[Artículo semanal en Asturias24 (www.asturias24.es)]
“Vi algo para lo que no
estaba demasiado preparado. Los obreros seguían trabajando como si tal cosa cuando
un Satshu vestido de blanco […] se acercó de frente a uno que en aquel momento
no manejaba ninguna máquina y, sin decirle ni siquiera "soy el lobo"
o algo similar, le pegó tal bocado en la garganta que a poco lo degüella. A
continuación vinieron unas escenas un tanto charcuteras que me recordaron los
documentales sobre leones africanos alimentándose en la sabana.
—Pero...
bueno...
—Siempre
comen así —me informó Galis—. Cuando tienen hambre, se limitan a agarrar al
primer Bussha que tienen a mano y comérselo.” (Javier Negrete, Estado crepuscular).
“El embrión tiene alma, esto es
así”, sentenciaba la senadora del PP Elena Sanín, con la contundencia
vocinglera con que el Pepe Ronzal de La
Regenta remachaba sus opiniones con el desafío “y lo hago cuestión
personal”. La frase es una síntesis incompleta del sentir de la Iglesia sobre
el aborto. Ciertamente la Iglesia dice que la vida embrionaria es vida humana
porque ya tiene alma y la tiene porque lo digo yo (con la de siglos que les
costó encontrar alma a las mujeres). Pero además sus actos indican que esa vida
humana es más digna de protección que otras. Los niños se mueren en masa por
armas que venden países como el nuestro que toleran el aborto, por hambre
inducida por países como el nuestro que toleran el aborto y por desatención
médica de países como el nuestro que tienen médicos y toleran el aborto.
Pero la indignación de la Iglesia
en países como el nuestro se centra en el aborto, no en la desatención del
hambre o la venta de armas. Sí, hay admirables misioneros y misioneras en esos
países necesitados donde se mueren los niños ya nacidos. Nos lo recuerdan cada
año en la época de la declaración de hacienda, como el PSOE saca ahora a
relucir sus concejales de pueblos pequeños que no cobran cuando Podemos los
llama casta. Como si la Iglesia gastara un duro en Cáritas o el PSOE hiciera
maldito caso a sus concejales de pueblos. Pero la cólera divina y el crujir de
dientes y presión política de la Iglesia en países como el nuestro es por el
aborto.
Gallardón planea que una mujer que
aborte en los poquísimos casos en que será legal hacerlo, y tras la morralla de
informes médicos y jurídicos que estará obligada a obtener, no pueda ejercer su
desmedrado derecho sin escuchar a un “colaborador del sistema público” (que en
algunas comunidades serán asociaciones antiabortistas). Este colaborador le
explicará que el embrión es un bien y que hay otras alternativas. Es decir, una
mujer no podrá ejercer su derecho sin la presunción de que no sabe lo que está
haciendo y sin que le echen el sermón de que es horrible lo que está haciendo. Se
me ocurre proponerle a Gallardón que además las obligue a llevar un traje verde
con cascabeles durante un par de semanas para asegurarse de que no están
haciendo las cosas al tuntún.
Dejemos hasta después esta cuestión
y pongamos atención en el truculento asunto de la violación de Málaga. No vamos
a jugar a realities en plan
televisivo y sacar pecho sobre lo que pasó o no pasó. Me centro en lo que la
jueza Cienfuegos que dejó libres a los muchachotes da por verdadero: ella da por
cierto que el sexo oral que se ve en un minuto de grabación era un acto voluntario;
que la chica previamente había coqueteado con los beneficiarios; que cinco
testigos corroboran la actitud complaciente de la chica; y que la chica fue
encontrada por la policía desorientada, llorando y sin alguna de sus
pertenencias. Como digo, no entro en lo que haya de verdad, sino en lo que la
jueza acepta como verdadero. Si tenemos una chica que coquetea, tiene sexo con
dos chicos mientras otros tres jalean la faena y aparece, dicho esto por la
policía, llorando y desorientada, la historia que podríamos tener es la de una
chica que quiso sexo con unos chicos que fueron más allá de lo que ella quería
y que el escarceo sexual consentido acabó en agresión y abuso. Si no hubo abuso
no encajan las lágrimas y desorientación de la chica, ni la acusación, porque
no se ve qué divertimento supone para ella dedicarse a hacer felaciones
seguidas de denuncias. Al menos puede investigarse porque el delito posible es
nada menos que una violación.
