En todos estos episodios de Bárcenas y los maletines del PP
me escandalizó más de una vez la caja A del partido. Me lo recordó en estos
días el traslado domiciliario de Rouco Varela. En realidad, la mudanza de Rouco
es uno de esos sucesos testigo que hacer recordar varias cosas.
El ático con el que masajea su presunta jubilación el
Cardenal Arzobispo Emérito está al lado de la catedral de la Almudena, no lejos
de donde se manifestaron todos esos desahuciados de viviendas mucho más
pequeñas, por los que un día casi llora Soraya antes de vicepresidir la ley que
los define como terroristas. Sabemos que es de lujo, que tiene 370 m2
y que las reformas necesarias para el Emérito costaron más de medio millón de
euros. Se ve que el Cardenal tiene sus necesidades (y además de todo tipo;
¿para qué querrá cuatro cuartos de baño?). No vamos a caer en el tema tan
manido de dónde dejan estos faustos la cacareada pobreza de la Iglesia, porque
a estas alturas nadie se va caer de ese guindo.
Pero sí debemos reparar en que ese medio millón abundante lo
tendrá que pagar la diócesis de Madrid, que según parece tiene ya una
importante deuda (habrá vivido por encima de sus posibilidades, supongo). Y
conviene anotar que buena parte del dinero de la diócesis y de la Iglesia la
pagamos todos, incluidos los que no ponemos la equis en la casilla esa del
IRPF. Sin ir más lejos, la céntrica mansión de Rouco no paga IBI. La Iglesia no
paga IBI porque necesita el dinero para obras sociales como las de acondicionar
céntricos pisos de lujo para sus arzobispos eméritos. Y esta es la parte que me
hizo recordar a la caja A del PP.
Entre tantos episodios enojosos de tramas y cuentas opacas,
pasa inadvertido que el PP (y el PSOE, claro) está pagando sueldos de más de
doscientos mil euros y que, si bajamos a los setenta y dos mil euros
(simbólicos para quienes nos criamos con pesetas, porque son el umbral del
millón al mes), encontraremos que no son pocos los sueldos millonarios que paga
el partido en A. A todo esto hay que añadir que quienes cobran estas
cantidades, cobran otras por otros cauces y quedan en buena situación de seguir cobrando por más cauces aún. La cuestión es que cuando
se habla de financiar con dinero público a los partidos más votados se dicen
siempre obviedades sobre la necesidad de partidos en una democracia y la
necesidad de recursos para su mantenimiento, como si la cuestión fuera si hay
que financiarlos o no. La cuestión es cuánto les estamos dando y para qué.
¿Un partido no puede funcionar sin que el Estado haga ricas
a sus elites y millonarios a muchos más? ¿Se vendría abajo la democracia si no
fuera así? Como digo, también la caja A de los partidos es escandalosa. Rouco
Varela nos recordó con su millonaria mudanza que no sólo está pendiente de
discusión si el Estado debe financiar entes como la Iglesia. Está pendiente
también cuáles son las cantidades razonables y cuál es el control que el Estado
debe tener de lo que financia, así sean iglesias o partidos. En tiempos de
tanta desprotección para tanto desprotegido, el Estado debería poner
condiciones para financiar a una entidad que usa el dinero que se le da para rodear
a un cardenal de un lujo desmedido. Más que eso está haciendo la UE con los
estados deudores, a quienes dice de arriba abajo cómo tienen que gastar su
dinero. Y también tendrá que decir algo el Estado sobre los sueldos que pagan
los partidos a los que financia. Después de lo que sabemos de la caja A del PP,
hay replantearse las generosas subvenciones con que estamos manteniendo a tanto
vividor.
El traslado de Rouco nos recuerda también las maneras del ex
– Arzobispo. Las más recientes las exhibió cuando se negó a abandonar el
palacio episcopal y se quedó de señorón en él mientras su sucesor tenía que
irse a las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Y cuando endilgó al país
dos discursos inflamados de extrema derecha en momentos institucionales de esos
que deberían unirnos durante
cinco minutos (recuerdo de las víctimas del 11 M y muerte de Suárez). Rouco se
siente en su cortijo, como Esperanza Aguirre o Aznar (está a punto de aterrizar
Felipe González, para que esté todo el señorío) y ni
desalojan palacios ni obedecen a policías porque no les da la gana. Tampoco vamos a insistir en
evidencias sobre el señor Rouco.
Pero sí sobre la Iglesia y sobre su papel y sus compromisos.
Lo que mejor indica las prioridades de cada uno es aquello con lo que se compromete.
Estar en su momento contra las tasas judiciales que había puesto Gallardón
compromete. Estar contra el egoísmo de los poderosos no compromete a nada.
Comprometerse tiene algo que ver con dar la cara, tener determinación de hacer
algo contra lo que otros quieren hacer. Cuando nos comprometemos contrastamos
nuestro parecer con el de otros y tratamos de hacer lo que otros quieren
impedir o viceversa. No hay mayor coste en una conducta que indisponerse por
ella con otras personas. En ese coste está el compromiso.
Rouco y la Iglesia se pronunciaron durante esta legislatura sobre
la ley del aborto y sobre los aspectos de la ley de educación que tocan a la
enseñanza concertada y a la asignatura de religión. Se comprometieron en esas
causas. Confrontaron su postura con la de otros y hasta mostraron disposición
de movilización. Pero en esta legislatura hubo mucha gente que perdió el
trabajo. Mucha gente sin trabajo perdió la asistencia. Mucha gente se hizo
pobre. Y la Iglesia también se pronunció. Pero sin compromisos. La Iglesia se
acerca a estas cuestiones bajo la fórmula general de la caridad. La caridad se
caracteriza porque: 1. hay gente que recibe por altruismo lo que le corresponde
por derecho; 2. hay gente, en consecuencia, que queda en deuda de gratitud con
otros por recibir aquello que no tendría que deber a nadie; 3. no soluciona
ningún problema estructural, pero proyecta una sensación positiva porque
resalta más la bondad de la acción altruista que la indignidad de la
injusticia; y 4. no supone un verdadero compromiso, porque ni
combate ni apoya causas, sólo practica una bondad flotante.
No basta con ayudar a quien es pobre. La pobreza no es un
fenómeno atmosférico. Hay que comprometerse contra la pobreza, pronunciarse y
movilizarse contra las medidas que la causan y que nos hacen tan desiguales. En
estos años la Iglesia no dijo nada, ni siquiera defendió a Cáritas, ¡a
Cáritas!, cuando la atacó Montoro por decir que en España había pobres. La
Iglesia sólo se comprometió con sus cosas, la enseñanza y el aborto, y practicó
la caridad y la evasiva en todo lo demás, como si el paro, las tasas y los
recortes fueran una tormenta de pedrisco y vaya por dios. La iglesia de Rouco
tiene sus prioridades políticas muy claras y no se comprometerá contra ellas.
Lo que nos devuelve al punto anterior. Debemos poner sobre
la mesa qué es lo que estamos financiando cuando financiamos a la Iglesia. El
evidente activismo político y partidista de la Iglesia ya está suficientemente
financiado en los partidos correspondientes. El creciente laicismo de la
sociedad aprieta a la Iglesia, como las casas normales dejan a Rouco sin
resuello. Necesitan espacio, aire y privilegios para respirar. Rouco medio se
va medio se va yendo. Pero la Iglesia de Rouco sigue aquí haciendo su papel.
Hay mucho que hablar y algunas decisiones obvias que tomar.
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