viernes, 14 de septiembre de 2012

Otoño



Seguramente todos habremos visto esas bolitas que forma el agua sobre superficies lisas, como el techo de un coche, cuando se va secando. Al evaporarse poco a poco, hay un punto en que el agua no tiene materia suficiente para mantenerse unida y se fragmenta y los pequeños volúmenes parece que se concentran sobre sí mismos haciéndose bola y aislándose unos de otros. Hasta que desaparecen.
A simple vista España se seca. Como si le fuera faltando sustancia, se desagrega y se hace bolitas. El PP gobierna como quería Aznar, sin complejos, es decir, sin miramientos. No es un gobierno hipócrita. Es cínico: se radicaliza y exhibe su sectarismo con desfachatez y sin disimulos. Se aleja de todo lo que no son ellos, se miran hacia dentro, y se hacen bola. Cataluña se fatiga de la España del sur. El independentismo parece un caballo sin jinete y, aunque se expresa con gritos y puños en alto, parece ciertamente alimentado por el hastío. Rubalcaba, acostumbrado a nadar en aguas abundantes, en esta sequedad boquea y da coletazos inofensivos, como los peces que agonizan en tierra firme. Cuando Gordillo invade supermercados, da pasos confusos con las piernas en uve, como cuando se tambalean los agorafóricos en una plaza mayor. El PSOE es apenas un rumor e IU tiene algo como de jubilado. Los sindicatos se sientan en mesas vacías y repasan su ideario en voz baja sin saber dónde ni cuándo repetirse. Los concejales evacuan muñeiras en el váter y las concejalas se tocan sus partes para el ancho mundo. Algunas bolitas, movidas por algún viento, se unen y se hacen como lágrimas. Porque lágrima parece el pasillo sin puertas que va confundiendo en uno solo a la TVE que pagamos todos con el espantajo ultraderechista de Intereconomía, con su continuo intercambio de tertulianos (“tertuliano”, el tipo de palabra que Quevedo dejaría con diéresis al final de un verso, para destacar maliciosamente “ano”). Y llanto parecen las puertas de nuestro canal público por las que entran y salen con la cesta de la compra esposas de ministros especializadas en antifeminismo de chigre y extremistas religiosos varios. Se reblandecen todas las certezas, nadie sabe si habrá autonomías el año que viene, si mañana el colegio seguirá ahí o si nos encontraremos a la puerta del hospital unos seguritas que no nos dejarán pasar porque ahora hay nuevos dueños privados. Rajoy parece un Groucho Marx de movimientos torpes que rompe cada día la membrana delgada y bendita que separa el surrealismo de la estupidez. Ya podemos ver en abierto corridas de toros en horarios infantiles, porque cada bolita se hace más y más esférica, aislada y alejada de las otras bolitas. El Gobierno y los empresarios bajan los salarios y el arzobispo anuncia que él donará parte del suyo para que la bajada de salarios se haga bendita y virtud. La monarquía, diluyéndose en cacerías, tropezones y coscorrones a chóferes, también se aleja de todo lo demás haciéndose bolita.

No hay mal que por bien no venga. El momento parece tan desconectado de nuestra memoria que el ambiente va pareciéndose al de la oscuridad durante un eclipse o al de esos techos en los que nos apretujamos cuando llueve inesperadamente. Es como un paréntesis en el tiempo, todos con las manos en el bolso, hablando con extraños de la situación, con las obligaciones en espera y creando improvisadas complicidades, con las que intercambiar risas y mordacidades. Y es lo que toca este otoño. Chinchar y molestar. Y de ahí para arriba. El país se seca como si quisiera desaparecer. Pero, como leí no sé dónde, no todo está fundido.

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