Tuvo que ser la prostitución una de las primeras
presentaciones de Ciudadanos como partido con aspiraciones. Una de las primeras
cosas que hace saber Ciudadanos es que quiere legalizar la prostitución.
Esperanza Aguirre salta sobre el tema para aplaudir. Si dos adultos acuerdan
sexo por dinero, quién es nadie para decir lo que tienen que hacer, dijo la
condesa. Y quién dijo que la prostitución era cosa de mujeres. Que salgan a la
calle, verán cuántos hombres hay en el negocio, añade sentenciosa. Aguirre
siempre está atenta a salirse del cauce del PP y parecer rebelde sin dejar de
ser la señorona del cortijo.
Siempre tiene algo de frivolidad sentenciar sobre temas
complejos como este, pero se pueden discutir las cuestiones de principio.
Albert Rivera tiene cuatro argumentos confesables y uno inconfesable que dan
notable fuerza a su propuesta: 1. la prostitución es una realidad: mantenerla
ilegal es cerrar los ojos y dejar a las prostitutas en un limbo salvaje y sin
derechos; 2. la prostitución es inevitable: dicen que es el oficio más antiguo del
mundo y no hay sociedad donde no la haya; no pongamos puertas al mar; 3.
regularizar la prostitución supondría un ingreso para el Estado de seis mil millones
de euros en impuestos; 4. como enfatiza Esperanza Aguirre, mientras se trate de
un acto aceptado y libre, no hay daño. El contrapeso es la sordidez y
degradación que se atribuye al oficio. Y aquí entra el argumento no confesable
y también poderoso: ¿a quién diablos le importa?
Son argumentos que tienen fuerza, no por su simplicidad,
sino por su simpleza. Lo bueno de las bobadas es que están al alcance de
cualquier bobo. La prostitución es una realidad tan cierta como el robo o el
crimen. Y tan inevitable como ellos. Y seguro que es más antiguo el oficio de
matar y quitar que el del sexo (¿quién sería el primero que dijo la gilipollez
del oficio más antiguo? Las frases que son idiotas la primera vez que se dicen
aumentan su idiocia cada vez que se repiten). No comparo una cosa con otra. Sólo digo que el que una
cosa fea sea un hecho y que sea inevitable no quiere decir que no tengamos que
hacerle frente. Y si hay razones para que una conducta sea rechazable, y a ello
iremos enseguida, no podemos aceptarla simplemente porque arañemos alguna
cosilla aceptándola. A lo mejor legalizando el robo conseguimos reducir la
violencia de los asaltos y hasta alguna calderilla para hacienda, pero
semejante pacto con el mal sólo trae deterioro.
Seguramente por la cosa de que es una realidad y que se
puede sacar unos duros de ella, Rivera asocia en el mismo paquete la
prostitución con el cannabis y llama valentía a la legalización de las dos
cosas. Así añadimos confusión a lo que ya está enredado. No sé qué semejanza ve
Rivera entre fumarse un porro e irse de putas. La coartada moral de todo esto
descansa en que se trata de actos libres. Por supuesto Rivera quiere perseguir
la prostitución forzada (faltaría más). Pero, como dice la condesa, si se hace
voluntariamente, qué tenemos que decir los demás.
Las leyes establecen derechos precisamente para que los
derechos no se reduzcan a los que la gente acepte voluntariamente exigir. Si mi
hijo enferma y me exigen un riñón y una mano como condición para atenderlo,
seguro que los daría. En el libre juego de la jungla cualquiera cede libremente
cualquier derecho en un momento dado. Para eso hay leyes que dicen que nadie
tiene derecho sobre mis riñones para atender a mi hijo, tenga yo la disposición
a cederlos
o no. Esto es civilización y humanidad básica. La cuestión es entonces si hay o
no menoscabo de derechos en el acto de la prostitución.
