Mis compañeras tenían el vicio de
preguntarme:
—¿Me amas, Viskovitz?
A aquella
pregunta yo respondía callando.
Entre otras
cosas porque nunca se puede estar seguro de que
la pregunta sea realmente ésa. Si quien te la hace es una morsa o un pulpo, la puedes descartar por el
contexto; pero, aunque quien te hable
sea madre de tus hijos, te conviene no comprometerte con una respuesta
concreta, porque si se ha apareado
contigo es que viene de otro banco, y para ella «amor» significará seguramente alguna otra cosa, como «rascar la vejiga natatoria» o qué sé yo. De la
misma forma, si te pide que se la
rasques, puede que en realidad quiera mucho más de ti, y te conviene no
contraer obligaciones.
(A. Boffa, Eres una bestia,
Viskovitz).
¿Por qué no nos callamos, aun cuando con eso yo pierda el empleo de
profesor de este delirio llamado lengua portuguesa? Formaremos así un nuevo
Departamento en esta universidad, el de los cánones del Silencio, así con S
mayúscula, y en él evocaremos lo que se olvidó de repercutir, de llegar hasta
aquí.
(Joao Gilberto Noll, Lord).
El silencio de Rajoy hay días que
parece un juego. Seguro que todos intentamos camelar a niños alguna vez con el
juego de quedarse callados y el que esté en silencio más tiempo gana. Otros días
parece una broma. Recuerdo al calvo de Les Luthiers sintetizando la biografía
de Johan Sebastian Mastropiero: “Dos palabras sobre su vida: realizó estudios”
(fin de la cita). Sea por juego o por broma, Rajoy lleva toda la legislatura
callando, como Viskovitz. Cuando le preguntan por rescates bancarios, su nombre
en los papeles de Bárcenas, las cuentas en B de su partido, los viajes a
Disneylandia de su ministra o cualquier otra cosa, él reacciona como si el
periodista le hubiera preguntado si le amaba: él responde callando, no vaya a
contraer obligaciones, nunca se sabe lo que realmente te están preguntando. Las
pocas veces que se decide a hablar lo hace a través de un monitor porque le
falta práctica y necesita estar a solas para concentrarse. Uno se lo imagina
como el personaje de El discurso del Rey,
en un cuarto concentrado para decir las cosas de un tirón.
Pero Rajoy nota mucho alboroto en
el país y quiere jugar a quedarnos callados todos a ver quién gana. Lo de
callarse él era una indicación para que nos callásemos todos, pero no lo
pillamos. Así que ahora saca una ley para que callemos de una vez. Con esa ley es
delito todas las formas de protesta que le interrumpieron la siesta este par de
años. En realidad es delito lo que la autoridad quiera. Es delito, por ejemplo,
injuriar a España. ¿Cómo se sabe que España fue injuriada? Si uno dice “mierda
de tiempo”, ¿injuria a la madre patria? Si uno se troncha de risa cuando oye
decir “madre patria” o “al alba y con tiempo duro de levante”, ¿ofende a España?
Lo mismo pasa con la ofensa a un policía. La policía tiene la función de
obligar a que alguna gente haga lo que no quiere hacer o de impedirle hacer lo
que pretende hacer, es decir, su trabajo trata con la frustración y
correspondiente mala leche de otros. Podría parecer natural que oigan tantos
improperios como los árbitros de fútbol. Pues ahora la ley dice que hay que
tratarlos con mimo. ¿Cómo sabremos cuándo los injuriamos? Si nos pegan con una
porra por manifestarnos, ¿tendremos que decir con flema y gesto profesoral “me
extraña su actitud, tal vez quiera reconsiderarla”? No hay un Catálogo Oficial
de Injurias (conozo un diccionario de insultos, pero no está homologado), por
lo que supongo que será injuria lo que el policía o la autoridad diga que lo es
sobre la marcha. Acabaremos como el loro de Reboiras de La Saga / fuga de JB, a quien la Guardia Civil estuvo a punto de
darle el paseo porque cantaba el cara al sol con retintín.
Y no nos podremos manifestar ante
edificios gubernamentales ni armar alboroto donde vivan Sus Señorías. Para eso
están los registros, para que la gente haga sus peticiones por
escrito y con educación y para ver si aprendemos a callar de una vez, como el
Presidente. Y además el Gobierno hará un fichero de infractores. “Que me he
quedao con tu cara”, parece querer decir Rajoy. Digo que parece, porque decir
decir no dice nada, él sigue callando.
Lo poco que dice el Gobierno sigue
siendo tan paradójico como para desafiar la teoría de los tipos de Russell. Ya
nos habían explicado que se endurece la enseñanza con reválidas para combatir
el abandono escolar, que se suben las tasas judiciales y universitarias para
garantizar la igualdad de oportunidades; Gomendio y Wert, Isabel y Fernando,
habían introducido en el BOE, en silencio como Rajoy, la supresión de becas
Erasmus para favorecer la movilidad de estudiantes; y el CIS ya nos había
aclarado que cuantos más votantes del PP nieguen ahora haberlo votado más
expectativa de voto tiene el PP. Pues ahora el ministro del interior nos dice
que se ponen multas de cinco o seis cifras porque esta ley tiene “intención
despenalizadora”. Si no enmudecemos por la acción de la autoridad,
enmudeceremos de todas formas de asombro. Lo cierto es que no tendremos un
Departamento universitario como querría Joao Gilberto Noll, pero tenemos ya un
Ministerio del Silencio. Las cosas que dice este ministro cuando acaba de rezar
…
Claro que si uno escucha los
desvaríos de Rafael Hernando, el último de ellos la lindeza de que los hijos de
personas asesinadas sólo se acuerdan de sus padres cuando hay subvenciones; los
graznidos de Francisco Granados sobre tartas y tiros en la nuca; los vozarrones
de Cospedal; o las enajenaciones de Ana Botella (qué b-u-u-u-r-r-r-a-a es esta
mujer), si uno escucha todo este ruido y toda esta traca diaria, comprende que
en realidad no es el silencio total lo que quieren. Ellos quieren el silencio
de la mayoría, la mayoría silenciosa, que la mayoría se calle y sólo truenen
sus Botellas y sus Hernandos. “[…] los disconformes que levanten el dedo. /
Inmóvil mayoría de cadáveres / le dio el mando total del cementerio”, escribía
Ángel González sobre otro gallego amante de la mayoría silenciosa. Va a haber
que hacer ruido, mucho ruido.
Y si nos acusan de injurias o
desórdenes, ya tal …
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