Jordi Évole, con su falso
documental sobre el 23F, creó un buen barullo en las interioridades de mucha
gente. Gente a la que le gusta decir de sí misma que tiene sentido de humor se
quedó con mala sensación en el cuerpo y no encuentra palabras para describir
esa sensación porque no se reconoce a sí misma diciendo lo de “no me hizo
ninguna gracia” como si no tuviera sentido de humor. Gente que se toma muy en
serio lo que rodeó al 23F se sorprende a sí misma riendo la gracieta de Évole,
pero con la mano en la boca porque no quiere parecer frívola diciendo que la
farsa fue guay. Además se había anunciado a bombo y platillo que el programa
iba a mostrar literalmente lo que no está escrito sobre el 23F, que se iba a
decir audazmente la verdad verdadera. Al revelarse la pantomima y frustrarse
las expectativas, la mala sensación de algunos fue esa escocedura que se siente
cuando eres la víctima a la que se le cae el cubo de agua que habían puesto en
la puerta o la que rasga la sábana en la que habían hecho la petaca, ese
orgullo levemente maltratado.
Desde luego algo provocó Jordi
Évole con el asunto, porque aquí estamos todos dando palique sobre su falso
documental. Tratemos de ordenar nuestras emociones para llegar a un discurso
razonado. Lo que hizo Jordi Évole fue una broma, según parece, con una doble
intención: mostrar qué fácilmente se puede construir una historia falsa y
engañar a las masas; y hacer notar que aún hoy sólo se puede bromear con la
verdad del 23F, porque sigue habiendo mucha documentación clasificada y mucha
opacidad.
Decía Bergson que la risa tenía
tres características de entrada. La primera es que es cosa exclusiva de
humanos. Sólo los humanos se ríen y sólo los humanos son ridículos. Nunca nos
reímos de nada más que en la medida que lo relacionemos con la condición
humana. La segunda nos interesa más. La risa nace de la inteligencia y de la
insensibilidad. Con un estado de ánimo sensible y marcado, por ejemplo sintiendo
miedo, teniendo compasión o pena o bajo el efecto de la ira o de los celos, no
nos reímos ni tenemos sentido de humor. “La comicidad sólo puede producir su estremecimiento
cayendo en una superficie de alma bien tranquila, bien llana”, decía el
pensador. Y la tercera es que la risa es una reacción eminentemente colectiva y
social, se alimenta de la complicidad. Cuando uno ríe y los demás permanecen
serios, la risa del primero se extingue de inmediato y hasta puede producirle
vergüenza. La risa es coral y cómplice sin duda. Tan es así, que la risa a
solas parece un acto de locura y una conducta, ella sí, ridícula.
La risa requiere que nuestra mente pase de un error
a la verdad tan rápido que no haya sido efecto de un pensamiento y se
experimente como si fuera una explosión, como sale el aire contenido en un
globo hacia el exterior cuando lo pinchamos. Gustavo Bueno llamó hace tiempo a
la risa, con poderosa intuición, un escalofrío intelectual, una especie de
espasmo con el que sacudimos el error y recuperamos la normalidad. Por eso, la
risa siempre señala algo como ridículo, siempre tiene un potencial destructivo.
No en balde el gesto de la risa procede del gesto agresivo de enseñar los
dientes (nadie se extrañe de esa evolución; los gorilas cortejan exhibiendo
gestos de combate y lanzamos cañonazos con motivos festivos).
El humor puede ser un poderoso recurso para
denunciar y protestar. A veces esas capas que tienen que chocar para producir
la explosión humorística salen de una cirugía analítica fina practicada sobre
los hechos y expresan o denuncian con eficacia lo que está ocurriendo. Piénsese
en las viñetas de El Roto o en las que nos ofrecen los ilustres colaboradores
del blog de la Fundición Príncipe de Astucias. Otras veces los componentes para hacer reír son más superficiales
y dicen poco sobre los hechos, por lo que la comicidad parece más gratuita y
menos inteligente. Piénsese en un vídeo con sonido trucado en el que Rajoy se
tire un eructo.
