martes, 2 de septiembre de 2014

Abortos y violaciones

[Artículo semanal en Asturias24 (www.asturias24.es)]

“Vi algo para lo que no estaba demasiado preparado. Los obreros seguían trabajando como si tal cosa cuando un Satshu vestido de blanco […] se acercó de frente a uno que en aquel momento no manejaba ninguna máquina y, sin decirle ni siquiera "soy el lobo" o algo similar, le pegó tal bocado en la garganta que a poco lo degüella. A continuación vinieron unas escenas un tanto charcuteras que me recordaron los documentales sobre leones africanos alimentándose en la sabana.
—Pero... bueno...
—Siempre comen así —me informó Galis—. Cuando tienen hambre, se limitan a agarrar al primer Bussha que tienen a mano y comérselo.” (Javier Negrete, Estado crepuscular).

“El embrión tiene alma, esto es así”, sentenciaba la senadora del PP Elena Sanín, con la contundencia vocinglera con que el Pepe Ronzal de La Regenta remachaba sus opiniones con el desafío “y lo hago cuestión personal”. La frase es una síntesis incompleta del sentir de la Iglesia sobre el aborto. Ciertamente la Iglesia dice que la vida embrionaria es vida humana porque ya tiene alma y la tiene porque lo digo yo (con la de siglos que les costó encontrar alma a las mujeres). Pero además sus actos indican que esa vida humana es más digna de protección que otras. Los niños se mueren en masa por armas que venden países como el nuestro que toleran el aborto, por hambre inducida por países como el nuestro que toleran el aborto y por desatención médica de países como el nuestro que tienen médicos y toleran el aborto.
Pero la indignación de la Iglesia en países como el nuestro se centra en el aborto, no en la desatención del hambre o la venta de armas. Sí, hay admirables misioneros y misioneras en esos países necesitados donde se mueren los niños ya nacidos. Nos lo recuerdan cada año en la época de la declaración de hacienda, como el PSOE saca ahora a relucir sus concejales de pueblos pequeños que no cobran cuando Podemos los llama casta. Como si la Iglesia gastara un duro en Cáritas o el PSOE hiciera maldito caso a sus concejales de pueblos. Pero la cólera divina y el crujir de dientes y presión política de la Iglesia en países como el nuestro es por el aborto.
Gallardón planea que una mujer que aborte en los poquísimos casos en que será legal hacerlo, y tras la morralla de informes médicos y jurídicos que estará obligada a obtener, no pueda ejercer su desmedrado derecho sin escuchar a un “colaborador del sistema público” (que en algunas comunidades serán asociaciones antiabortistas). Este colaborador le explicará que el embrión es un bien y que hay otras alternativas. Es decir, una mujer no podrá ejercer su derecho sin la presunción de que no sabe lo que está haciendo y sin que le echen el sermón de que es horrible lo que está haciendo. Se me ocurre proponerle a Gallardón que además las obligue a llevar un traje verde con cascabeles durante un par de semanas para asegurarse de que no están haciendo las cosas al tuntún.
Dejemos hasta después esta cuestión y pongamos atención en el truculento asunto de la violación de Málaga. No vamos a jugar a realities en plan televisivo y sacar pecho sobre lo que pasó o no pasó. Me centro en lo que la jueza Cienfuegos que dejó libres a los muchachotes da por verdadero: ella da por cierto que el sexo oral que se ve en un minuto de grabación era un acto voluntario; que la chica previamente había coqueteado con los beneficiarios; que cinco testigos corroboran la actitud complaciente de la chica; y que la chica fue encontrada por la policía desorientada, llorando y sin alguna de sus pertenencias. Como digo, no entro en lo que haya de verdad, sino en lo que la jueza acepta como verdadero. Si tenemos una chica que coquetea, tiene sexo con dos chicos mientras otros tres jalean la faena y aparece, dicho esto por la policía, llorando y desorientada, la historia que podríamos tener es la de una chica que quiso sexo con unos chicos que fueron más allá de lo que ella quería y que el escarceo sexual consentido acabó en agresión y abuso. Si no hubo abuso no encajan las lágrimas y desorientación de la chica, ni la acusación, porque no se ve qué divertimento supone para ella dedicarse a hacer felaciones seguidas de denuncias. Al menos puede investigarse porque el delito posible es nada menos que una violación.
Pero la jueza cierra el caso rápidamente. Visto que la chica quería sexo, sobra la investigación. Si una mujer quiere sexo con dos, no puede quejarse de que lo quieran cinco o de que los dos la vejen hasta donde les parezca. “No puede haber acoso cuando primero hubo derribo”, baboseó en su día Ismael Álvarez sobre la denuncia de Nevenka, salpicando de mierda al país entero. Según parece, una mujer con apetitos normales y normalmente satisfechos debe aceptar vivir como los Bussha del planeta imaginado por Negrete y que de golpe cualquier machote Satshu pueda hincarle el diente y sus partes a voluntad y sin previo aviso.
El cuadro termina con los familiares de los chicos aplaudiendo a su salida, torsos tatuados al aire. La imagen de aplausos y abrazos tan montunos y la idea de que el cuerpo de una mujer es algo que se gana y se posee como trofeo me evocó ciertas imágenes de mi pre-adolescencia en la tosquedad de los primeros setenta en Gijón oeste. Me decía desafiante un muchachote corpulento mayor que yo, ahuecando la voz hasta darle metal de bidón vacío, “guaje, voy volver del viaje de estudios con tres virgos colgaos del cinturón”. No sé por qué me lo decía a mí, supongo que porque llevaba gafas. Claro que no hay que ir a barrios. El elevado G. Steiner tiene un artículo para contarnos cómo tuvo sexo en cuatro idiomas. Tras una catarata de insustancialidades pseudo-lingüísticas que relacionan gramáticas con maneras sexuales, la única idea que queda clara es la que seguramente se buscaba transmitir: que tuvo sexo con mujeres en al menos cuatro países. Que le aproveche, pero si de bravuconadas de machito se trata, casi me parece más franco lo de los virgos en el cinturón.
Volvamos al aborto y juntemos piezas. A. Klappenbach (http://goo.gl/CKiYi2) relaciona la particular obsesión de la Iglesia por el aborto con la asociación de este con el sexo y la procreación. Entiende Klappenbach que la Iglesia utiliza dos emociones como instrumentos para mantener su papel: la culpa y el miedo. Siendo el sexo un terreno tan íntimo y ligado a tantas conductas, es terreno fértil para cultivar culpa y miedo. Por eso ocupa tanta actividad de la Iglesia.
Ciertamente, la relación de la Iglesia con el poder es doble. Ella misma es un poder, porque da algo más que orientaciones a sus fieles. Da obligaciones y prohibiciones, quiere ser obedecida. Pero además la influencia de la Iglesia es soporte de determinadas líneas de poder político. Cualquier forma de poder político, y más si es autoritario, necesita de la fuerza para mantenerse. Pero también necesita algún grado de aceptación o colaboración de la gente. No hay poder que se pueda mantener completamente a golpe de garrote. La gente ha de llevar dentro de sí algo que lleve a algún nivel de aceptación. El miedo simplifica las cosas e iguala serpientes con cuerdas y terroristas con turbantes. Y la demanda de protección siempre acentúa el vasallaje. La culpa lleva a denigrar la conducta ajena y  a la necesidad de absolución de la propia. Las dos emociones inducen docilidad.
La ley de Gallardón obliga a las mujeres a pasar por un despacho en que les lean la cartilla como si fueran menores desinformadas. La interrupción del embarazo rezuma culpa y ofensa en esta ley. La misma culpa que late en la doble vara de medir la sexualidad masculina y femenina y lleva a juezas, feriantes y garrulos ruidosos a ver en las lágrimas y desorientación de una chica la justa consecuencia de sus actos y no una agresión de infames.

El discurso de la Iglesia es oscuro y dramático, lleno de advertencias y riesgos de calamidades. Sigue delirando amenazas e infortunios y cultivando el miedo y la culpa en el interior de cada uno para cimentar su influencia. Las consecuencias de tanta culpa recaen sobre todo en las mujeres. Gallardón con su ley del aborto y la jueza Cienfuegos no está defendiendo la vida ni haciendo justicia. Están haciendo lo que ya hacía Ismael Álvarez. Están salpicando el país entero de mierda.

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