Ahora que la cosa va de banderas, en la primera ocasión en que se rediseñe la nuestra, yo pondría en lugar del escudo monárquico o el águila franquista, y como legítimos signos de los tiempos, el Piolín de Twitter y el escudo del campus de Aravaca. Ellos simbolizan el nivel de racionalidad de nuestra vida pública. La complejidad media de los razonamientos se puede expresar con menos de los 280 caracteres de un tuity la correspondiente expresión verbal está ya cerca de la onomatopeya. Y el nivel de conocimientos requerido para lo que oímos cabe en uno de esos másteres de Aravaca que se estudian enteros en un recreo. Si hacemos una grabación con los ladridos de Casado sobre la memez del relator; los balbuceos de Carmen Calvo sobre lo que carajo es un relator y su diferencia con un mediador, un invitado o una estatua; la tontuna nacionalista denunciando decisiones judiciales politizadas a la vez que exige al poder político que imponga decisiones judiciales; el roña roña de barones del PSOE que, literalmente, no saben dónde tienen la mano derecha; las simplezas, irresponsabilidades y, estas sí, felonías sobre Venezuela; si grabamos todo eso, digo, tendremos una cacofonía como un disco de Stockhausen reproducido al revés. Según barrios, sobra audacia y sobra melindre; porque, además de estar nuestra vida pública sobrada de estupidez, parece que nadie sabe jugar a las siete y media. O se pasan, y despachan certezas donde un mínimo juicio aconseja duda y prudencia; o no llegan, y son timoratos donde las cosas son claras y se requiere paso firme.
Enseguida vamos a relatores y banderas. Pasemos por una reflexión previa. En la vida corriente, cuando estamos en nuestros cabales, decidimos nuestra conducta balanceando reacción y previsión, es decir, nivelando las causas de nuestros actos con sus consecuencias. Si estamos hablando con un compañero mal aseado que huele a sudor, la reacción es de desagrado y nos incita a decirle que huele mal. La previsión es lo que nos hace sentir que decírselo provocaría una situación incómoda y que nuestro compañero se enfadaría. La reacción consiste en lo que nos pide el cuerpo y no siempre hacemos lo que nos pide el cuerpo porque moderamos ese impulso con la previsión de las consecuencias. Algo tan normal en la vida corriente parece difícil de entender en la vida pública. Por poner un ejemplo, yo no soy partidario de zanjar asuntos complejos con un referéndum (salvo la aprobación de la Constitución, la monarquía y poco más). Un referéndum mide más la reacción que la previsión, muestra más lo que le pide el cuerpo a la gente que un proyecto de actuación. Es evidente que nadie tenía un plan para el Brexity que la gente no votó una propuesta, sino que sólo expresó una reacción a unas circunstancias (distorsionadas por la demagogia). Y lo mismo con el referéndum de Escocia, aunque este «saliera bien».
Como digo, es notable cómo se llena nuestra escena política de propuestas reactivas sobre los temas más necesitados de previsión. Me asombra la alegría con que las derechas piden una aplicación indefinida del 155 en Cataluña (si es que es legal tal cosa). Es discutible si la situación justifica tal reacción. Hace año y pico los jueces daban órdenes de detención de cargos públicos y ahora no está pasando eso. Pero es posible que haya gente a la que le pida el cuerpo un buen 155, y más si no puedes dormir sin el tarareo del himno nacional o si eres un socialista veterano con edad muy mal llevada y cada vez más consumido, amargo y amargado. Despropósitos no faltan para esos estados de ánimo. Lo que me intriga son las consecuencias, qué se hace cuando ya estemos en el 155, qué creen que pasaría en Cataluña con el paso de los meses. ¿Cuál es el plan? ¿Tanques, estado de excepción? Veríamos un esperpento de imprevisión como el Brexit. Las irregularidades de Venezuela son evidentes y los modos autoritarios de Maduro, palmarios. Tiene que haber elecciones con garantías y para eso puede que haya quien le pida el cuerpo quitar a Maduro de la presidencia. Como digo, en la vida normal moderamos ese impulso con la previsión de las consecuencias. Pero la UE reconoció a Guaidó como presidente interino; es decir, como presidente. ¿Quién convoca ahora las elecciones? ¿El presidente que la UE dijo que no es presidente y que, para la UE, ya no puede convocar nada? Se entiende la presión para que Maduro convoque elecciones, pero al reconocer a Guaidó, al margen y en contra de la ONU, se crea un galimatías político y jurídico en el que ya no se sabe cuál sería el próximo paso. A buenas horas busca ahora la UE una solución pacífica. Actuó sin previsión siguiendo los pasos del fanático que preside EEUU y que hace poco estuvo en Europa insultando a todo el mundo y despreciando a la UE. Sus halcones sí saben el próximo paso.
