El androide Data le preguntaba al capitán Picard, cuando éste tocaba una
máquina que de todas formas ya estaba viendo, si la sensación táctil añadida a
la visual le hacía sentir más real la máquina. Así somos, sabemos que algo está
ahí, pero si lo vemos y lo tocamos parece más cierto que está ahí. Así que
puede ocurrir que a la izquierda en breve le parezca más real lo que ya sabe, cuando
lo vea con sus ojos y lo oiga con sus oídos. Las encuestas dicen que baja el
PP, sube mucho C’s, baja el PSOE y baja mucho Unidos Podemos. Esa no es la
cuestión. La cuestión es lo que pasaría si las encuestas se cumplen. Si las
encuestas se cumplen tendríamos que las derechas, PP más C’s, tendrían mayoría.
Rajoy no puede ver a Rivera y Rivera le tiene tirria a Rajoy. El PP quiere que
C’s se hunda y C’s le tiene ganas al PP. Lo que la izquierda ya sabe y sentirá
más real cuando lo toque con sus dedos es que si las derechas suman mayoría
absoluta, no importa lo mal que se lleven: habrá gobierno de derechas con
mayoría absoluta. Es inimaginable que se forme un gobierno de izquierdas si las
derechas suman más diputados. En las elecciones de 2015 la única mayoría
posible eran los 162 diputados que juntaban las izquierdas. Era suficiente
porque lo demás era demasiado heterogéneo. Y era suficiente porque había poco
que arriesgar. Lo peor que podía pasar era que la legislatura fuera corta, pero
hubiera sido suficiente para romper la atrofia del PP, su impunidad y sus leyes
más indignas. No hace falta recordar todo aquello. El hecho es que cuando hubo
mayoría de izquierdas hubo que repetir las elecciones y cuando haya mayoría de
derechas habrá gobierno de derechas. PSOE y Unidos Podemos no deberían
necesitar verlo y tocarlo, como el capitán Picard, para sentirlo como real. Ahora
toca pensar en lo que pasó en Cataluña y en lo que pasará en las próximas
elecciones.
El cansino asunto de Cataluña hizo en la política nacional lo que hacemos
en la pantalla del televisor cuando subimos el contraste. Las diferencias se
agudizan y hay menos tonos visibles. Es decir, con el subidón emocional por
Cataluña se escuchan menos mensajes y los mensajes tienen que ser más en blanco
y negro para ser audibles. En Cataluña la izquierda no podía hacer nada. No
hizo bien las cosas, pero no hubieran cambiado los resultados si las hubieran
hecho bien. La izquierda estatal (PSOE y Unidos Podemos) no es independentista
y no es tampoco patriotera. Sus posiciones estarían siempre en alguno de esos
grises que en Cataluña y en España ya no se podían oír. ¿Qué se puede hacer un
día como el 1-O? Al Gobierno no se le ocurre mejor idea que poner a la Policía a
dar leña a gente que iba a votar. Los independentistas pretendían que aquello
era un referéndum y que se estaba constituyendo no sé qué república. La mitad
de Cataluña sale a votar en aquel vodevil y España se llena de banderas
nacionales y los más bravucones gritan «a por ellos». ¿Qué puede hacer la
izquierda un día como ese? Ni podían cantar la de banderita tú eres roja ni
podían brindar por la república de Nunca Jamás. Hicieran lo que hicieran,
fracasarían. En contra de lo que parece, cuando no se puede hacer nada es un
momento perfecto para la integridad, la claridad y la cosecha de crédito. La
izquierda debería haber pensado en su reputación y en su solvencia para
después. Cataluña no era el penúltimo día de la Historia. El PSOE no sacó más
bagaje que el de su propuesta federal, que no es bagaje porque no se sabe qué
es; un estado plurinacional tan confuso que Sánchez apenas pudo tartamudear
cuántas naciones hay dentro de España y Adriana Lastra se extravió
definitivamente entre principados y reinos; y un amago de reprobación por el
1-O que se retira y que quedó como un timorato sí pero no. Podemos combinó
falta de criterio con gestos enérgicos, la peor combinación posible. Desde una
posición contraria al independentismo, se obsesionó con no parecer del bloque
españolista de la banderita. La oposición justificada al Gobierno, el silencio
injustificado a desvaríos independentistas manifiestamente antidemocráticos y
los gestos contradictorios ante el supuesto referéndum deja a Podemos también
muy ligero de equipaje para lo que viene. Como digo, en un caso como este la
izquierda no tenía más objetivo realista que retener o ganar crédito para
después de Cataluña. No podía evitar su caída, pero sí su desprestigio.
