Seguramente
todos habremos visto esas bolitas que forma el agua sobre superficies lisas,
como el techo de un coche, cuando se va secando. Al evaporarse poco a poco, hay
un punto en que el agua no tiene materia suficiente para mantenerse unida y se
fragmenta y los pequeños volúmenes parece que se concentran sobre sí
mismos haciéndose bola y aislándose unos de otros. Hasta que desaparecen.
A simple vista
España se seca. Como si le fuera faltando sustancia, se desagrega y se hace
bolitas. El PP gobierna como quería Aznar, sin complejos, es decir, sin
miramientos. No es un gobierno hipócrita. Es cínico: se radicaliza y exhibe su
sectarismo con desfachatez y sin disimulos. Se aleja de todo lo que no son
ellos, se miran hacia dentro, y se hacen bola. Cataluña se fatiga de la España
del sur. El independentismo parece un caballo sin jinete y, aunque se expresa
con gritos y puños en alto, parece ciertamente alimentado por el hastío. Rubalcaba,
acostumbrado a nadar en aguas abundantes, en esta sequedad boquea y da
coletazos inofensivos, como los peces que agonizan en tierra firme. Cuando
Gordillo invade supermercados, da pasos confusos con las piernas en uve, como cuando
se tambalean los agorafóricos en una plaza mayor. El PSOE es apenas un rumor e
IU tiene algo como de jubilado. Los sindicatos se sientan en mesas vacías y
repasan su ideario en voz baja sin saber dónde ni cuándo repetirse. Los
concejales evacuan muñeiras en el váter y las concejalas se tocan sus partes
para el ancho mundo. Algunas bolitas, movidas por algún viento, se unen y se
hacen como lágrimas. Porque lágrima parece el pasillo sin puertas que va confundiendo
en uno solo a la TVE que pagamos todos con el espantajo ultraderechista de
Intereconomía, con su continuo intercambio de tertulianos (“tertuliano”, el
tipo de palabra que Quevedo dejaría con diéresis al final de un verso, para destacar
maliciosamente “ano”). Y llanto parecen las puertas de nuestro canal público
por las que entran y salen con la cesta de la compra esposas de ministros
especializadas en antifeminismo de chigre y extremistas religiosos varios. Se
reblandecen todas las certezas, nadie sabe si habrá autonomías el año que
viene, si mañana el colegio seguirá ahí o si nos encontraremos a la puerta del
hospital unos seguritas que no nos dejarán pasar porque ahora hay nuevos dueños
privados. Rajoy parece un Groucho Marx de movimientos torpes que rompe cada día
la membrana delgada y bendita que separa el surrealismo de la estupidez. Ya podemos
ver en abierto corridas de toros en horarios infantiles, porque cada bolita se
hace más y más esférica, aislada y alejada de las otras bolitas. El Gobierno y
los empresarios bajan los salarios y el arzobispo anuncia que él donará parte
del suyo para que la bajada de salarios se haga bendita y virtud. La monarquía,
diluyéndose en cacerías, tropezones y coscorrones a chóferes, también se aleja
de todo lo demás haciéndose bolita.
No hay mal que
por bien no venga. El momento parece tan desconectado de nuestra memoria que el
ambiente va pareciéndose al de la oscuridad durante un eclipse o al de esos techos
en los que nos apretujamos cuando llueve inesperadamente. Es como un paréntesis
en el tiempo, todos con las manos en el bolso, hablando con extraños de la situación,
con las obligaciones en espera y creando improvisadas complicidades, con las
que intercambiar risas y mordacidades. Y es lo que toca este otoño. Chinchar y
molestar. Y de ahí para arriba. El país se seca como si quisiera desaparecer.
Pero, como leí no sé dónde, no todo está fundido.
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