“Iuro, iuro, pater, numquam componere uersus.”
(Ovidio, Tristezas).
“La verdad siempre es demasiado
complicada. Para gobernar es necesario simplificarla”, decía un consejero real
en El pacto de los lobos. Nada precipita
más la apetencia de simplicidad que la inseguridad o el miedo. Con el
desasosiego y el temor a perder, la simplicidad es una esperanza. La
simplicidad es la promesa de que la causa de los problemas es simple y simple es
la solución. El populismo es la manera de hacer política que alimenta esa
esperanza basada en la sencillez de las cosas. El populismo siempre simplifica.
Se puede dar en una versión positiva e imprudente cuando el populista dice lo
que la gente quiere oír y toma medidas alegres y temerarias. Y se puede dar en
una versión negativa y oscura, cuando el populismo establece como causa
simplona de los problemas a grupos humanos concretos a los que señala y denigra.
Pero el populismo es más un mineral
que una roca. Es más un componente que se da en distintas dosis en las
políticas de los partidos, que un tipo puro y monolítico de política. Aznar
voceaba desde la oposición que no sobraba ni un minero allá a primeros de los
noventa. Zapatero regalaba cheques bebé y ordenadores al tuntún mientras su
ministro Sebastián se sentía casi maoísta bajando impuestos. El propio Rajoy,
en unas elecciones que tenía perdidas, quiso introducir elementos xenófobos. A
lo mejor es que así se sentía nórdico o algo de eso. Era la época en que decía
que había que obligar a los extranjeros a firmar una obligación de conocimiento
e integración en nuestra cultura (?) y en la que Arias Cañete deploraba lo mal
que servían los extranjeros los desayunos y echaba de menos a aquellos camareros
españolazos que te ponían no sé qué tostadas con mermelada. Debía ser mujer la
periodista con la que hablaba y no quiso forzar la altura intelectual de su
comentario para no marearla.
En estos días el populismo en
España es un curioso eufemismo para referirse a Podemos. Ciertamente, el
enganche de esta formación con una inesperada cantidad de gente gira en torno a
una idea simple: los políticos que vienen gobernándonos forman una casta
alejada de los ciudadanos y pendiente sobre todo de sus privilegios. Dicen más
cosas, pero el tirón les viene de las que se deducen de esta. Puede sonar
populista porque ciertamente se invoca una causa simple para los males.
Los partidos habituales en el poder
se esfuerzan en reprochar este populismo y advertir de lo peligrosos que resultan
análisis tan sumarios. Pero lo están haciendo con notable aturdimiento.
Denuncian la simplicidad derrochando simplezas, advierten del populismo con
mañas populistas. Tiene su gracia deplorar el populismo desde Sálvame. Por el
orden alfabético, simplicidad y simpleza están cerca en el diccionario, y por
lo que se ve también lo están en las conductas de nuestros personajes públicos,
que nos ofrecen más veces pruebas de necedad (simpleza) que de sencillez
(simplicidad)., A veces recuerdan la anécdota del poeta Ovidio, cuando su padre
le exigió que dejara la poesía y se dedicara a cosas de provecho. Le prometió a
su padre que no volvería a escribir versos, pero se lo dijo con un perfecto verso
hexámetro con espondeos y dáctilos (“iuro, iuro, pater, numquam componere
uersus”). Se ve que algunos llevan la poesía o la simpleza demasiado dentro
como para que no les aflore.
Así, se agitaron advertencias de Venezuela,
el caos y la pobreza, se invocaron sombras de Mussolini, Le Pen o Berlusconi y se
mentó el neocomunismo con la gravedad con que el delirante sheriff de Primera Plana veía a las ratas
bolcheviques trepar por el mástil de la bandera y roer sus barras y estrellas. Pablo
Iglesias parecía el malvado emperador Palpatine diciendo lo de “utiliza tu ira”
y sintiendo como crecía el poder del lado oscuro con tales desvaríos.
Quizá no sea una
mala aspiración la de la simplicidad, pero cierto tipo de simplicidad virtuosa.
Después de todo, no deja de ser una obligación de la comunicación pública.
Digas lo que digas en comunicación pública se te entenderá algo simple que se
pueda recordar y repetir, así que mejor di ya de mano algo simple para que no
te lo simplifiquen a su manera. Y además, si es un pecado intelectual
simplificar lo complejo, más lo es complicar lo sencillo. Así que empecemos por
simplificar.
La casta existe.
No hay cargos públicos independientes, todos están al dictado del aparato
partidario que los nombra. Se crean órganos o se hinchan para dar cabida a
ex-cargos o proto-politiquillos treintañeros. Tienen privilegios de todo tipo y
no se les ve por los barrios a los que representan. Nadie sabe cómo hablar con
sus diputados ni cómo se llaman. Ni falta que hace porque las listas son
cerradas y ellos se deben a quien los pone en esa lista. La casta existe.
La simplificación
populista consiste en asumir que los males tienen una causa simple y una
solución simple. La simplificación virtuosa consiste en asumir que lo que es
simple es el punto de partida. La complicación sólo sirve para no echar a andar.
Se puede ver en casos como la regulación de la eutanasia, donde es todo tan
complicado que nunca se da un paso. Y no digamos con Cataluña. Decir que España
está en la ruina por culpa de la casta y que echándola saldrá de ella es
populista. Decir que hay que empezar por la casta para arreglar las cosas es
racional y operativo.
Si tenemos que ir
desde la playa de Gijón hasta El Llano, no pensamos en el camino largo y
caprichoso que tenemos que hacer para dar el primer paso. El arranque de la
caminata se basa en una decisión sencilla de por dónde empezar y qué dirección
tomar. En España las formas políticas están tan enquistadas que cualquier
cambio justo en la gestión del Estado y de nuestros servicios ha de empezar por
la transformación del funcionamiento de los partidos y los cargos electos. Hay
que empezar por abrir listas y hacer transparentes los dineros y las
instituciones para que el aliento de la sociedad entre en ellas. No es esto lo
que permitirá bajar nuestra deuda. Decirlo sería populista. Pero sí es el
primer paso para llegar a una gestión justa del Estado y la deuda. No hay que
buscar verdades más complicadas, como reclamaba el consejero real.
Podemos aún no
acabó de revelar su forma completa ni mostró más que parcialmente sus
aspiraciones. Pronto se les caerá la hoja de parra. Es pronto para decir si sus
simplicidades son populistas o virtuosas o en qué dosis son una cosa y la otra.
El efecto previo desde luego es saludable. Pedro Sánchez, martillo de
populistas, fue uno de esos proto-politiquillos treintañeros al que el aparatón
del partido sentó en Bankia y firmaba papeles que no entendía mientras cobraba
como consejero y obtenía los privilegios correspondientes. En vez de descender
a las cloacas de la telebasura y llenarse la boca de palabrotas como populismo,
debería intentar inyectar en la vida pública algún gramo de dignidad, después
de las bajezas a las que nos acostumbró este gobierno. Quizá ganase crédito
asimilando la lógica de Groucho Marx. Quizá podría explicarnos qué piensa hacer
para que no siga ascendiendo a la primera plana de la política gente como él.
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