Y con estas herramientas, ¿qué podemos decir que
hizo Jordi Évole? Algo quedó señalado como ridículo. Se nos invitó a que
pensáramos en algo sin afectación y con “el alma bien tranquila”. Para empezar,
y como ya se apuntó, el programa se rio de nosotros. Creó unas expectativas que
apuntaban incluso a un jaque mate al rey. De repente nos vemos en una broma y
que nuestra estupefacción es parte del escalofrío intelectual con el que
alguien en alguna parte se está riendo. Tener sentido de humor significa tener
la capacidad para distanciarnos de nosotros mismos y vernos sin emotividad, sin
conflicto ni intereses, con ese estado de inteligencia pura sin pasión que
reclamaba Bergson. Tener sentido de humor y reírnos de nosotros suele ser una
saludable señal de inteligencia y adaptabilidad. Claro que, y aquí empieza una
crítica que después será suavizada, puedo preguntarme de qué parte de mí se rio
Évole. Podía haber reclamado mi audiencia apelando a alguna esquina pedante
mía, y entonces se reiría de mi pedantería; o haberme hecho pensar que iban a
salir desnudos insinuantes, y entonces ser reiría de mi zafiedad. Pero apeló a
mi irritación ciudadana por el secretismo del 23F y apeló a esa sospecha que
sobrevuela como los pelusones en primavera sobre el verdadero papel del Rey. Se
rio de mi exigencia de transparencia y de mi desconfianza hacia la Casa Real.
Mmm …
Y para seguir, el programa se rio de algo que tiene
que ver con el 23F. Nos invitó a que recordáramos aquellos momentos, pero en
broma, con la ausencia de emoción o pasión recordada por Bergson, sin condena,
lamento, indignación o protesta, sólo en broma. A veces exageramos los rasgos
de alguien para ofrecer al entendimiento sus verdaderos rasgos como ese error
que entra en la explosión de la risa, es decir, para hacerlos ridículos. Es lo
que llamamos una caricatura. El programa de Évole podría parecer una caricatura
de la exigencia de verdad y podría ridiculizar cualquier pretensión de
investigación o de sospecha sobre el Rey. Son motivos para no estar contento.
El joven Cebrián, en aquel 1981 director de aquel País, llamó “el más execrable
de los crímenes” al hecho de que los militares se levantaran contra la sociedad
que los arma para su defensa. Puede parecer excesivo que la exigencia de la
verdad sobre aquellas fechas sea también parte del escalofrío intelectual que
acompaña a las carcajadas de alguien. Necesitamos que la sociedad, las ideas,
los espacios interiores o exteriores tengan forma, que sepamos dónde estamos.
En un espacio sin forma, como en el centro de un lago sin orillas, nos sentimos
agorafóbicos y extraviados. Y las cosas tienen forma porque tienen límites.
Todo tiene que tener límites para tener forma y de alguna manera la broma de
Évole nos rascó en esa parte del ánimo que exige límites.
Hasta aquí la crítica, la senda por la que tenemos
derecho a decir que el programa no tuvo gracia. Pero todo tiene su contrapeso.
La falta de sentido de humor me produce la misma sensación que esos curas en
cuya presencia siempre hay que cuidar el lenguaje y los ademanes porque siempre
parecen tener la Biblia abierta y no parecen darse un respiro en señalar el
bien el mal. La falta de sentido de humor es vecina muchas veces de la actitud
reaccionaria y por eso debemos desconfiar de ella. No se trata de buscar la
gracia a toda costa para no parecer reaccionarios. Rebajemos un poco la
crítica.
Pensemos en algo más venial, como lo que llamamos
compostura. No todos podemos ser Diógenes. Si Jordi Évole se tira un pedo en un
funeral, no seré yo el que se desmaye ni el que lo señale con el dedo
tembloroso. Pero eso no se hace. Es una falta de compostura. Ese estado de ánimo
plano de Bergson fue demasiado plano en una situación que pide algo de
sensibilidad (entendiendo por sensibilidad algún tipo de reacción ante algo).
No diré de Jordi Évole que se burló de una parte de mí que debería respetar. Ni
diré que trivializa lo que es un golpe de estado o que arteramente quiere
ridiculizar cualquier sospecha sobre le papel de Cid Campeador que se dio al
Rey en aquel tumulto. Pero sí que esas cuestiones tuvieron que ver con su
programa y que tuvo una evidente falta de compostura; que aunque nos tronchemos
de todo, hay que saber estar.
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