sábado, 16 de mayo de 2015

Conciertos educativos (Play it again, Sam)

No oiremos a Rajoy presumir de Wert y de LOMCE en esta campaña. Y que nadie se engañe pensando que no lo hace porque Wert es más bien material para guardar bajo la alfombra. El Financial Times considera a Luis de Guindos el peor ministro económico de Europa, Montoro da grima hasta a los suyos, la deuda pública es la más alta de la historia, el paro y los impuestos están por las nubes y los salarios por los suelos. Y nada de esto impide al Presidente presumir de economía con toda su cachaza. La razón de que no presuma de Wert es sencillamente que la educación no es tema electoral. La educación provoca movilizaciones enardecidas e inspira convicciones militantes. No se llega a la consideración de peor ministro de la democracia, como Wert, si no es porque se gestiona algo que realmente afecta y moviliza. Pero curiosamente la educación tiene muy poca incidencia en las tendencias de voto, así de paradójica es la gente. Sin embargo es lógico que tiremos de la lengua a los candidatos para hablar de un tema de poco rendimiento electoral, pero que nos saca a la calle y nos saca de quicio.
La relación entre la enseñanza concertada y la enseñanza pública es un zumbido bronco obstinado, tan continuado que ya no sabemos por dónde empezó. Lo primero que debe establecerse es el campo de juego, los límites de la discusión. Los límites no son propuestas, son límites, rayas de las que no debe pasarse. Y hay dos límites de raya gruesa. El primero es que los gobiernos tienen la obligación de garantizar objetivos máximos en la enseñanza pública. No tienen que garantizar una enseñanza pública de calidad, sino de la máxima calidad que el país se pueda permitir. Esta no es una exigencia de izquierdas, es una exigencia de convivencia, que debe ser aceptada incluso por quienes tienen sus razones para preferir la enseñanza privada. Debe recordarse que la enseñanza pública, no sólo es gratuita (que también lo es la concertada), sino que también está obligada por ley a neutralidad respecto de los valores que quepan en la constitución. La ley reconoce a los centros privados el derecho de adoctrinamiento (sin salirse de la constitución). Por eso es una obligación que los centros gratuitos y compatibles con la ideología de cualquiera tengan la mayor calidad que podamos permitirnos.
El otro límite es que la concertación de centros privados no es un derecho de nadie que obligue a las administraciones. Una ley que ilegalizara la enseñanza concertada sería perfectamente constitucional (insisto, estamos fijando los límites, no haciendo propuestas). No es verdad que el Estado tenga que financiar centros privados si los padres lo demandan. Si no bastara el sentido común para entender que el artículo 27 de la constitución no dice eso, el Tribunal Constitucional ya lo dijo en una sentencia del año 85 (STC 86/1985 de 10 de julio). Siendo entonces una obligación garantizar máximos en la enseñanza pública y siendo la concertación de centros privados algo potestativo, las autoridades deben mantener o eliminar la enseñanza concertada, según mejore o no las obligaciones que el Estado tiene con la educación de la población.
La segregación es uno de los mayores males que debe evitar el sistema educativo. La segregación de alumnos por rendimiento a edades inmaduras tiene siempre un sesgo social. Es injusta, porque merma la igualdad de oportunidades; es ineficiente, porque un país pierde potencial si da opciones sólo a una parte de su población; es contraproducente, porque crea guetos e inestabilidad social; y es innecesaria, porque la mezcla de estudiantes con distinto rendimiento hasta edades avanzadas no perjudica la formación de los mejores alumnos, como la experiencia demostró en todas partes.
La amenaza existe. Algunos centros públicos están provocando segregación, adulterando las secciones bilingües para separar de hecho a los alumnos por sus resultados. Las reválidas pretendidas por Wert segregarán socialmente a los alumnos, porque es el efecto que pretenden. Y las cifras dicen que la enseñanza concertada está segregando a la población en aulas pagadas por el Estado.
La libertad de elección de los padres no es la única ni la principal obligación que tiene el Estado, como se pretende hacer creer (cuando el Opus Dei o los obispos ponen tanto empeño, no debe ser de libertad de lo que estamos hablando). Los padres y madres somos interesados, no queremos el bien general, sino el bien de nuestro hijo o hija. Aceptamos que se escolarice a una adolescente extranjera con retraso formativo o a un niño sordo, pero si nos dan a elegir elegiríamos que lo hagan en el aula de al lado, no en la de nuestro hijo. Es tan comprensible esto como lógico que la autoridades moderen la libertad de los padres hasta hacerla compatible con los derechos de ese niño sordo o esa adolescente extranjera. No puede ser la libre elección de los padres lo que determine la distribución de los casos de necesidades educativas especiales. Pero, como digo, aunque haya meritorias excepciones, las cifras dicen que la enseñanza concertada, pagada con fondos públicos, no se está haciendo cargo de los casos más complejos y esto tiene dos efectos perversos. Uno es que está siendo agente de segregación. Y otro es que, al provocar una concentración inmanejable de casos de necesidades especiales en centros públicos, en muchas zonas se está degradando la calidad de la enseñanza pública, es decir, el Estado está descuidando lo que habíamos dicho que era su primera e irrenunciable obligación. A medida que en esas zonas se degradan los centros públicos, aumenta la tendencia legítimamente egoísta de los padres para demandar centros concertados y alimentar la demagogia. Madrid sabe mucho de esto.
Hace poco Rubén Medina, en una muy provechosa charla sobre servicios municipales, explicó con claridad el fenómeno llamado “huida del derecho administrativo”. El Ayuntamiento de Gijón, como otros, tiene delegada en empresas municipales cada una de las atribuciones propias que le asigna la ley. El delegar a empresas tiene la consecuencia que se busca: leyes que regulan de manera estricta los derechos y deberes en las entidades públicas no son de aplicación, de manera que el ayuntamiento ejerce sus atribuciones: a) con menos derechos que atender; b) con menos control de los órganos representativos; y c) con más alejamiento y opacidad para el ciudadano. El caso explicado por Medina ilustra lo que sucede cuando el Estado delega en particulares las actividades propias con las que satisface derechos básicos. Lo que sucede es que se desregula la prestación de esos derechos y, por tanto, se desnaturaliza. Es lógico que el Estado contrate con empresas la construcción de carreteras, un extremo; y que no contrate la defensa con grupos privados armados, otro extremo. En medio, cuando el Estado delega mediante conciertos la enseñanza o la sanidad, lo que está delegando es la gestión de derechos básicos, como el agua gestionada por los ayuntamientos. Y esa delegación siempre tiene algo de huida del derecho. La enseñanza concertada es, además de un factor de segregación, un factor de desregulación en la prestación de un derecho básico.

Los conciertos educativos están teniendo efectos negativos en la prestación y ejercicio del derecho a la educación. El hecho positivo de que los padres puedan elegir cierto tipo de centros es un beneficio muy débil que no compensa los resultados. En tiempos debate como estos hay que decir alto y claro que las cifras actuales no justifican el concierto con centros privados. Y que no hay obligación constitucional de mantenerlos.

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