En lo que queda, PSOE y Podemos (a IU le toca verlas venir y situarse)
tienen que enderezar lo que llevan torcido. El PSOE parece creer que tiene que
ganarse en cada lance su condición de partido solvente y de sistema. Y no
necesita credenciales para una cosa ni la otra, y mucho menos que sea el PP
quien le dé esas credenciales. Ni en interior y seguridad, ni en economía, ni
en educación, ni en sanidad, ni en políticas sociales, ni en el futuro de las
pensiones hay motivo alguno para el que PSOE apoye al PP, sencillamente porque
el PP hace lo que le da la real gana y lo que le da la real gana hacer son
cosas que deben repugnar a la sensibilidad del PSOE. La forma que tiene el PP para
desdentar al PSOE es presentar grandes urgencias nacionales, situaciones límite
que reclaman responsabilidad y sentido de Estado. Y el PSOE acude con todos sus
complejos para que el PP le dé credenciales y no lo llame antisistema y siempre
se aviene a pretendidos pactos de Estado que dejan en su sitio las leyes y
prácticas más envilecidas del PP. No hubo pacto que reclamara el PP al que no
asintiera el PSOE y ni una sola de sus leyes y ni un solo aspecto de sus
maneras fueron modificados. El PSOE tiene que tomar nota de que C’s le quita
votos y ellos no se los están quitando a Podemos, a pesar del descenso de los
morados. Y Pedro Sánchez no debe olvidar que los que apoyaron a Susana Díaz
siguen prefiriendo a Rajoy en la Moncloa que a él. Hay dos voces en el partido
y desafinan.
Podemos no sólo debe dejar de poner tan en primera línea la dichosa
plurinacionalidad que trae al pairo a la mayoría de la izquierda. No fue con
ese barullo conceptual como entraron en la política nacional como un bisturí.
Podemos no tiene que cambiar de ideas ni de programa. No hay en una cosa ni
otra nada radical ni extravagante, ni más utopías que las exageraciones que
tienen todos los programas. Tiene que cambiar la comunicación y las maneras
internas y externas. En la comunicación no deben olvidar que nunca tuvieron más
atención que cuando hablaban de lo que la gente habla y de lo que le pasa a la
gente. De las maneras internas, tienen que recordar que tuvieron éxito cuando
fueron capaces de ensamblar y dar sentido conjunto a una serie de
movilizaciones y sensibilidades dispersas en lo que los teóricos de los sistemas
emergentes llaman montajes blandos y conjuntos descentralizados. La
verticalidad y rigidez internas fue provocando pérdida de talento y energías. Y
respecto de las maneras externas Podemos tiene que saber que, como dijo Borges,
la historia es pudorosa en más sentidos de los que dijo el propio Borges.
Calificar un momento determinado como histórico es siempre una impostura porque
lo que hace históricas las cosas es su trascendencia y esta no se sabe más que
cuando pasa el tiempo. En ese sentido es pudorosa la historia y no se muestra
en directo. Pero también lo es porque el pudor lleva a la brevedad. Los
momentos históricos no son el conejito de Duracell. Las sobreactuaciones y
conductas llamativas tienen su sentido en momentos explosivos, pero lo pierden
cuando duran y duran. Podemos parece actuar siempre como cuando está pasando
algo notable y tiene problemas para el registro circunspecto de los trabajos y
los días. Juan Carlos Escudier decía ayer que el enemigo de Podemos es el
aburrimiento. Creo que es lo contrario. Podemos tiene que aprender a aburrirse
y a aburrir y a no interpretarse y sobreactuar como si todos los días se
estuviera escribiendo un nuevo capítulo de la historia. Los niños dan la lata
cuando se aburren. Tardan muchos años en entender que aburrirse es un
privilegio y parte de la tarea de ser adultos. Nadie parece quitarle a Podemos
el espacio que tuvo. Le toca crecer y aburrirse y tiene poco tiempo para ello.
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