Allá
por 1991 Moncho Alpuente escribía en El
País Imaginario, y al hilo del ambiente creado por la primera guerra del
Golfo, sobre la protesta de algunos líderes africanos en la ONU. En su noticia
imaginaria los disconformes africanos decían que sus guerras superaban en méritos de crueldad, sangre y entretenimiento
a las guerras con protagonistas occidentales y que era simple racismo que las
televisiones no les dedicaran más programación.
El recordado Moncho Alpuente necesitaría afilar su ingenio un poco más para decir algo de
nuestro momento político que pareciera imaginario. Un buen día sabemos que
Fernández Villa acumuló una fortuna con muy mala pinta. Teniendo en cuenta su
doble atributo de líder sindical minero, con las resonancias históricas y
emocionales de tal condición, y de hombre fuerte del PSOE asturiano, y por
tanto de hombre fuerte de Asturias, la noticia es ciertamente notable. Resulta que
Villa no dice ni pío ni se deja ver por un “síndrome confusional” explicado a
medias. Nadie sabe nada. Asturias se tiene que conformar con que Villa no habla.
Nuestro parlamentín comisiona a algunos de sus miembros para esclarecer este
asunto y terminan sus oficios diciendo que no tienen nada que decir a Asturias.
Ellos también están confusos, pero sin síndrome. La prensa nacional no dijo
nada de este ensordecedor silencio parlamentario.
Y uno
se acuerda de Moncho Alpuente y sus líderes africanos dolidos por la falta de
reconocimiento a la violencia y amenidad de sus guerras. ¿Por qué nos dejan al
margen en los periódicos nacionales? ¿Nuestra corrupción no tiene las dosis
adecuadas de impunidad, maldad y daño para gustar al gran público? Como diría
Woody Allen, ¿nos falta cojonudez para entretener a la audiencia con nuestra
inutilidad parlamentaria?
En los
aviones, y bien lo recordamos estos días, hay cajas negras para los casos de
catástrofe porque se entiende que hay dos derechos: el de saber qué pasó y el
de que no vuelva a pasar. A los políticos deberían instalarles cajas negras en
alguna parte para situaciones de calamidad. Así podríamos saber también qué
pasó y podríamos tener alguna esperanza de que no esté pasando todavía. Pero no
hay cajas negras en política. Es de temer que los partidos pretendan pasar el
período electoral con este bicho dentro, sin dar explicaciones ni concretar
propósitos. En casos así hay que hacer un alto y coleccionar evidencias para
situarse.
1. Que
Villa haya logrado toda una fortuna mangoneando la política asturiana durante
décadas quiere decir que el grueso de la gestión pública de Asturias está bajo
sospecha. Cuando España crecía, Asturias se hundía. Cuando España se hundía en
Asturias sucedía ese problema de Lewis Carroll sobre si dentro de un avión cayéndose
sería fácil que cayera agua de un vaso. Y el hombre fuerte, un buen día lo
supimos, se enriquecía traficando con recursos públicos. Mientras no sepamos
que pasó y cuál fue su extensión tenemos derecho a sospechar de qué fue lo que
realmente se gestionaba mientras Asturias languidecía. Todo está bajo sospecha.
Tan grave es el silencio del parlamento.
2. El
PSOE es el partido afectado por este desastre y el partido cuyo silencio
rechina más en la situación política. Esto pudo ocurrir y ocurrió mil veces en
el PP. Pero aquí pasó
en el PSOE. No basta con echar a Villa del partido y dejar que actúe la
justicia. El PSOE debe explicar lo ocurrido, presentar las dimisiones que
correspondan y pedir disculpas. Es el partido que más explicaciones nos debe en
el proceso electoral. No valen portales de transparencia u oficinas
anticorrupción a la andaluza para un futuro limpio y en armonía. La única forma
de que no ocurran estas cosas en el futuro es actuar sobre el pasado. Ningún
propósito de enmienda es creíble sin un sincero dolor de los pecados y este
requiere reconocer los hechos y asumir las penitencias.
3. No
sólo es el PSOE el que sigue el guion en un caso de corrupción tan
desmoralizante. Los demás partidos también siguieron el suyo, que es una
grotesca ley del embudo por la que se invocan principios y pautas de
responsabilidad que el partido que las exige incumple de manera descarnada. No
hay nada en la actuación de los partidos sobre la corrupción que tenga que ver
mínimamente con el respecto a los ciudadanos y un deseo franco de atenderlos.
La comisión de investigación no iba a llegar a ninguna parte porque era un
politiqueo interno y ajeno a la gente desde el principio.
Foster
Wallace cuenta que, en la campaña que enfrentaba en primarias a McCain con W.
Bush, una señora en un acto público le dijo a McCain que alguien del equipo de
Bush había hecho una llamada telefónica electoral a su hijo. La propaganda
contra McCain que vertió el sujeto fue tan grosera que su hijo lloró
desconcertado. McCain no aprovechó para denigrar las artes de Bush, sino que le
pidió perdón por el daño que las malas conductas políticas hacían a su hijo. Y
suspendió el acto, aparentemente afectado.
Da
igual lo que hubiera de sincero o teatral en McCain. El mensaje es elevado. El
daño hecho a la población debería ser lo que moviera la conducta de los
representantes políticos y no sus componendas de poder. La incapacidad de la
comisión de investigación para dar una mínima señal de servicio a la comunidad
asturiana merece explicaciones en esta campaña electoral. Explicaciones de
todos.
En el
mismo artículo, Foster Wallace añoraba políticos que inspiren. La inspiración
es algo más noble que el liderazgo. El liderazgo supone que la fuerza está
fuera de ti, en otra persona excepcional a la que sigues. “La inspiración”,
recuerda Wallace, “anima la mente o las emociones de uno”. Las personas que
inspiran, como individuos o como grupo, nos hacen nítido lo que queremos y nos
hace sentirnos capaces de intentarlo, agitan algo en nosotros que nos hace ser
mejores. A quién puede extrañar que tanta gente esté buscando inspiración en
nuevas fuentes y apeteciendo nuevas políticas. En campaña estaremos enseguida. Y si
alguien agita algo en nosotros que nos haga mejores, habrá cambios.
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