Las radiales de Madrid vuelven a ser
noticia y síntoma. El grandonismo de Arias Salgado y Álvarez Cascos (qué
biografía de alaridos y desastres la de este hombre) acabó en ruina y el
Gobierno rescata a las empresas concesionarias (para estas sí hubo quita), que
para eso estamos todos. Ana Pastor repitió que el rescate no costaría ni un
céntimo al contribuyente con el mismo desparpajo con el que Rajoy dice que ya
no hay crisis o Esperanza Aguirre dice con sobresalto que sus nombrados le
salen rana. Claro que costará. Pero ahora además resulta que tasaron mal las
expropiaciones y que el Estado tiene que pagar miles de millones más de los
previstos. Total, la broma nos va a salir por 4.500 millones de euros. Como
digo, para eso estamos, para pagar las pensiones millonarias de quienes
hundieron las cajas y para pagar proyectos faraónicos de ministros lelos que no
saben contar ni encontrarse el culo usando las dos manos.
Estos miles de millones de euros subirán
el déficit de este año por encima de lo permitido por Europa. Se supera el déficit
porque la deuda no dejó de crecer en estos años de escarnio y sólo necesitamos
un empujón como el de las expropiaciones de las radiales para salirnos de las
gráficas. No hace falta que gane Podemos para que las cuentas públicas estén
hechas un Cristo mientras la población pierde el resuello de tanto ayudar a
Rajoy (¿qué podría hacernos Podemos peor que todo esto? ¿Preñarnos? ¿Dejarnos
sin gambas y jamoncito, como decía el futbolista y gran analista Joaquín?).
Será gracioso ver a de Guindos y a Rajoy
por Europa cuando nos impongan más recortes por incumplimiento del déficit. En
el asunto griego anduvieron al rabo de Merkel, como esos canijos que en los
recreos vociferan parapetándose tras algún matón, porque antes nos dejan ellos sin
gambas y jamoncito que permiten que Grecia dé alguna razón a Podemos. ¿Qué
dirán cuando se presenten con el déficit desmadrado y Merkel los trate como a canijos
y les dé la lista de nuevos recortes? ¿Llorará Soraya por la educación y la
sanidad? Lo que es seguro es que Ana Pastor no pagará por mentir con desvergüenza y que a nadie
se le pedirán cuentas por este nuevo desfalco al país.
Susana Díaz, para que estas cosas no
ocurran, va a crear una Oficina Anticorrupción. Así es como se combate la
corrupción y el despilfarro, con oficinas anticorrupción, leyes de buen
gobierno y portales de transparencia. No con transparencia, honestidad y buenas
prácticas. Nada de conductas, sólo oficinas, leyes y portales, que además se
llenarán de militantes a nuestro cargo. Y siempre mirando hacia el futuro,
nunca al pasado. Susana dice, como amenazando, que la Oficina es para que los que
pretendan aprovecharse
“se lo piensen”. Lo dice por los
ladrones del futuro, los que no existen. No dice amenazante que con la Oficina se
van a cagar los canallas de los EREs y de otras tropelías. La Oficina no trata
con sujetos reales que ya existan. Lo mismo hace Rajoy con el caso Bárcenas.
Tomará medidas pero también para que no vuelva a ocurrir algo así en el futuro.
Siempre mirando al futuro y haciendo borrón y cuenta nueva en el presente.
Lo que nos muestra tenazmente la
actualidad es que el derrumbe del Estado y las condiciones de vida de la
población no modificó absolutamente nada las maneras de los gobernantes y los
partidos con poder. La deuda sigue creciendo, porque no es la media hora del
bocadillo de los funcionarios ni las prestaciones a los parados lo que la
provoca. Y la corrupción y malas prácticas siguen creciendo porque no funcionan
las instituciones de control ni los órganos reguladores, que están todos parasitados
por los aparatos de los partidos. No hay cambios así se caiga el país a cachos por
la esclerosis de ciertas prácticas que vienen de la transición.
No se trata de si la transición fue buena
o mala, sino de comprender que
ya pasó tanto tiempo desde la muerte del dictador como el que duró la dictadura
y que lo que es aceptable de manera transitoria (eso es la transición, una
situación transitoria) es dañino si se fosiliza. Esto afecta al menos a tres prácticas
y conductas de la vida pública actual.
La primera es la manera perversa en que
los aparatos de los partidos colonizan las instituciones y se constituyen en una
verdadera oligarquía. Felipe González El Colombiano recordaba en un artículo que
la democracia no funciona sin partidos y que en su arranque era lógico tomar
medidas para que los partidos que tuvieran la confianza de la gente se
fortalecieran y no fueran estructuras volátiles. A la endogamia de los partidos
(y a cosas peores que él no dice por razones obvias) se llega por hacer
permanentes las medidas de transición que concentraban recursos y poder en los
partidos. Ahora, dice El Colombiano, es el momento de ir hacia listas abiertas para que tengan
menos peso los aparatos y más la gente. Felipe González, quién lo iba a decir.
La segunda práctica es el supuesto
pragmatismo de ignorar las responsabilidades. Puede que la construcción de la
democracia requiriera pinzas en la nariz y mirar para adelante más que ajustar
cuentas hacia el pasado. El problema es que educamos esa actitud y cuarenta
años después seguimos mirando para adelante mientras se suceden los desmanes
sin que ajustemos nunca
cuentas políticas en serio. La única maldad erradicada de las prácticas de
gobierno fue la del terrorismo de Estado. Y fue así por mirar hacia atrás y
encarcelar a un ministro y un secretario de Estado, entre otros. Esta
tolerancia con la impunidad, esta actitud de no enredar, es una conducta
educada en la transición que se mantuvo
rígida cuando ya no había transición.
Y la tercera práctica es mantener un
miedo que tenía su fundamento en la transición por la evidente amenaza militar.
De nuevo nos acostumbramos a asustarnos y a temer que todo se venga abajo. No se trata de que
mucha gente pensaría que hoy es arriesgado investigar a Juan Carlos I (¿por
qué?). Es que ya se puede oír que mejor no tirar de la manta con el caso Villa
porque se viene abajo toda Asturias. Como digo, es una actitud temerosa educada en la transición
que se coaguló y que sigue en la vida pública.
En sentido amplio, todo sistema político es un régimen.
Pero en sentido estricto, solemos hablar de régimen cuando el sistema político es un corsé que no es capaz de mantenerse
integrando el ejercicio libre de una pluralidad democrática. Un sistema
político así sólo puede mantenerse excluyendo actitudes democráticas normales. Sucede
esto con las dictaduras, pero también con democracias viciadas. Hay ahora una fuerza emergente, Podemos, que puede ser combatida política
y dialécticamente de muchas maneras. Pero lo negativo, lo que debe resultar
llamativo para cualquier demócrata por alérgico que sea a las coletas, es que
sean percibidos como antisistema.
Es negativo porque en cierto modo sí son
antisistema siendo un partido democrático, es decir, porque nuestro sistema no
puede integrar cierto activismo democrático. O para hablar más claro, porque
efectivamente lo que tenemos
es un régimen en sentido
estricto. El régimen del 78 no es régimen porque se hicieran cosas malas en la
transición. La transición se hizo régimen a base de momificarse y hacer
permanente lo transitorio. Y para recordárnoslo están ahí las radiales y Susana Díaz
haciendo fuegos artificiales de campaña con oficinas anticorrupción desde la
cueva de Alí Babá.
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