“Tal vez la mejor
manera de acercarse a este fenómeno histórico consista en referirnos a una
experiencia visual […]. Sencillísima de enunciar, aunque no de analizar, yo la
denomino el hecho de la aglomeración, del «lleno». […] Lo que antes no solía
ser problema empieza a serlo casi de continuo: encontrar sitio.” (Ortega y
Gasset, La rebelión de las masas).
Atentados de Londres,
2005: “Estoy conmocionado”, declara Jalik, de 42 años, que vive
algunas casas más lejos. “Da miedo saber que estos chicos se criaron aquí e
hicieron esto”.
Puede que Wert se haya encariñado de
verdad con su ley de reforma educativa. A lo mejor le gustaría no haberse
convertido en el monigote del Gobierno y que su ley cayera más simpática. Él
entró en la educación y la cultura como un Jesucristo en un templo lleno de
mercaderes, azotando, insultando, recortando y menospreciando aquello que debía
gestionar. Todo costaba mucho, todo sobraba. Wert no dio una señal de simple
interés por profesores,
cineastas, músicos o científicos. Fue la imagen de desprecio hacia la cultura
que se asocia tópicamente con la derechona y los empresarios brutos. Cuando se
dio cuenta, habían calado en la población común varias letanías de la
izquierda: su ley es clasista, su ley está hecha al dictado de la Iglesia, su
ley es autoritaria y centralista. Hablemos de sus reválidas. La estolidez de
Wert y su ley es esférica, idéntica desde donde quiera que la miremos.
Trinchemos la bola de sinrazón por sus reválidas.
Las reválidas, la ley entera, se
justifican sobre la base de una alarma nacional: resulta que nuestro nivel es
bajo, que leemos peor que nadie y que nuestros jóvenes no son “competitivos”.
Está tan justificada esta alarma como la alarma por la llamada violencia de
género. Son ciertas todas esas muertes infames de mujeres y es de humanidad
elemental alarmarnos. Pero no es cierto que los machitos de ahora sean más
agresivos que antes. Simplemente ahora se sabe, ahora se difunde y ahora no se
soporta. Nuestra formación está bajo mínimos, pero no es verdad que hayamos ido
a peor. ¿Éramos antes Finlandia? ¿Venimos de copar premios Nobel de la ciencia
antes de tanta estulticia? ¿Fuimos alguna vez ese pueblo inolvidable de Amanece
que no es poco, donde los campesinos salían de la taberna cantando
madrigales e iban a las faenas del campo hablando de Faulkner o del
materialismo dialéctico? Como con la violencia de género, hacemos muy bien en
estar alarmados y hacemos muy mal en creer que el problema es nuevo y que
estamos yendo a peor. Pero decir por eso que no hay que hacer nada con la
educación sería tan estúpido como decir que no hay que intervenir en la
violencia doméstica sólo porque antes las cosas eran peores.
Así que Wert, alarmado, interviene. Quiere
jóvenes más “productivos” y, según parece, henchidos de fe católica. Habrá una
reválida al terminar la Primaria, al acabar la ESO y al acabar el Bachillerato.
La de Primaria sólo tendrá un valor “indicativo” (?), aunque es obligatoria. La
de la ESO y la de Bachillerato será condición para pasar al nivel siguiente y
para obtener el título correspondiente. A quienes no aprueben una u otra no se les
dará el título, pero sí “un certificado”. En cada curso de la ESO, desde los
doce años, se dará a los padres un “consejo orientador”, en el que se les
indicará la conveniencia o no de que continúe sus estudios su hijo o hija, o
que se incorpore al “programa de mejora del aprendizaje” o a la FP Básica. Y en
todo caso, siempre podrán dejar de estudiar, porque se les dará “un certificado”
cuando quiera que lo hagan. Todo ello por la alarma educativa y buscando subir
el nivel.
