Los españoles no sabemos inglés. Saltan
las alarmas, las prisas, las opiniones sumarias de pescadería y las decisiones
gubernamentales de brocha gorda. Abundan diagnósticos (que si el problema es
que se doblan las películas, que si se dan mal las clases de inglés) y se
suceden ataques agudos de noventayochismo (todos los días perdemos Cuba y
Filipinas y a todo el mundo le duele España).
Lo primero es entender el volumen del
problema. La gente no aprende en masa idiomas por la eficacia de su sistema
educativo. Los ingleses no saben lenguas, los portugueses se defienden en
español, pero no a la inversa, y los turcos del Gran Bazar de Estambul manejan
un español de supervivencia, a pesar de ser una lengua tan endiablada para
ellos como para nosotros el turco. En Islandia todo el mundo sabe inglés mientras
que en Alemania no. Todo esto no tiene que ver con sistemas educativos ni
doblajes de películas. Tiene que ver con la madre de todas las motivaciones que
es la necesidad. Las lenguas son
todas igualmente dignas y útiles, pero unas son más fuertes que otras.
Una lengua es fuerte por el número de
hablantes y por la demanda que tenga. El danés es débil porque tiene pocos
hablantes y porque hay poca gente que lo quiera aprender. El español es fuerte
porque tiene muchos hablantes y es la segunda lengua más demandada del mundo.
Quienes tienen por lengua materna una lengua débil y una economía fuerte o al
menos apañada son los que siempre saben en masa otras lenguas, porque tienen recursos
y sobre todo tienen necesidad. Por eso saben más inglés los holandeses que los
franceses. Por eso en Cataluña, independiente o no, la gente siempre sabrá más
lenguas que el catalán. El “problema” que tenemos en España es que hablamos una
lengua de cuatrocientos millones de hablantes, que podemos terminar cualquier
estudio superior sólo con materiales en español y que si le dan el premio Nobel
a un egipcio lo tenemos traducido en la librería de al lado a la semana
siguiente.
Necesitamos el inglés, pero nos separa
de él la fortaleza de nuestra lengua. Así de gordo y paradójico es el problema
y así de complejas y pacientes han de ser las soluciones. El problema no está
en la enseñanza, pero la enseñanza puede ayudar. Así que se idearon las
secciones bilingües, para que al menos una de las asignaturas, además del
Inglés, se dé íntegramente en inglés. La idea está bien mientras nos
mantengamos en el sentido común. El sentido común nos dice que para dar clase
de Matemáticas en inglés: 1. hay que saber inglés, mucho inglés; 2. hay que
saber dar clase de Matemáticas en inglés a quien no es angloparlante, que no es
lo mismo que dar clase de Matemáticas; 3. quien recibe la clase de Matemáticas en
inglés tiene que aprender tantas matemáticas como quien la recibe en español,
luego tiene que ser un grupo especial en número de alumnos y en apoyo docente;
y 4. la coordinación entre los profesores que den Matemáticas en inglés (en
métodos, materiales y análisis) tiene que ser particularmente exigente.
Un país monolingüe hasta el tuétano no
puede poner esto en marcha más que poco a poco y con cuidado, a partir de
grupos piloto, hasta madurar el sistema y disponer de suficientes profesores
que sepan inglés (nivel C1, sin bromas, no se trata de apañarse en la
carnicería). Pero en Asturias tenemos ya de golpe secciones bilingües generalizadas
en todos los centros y para todos. Si todo el mundo hace cada uno de enero la
promesa de aprender inglés, no va a ser la Administración menos atolondrada que
la población. Una generación de profesores monolingües se dispone a enseñar en
bilingüe a las nuevas generaciones por orden de la Consejería. Desde que Alonso
Quijano salió con su lanza y su armadura por tierras manchegas que no se sabía
de mayor desvarío.
No hay profesores que sepan suficiente
inglés para poner sección bilingüe en todas partes. No hay metodología madurada
para que el uso del inglés no retrase el nivel de conocimientos. Como de
rebatina se trata, en un mismo curso pueden ser distintas las asignaturas que
se den en inglés, con lo que la coordinación ni está ni se la espera. El
proceso parece diseñado a hachazos y planificado a bramidos. No parece que el
objetivo sea que realmente la gente sepa más inglés. El objetivo parece más
bien cubrir la realidad con palabrería como se cubre la porquería con una
alfombra. Es decir, la chapuza, la indolencia y la apariencia cínica.
Politiquería en vez de gestión.
Para solucionarlo, Esperanza Aguirre
lleva desde hace tres años reclamando a Wert y Gomendio lo que Wert y Gomendio
están deseando conceder: contratar a profesores nativos. A dedo, claro, que son
liberales; y con menos salario y más horas de clase, que son gente reformista.
De esta manera, se busca corregir la chapuza con el cosmopaletismo. El paleto
es el que ve tan grande lo propio que le tapa todo lo demás y cree que la
diferencia entre los bolos de Tineo y la NBA sólo es que los americanos venden
mejor lo suyo. El cosmopaleto es el que cree que renegando de lo propio está
ganando altura de miras y situándose en la globalidad, en el futuro o lo que
sea que haya oído en la tele. Paleto y cosmopaleto coinciden en lo esencial: en
vez de conocimiento, creen que la actitud hacia lo propio es lo que marca el nivel.
Así que ahora dice Wert que no tenemos
profesores cualificados sin recurrir a nativos. No tenemos matemáticos
cualificados, porque no saben inglés y porque eso es lo que cualifica a un matemático, el inglés. El
mejor profesor de Matemáticas no es el que sepa más matemáticas, sino el que
sepa inglés. Ahí está la cosmopaletada. Crean lo que crean las Aguirres, el primer
objetivo de Matemáticas es aprender matemáticas y a mucha distancia poder
hablar de ellas en inglés. Es valorable, por supuesto, que los profesores sepan
inglés, pero que sea el inglés el elemento que los distinga y promocione (ya está ocurriendo en
cierto modo) es una frivolidad de paleto.
Esperanza Aguirre dice, con su
celebrado talento para lo obvio, que la UE garantiza el derecho de los
profesores ingleses a trabajar en España. Nadie se lo impide ni se lo impidió
nunca. Pero lo que quiere la Condesa es que puedan dar clase sin oposiciones ni
concurso de interinos (a dedo). Lo que quiere es que el ser inglés y poder
hablar de química en inglés sea un merecimiento tan excelso que no requiera sistema
alguno de selección. El cosmopaleto no distingue el inglés del conocimiento y
el método ( y ya sé que ella habla bien inglés; eso no le da luces). Lo de los
salarios más bajos y lo que opina la millonaria Gomendio de los salarios de los
profesores (un “desvío”) lo dejamos para otra ocasión. Como diría Pujol (en libertad
sin cargos), hoy no toca.
El sistema educativo tiene muchas
tareas pendientes. La de las lenguas es una de ellas. Los cosmopaletos están
dispuestos a creer que mejorando en inglés ya mejoró el sistema. A los chapuceros les
da igual si saben inglés o no los alumnos, mientras los papeles llamen bilingüe
a lo que se haga en los centros, sea lo que sea. Ni una cosa ni otra. Los
resultados en educación nunca son inmediatos y por tanto no son fáciles de hacer
valer en los procesos electorales, que tienen otros tiempos y ritmos. La
educación depende de un especial apego de los políticos al bien común y de una
especial generosidad en la gestión pública. Justo lo que falta a mares en
nuestra clase política, tan sobrada de mequetrefes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario