[Columna del sábado en Asturias24 (www.asturias24.es)].
Dicen las encuestas que Vox, nuestra contribución a la extrema derecha continental, puede sacar un escaño en las elecciones europeas. Vox en su desarrollo será un partido de extrema derecha como otros, pero en su arranque tiene esa mezcla de sobras sin armonizar que tienen otros partidos y que siempre me recordaron a los negritos. Los negritos eran pasteles muy densos que se hacían con las sobras de los demás pasteles y se vendían muy baratos. Eran la horma del zapato de adolescentes urbanos hambrientos de clase baja: mucha cantidad por poco dinero. Vox es, en principio, una rebanada del PP con algún aderezo de víctimas del terrorismo, pero tiene una ósmosis fácil y declarada, por ejemplo, con Ciutadans, de manera que sobras algo revenidas de la derecha como Vidal Quadras se acaben encontrando y prensando con ciertas sobras que fueron quedando del progrerío, como Albert Boadella (que ya se encuentra en el escenario con Arturo Fernández como pez en el agua). Esto es habitual en partidos que se desgajan de otros partidos mayores, se deshacen de su ideología como quien se afloja un cinturón muy apretado y quedan flotando en un limbo ideológico donde parece que todo es posible. Pasó con el CDS de Suárez 2.0, pasa con UPyD, hasta cierto punto pasó con aquel URAS de Sergio Marqués y hasta cierto punto pasa con el actual Foro de Álvarez Cascos. Ese limbo sin referencia ideológica parece una tierra virgen donde muchas veces acaban aterrizando los sobrantes de pasadas batallas, oportunistas de distintos pelajes y regeneracionistas sinceros o desorientados.
Vox no se desprende del PP con un corte limpio e higiénico. Vox se arranca del PP como cuando arrancamos de un tirón esos pellejos pequeños cercanos a la uña, que nunca salen a la primera y siempre dejan una pequeña escocedura. Vox se despega desde la médula del hueso del PP y deja escozor en lo más íntimo de su discurso. El PP lleva años haciendo bandera de la lucha antiterrorista, de las víctimas del terrorismo y de la unidad de España. Vox se va llevándose el tuétano de ese argumentario y las palabras y la actitud que el PP no puede impugnar y con respecto a las cuales el PP resulta impuro y fofo.
El PP vino haciendo algo que suele resultar irritante, que es contrastarse apelando a valores compartidos. Si explicas a un amigo que, a diferencia de él, llevas a tu hijo a un colegio de pago porque para ti su educación es lo más importante, tu amigo, según su carácter, se pondrá a la defensiva o te atacará: cabe suponer que para él también la educación de su hijo sea lo más importante y justo sobre ese valor compartido estableciste el contraste entre los dos. No es buena idea negociar con un vicerrector un plan de estudios definiendo nuestra postura como la que busca la calidad académica, porque la autoridad sentirá que se le niega ese valor compartido y, por tanto, que se le ataca. El PP marca su diferencia con el PSOE y los demás sobre varios puntos. Pero la parte más emocional de su discurso, aquello que con más énfasis el PP quería señalar como propio y como contrastivo con el PSOE era la unidad de España, la inflexibilidad con la violencia y el respeto a las víctimas del terrorismo; como si no fuera compartido el dolor por los muertos y el repudio de la violencia. Agitó machaconamente las vísceras de quien quisiera escucharlos atribuyendo sobre todo al PSOE humillaciones sin fin a las víctimas, oscuros planes para desmembrar España y constantes y enojosas cesiones a los terroristas. Toda desautorización basada en valores compartidos es siempre una deformación y demonización del rival, porque se le niegan esos valores.
En una celebrada ocasión, y siendo ministro de Defensa, José Bono fue agredido por dos políticos del PP en una manifestación antiterrorista. La ira contra el terrorismo motivó aquella embestida, porque aquellos muchachotes veían en el ministro nada menos que la representación del terrorismo. Aquellos dos quinquis fueron luego coreados por los diputados del PP como héroes y víctimas de opinión cuando la justicia actuó como suele actuar cuando se agrede a un ministro. Quién puede olvidar aquella performance de sus señorías populares en el Congreso juntando sus muñecas, como si tuvieran esposadas las manos, gritando “libertad, libertad” hasta que Marín expulsó a Pujalte, que salió haciendo reverencias irónicas a la Mesa, sintiéndose Mandela o Espartaco. Uno de los gags del primer programa de Emilio Aragón, allá por los ochenta, fue poner la imagen de Landelino Lavilla (aquel político encopetado y relamido de la transición) y doblarle la voz con los rugidos de Barón Rojo gritando “Mi rollo es el rock”. Así sonaba la palabra “libertad” en las bocas de los diputados peperos, como si alguien estuviera haciendo la gracia de doblarles la voz con una palabra crujía en aquellas laringes.
La cuestión es que el PP petrificó ese enojo en los medios afines, pasó del respeto a las víctimas al victimismo, y el furor prendió y se hizo Vox. La extrema derecha prende siempre a partir de un rencor o una rabia. Esta actitud no es igual en unos sitios que en otros porque el odio del que parten es distinto y por eso el timbre superficial suena algo diferente en Francia, en Grecia, en Bélgica o en España. El PP cultivó y mimó ese rencor convencido de que ponía al PSOE a la defensiva, pero sin reparar en que atizaba el tipo de resentimiento que luego cristaliza en un extremismo autónomo que ahora le sorbe el tuétano y parte de las entrañas (¿cómo va el PP a decir nada a lo que diga Ortega Lara?).
Siempre es discutible decidir qué es una opción extremista. Esperanza Aguirre dirá que Vox no lo es y Podemos o IU sí. Otros diremos lo contrario. Todos vemos extremo lo que está muy lejos de nosotros. Pero seguramente, si hay una forma objetiva de verlo, lo de ser extremista tiene algo que ver con cómo se relacione una opción con los valores compartidos. Combatir los valores compartidos puede ser una de las maneras de ser extremista (y no entro en si ser extremista es necesariamente malo). Pero percibirse como poseedor y garante único de tales valores sin duda también es ser extremista. El extremista ve extremistas a los demás y el que se considera poseedor único de los valores que no pueden faltar en la convivencia, o tiene razón y entonces sus valores son discrepantes de la mayoría; o no la tiene, y lo que ocurre es que deforma hasta la sinrazón a los demás. En los dos casos es un extremista. Ni IU ni Podemos encajan en esa manera de tratar con los valores compartidos: ¿cuáles combate o cuáles se arroga en exclusiva? Vox sí rezuma extremismo y, de la misma manera que las palmas espontáneas en un estadio tienden a armonizarse y coincidir, la voz de la nueva criatura tenderá a sintonizarse con la de los muchachotes griegos o franceses hasta armonizarse. Que nadie se engañe por el aspecto de negrito que tenga ahora, con todas esas sobras mal prensadas. Lo digo por UPyD, Ciutadans, PP y quienes crean tener algún punto de coincidencia. Al final su voz será la que ya estamos oyendo en otros sitios.
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