Sin embargo, no tenemos problemas de
nivel por arriba: ¿algún Erasmus de alguna carrera vuelve de Dinamarca o de
Alemania diciendo que no podían con el nivel de allí? El problema de nivel es
por abajo, porque hay demasiado fracaso, demasiados estudiantes que no acaban
la enseñanza obligatoria y, de los que la acaban, demasiados que no titulan en
nada más. Hay demasiados jóvenes sin los estudios obligatorios o sólo con
ellos. Y, paradójicamente, para corregir esto se endurecen las condiciones para
pasar de un ciclo a otro con una reválida. Se dice que así es como se combate
el fracaso: a los que llevan el camino de ninguna parte se les pone una
reválida que les indica que están en el camino de ninguna parte, y se les lleva
a ninguna parte cuanto antes; porque, paradójicamente también, se recortan de
manera especialmente notable las partidas para la diversificación (ahora
llamada programa de mejora del aprendizaje) y toda forma de tratar la
diversidad, es decir, de atender a los estudiantes con problemas de
rendimiento. El dinero, y no las palabras, mide con exactitud las voluntades
políticas. Lo que más sube en horario y en costes para el estado es la religión
y lo que más baja es la atención a quienes están en riesgo de fracaso. Esta es
la apuesta de calidad.
La reválida de Primaria sólo es
“indicativa”. Cuando veamos cómo se distribuyen los suspensos de esa reválida
en la red pública y en la concertada, veremos para quién era esa “indicación”,
si para las familias o para los centros. En todo caso, será la primera indicación
que reciban las familias más vulnerables. Año a año recibirán un “consejo”
sobre si sus hijos deben seguir estudiando o desviarse a programas de mejora
sin recursos o a una FP Básica sin más utilidad que el Gobierno pueda maquillar
las cifras de fracaso diciendo que están estudiando algo. Y año a año se les
recordará que si dejan los estudios, tendrán “un certificado”.
Seamos breves: un joven de dieciocho
años se diferencia académicamente de otro joven de dieciocho por sus
capacidades y conveniencias; pero un niño o una niña de doce años se diferencia
académicamente de otro de doce años por la familia que tiene y su nivel
socioeconómico. La separación prematura de los preadolescentes es SIEMPRE una
separación social. No sólo es injusto individualmente, porque no deja margen de
enmienda a quienes en una etapa temprana de su vida no tienen prioridades
adecuadas. Es SIEMPRE una injusta segregación social porque la escuela, el
estado, no ejerce esa labor de protección que corrige hasta cierto punto la
desigualdad con la que nace la gente. Por supuesto, siempre podemos defender a
Wert con la falacia de la casuística,
dando el mismo peso a la excepción que a la norma, esa forma de razonar según
la cual hay de todo en todas partes y como hay de todo pues todo es verdad y es
mentira. Siempre habrá un humilde espabilado que salga adelante y algún rico
bobo que se quede en el camino. Pero estadísticamente en TODOS los sitios donde
se practica la segregación temprana la segregación es social. Y para eso se hace.
Se hace desde ese convencimiento de Ortega de que no se cabe, de que no hay
sitio, de que una sociedad para todos no es viable y que el cuerpo social tiene
que sacudirse de encima lo que menos pese.
Vivimos en una sociedad de composición
cada vez diversa y compleja y cada vez más difícil de vertebrar. Sólo el
sistema educativo puede integrar y armonizar a la población cuando esto es
posible: desde pequeños. Un sociedad donde los grupos humanos son extraños
entre sí lleva el monstruo dentro. Los atentados de 2005 en Londres son un
extremo grotesco y excepcional, pero revelador. Aquellos musulmanes suicidas
que asesinaron en masa eran ingleses. Se lo decían atónitos unos a otros, eran
ingleses. Ya habían nacido en Londres, eran de allí. Eran de allí, pero ajenos,
eran parte de una sociedad donde unos grupos humanos eran extraños a otros,
donde demasiados eran intrusos. Quien quiera ver tremendismo paranoico en
mencionar la masacre de Londres a propósito de las reválidas de Wert, que no
olvide la fábula de la rana que saltaría si la metiéramos en agua hirviendo,
pero se dejaría cocer si le calentamos el agua grado a grado. No olvidemos cómo
se llega a los grandes males: se llega poco a poco. Y todos los estadios
intermedios son siempre aspectos del mal.
