miércoles, 27 de mayo de 2015

Elecciones y día después

La jornada de reflexión, y ya que así lo manda la ley, es un buen momento para reflexionar. Para reflexionar sobre nuestro sistema en general y sobre la campaña en particular, porque esta campaña dejó elementos para la reflexión. En democracia la ley confía tanto en el pueblo que pone al mando a aquellos a los que el pueblo vote. Pero a la vez ciertas precauciones de la ley electoral encierran el supuesto de que el pueblo es manipulable y de poco fiar y que hay que poner reglas a la manera en que se le dirige la información electoral para que no se quiebre su delicada integridad mental.
Algunas son motivo interesante de debate, como es la existencia de una jornada de reflexión o que quede prohibida la divulgación de sondeos una semana antes. Otras son pintorescas, como que el reparto de tiempos en las noticias lo establezcan los partidos, en vez los profesionales de la información con criterios profesionales sobre cuál es el interés público de las cosas. Por ejemplo, para preservar la democracia los informativos pueden hablar de Ciudadanos y Podemos sólo 17 segundos. ¿Qué pasaría si le dieran el premio Nobel de la Paz a Albert Rivera en plena campaña? Habría 17 segundos para contarlo. ¿Y si Pablo Iglesias de pronto pidiera el voto para Esperanza Aguirre? Otros 17 segundos para el bombazo, supongo.
Pintoresquismos aparte, la campaña deja, como decimos, ejemplos para la reflexión. La endogamia o cualquier ambiente cerrado sólo trae aire viciado, conductas previsibles, frases manidas y falta de horizontes. En política como en la vida: siempre es una riqueza la sensación de que todo el mundo viene de otra parte. Siempre interpreté que mi papel, el de cualquier profesor en la universidad o el de cualquiera en cualquier parte, es el de un poro, una pequeña abertura por donde entra algo de otro sitio. En estructuras donde nadie trae nada de fuera de la estructura, siempre se remueven las mismas cosas y siempre se hace el caldo con el mismo hueso, cada vez más desaborido. La aparición de Carmena, Gabilondo, García Montero o Ada Colau nos renueva lo que ya no teníamos costumbre de ver. No sabemos, o al menos yo no sé, la calidad política que acreditarán. Pero vienen a la política desde otra parte y son respiraderos por los que la política transpira y se renueva.
Susana Díaz, prototipo de endogamia política, calculó beneficios y adelantó las elecciones. Ante la adversidad de la situación creada, hace llamadas, negocia y remueve argumentos como se remueve el aire viciado de una habitación cerrada. Carmena, en cambio, es como una esponja hinchada. Cuando Esperanza Aguirre tuvo la mala ocurrencia de exprimirla, salió de ella en torrente inteligencia en sus palabras, dignidad en su actitud, franqueza de propósitos y pequeñas grandezas biográficas. Con 71 años es una ventana abierta, porque eso es lo que pasa cuando en todas partes traes algo de otro sitio, que llevas almacenada frescura mientras tengas aliento. Ada Colau es un baño de realidad en la situación política que lo remueve todo. Gabilondo cuando entra en política trae a ella algo de sus libros y enseñanzas porque vive en habitaciones abiertas. Y García Montero llega a la política desde la poesía y desde la memoria, que buena falta nos hacen una cosa y otra. Son sólo ejemplos. Pueden ser tan desastrosos como cualquiera de los zascandiles que padecemos ahora, pero dan una sensación inicial de gente más real y con discursos menos repetidos.
Volviendo a la cuestión del voto, el hecho mismo de que haya debate sobre cómo afecta al voto soberano el que haya o no propaganda el día antes o se divulguen encuestas los días previos implica la percepción de que, efectivamente, el voto soberano lo puede mover un mal aire de mayo. En período electoral los árboles se ponen tan en primer plano, que la realidad se deforma y se pierden los contornos del bosque. Contra lo que se cree, en período electoral las emociones se calman. Los mayores descontentos por la educación, las actitudes más encrespadas por el declive de la sanidad, las emociones más vivas por la disminución de libertades o o por la corrupción impune se viven durante la legislatura más que en elecciones.
Esa deformación emocional y ese bosque que desaparece de la vista por la acumulación de detalles momentáneos puede llegar a ocultar de la mirada el enriquecimiento de Villa y las lógicas sospechas que suscita, como puede un cirujano negligente cerrar una operación con un algodón olvidado dentro del paciente. O alejar de la sensibilidad los asaltos de Rita Barberá al dinero de todos. O enmascarar el persistente olor a podrido del reino de Esperanza Aguirre. Pero, como un cuerpo extraño que un cirujano nos hubiera dejado dentro, los eventuales votos que cubran estas miserias no evitarán que la putrefacción siga su curso, dañando y causando dolor.
Ya dijimos en este espacio lo que en una legislatura tan inmoral como esta debemos repetirnos. El voto universal es condición necesaria para la democracia; nada es democracia sin voto universal, ningún despotismo ilustrado bonachón ni ninguna dictadura del proletariado. Pero no es condición suficiente. Se puede votar en un sistema viciado de clientelismos y cacicazgos y el resultado no es una democracia cabal. La democracia tiene algo de ingeniería. Se necesita un entramado bien organizado que disperse el poder y que asegure responsabilidades permanentes e intermedias antes de la próxima votación, para que no haya tan enormes parcelas de poder ajenas a todo escrutinio. Sin ese entramado el voto ciudadano es como una maceta en la que se hubiera plantado un roble: es demasiado indefenso para reconducir tanto abuso y tanta disfunción.

Mañana debemos votar, porque si no son nuestros votos los que pongan al mando a alguien, será nuestra inhibición la que lo haga y es mejor que sea nuestra acción que nuestra omisión la que marque el camino. Pero no debemos olvidar que lo que haremos mañana es una parte de la cuestión. Sin votos no hay democracia, pero sólo con ellos tampoco. Y nuestra democracia está seriamente menguada. Pasado mañana sigue la otra parte de la cuestión.

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