viernes, 23 de enero de 2015

Estrategia y dialéctica en el PSOE

El PSOE es como una pastilla efervescente, grande, sólido y en disposición de disolverse. Hace tiempo oí en un documental sobre Canadá y Quebec que la riqueza era lo que mantenía unido un país que, en otras condiciones, era propenso a disgregarse en varios. Sólo sé de Canadá lo que sabe cualquiera, así que no sé si tiene o no sentido ese comentario. Pero sí podemos dar por cierto que la riqueza, o el poder, es uno de los vínculos que puede mantener unidas las cosas. El PSOE sólo puede existir tal y como lo conocemos con poder. Sin opciones de poder se disgregaría en trozos que flotarían sobre la política nacional juntándose aquí o allá con trozos de otras cosas.
El partido que amenaza con ocupar el sitio del PSOE es Podemos, pero no es esta formación el disolvente. El líquido en el que el PSOE se arriesga a diluirse es el PP y el traslado de votos a Podemos será sólo la consecuencia. Siendo esto tan obvio, resulta llamativa la desorientación estratégica del PSOE. Cualquiera entiende que abandone su izquierdismo de cuna para mantenerse en el poder. No es bonito, pero es humano. Más difícil es entender que abandone el pragmatismo necesario para ocupar el poder, cuando este debería ser su fuerte.
El contraste que el PSOE está marcando con más énfasis es el que lo separa de Podemos. Sus críticas más contundentes van hacia ese partido. Basta mirar en las redes sociales los comentarios de agrupaciones y personas más o menos afines al PSOE, para ver que la arista más encrespada es la que los separa de Podemos. Y aquí hay un doble error estratégico (porque de pragmatismo, y no de principios, hablamos).
Decía en su día un comentarista deportivo, a propósito del 5-0 del Barça al Madrid, que el Madrid se había pasado todo el partido persiguiendo fantasmas: ni el balón ni los jugadores del Barça estaban nunca donde los madridistas ponían los pies o los ojos. Hasta que tengan presencia en las instituciones (las de verdad, no momios como el Parlamento Europeo), Podemos es un fantasma electoral. El PSOE, inducido por las encuestas, está de hecho haciendo oposición a un partido que aún no está en ninguna parte y este es un empeño que sólo lleva a las memeces y enredos delirantes que preceden a las goleadas. Y es también un error estratégico, porque la furia dialéctica contra Podemos subraya lo que el PSOE tiene en común con el PP, que es donde corre riesgo de asimilación.
En este momento hay dos convencimientos generalizados que perjudican al PSOE y que deberían orientar su estrategia y su dialéctica. Uno es que hará una gran coalición con el PP. El otro es que los políticos son todos iguales y todos culpables (que son una “casta”). A estos dos asuntos, y no a dimes y diretes de Monedero, debería el PSOE orientar su estrategia. Y su estrategia está consistiendo en negar, inútilmente, una cosa y la otra.
La posibilidad de una gran coalición con el PP daña al PSOE y por eso Pedro Sánchez la niega. Tiene dos buenas razones para negarla. Por un lado, el PP es ahora mismo un partido tóxico: la población, además de empobrecida y privada de derechos, está empachada de tanta delincuencia, tanta impunidad y tanta mentira cínica. Por otro lado, la coalición abunda en la percepción de que PP y PSOE son lo mismo y que lo son por abandono de los socialistas de su orientación progresista, lo que seca al PSOE su nutriente electoral.
El problema dialéctico es que diga lo que diga Pedro Sánchez la gente está convencida de que habrá una gran coalición. Y está convencida porque es la realidad. Si Podemos alcanza ese veintitantos por ciento de votos que le dan las encuestas y se convierte en un partido de mayorías, quede el primero, el segundo o el tercero, el bipartidismo se habrá roto y Podemos será la referencia sobre la que se definan los demás. En una situación así, que a día de hoy no extrañaría a nadie, la gran coalición será muy probable y pierde el tiempo Pedro Sánchez en negarlo.
Y en realidad, tampoco debería ser tanto problema estratégico para el PSOE ahora mismo, si entiende que de quien tiene que desmarcarse dialécticamente es del PP, no de Podemos. Y si entiende que este es tiempo de conductas y no de enunciados: Pedro Sánchez no tiene que decir que su rival es el PP, tiene que ser rival del PP; no tiene que decir que discrepa del PP, tiene que discrepar del PP. En vez negar que vaya a haber gran coalición, que no está en situación de negar, no es tan difícil decir que en un parlamento fragmentado el PSOE intentará pactar y que cualquier gobierno del que forme parte: 1. debe derogar de inmediato la ley de educación de Wert; 2. debe derogar la reforma laboral; 3. debe derogar la ley mordaza; 4. debe anular las tasas de Gallardón y las prebendas que regaló a los registradores de la propiedad. No es difícil porque el PSOE se opuso a estas leyes y sus votantes esperan que las derogue si puede. Decir esto sí es discrepar y oponerse al PP, porque además son cosas concretas. Al PSOE no le perjudica electoralmente ningún supuesto, sea de coalición con el PP o no, en el que se le perciban principios claros, firmeza y determinación franca frente a los desaguisados del PP.
Con respecto al desprestigio de la clase política, el PSOE también predica en balde la monserga de que hay mucha gente honrada en política, que sólo algunos son corruptos y bla bla. La cuestión no es si todos los políticos son casta. La cuestión es si la casta existe. Y la casta existe: el ensimismamiento de los partidos en cuestiones internas y su alejamiento de la población; los privilegios y el que los partidos sean agencias de colocación; la ocupación partidaria de las instituciones que deberían ser independientes; la corrupción y el delito generalizados; y, lo más importante, que nada de esto está mejorando y que la desvergüenza es cada vez mayor. Todo esto es real y se le perdona menos al PSOE que al PP. Por eso negarlo es un mal camino estratégico. Que Javier Fernández sobre la casta no tenga más que decir que su padre era electricista es un balbuceo tan indefenso como un vagido de recién nacido. Como el PSOE no articule un discurso en el que se conjuguen la justa reivindicación de su memoria con una autocrítica cuan incómoda y polémica tenga que ser, se dará la paradoja de que hasta la corrupción del PP los debilitará a ellos, porque engrosará la percepción de los políticos como casta.

Es notable que el PSOE no parezca entender que Bárcenas aleja a los votantes de ellos porque refuerza el hastío y la apetencia de regeneración y nadie ve al PSOE como agente de esa regeneración. El hundimiento súbito de un barco grande no deja aguas tranquilas. La desaparición rápida del PSOE como opción de poder tampoco. En el lugar que ocupaba quedará un vórtice de emociones y desorientaciones que puede no ser bueno. Y a ello vamos si no deja de manotear fantasmas como un tonto buscando moscas.

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