, sino como
viniendo de vuelta. Y así acabamos dando dentelladas a señuelos y tomando las
hojas y no el rábano.
Un caso sonoro de post-causa se da con los temas de igualdad de sexo y el
feminismo. La desigualdad de hombres y mujeres es evidente y la infamia de los
asesinatos de mujeres es insuperable. Nadie se va a poner en la trinchera del
machismo primario más que los brutos que siguen fuera de los zoológicos. Lo que
se hace es adornar de todas las formas posibles la idea básica de que las
feministas también se pasan. Se retuercen los hechos para que las posiciones de
igualdad se reduzcan a corrección política de cartón piedra. Se toma lo más bobo
que diga la última boba o directamente se distorsiona lo que diga cualquiera,
se hace uno el rebelde y el ofendido por la bobada del bobo o la distorsión ad
hoc, se dice la incorrección post-machista, y así acabamos discutiendo de
masculinos genéricos, arrobas o anécdotas insustanciales de alguien que quitó
un anuncio, mientras brechas salariales y brechas en las cabezas siguen tozudas
sin dar señales de cambio. Nadie deja de conmoverse por el asesinato de una
mujer y menos de muchas mujeres. La post-causa no quiere estar en la trinchera
de la infamia, pero trata el conflicto como algo intelectualmente obvio y hace como
que el análisis hay que centrarlo en si no nos estaremos pasando con tanta
justicia. Así pueden políticos recalcar que la violencia de una mujer contra un
hombre es también violencia, que no nos pasemos. O puede un conocido novelista
decir que no hay una violencia genérica machista, porque no actúan
coordinadamente ni reclutan adeptos; como si la violencia terrorista fuera el
único tipo de violencia que responda a un patrón colectivo que requiere
represión de conductas previas al crimen en sí. Como no es terrorismo, es
delincuencia común de la de toda la vida. Y ahora enredémonos en el concepto de
violencia genérica y en si las mujeres también matan. Y que sigan muriendo
mientras tomamos las hojas del rábano.
Hay más post-causas. Todos vemos que los jóvenes no pueden aspirar a un
trabajo del que puedan vivir. Se tienen que ir de España por miles o quedarse
por miles y por años en los domicilios paternos. Nadie va a negar la dureza de
esa injusticia. Pero empiezan a chorrear por los periódicos reportajes que
quieren parecer dosieres de investigación sobre los millennials, siempre con
ese toque vintage, que es que «ahora» los criamos blanditos e irresolutos, que
no saben moverse, que se lo dimos todo hecho, la dichosa milonga de cada
generación a la siguiente. La cuestión no es por qué veinteañeros y
treintañeros no pueden vivir de su trabajo; ni por qué a los cuarenta la gente
sigue buscando formación de inserción; ni por qué las empresas del Ibex pagan
salarios más bajos y tributan cada vez menos en España. La cuestión es que
también los millennials se pasan de comodones y de momias. Y ya tenemos la
polémica espuria que nos distrae de lo sustancial. Los servicios públicos se
colapsan, cada vez hay menos plantillas, la gente está peor atendida. Pero
luego llueven los artículos sobre lo mal seleccionados que están los
funcionarios y cuánto más eficaces son los sistema de poner a dedo que de
contraste de méritos. Los servicios se colapsan, pero es que se pasan con tanto
funcionario tan estable. Así nos enfurruñamos por cómo deberían ser las
oposiciones y no por que nos estén quitando los servicios que necesitamos. Y
cuando gente desesperada se manifiesta, las post-causas no niegan la
injusticia, pobrecitos, pero los artículos son sobre aquella farola que rompieron
o aquella cajera a la que empujaron y que tampoco hay que pasarse y que cuáles
son los límites.
Deberíamos ir dejando de dar dentelladas al circo de Puigdemont y de rugir
a los bobos que «incendian» las redes con simplezas de pedernal. Nuestros
oligarcas dan por hecho nuestro atolondramiento y que no distinguimos el rábano
de las hojas. Y puede que acabe habiendo algún puñetazo en la mesa. Para
empezar; porque, claro, habrá quien se pase.
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