Yo, sinceramente, cada vez veo más evidentes los defectos de la enseñanza convencional (es decir, la de la pública y la de la mayoría de la privada). Dejando de lado la desigualdad social que se perpetúa en las aulas y con este sistema (tema muy importante, pero ya bastante tratado en el artículo), me gustaría hablar del aspecto pedagógico relacionado con el fracaso escolar. La enseñanza tal y como casi todo el mundo la conoce y, de hecho, la valora, está diseñada por gente a la que no le importa que las niñas aprendan de manera profunda y duradera, sino que pasen una serie de pruebas de manera satisfactoria. De hecho, la presión de los exámenes (que personalmente no sé si no aboliría incluso en la universidad) y de los temarios a cumplir "cueste lo que cueste" ya era más que demasiada antes de las nuevas Reválidas. Y entonces vendrán los padres de algunos a decir que en sus tiempos había reválidas, y memorieta y capones, y la gente aún recuerda lo que aprendió con esos métodos. Pues bien, es que, a mi entender, y dejando a un lado el hecho de que las niñas han cambiado mucho en sus hábitos, ésa manera funcionaba con el miedo y con el "porque sí", así que no me vale. ¿Por qué es tan importante que las niñas aprendan las mismas cosas (y qué cosas) al mismo ritmo? ¿Por qué no se puede dejar de cuantificar al dedillo la aptitud de las niñas bajo unos parámetros tan...productivistas? El fracaso escolar generalizado, es decir, sin atender a clases sociales, también es un hecho. Y existe porque las niñas, cuando llegan a secundaria ya están hartas de estar sentadas unas 5 horas al día, con actividades intelectuales que para nada emplean la creatividad. Y qué decir de los patios de hormigón, tan inspiradores para el juego...
ResponderEliminarY el fracaso también existe porque, a la que no se le da bien estudiar, no sabe que quizá pueda ser bailarina, pintora (de brocha gorda o artística), carpintera, escultora o costurera, porque eso no entra dentro de las programaciones generales. Ese tipo de enseñanzas sólo se vislumbra ( y ni siquiera las que he nombrado, sino otras seguramente más deprimentes), sólo se vislumbra en tonos grises cuando ya "has fracasado" en las materias intelectualoides y en el ritmo infernal de las aulas atestadas y las profesoras hastiadas. Y, como sólo se "muestran" a niñas que ya han fracasado y que ni siquera han elegido el camino al que se les lleva, ya os podéis imaginar, una fiesta. Y las niñas que, sin ser un "fracaso completo", se atascan en algo...Para empezar pasan vergüenza, porque sus compañeras, a las que se les enseña a ser competitivas, no entienden que cada una tiene ritmos diferentes y se ríen de ella. Y seguramente, esas niñas atascadas, acaben literalmente bloqueadas en ese punto o materia, no habrán aprendido, aunque por media pasen de curso. Pocas de ellas superarán aquel escollo, como mucho lo disimularán.
Y que aprendan las niñas valores ciudadanos y bla, bla, cuando la escuela es de lo más antidemocrática y no hay tiempo para la resolución de conflictos, sólo para el castigo. Todo está diseñando con el mayor desinterés por el aprendizaje. No se buscar educar a las futuras ciudadanas para que sean conscientes, responsables, críticas, activas, sino para que pasen la normativa escolar, ponerles un sello de "aceptable para el mercado laboral" y que no tengan ganas más que de ver la tele, jugar a videojuegos y chatear. Y, sobre todo, de seguir haciendo las cosas por inercia, porque es lo que se espera de ellas.