A mí esta ley concebida por Gallardón me pone nostálgico. Me lleva a los ochenta, cuando éramos tan jóvenes y nos hacíamos alguna de las preguntas que se hace ahora Gallardón, aunque desde otra … concepción. En los ochenta nos preguntábamos también qué diferencia veía el PSOE entre la buena o mala formación de un feto si la mujer gestante no quería tenerlo. El PSOE dijo entonces que el aborto no era delito si el embarazo interrumpido se había debido a una violación, si ponía en riesgo la vida de la madre o si había malformación en el feto. Y la pregunta que nos hacíamos entonces era por qué en los demás casos el aborto sí era un delito. No es una pregunta retórica. Si resulta que el embrión era ya un ser humano, su eliminación tiene que ser delito siempre, sin supuestos. Nadie aceptaría que se pudiera matar a un niño hecho y derecho por haber resultado de una violación. Pero si resulta que no se puede determinar si un embrión es, en sentido propio, un ser humano sin remitir a credos en los que las leyes no pueden entrar, entonces no hay ninguna razón para que sea delito que una mujer meta baza en lo que se cuece en su cuerpo y decida abortar. Aquella ley, además, establecía el derecho de objeción de conciencia de los médicos, con sólo decir que objetaban. Es decir, era una ley que establecía el derecho a saltarse esa ley con sólo avisar de que te la ibas a saltar (conste que pensaba lo mismo de la objeción de conciencia con la mili; lo que había que hacer es lo que se hizo: cambiar la ley, no reconocer el derecho a no cumplirla).
Esta ley de Gallardón no nos hace
retroceder treinta años, como se anda diciendo en los aledaños socialeros. La
ley del PSOE ya nació con musgo, ya era rancia en los ochenta. Los gobiernos de
González se distinguieron por su prudencia. Todo paso progresista era
arriesgado, había que sopesarlo todo, dividirlo todo por dos. Parecía que
González gobernaba con el culo apretado de tanto cuidado que ponía. Y así se
plantó en el 96 con esa ley timorata y contradictoria y con varias comunidades
autónomas con un cien por cien de ginecólogos objetores. Lo mismo da un
referéndum de Ceaucescu que la objeción de conciencia de los médicos de una
comunidad autónoma: el cien por cien siempre es indicio de trampa o coacción.
En los ocho años de Zapatero
tampoco tuvieron tiempo a hacer una ley del aborto normal y corriente. Que
miren y aprendan de Gallardón: en dos años pelados tuvo tiempo de hacer la ley
en los ratos libres que le dejaba el desmantelamiento de la asistencia judicial
de la población. Bibiana Aído tuvo el notable mérito dialéctico de convertir en
polémico lo que ya estaba superado por la población. Su ley era buena, pero su
presentación nefasta. Como la ley realmente no la hacía ella, sino sus
técnicos, y lo que ella tenía que hacer era presentarla, pues fue uno de esos
casos en que uno querría a unos hombres de negro con maletín que pasaran
preguntando amenazadores: ¿usted qué es exactamente lo que hace aquí? No
hubiera sido tan difícil explicar que a una adolescente de dieciséis años a la que
se le reconoce el derecho de elegir sus estudios y a la que se considera mayor
de edad penal, nadie, ni sus padres tampoco, la pueden obligar a ser madre, de
la misma manera que nadie la puede obligar a abortar arrancándole el feto
contra su voluntad. Pero se explicó como si estuviera en una asamblea progre
universitaria y sus palabras hicieron retumbar las meninges de la España
profunda. Por poner el contrapunto de lo que es hacer bien y mal las cosas, el
matrimonio homosexual, el que un hombre hable de su marido, era más perturbador
que el aborto. Lo del matrimonio homosexual provocó pruritos y escoceduras
íntimas de berrinche en el fundamentalismo católico, pero se hizo tan bien, que
el PP no se atreve con ello: pone recursos a ver si alguien dice que es ilegal,
porque no se atreven a tomar la decisión política de anularlo. Lo del aborto,
que era más fácil, se hizo tan mal, que claro que se atrevieron.
Así que el PSOE, que gobernó
veintiún años desde 1982 para acá, alternó la prudencia con la estupidez y no
fue capaz de dejar nunca una ley justa que no insulte ni a las mujeres ni al
sentido común con una cierta tranquilidad social. Si lo sabrá Rubalcaba que
estuvo todo este tiempo ahí. Más que de líder, yo lo mantendría de cronista del
socialismo español. Y ahora llega Gallardón a defender al concebido a capa y
espada. Para eliminar el supuesto de malformación del feto, se hace rodear de
personas con minusvalías varias y clamar por su esencial igualdad, como si
fuera eso lo que se discute. Y como si no fuera su gobierno el que precisamente
está quitando las ayudas de dependencia a las familias de esos que ahora exhibe
y que requieren atenciones especiales que resultan demasiado costosas para
mucha gente. Y como si no fuera su gobierno el que está poniendo cuchillas allí
donde muchos niños quieren pasar para ejercer su derecho a la vida. Claro que
son niños ya nacidos y esos no cuentan. A quien hay que proteger es al concebido.
Gallardón es más bobo e insustancial de lo esperado, pero no más facha. Ya se
sabía que Wert y él eran quienes tenían la encomienda de sumergir a España en
las tinieblas del nacional catolicismo 2.0. Pero que nadie se engañe: de lo que
pase a partir de ahora con las mujeres tendrán mucha culpa los veintiún años
socialistas.
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