El PSOE es como una pastilla
efervescente, grande, sólido y en disposición de disolverse. Hace tiempo oí en
un documental sobre Canadá y Quebec que la riqueza era lo que mantenía unido un
país que, en otras condiciones, era propenso a disgregarse en varios. Sólo sé
de Canadá lo que sabe cualquiera, así que no sé si tiene o no sentido ese
comentario. Pero sí podemos dar por cierto que la riqueza, o el poder, es uno
de los vínculos que puede mantener unidas las cosas. El PSOE sólo puede existir
tal y como lo conocemos con poder. Sin opciones de poder se disgregaría en
trozos que flotarían sobre la política nacional juntándose aquí o allá con
trozos de otras cosas.
El partido que amenaza con ocupar
el sitio del PSOE es Podemos, pero no es esta formación el disolvente. El líquido
en el que el PSOE se arriesga a diluirse es el PP y el traslado de votos a
Podemos será sólo la consecuencia. Siendo esto tan obvio, resulta llamativa la
desorientación estratégica del PSOE. Cualquiera entiende que abandone su
izquierdismo de cuna para mantenerse en el poder. No es bonito, pero es humano.
Más difícil es entender que abandone el pragmatismo necesario para ocupar el
poder, cuando este debería ser su fuerte.
El contraste que el PSOE está
marcando con más énfasis es el que lo separa de Podemos. Sus críticas más
contundentes van hacia ese partido. Basta mirar en las redes sociales los
comentarios de agrupaciones y personas más o menos afines al PSOE, para ver que
la arista más encrespada es la que los separa de Podemos. Y aquí hay un doble
error estratégico (porque de pragmatismo, y no de principios, hablamos).
Decía en su día un comentarista
deportivo, a propósito del 5-0 del Barça al Madrid, que el Madrid se había
pasado todo el partido persiguiendo fantasmas: ni el balón ni los jugadores del
Barça estaban nunca donde los madridistas ponían los pies o los ojos. Hasta que
tengan presencia en las instituciones (las de verdad, no momios como el
Parlamento Europeo), Podemos es un fantasma electoral. El PSOE, inducido por
las encuestas, está de hecho haciendo oposición a un partido que aún no está en
ninguna parte y este es un empeño que sólo lleva a las memeces y enredos
delirantes que preceden a las goleadas. Y es también un error estratégico,
porque la furia dialéctica contra Podemos subraya lo que el PSOE tiene en común
con el PP, que es donde corre riesgo de asimilación.
En este momento hay dos
convencimientos generalizados que perjudican al PSOE y que deberían orientar su
estrategia y su dialéctica. Uno es que hará una gran coalición con el PP. El
otro es que los políticos son todos iguales y todos culpables (que son una “casta”).
A estos dos asuntos, y no a dimes y diretes de Monedero, debería el PSOE
orientar su estrategia. Y su estrategia está consistiendo en negar,
inútilmente, una cosa y la otra.
La posibilidad de una gran
coalición con el PP daña al PSOE y por eso Pedro Sánchez la niega. Tiene dos
buenas razones para negarla. Por un lado, el PP es ahora mismo un partido
tóxico: la población, además de empobrecida y privada de derechos, está
empachada de tanta delincuencia, tanta impunidad y tanta mentira cínica. Por otro
lado, la coalición abunda en la percepción de que PP y PSOE son lo mismo y que
lo son por abandono de los socialistas de su orientación progresista, lo que
seca al PSOE su nutriente electoral.
El problema dialéctico es que diga
lo que diga Pedro Sánchez la gente está convencida de que habrá una gran
coalición. Y está convencida porque es la realidad. Si Podemos alcanza ese
veintitantos por ciento de votos que le dan las encuestas y se convierte en un
partido de mayorías, quede el primero, el segundo o el tercero, el bipartidismo
se habrá roto y Podemos será la referencia sobre la que se definan los demás.
En una situación así, que a día de hoy no extrañaría a nadie, la gran coalición
será muy probable y pierde el tiempo Pedro Sánchez en negarlo.
Y en realidad, tampoco debería ser
tanto problema estratégico para el PSOE ahora mismo, si entiende que de quien
tiene que desmarcarse dialécticamente es del PP, no de Podemos. Y si entiende
que este es tiempo de conductas y no de enunciados: Pedro Sánchez no tiene que
decir que su rival es el PP, tiene que ser rival del PP; no tiene que decir que
discrepa del PP, tiene que discrepar del PP. En vez negar que vaya a haber gran
coalición, que no está en situación de negar, no es tan difícil decir que en un
parlamento fragmentado el PSOE intentará pactar y que cualquier gobierno del
que forme parte: 1. debe derogar de inmediato la ley de educación de Wert; 2.
debe derogar la reforma laboral; 3. debe derogar la ley mordaza; 4. debe anular
las tasas de Gallardón y las prebendas que regaló a los registradores de la
propiedad. No es difícil porque el PSOE se opuso a estas leyes y sus votantes
esperan que las derogue si puede. Decir esto sí es discrepar y oponerse al PP,
porque además son cosas concretas. Al PSOE no le perjudica electoralmente
ningún supuesto, sea de coalición con el PP o no, en el que se le perciban
principios claros, firmeza y determinación franca frente a los desaguisados del
PP.
Con respecto al desprestigio de la
clase política, el PSOE también predica en balde la monserga de que hay mucha
gente honrada en política, que sólo algunos son corruptos y bla bla. La
cuestión no es si todos los políticos son casta. La cuestión es si la casta
existe. Y la casta existe: el ensimismamiento de los partidos en cuestiones
internas y su alejamiento de la población; los privilegios y el que los
partidos sean agencias de colocación; la ocupación partidaria de las
instituciones que deberían ser independientes; la corrupción y el delito
generalizados; y, lo más importante, que nada de esto está mejorando y que la
desvergüenza es cada vez mayor. Todo esto es real y se le perdona menos al PSOE
que al PP. Por eso negarlo es un mal camino estratégico. Que Javier Fernández sobre
la casta no tenga más que decir que su padre era electricista es un balbuceo
tan indefenso como un vagido de recién nacido. Como el PSOE no articule un
discurso en el que se conjuguen la justa reivindicación de su memoria con una
autocrítica cuan incómoda y polémica tenga que ser, se dará la paradoja de que
hasta la corrupción del PP los debilitará a ellos, porque engrosará la
percepción de los políticos como casta.
Es notable que el PSOE no parezca
entender que Bárcenas aleja a los votantes de ellos porque refuerza el hastío y
la apetencia de regeneración y nadie ve al PSOE como agente de esa
regeneración. El hundimiento súbito de un barco grande no deja aguas
tranquilas. La desaparición rápida del PSOE como opción de poder tampoco. En el
lugar que ocupaba quedará un vórtice de emociones y desorientaciones que puede
no ser bueno. Y a ello vamos si no deja de manotear fantasmas como un tonto
buscando moscas.
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