Durante muchos años hubo en muchos sitios un divertimento
llamado lanzamiento del enano (creo que salió en un episodio de Ally McBeal).
En una discoteca o local ruidoso se le ponía un caso y un traje acolchado a un
enano. Unos muchachotes por turno cogían al enano, giraban un par de veces, y
lo arrojaban a ver quién lo hacía mejor. El enano se
estrellaba contra
la pared, también acolchada, y esa era la parte más divertida. La gente se
desternillaba de risa. El enano cobraba por cada lanzamiento. Era un oficio.
Fue prohibido en todas partes, pero ahora hay un acémila republicano en
Florida, un tal Ritch Workman, que quiere legalizarlo con el mismo espíritu que
la condesa Aguirre: es aceptado y los enanos eran así felices teniendo un
oficio.
Vayamos al núcleo del asunto. Cuando un grupo humano sufre
una discriminación objetiva, el convertir en festivo y motivo de divertimento
la característica por la que se le discrimina, es humillar y denigrar al grupo
en sí. Un enano tiene una singularidad física que para muchas cosas es una
desventaja y por la cual tiene la vida un poco más difícil que los
demás. Un ciego o
un sordo también. Hacer una juerga pública con la ceguera del ciego o la
sordera del sordo, o con la pequeñez, forma o ligereza del enano, es degradar a
un grupo humano que tiene todo lo necesario para vivir dignamente. Ser de raza
negra no es una desventaja física, pero es también motivo de discriminación. El
hacer un divertimento público, así sea voluntario y bien pagado, sobre el color
de la piel (no imagino cuál sería el divertimento, me falta visión empresarial)
sería un acto
degradante para el grupo humano correspondiente.
Tampoco ser mujer es una desventaja de la naturaleza, pero
sí un motivo de discriminación y de desconsideración que las estadísticas
confirman con tenacidad. Bergson decía que lo que movía a risa era la
deshumanización de lo humano, el humano que de repente se porta como un
mecanismo (por eso nos reímos cuando alguien resbala y cae en el charco). Tomar
la característica física por la que se discrimina al enano para convertir al
humano en un mecanismo deshumanizado y risible, deshumaniza y acentúa la
desconsideración del grupo. Las mujeres se diferencian de los hombres por su
cuerpo (a mí, de hecho, me parece que todas las diferencias entre hombre y
mujer que no se ven a simple vista son culturales). Tomar el control del cuerpo
y sexo de una mujer por dinero es uno de esos procesos por los que un humano se hace mecanismo
deshumanizado. Que sea precisamente el aspecto por el cual un grupo humano es
discriminando hace que el hecho degrade al grupo en cuestión. Y el punto en el
que es degradante sí es cosa de mujeres. No sé qué contarán en las misas a las
que va Esperanza Aguirre, pero la prostitución es cosa de mujeres y en la
masculina no se juega con ningún aspecto por el que un grupo sea discriminado.
La ofensa se da solamente en femenino en este caso.
Suecia es el único país que legisló y actuó sobre este
fenómeno. La prostituta no hace nada ilegal, pero sí el consumidor. Igual que
no es el enano, sino el que lo lanza, quien comete el abuso, en Suecia se
considera el pagar por sexo como un acto violento y de explotación. Santo
remedio. El fenómeno, tan antiguo, tan inevitable y tan nuestro, bajó en un ochenta por ciento.
En contra de lo que cree Rivera, lo que mantiene en un limbo sórdido la
prostitución no es que sea ilegal, sino que sea una ilegalidad tolerada. El paso que
dieron en Suecia es doble: dejar de tolerar y penalizar al abusón. Siempre va a
haber voluntarias para dejar que un palurdo trate su cuerpo como un mecanismo y
siempre va a haber voluntarios para regalar el riñón, la mano o la vida por su
hijo. Para eso debe haber leyes que castiguen a quien se hace con el sexo o
riñones ajenos. Es civilización y humanidad básica.
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