viernes, 13 de febrero de 2015

Propagandas

Se acercan elecciones y la propaganda calienta motores. Es el momento más incivil de la propaganda. Se habla de todo y se hace todo con ese carácter persuasivo y toscamente interesado de la propaganda, pero sin decir que se hace propaganda, de manera que se intensifica el deterioro y pobreza del debate público y la sinrazón de las conductas de autoridad (Gijón está lleno de zanjas y direcciones extraviadas por ese abracadabra de activismo descerebrado que les entra a los alcaldes cuando tocan a vísperas, para que hasta Moriyón pueda hacer como que hace algo).
Y nos llueven varias especies de propaganda, más dignas unas que otras. El Gobierno viene siguiendo un patrón que recuerda al Tom Castro de Borges. Tom Castro se hizo pasar ante la millonaria Lady Tichborne por el hijo desaparecido en un naufragio diecinueve años antes. La parte maestra de la astucia es que Tom Castro no se parecía en nada al desaparecido. Las semejanzas físicas de un sujeto que realmente se le pareciera sólo agudizarían la observación de las diferencias y el fraude se revelaría enseguida. Además, el intento de engaño con un sujeto tan distinto es tan torpe que cuesta imaginar que alguien lo esté pretendiendo. De manera que el éxito se basaba en la excesiva evidencia de la argucia.
A tal pauta se atiene la propaganda gubernamental. Una versión moderadamente mentirosa de la realidad tendría un parecido con ella que no haría más que resaltar la parte de falsedad y agitar la irritación. Lo mejor es que la versión oficial simplemente no se parezca a los hechos, que sea una mentira tan esférica y hermética que no haya detalles concretos que se puedan impugnar, de tan alejado que está todo del mundo. Rajoy viene diciendo que ya no hay crisis, que todo quedó atrás. Ya no somos la preocupación de Europa sino el ejemplo del mundo. El ejemplo del mundo, nada menos, conseguirán que olvidemos lo del suceso planetario de Leire Pajín. Cuanto más lejos estemos de los hechos, más difícil es invocar un hecho que te desmienta. De Guindos le hace la segunda voz diciendo que ya nadie teme perder su trabajo en España. Precisamente en España. No haremos chistes fáciles con la evidente equivocidad de afirmación tan indefensa.
En el momento de mayor presión fiscal de la historia, Montoro dice risueño que el Gobierno baja los impuestos y que a los funcionarios no se les quitó ninguna paga (a veces pienso si será real Montoro o será una animación digital como el Jar Jar Binks de Star Wars; su risa nasal y gangosa me hace sentir siempre unas uñas arañando un encerado). Dice ufano que está meditando acciones legales contra el banco HSBC, haciéndose el Robin Hood de los intereses del Estado. Y todo después de endilgarle al Estado todos los desmanes de la banca española, incluidas ahora las responsabilidades por los juicios que irán perdiendo.
En la misma línea Tom Castro de no acercarse demasiado a la realidad, Wert sigue con lo suyo. La retirada de becas y subida de matrículas no afecta a la equidad. El que los másteres sean más caros que los grados y se pretenda más tiempo de máster y menos de grado no afecta al precio de los estudios (?). El número de alumnos por aula y la cantidad de recursos no tienen que ver con la calidad de enseñanza. La interesante variante dialéctica de Wert es hacer pasar la obviedad por razonamiento. Propone la “reflexión” de que el beneficiario de los estudios es quien estudia y si es entonces razonable que se lo paguemos todos. ¿Hay algún tipo de ayuda en que el beneficiario no sea el ayudado? Su último “análisis” revela que quien no tiene dinero para estudiar es porque lo gasta en otra cosa. ¿No se planteó siempre la gratuidad de la enseñanza y la sanidad para que la gente no tuviera que dejarse los hígados en una cosa y otra?
Soraya, con esa voz misionera con la que hace un par de años hablaba transida de compasión de los desahuciados antes de describirlos como terroristas en la última joya legal del Gobierno que vicepreside, casi llora por el daño que Monedero hace a la educación y la sanidad tan queridas y tan nuestras. Y Margallo pontifica, con lo que el propio Borges llamaría una sosegada idiotez, que la deuda de los griegos con nosotros se come el 38% del salario de los jubilados. Cuando se trata de Podemos (siempre que hablan de Grecia el asunto es Podemos), la propaganda adopta el formato totalitario que permite la creciente uniformidad de los medios: extender grandes mentiras a partir de pequeñas verdades.
La propaganda de Podemos sigue otro rumbo, que es el de tener al rival permanentemente con la carga de la prueba. El éxito es evidente y por eso los rivales se pasan la mitad del tiempo diciendo que no todos los políticos son corruptos o casta y la otra mitad atacando a Podemos con el discurso de la propia formación. Es notable que crean que atacar a Monedero con el lenguaje de Podemos subraya las contradicciones de la formación, cuando lo que hacen es consagrar ese discurso (con independencia de lo que pase o deje de pasar con Monedero) y mantener a Podemos en esa “centralidad” que reclaman sus dirigentes y busca su propaganda.
El PSOE es ahora puro ruido, pero habrá que estar atento a los aires propagandísticos que se fragüen en Madrid. Juan Carlos Escudier piensa que Pedro Sánchez es un memo, pero que aprende rápido. Por lo pronto, ya expandió la imagen de que hay mando en el PSOE. Pero me llama la atención que el recambio del defenestrado Tomás Gómez pueda ser Ángel Gabilondo. Madrid muchas veces, más que escaparate, parece una caricatura del país. Su alcaldía refleja, deformada en espejo cóncavo, la evolución política nacional. Es la evolución que va de Tierno Galván a Ana Botella. Es decir, del traductor de Wittgenstein a un adoquín incapaz de abrir la boca sin producir sonrojo. Tomás Gómez tiene ese ramalazo casposo de la franqueza mal entendida y de hablar alto porque cree que está llamando al pan pan y carece del contrapunto de la inteligencia. O si la tiene fue el secreto mejor guardado de Madrid. Ángel Gabilondo (escupo para arriba) parece un hombre decente y desde luego es un hombre culto, templado e inteligente. El paso de Tomás Gómez a Gabilondo sigue la línea opuesta a la que venimos padeciendo desde los primeros ochenta de una mediocridad e inmoralidad cada vez más espesas.

Después de firmar el bodrio antidemocrático que firmó Pedro Sánchez con Rajoy no cabe retirarle la consideración de memo, pero como digo habrá que estar atentos a lo que se ruge en Madrid, por si es verdad que aprende. El cambio de Tomás Gómez por Gabilondo (si se confirma) va, como digo, por la senda de la pulcritud, las buenas maneras y la inteligencia. A lo mejor descubren sin querer que se defienden mejor de Podemos por esas derroteros que haciendo piña con compañías dudosas en ataques histéricos y desnortados. La materia prima de la expansión de Podemos es la regeneración. La regeneración sólo se percibe en conductas y en modelos, no en discursos manidos. El PSOE, en vez de perder el tiempo distorsionando la biografía de los dirigentes de Podemos, podría repasar la de Susana Díaz y la de Ángel Gabilondo. El contraste entre los dos personajes podría sugerirle el mensaje y la propaganda. Pero ahí ya no escupo para arriba.

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