Dijo Sanz Montes
un día, después de otros días de haber dicho más cosas, que la de Santiago
Carrillo había sido una vida inmisericorde que se había encontrado con un Dios
misericordioso. Lo decía con motivo de su muerte y esa es la síntesis sumaria
que el arzobispo fue capaz de hacer de una vida de 97 años compleja y llena de
esas situaciones en las que una duda o una decisión te eleva a la grandeza o te
sumerge en la vileza. Cosas del Twiter. En tan pocos caracteres no daba para hablar
de todo y Sanz Montes redondeó y lo dejó en inmisericorde. Luego, con micrófonos
y más caracteres disponibles, aclaró que lo perdona y que quiere su perdón. En
su discurso chisporrotearon como pequeñas descargas eléctricas palabras como
“crímenes”, “mártires”, “viles asesinatos”. Pero con indulgencia, sin
reconcores ni resentimientos, dijo, digo yo que con humor negro.
Y la gente se
ofendió, a pesar de que bailar sobre la tumba del muerto no es un acto sólo
celebrado por Siniestro Total, sino practicado desde siempre. Cómo olvidar la
franqueza con que Quevedo escribió:
“Aquí yace Misser de la Florida / y dicen que le hizo buen provecho / a Satanás su vida. / Ningún coño le vio jamás arrecho. / De Herodes fue enemigo y de sus gentes, / no porque degolló los inocentes, / mas porque, siendo niños y tan bellos, / los mandó degollar y no jodellos.”
(El finado era, según
parece, homosexual y pederasta, lo que para Quevedo eran dos pecados. Para mí
sólo una de las dos condiciones es pecado. Sospecho, oído lo oído de las altas
curias episcopales, que para el arzobispo … también es pecado sólo una de las
dos conductas). O la entereza con que despidió la vida de aquella dama: “La
mayor puta de las dos Castillas / yace en este sepulcro …”, con un estilo,
cierto, algo más tosco que el de Sanz Montes.
Pero lo de la
vida inmisericorde que se encuentra con el Dios misericordioso a mí me sonó a
alivio, como con un “por fin” de descanso, a la manera en que dicen que Groucho
se expresó con la muerte de su suegra: “R.I.P. R.I.P, ¡Hurra!”. Será cosa de
tradición, porque ya hace dos siglos y pico el teólogo Joseph Priestly
escribió: “Bajo esta losa yace mi mujer. Ahora descansa en paz y yo también”.
Qué bárbaro.
Lo cierto es que
todo esto del arzobispo a mí me puso en la mente a modo de evocación aquel
pensamiento de Nathan Zuckerman, el personaje ideado por Ph. Roth en La contravida, cuando estaba ante el Muro
de las Lamentaciones:
“Si hay un Dios
que desempeñe algún papel en este mundo, me como todos los sombreros de la
ciudad”.
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