A Pedro Sánchez le tiembla el pulso cuando la ruta se empina y se requiere firmeza. Para retirar la momia del dictador le tembló ante el Vaticano y ante el falangista ese que holgazanea en el Valle de los Caídos como prior de no sé qué. Le tembló ante el emperador loco para tomarse en serio a Venezuela. Le tiembla para decirles a los tarados del 155 que gobernar no es cosa de camorristas. Le tiembla para poner negro sobre blanco sus presupuestos y, salgan o no, dejar la agenda social de esos presupuestos encima de la mesa como propuesta. Y parece que le tiembla para sacudirse el simbolismo vacío y boberías superficiales de los nacionalistas. El relator es una memez inofensiva, pero memez. Las derechas quieren jugar a la guerra porque dicen que Sánchez alimenta el relato independentista. La concentración casposa de banderas nacionales y brazos alzados que veremos el domingo para salvar una patria que no necesita salvadores sí es la escenografía perfecta del relato independentista. Recuerdo cuando el lehendakari Ardanza recibió a Aznar en el País Vasco con honores, recuerdo lo altivo y dichoso de sí mismo que se le veía sin darse cuenta de que eran honores de jefe de estado a jefe de estado. Aquello sí era escenografía nacionalista. Pedro Sánchez se equivocó con lo del relator, pero las derechas no se equivocan con la payasada del domingo, ni se confundieron con las cargas del 1-0, ni con el anhelo del 155. Y los nacionalistas pondrán una sonrisa satisfecha y acertada el domingo con tanta banderita tú eres roja y España una, grande y libre. Las derechas quieren bronca en Cataluña porque quieren a un país crispado y con traiciones y felonías en las vísceras. Quieren reacción sin previsión, lo quieren con certezas descerebradas y sin reflexión ni comedimiento. Es el ecosistema en el que ellos pueden nutrirse y crecer, ese es su nivel. Los nacionalistas también quieren bien visible una caricatura de España esperpéntica y reseca cuya alternativa sea la independencia.
Las certezas de las derechas son más alaridos que pensamientos. El PSOE, que sigue siendo la izquierda con posibilidades de poder, ante los temas complejos que requieren pulso y firmeza culebrea con melindres evasivos y desganados. Rajoy fue un radical que cambió por completo el sistema de derechos y garantías que sostenía nuestra sociedad. Nunca los empresarios más codiciosos ni la Iglesia infinitamente ansiosa de más tuvieron vientos más favorables y resultados más visibles. Pero de eso era de lo que se hablaba y sobre eso era sobre lo que se reñía: sobre lo que hacía el gobierno y no ocultaba, por tramposas que fueran sus razones. El nuevo estilo de las derechas viene de tripas más bajas de nuestra historia. Es emborronar con aullidos, hipertrofiar los símbolos para dividir y un frentismo ruidoso que tape lo que realmente se está haciendo. Es como la extrema derecha está carcomiendo la sociedad americana mientras Trump tapa lo que ocurre con su exceso grosero y sus provocaciones fascistas. Si Podemos sigue invisible por previsible y el PSOE sigue amilanado y cagón, no serán audibles más que las derechas ruidosas, los nacionalistas de otro mundo y las psicofonías de difunto de socialistas veteranos. Justo lo que sobra.