Pero la jueza cierra el caso
rápidamente. Visto que la chica quería sexo, sobra la investigación. Si una
mujer quiere sexo con dos, no puede quejarse de que lo quieran cinco o de que
los dos la vejen hasta donde les parezca. “No puede haber acoso cuando primero
hubo derribo”, baboseó en su día Ismael Álvarez sobre la denuncia de Nevenka,
salpicando de mierda al país entero. Según parece, una mujer con apetitos
normales y normalmente satisfechos debe aceptar vivir como los Bussha del
planeta imaginado por Negrete y que de golpe cualquier machote Satshu pueda
hincarle el diente y sus partes a voluntad y sin previo aviso.
El cuadro termina con los
familiares de los chicos aplaudiendo a su salida, torsos tatuados al aire. La
imagen de aplausos y abrazos tan montunos y la idea de que el cuerpo de una
mujer es algo que se gana y se posee como trofeo me evocó ciertas imágenes de
mi pre-adolescencia en la tosquedad de los primeros setenta en Gijón oeste. Me
decía desafiante un muchachote corpulento mayor que yo, ahuecando la voz hasta
darle metal de bidón vacío, “guaje, voy volver del viaje de estudios con tres
virgos colgaos del cinturón”. No sé por qué me lo decía a mí, supongo que
porque llevaba gafas. Claro que no hay que ir a barrios. El elevado G. Steiner
tiene un artículo para contarnos cómo tuvo sexo en cuatro idiomas. Tras una
catarata de insustancialidades pseudo-lingüísticas que relacionan gramáticas
con maneras sexuales, la única idea que queda clara es la que seguramente se
buscaba transmitir: que tuvo sexo con mujeres en al menos cuatro países. Que le
aproveche, pero si de bravuconadas de machito se trata, casi me parece más
franco lo de los virgos en el cinturón.
Volvamos al aborto y juntemos
piezas. A. Klappenbach (http://goo.gl/CKiYi2) relaciona la particular obsesión
de la Iglesia por el aborto con la asociación de este con el sexo y la
procreación. Entiende Klappenbach que la Iglesia utiliza dos emociones como
instrumentos para mantener su papel: la culpa y el miedo. Siendo el sexo un terreno
tan íntimo y ligado a tantas conductas, es terreno fértil para cultivar culpa y
miedo. Por eso ocupa tanta actividad de la Iglesia.
Ciertamente, la relación de la
Iglesia con el poder es doble. Ella misma es un poder, porque da algo más que
orientaciones a sus fieles. Da obligaciones y prohibiciones, quiere ser
obedecida. Pero además la influencia de la Iglesia es soporte de determinadas
líneas de poder político. Cualquier forma de poder político, y más si es
autoritario, necesita de la fuerza para mantenerse. Pero también necesita algún
grado de aceptación o colaboración de la gente. No hay poder que se pueda
mantener completamente a golpe de garrote. La gente ha de llevar dentro de sí
algo que lleve a algún nivel de aceptación. El miedo simplifica las cosas e
iguala serpientes con cuerdas y terroristas con turbantes. Y la demanda de
protección siempre acentúa el vasallaje. La culpa lleva a denigrar la conducta
ajena y a la necesidad de absolución de
la propia. Las dos emociones inducen docilidad.
La ley de Gallardón obliga a las
mujeres a pasar por un despacho en que les lean la cartilla como si fueran
menores desinformadas. La interrupción del embarazo rezuma culpa y ofensa en
esta ley. La misma culpa que late en la doble vara de medir la sexualidad masculina
y femenina y lleva a juezas, feriantes y garrulos ruidosos a ver en las
lágrimas y desorientación de una chica la justa consecuencia de sus actos y no
una agresión de infames.
El discurso de la Iglesia es oscuro
y dramático, lleno de advertencias y riesgos de calamidades. Sigue delirando
amenazas e infortunios y cultivando el miedo y la culpa en el interior de cada
uno para cimentar su influencia. Las consecuencias de tanta culpa recaen sobre
todo en las mujeres. Gallardón con su ley del aborto y la jueza Cienfuegos no
está defendiendo la vida ni haciendo justicia. Están haciendo lo que ya hacía
Ismael Álvarez. Están salpicando el país entero de mierda.
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