Se acercan elecciones y la
propaganda calienta motores. Es el momento más incivil de la propaganda. Se
habla de todo y se hace todo con ese carácter persuasivo y toscamente
interesado de la propaganda, pero sin decir que se hace propaganda, de manera
que se intensifica el deterioro y pobreza del debate público y la sinrazón de
las conductas de autoridad (Gijón está lleno de zanjas y direcciones
extraviadas por ese abracadabra de activismo descerebrado que les entra a los
alcaldes cuando tocan a vísperas, para que hasta Moriyón pueda hacer como que hace
algo).
Y nos llueven varias especies de
propaganda, más dignas unas que otras. El Gobierno viene siguiendo un patrón
que recuerda al Tom Castro de Borges. Tom Castro se hizo pasar ante la
millonaria Lady Tichborne por el hijo desaparecido en un naufragio diecinueve
años antes. La parte maestra de la astucia es que Tom Castro no se parecía en
nada al desaparecido. Las semejanzas físicas de un sujeto que realmente se le pareciera
sólo agudizarían la observación de las diferencias y el fraude se revelaría
enseguida. Además, el intento de engaño con un sujeto tan distinto es tan torpe
que cuesta imaginar que alguien lo esté pretendiendo. De manera que el éxito se
basaba en la excesiva evidencia de la argucia.
A tal pauta se atiene la propaganda
gubernamental. Una versión moderadamente mentirosa de la realidad tendría un
parecido con ella que no haría más que resaltar la parte de falsedad y agitar la
irritación. Lo mejor es que la versión oficial simplemente no se parezca a los
hechos, que sea una mentira tan esférica y hermética que no haya detalles
concretos que se puedan impugnar, de tan alejado que está todo del mundo. Rajoy
viene diciendo que ya no hay crisis, que todo quedó atrás. Ya no somos la
preocupación de Europa sino el ejemplo del mundo. El ejemplo del mundo, nada
menos, conseguirán que olvidemos lo del suceso planetario de Leire Pajín. Cuanto
más lejos estemos de los hechos, más difícil es invocar un hecho que te
desmienta. De Guindos le hace la segunda voz diciendo que ya nadie teme perder
su trabajo en España. Precisamente en España. No haremos chistes fáciles con la
evidente equivocidad de afirmación tan indefensa.
En el momento de mayor presión
fiscal de la historia, Montoro dice risueño que el Gobierno baja los impuestos
y que a los funcionarios no se les quitó ninguna paga (a veces pienso si será
real Montoro o será una animación digital como el Jar Jar Binks de Star Wars; su risa nasal y gangosa me
hace sentir siempre unas uñas arañando un encerado). Dice ufano que está
meditando acciones legales contra el banco HSBC, haciéndose el Robin Hood de
los intereses del Estado. Y todo después de endilgarle al Estado todos los desmanes
de la banca española, incluidas ahora las responsabilidades por los juicios que
irán perdiendo.
En la misma línea Tom Castro de no
acercarse demasiado a la realidad, Wert sigue con lo suyo. La retirada de becas
y subida de matrículas no afecta a la equidad. El que los másteres sean más
caros que los grados y se pretenda más tiempo de máster y menos de grado no
afecta al precio de los estudios (?). El número de alumnos por aula y la
cantidad de recursos no tienen que ver con la calidad de enseñanza. La
interesante variante dialéctica de Wert es hacer pasar la obviedad por
razonamiento. Propone la “reflexión” de que el beneficiario de los estudios es
quien estudia y si es entonces razonable que se lo paguemos todos. ¿Hay algún
tipo de ayuda en que el beneficiario no sea el ayudado? Su último “análisis”
revela que quien no tiene dinero para estudiar es porque lo gasta en otra cosa.
¿No se planteó siempre la gratuidad de la enseñanza y la sanidad para que la
gente no tuviera que dejarse los hígados en una cosa y otra?
Soraya, con esa voz misionera con
la que hace un par de años hablaba transida de compasión de los desahuciados
antes de describirlos como terroristas en la última joya legal del Gobierno que
vicepreside, casi llora por el daño que Monedero hace a la educación y la
sanidad tan queridas y tan nuestras. Y Margallo pontifica, con lo que el propio
Borges llamaría una sosegada idiotez, que la deuda de los griegos con nosotros
se come el 38% del salario de los jubilados. Cuando se trata de Podemos
(siempre que hablan de Grecia el asunto es Podemos), la propaganda adopta el
formato totalitario que permite la creciente uniformidad de los medios:
extender grandes mentiras a partir de pequeñas verdades.
La propaganda de Podemos sigue otro
rumbo, que es el de tener al rival permanentemente con la carga de la prueba. El
éxito es evidente y por eso los rivales se pasan la mitad del tiempo diciendo
que no todos los políticos son corruptos o casta y la otra mitad atacando a
Podemos con el discurso de la propia formación. Es notable que crean que atacar
a Monedero con el lenguaje de Podemos subraya las contradicciones de la
formación, cuando lo que hacen es consagrar ese discurso (con independencia de
lo que pase o deje de pasar con Monedero) y mantener a Podemos en esa
“centralidad” que reclaman sus dirigentes y busca su propaganda.
El PSOE es ahora puro ruido, pero
habrá que estar atento a los aires propagandísticos que se fragüen en Madrid.
Juan Carlos Escudier piensa que Pedro Sánchez es un memo, pero que aprende
rápido. Por lo pronto, ya expandió la imagen de que hay mando en el PSOE. Pero
me llama la atención que el recambio del defenestrado Tomás Gómez pueda ser
Ángel Gabilondo. Madrid muchas veces, más que escaparate, parece una caricatura
del país. Su alcaldía refleja, deformada en espejo cóncavo, la evolución
política nacional. Es la evolución que va de Tierno Galván a Ana Botella. Es
decir, del traductor de Wittgenstein a un adoquín incapaz de abrir la boca sin
producir sonrojo. Tomás Gómez tiene ese ramalazo casposo de la franqueza mal
entendida y de hablar alto porque cree que está llamando al pan pan y carece
del contrapunto de la inteligencia. O si la tiene fue el secreto mejor guardado
de Madrid. Ángel Gabilondo (escupo para arriba) parece un hombre decente y
desde luego es un hombre culto, templado e inteligente. El paso de Tomás Gómez
a Gabilondo sigue la línea opuesta a la que venimos padeciendo desde los
primeros ochenta de una mediocridad e inmoralidad cada vez más espesas.
Después de firmar el bodrio antidemocrático
que firmó Pedro Sánchez con Rajoy no cabe retirarle la consideración de memo,
pero como digo habrá que estar atentos a lo que se ruge en Madrid, por si es
verdad que aprende. El cambio de Tomás Gómez por Gabilondo (si se confirma) va,
como digo, por la senda de la pulcritud, las buenas maneras y la inteligencia.
A lo mejor descubren sin querer que se defienden mejor de Podemos por esas
derroteros que haciendo piña con compañías dudosas en ataques histéricos y
desnortados. La materia prima de la expansión de Podemos es la regeneración. La
regeneración sólo se percibe en conductas y en modelos, no en discursos manidos.
El PSOE, en vez de perder el tiempo distorsionando la biografía de los
dirigentes de Podemos, podría repasar la de Susana Díaz y la de Ángel
Gabilondo. El contraste entre los dos personajes podría sugerirle el mensaje y
la propaganda. Pero ahí ya no escupo para arriba.
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