sábado, 23 de noviembre de 2013

La tarta nacional (sospechosos habituales ante el dilema de la eternidad).

[Publicado en Asturias24: http://blogasturias24.es/?p=2450].
Simon (con ira contenida): ¿Ud. …? ¿Ud. le hizo algo a
mi perro?
Melvin Udall (irritado y agresivo): ¿Te das cuenta de que
yo trabajo en casa?
Simon (apaciguado y conversador): No, no lo sabía.
Melvin Udall (irónico y agresivo): ¿Te gusta que te interrumpan
cuando estás mariposeando en tu jardincito?
Simon (a la defensiva): No, No. De hecho le quito el timbre al
teléfono y a veces le pongo un cartón encima.
Melvin Udall: (iracundo y avasallador) ¡Pues yo trabajo a todas
horas! Así que ¡nunca, nunca, me interrumpas!
Mejor … imposible.
Alguien le tiró una tarta a Yolanda Barcina, presidenta de Navarra. Y le hizo daño, dijo ella después agitando la mano, casi con pucheros. Y después oí hablar sobre el asunto por la radio a Francisco Granados, uno de los sospechosos habituales del PP, mientras yo iba conduciendo detrás de un autobús de dos cuerpos, muy lento, que me estaría aburriendo de no ser por la publicidad tan amena que tenía en la parte posterior, ante mis ojos. Era de la empresa Osiris, que se anunciaba para mantenimiento y limpieza de nichos, tumbas y panteones. Y entre tanto nicho me llegaba la verborrea de Francisco Granados (verborrea incorpora la raíz griega réin, fluir, presente en catarro y me temo que también en diarrea; Granados le dispara a cualquiera las codicias filológicas). Dijo muchas veces la palabra “cárcel”, y dijo también, y esto es lo que celebramos hoy, que había un paso muy pequeño entre tirarle a uno una tarta en la cara y pegarle un tiro en la nuca.
Un aspecto que siempre me fascinaba del discurso de ETA y sus capas concéntricas era la manera tan ligera en que se hablaba de la vida y la muerte. A mí me parece que no hay diferencia más grande que la de estar vivo o muerto, pero en su momento se comparaba la muerte física, real, de algunos vecinos de pueblos pequeños metidos a concejal con la muerte “política”, con la muerte “civil” o con el “linchamiento mediático” de los militantes de partidos ilegalizados; o se igualaba la violencia de arrancarle una pierna a Madina con una bomba con la violencia “institucional” de las autoridades reacias a la autodeterminación de Euskal Herria. Parecía que la cosa de estar vivo o muerto era una diferencia de matiz. A ver qué más dará que te maten físicamente o que te maten mediáticamente.
Y eso, qué diferencia importante puede haber entre que te tiren una tarta y te peguen un tiro; o entre que te vociferen a la puerta de tu casa en plan escrache y te pongan una bomba. Lo de menos, como decía ETA, es estar muerto o vivo, lo que importa es el hecho en sí. El PP mezcla en sus flujos verbales la vida y la muerte con la misma facilidad con que lo hacía ETA, aunque con distinto fin. ETA pretendía quitar hierro a la muerte: matar no es para tanto porque tampoco es tan distinta la muerte física como la muerte política. El PP lo hace para cargar de hierro las protestas sociales: matar es gravísimo porque si te matan quedas muerto, pero tirar tartas, hacer escrache o injuriar a un policía que levanta la porra es igual de grave, porque esas cosas te dejan mustio y ofendido, prácticamente muerto como quien dice. Ya lo decía Forges en aquella viñeta donde mostraba un antirrobo que consistía en una grabación de insultos que se emitía si entraba un intruso en casa. Se confiaba su eficacia a lo que iba a desmoralizar al ladrón la cadena de improperios.
Así que Granados, con esa nostalgia de terrorismo que parece tener en sus tripas bajas el PP, con esas ganas de que pase algo para endilgar ese discurso anti crimen y antiterrorista y hacer esa performance de resistentes, vio su oportunidad con la tarta que voló hacia Barcina (y que “le hizo daño”). Con la oferta de limpieza y cuidado para nichos y panteones delante de los ojos, Granados me recordaba a El Vengador Tóxico, segunda parte. El superhéroe, como ya había encarcelado a todos los malos, se dedicaba a vigilar los juegos de cartas de las viejecitas, porque ya no quedaba otra cosa, y cuando una hacía trampa aparecía él desde detrás de la sebe desplegando su capa de héroe para restablecer la justicia en el juego. Como no hay crímenes donde largar tanta verborrea, lanzan una tarta a Barcina y sale de detrás de la sebe Francisco Granados a luchar contra el terrorismo. Como la diferencia entre estar vivo y muerto es tan de matiz, se van haciendo equivalentes al terrorismo las cosas que van pasando: escraches, insultos a la policía (por lo que desmoralizan, supongo), rodear el Congreso o lanzar tartas. Y dentro de poco, hacer huelga, que en ello están. Cuanto más amparo se quita a la población, menos quieren oír sus protestas y más amenazados les hacen sentir sus gritos.
La izquierda debería entender cómo funcionan las discusiones. Uno da el paso de enfrentarse. El enfrentado se ofende y el que había dado el paso quiere recomponer la compostura. Y le pasa como el Simon de Mejor … imposible, el matón se crece por la mesura creciente del insurrecto y su ira se va haciendo apabullante, hasta que el sublevado es aplastado por el Melvin Udall que desde el principio era el agresor. Así son las cosas: alguien hace escrache o protesta ocupando supermercados; el Gobierno truena diciendo que es ETA rediviva; la izquierda se llena de urbanidad y llama a la convivencia. Y el Gobierno–Udall, crecido por la moderación y encogimiento de la otra parte, se llena la boca de cárcel y orden y saca la ley que criminaliza alguna protesta más. Deberían aprender a hacer a lo hecho pecho en vez de arrugarse. De hecho, no me importa decirlo en voz alta: si le pegaran ahora un tartazo a Francisco Granados me iba a reír más que Piqué si le dan el balón de oro a Messi.

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