Un cuerpo
estresado es un cuerpo despistado. Se hizo tal y como es en el mundo salvaje de
la sabana y no sabe nada de ciudades, globalización o proyectos. Sólo sabe de
depredadores, de sexo, de descendencia o de comida. Un balón bombeado sobre el
área del Sporting, una impertinencia laboral o un “razonamiento” ministerial
irritante, y el cuerpo reacciona creyéndose en la sabana original. Se pone pálido
porque se contraen los vasos sanguíneos periféricos, como si lo que pase en el
área del Sporting pudiera hacernos sangrar (realmente, quiero decir) y se
dilatan las pupilas, como si necesitáramos ver más (justo cuando querríamos no
ver). Se ralentiza el aparato digestivo para dejar más sangre a los músculos y
se libera más glucosa en sangre, como si la inclemencia laboral o la desvergüenza
del ministro requiriera correr más que ellos o saltar una tapia. La verdad es
que ni sangramos, ni nos movemos del taburete en el que estamos viendo el
partido, ni cambiamos el paso al dedicarle al gobierno frases obscenas. La
adrenalina se ve en sangre sin tarea que hacer. Me imagino a las moléculas
mirándose unas a otras y encogiéndose de hombros, mientras la glucosa corre en
sangre sin saber adónde ir y los músculos no saben qué hacer con tanta sangre y
tanta pólvora. Para no mencionar el aparato digestivo, con todas sus certezas
suprimidas, amontonándosele los nutritientes y con la superioridad negándole
los recursos para hacer su trabajo porque se cree en la sabana con algún depredador
cercano y está convencida de que la sangre hará mucha falta para los músculos. Como
digo, un cuerpo despistado y enfermo.
A las sociedades
y a los estados a veces les gusta parecerse a la gente por dentro y se estresan.
Se desnortan y enferman como la gente. Hay gobiernos que ayudan más que otros
en este proceso. El del Rajoy, por ejemplo, es dos gobiernos en uno. A la
derecha sin complejos, la que quería Aznar y que no le importa el qué dirán, le
gustan dos tipos de gobierno: el autoritario y el ausente. Le gustan las
decisiones simples y las actuaciones sumarias. Pero también le gusta el
desgobierno y el sin ley (“desregulación” lo llaman ellos), porque donde no hay
gobierno hay jungla y en la jungla mandan los fuertes. Por eso usan tanto la
palabra “libertad” y vinieron al mundo diciendo laissez faire, dejad hacer. Y por eso Rajoy es dos en uno. Su gobierno
combina armoniosamente el autoritarismo con el desgobierno. Ahí tuvimos esa
jornada entrañable del cerco al Congreso: la policía en pie de guerra contra la
población, Rajoy fumando satisfecho purazos por la Quinta Avenida y Europa
histérica preguntando y preguntándose qué carajos va a hacer con todo. Desgobierno
y autoritarismo, dos en uno, la derecha sin complejos y destilada.
Y estrés. Un
país despistado y enfermo. Como si hubiera una amenaza global pero inconcreta,
la certezas de la convivencia se diluyen y todo se dispone para algo que no se
sabe qué es. La gente rodea el Congreso y los políticos, unos airados y otros
perplejos, se preguntan si España tendrá una enfermedad autoinmune, si la gente
no ve que, rodeando a sus representantes, atacan a su propio tejido. Ni se les
ocurre pensar si ellos serán una infección y la gente rodeándolos será una
reacción ordinaria y esperable del sistema inmunitario ante un cuerpo extraño.
Como corresponde a una situación de estrés, de organismo despistado, se libera
en sangre una adrenalina uniformada y armada que hace su trabajo de acumular
material de combate pero que causa destrozos internos porque no acaba de
aparecer el depredador de la sabana para el que se diseñó. Así que la policía
con sus armas en movimiento y sus músculos tensos empiezan a manotear como si
buscaran moscas y causan daños atolondrados, porque están en sangre sin
propósito ni dirección. Se quita el resuello a parados que viven con poco más
que una beca Erasmus. La bocaza de Wert teoriza que ayudar a alguien siempre
tiene más beneficio individual para el socorrido que para la sociedad y que por
eso es antisocial ayudar. La iglesia calla. Bendicen las bajadas de sueldos
diciendo que donan los suyos. Y calla. Desde Zapatero no volvió a hablar de la
crisis. Los que no trabajan no saben dónde buscar y los que trabajan no pueden
dejar de mirar por la ventana. El país se pone pálido porque los recursos, la
gente, la sangre, abandona el frente como si fuera a pasar algo y pudieran
derramarse. Europa libera dinero para intervenir, pero se queda como glucosa en
sangre sin destino, porque Rajoy, fiel a su ideario, desgobierna y no dice ni
hace. La enseñanza, la sanidad y los servicios se ralentizan como una mala
digestión porque Europa susurra que los recursos harán falta para los músculos.
Y ahí se acumula la ciencia, el conocimiento y la salud, caducando como yogures.
Pero Rajoy fuma
puros en Nueva York, va al fútbol y dice que la mayoría de la gente no está
rodeando ningún Congreso y que lo de Cataluña es una borrachera nocturna y que
a ver si la duermen de una vez. Él cree que el país cogió un poco de frío y
basta una aspirina. Ni Merkel sabe ya a qué oponerse. El país necesita una cura
de reposo y desestresarse. Que los políticos vayan a colaborar en la extinción
de incendios y, por dios, que Rajoy dimita, que dimita ya de una vez. Porque la
otra forma de quitarse el estrés de encima, si no es decansando de lo que nos
tensa, es liberando energía. Y, como decía Bruce Banner, a nadie le gustaría
ver a todo un pueblo enfadado, grande, verde y descerebrado.
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