Empieza la
campaña electoral con los dos principales partidos perdiendo apoyo y con
Podemos perdiendo frescura. Son los únicos que pueden perder esas cosas. Sólo
PP y PSOE pueden perder apoyos, porque son los únicos que los tenían, y desde
luego sólo Podemos puede perder frescura, porque es el único sitio donde hay
tal cosa. Por esas cosas del lenguaje, siendo palabras derivadas una de otra,
es muy distinto tener frescura que ser un fresco. Y esta campaña que empieza es
más pródiga en frescos que en frescura.
La frescura
tiene algo que ver con la sencillez y naturalidad, con la espontaneidad y con
la falta de elaboración. Podemos introdujo frescura en la política nacional. El
discurso impulsado por ellos llevaba disueltas las emociones y sensaciones
elementales de mucha gente, sin elaborar y al natural. Las propuestas y el
ejemplo contundente dado en sus primeras conductas sobre regeneración,
transparencia y participación fueron recibidas como radicales; y lo eran, pero
sólo por el contraste abrupto que suponían con la práctica habitual de aparatos
partidarios ensimismados y opacos y de instituciones colonizadas por esos
aparatos partidarios. Pero tan lejos estaban de la práctica política habitual
como cerca de la intuición básica de la gente: qué puede impedir a un partido
expulsar a un reconocido inmoral, por qué no puede participar la gente de
manera continua en la actividad política de un partido, por qué no se puede
conocer todo lo que nos concierne, sin excepciones, por qué no se puede
discutir una deuda abusiva. No era decir a la gente lo que quería oír, como dijeron
muchos frescos. Era convertir en práctica política el puro sentido común de
cualquiera.
Cuando mucha
gente hace lo mismo es que están siguiendo directrices de alguna parte, porque
la uniformidad sostenida no se da al azar. La reacción de los partidos y los
medios más visibles sobre Podemos tuvo esa uniformidad característica de la
estrategia orquestada. Las “críticas” a Podemos fueron mucho más allá de la hostilidad
obvia que cabe esperar cuando uno entra en lides políticas. Fue una campaña en
toda regla y con todos sus componentes. Se difamó (oro de Venezuela, historias
rocambolescas de Pablo Iglesias); se extendieron grandes mentiras
distorsionando pequeñas verdades (todo el presunto caso Errejón y casi todo el
caso Monedero); se presentaron como demagogia las pequeñas mentiras que dejaban
sueltas las grandes verdades (el señalamiento de la clase política como una
casta oligárquica); se llamó populista al movimiento para justificar
comparaciones enloquecidas (chavismo, Corea del Norte, Mussolini, …). Cuanto
más amplia sea una campaña orquestada, de más arriba viene la orden. No en
balde Podemos y Cataluña fueron los últimos dolores de Emilio Botín. La estridencia
de la campaña fue la señal más visible de que Podemos era (y es) un partido muy
distinto de los demás.
Es cierto que
inicia la campaña con menos frescura (aunque la campaña puede ser el marco en
que la recupere). Cuando las conductas se alejan de la intuición de la gente,
por un “contexto” que obliga y que la gente no entiende, se pierde frescura. Es
pronto para saber qué pasará en Andalucía, pero sí hubo impresión de tactismo,
de “contextualización” de la conducta y pérdida de protagonismo de los círculos,
que son la playa en la que el océano ciudadano entra y sale de Podemos con
frescura. Se repitieron demasiado ciertos términos (“casta”, “ciudadano”, yo
mismo creo que estoy repitiendo “gente”) y eso acaba sonando a jerga y pérdida
de espontaneidad (de frescura). Pablo Iglesias parece estar cepillándose los
zapatos. Muchos creen que es una fase inevitable. Muchos creemos que Podemos
aporta más al país con la frescura que sólo ellos tienen, que con lo que los
frescos llaman “responsabilidad”.
Susana Díaz
convocó elecciones para evitar males mayores al PSOE y fortalecer su posición
dentro del partido (su cabeza funciona así, nunca trabajó en nada que no fueran
las tripas del aparato). Sacó el resultado más bajo de la historia del PSOE y
la muy fresca pretende que quien no la apoye es un obstruccionista; tras
sopesar cuánto ganaba adelantando elecciones, ahora brama porque los demás
sopesan cuánto pierden apoyándola. Ella y Esperanza Aguirre ahora quieren
cambiar el sistema electoral. El PSOE y el PP tendrán una caída de votos que
bien podría llamarse descalabro. Según parece, el que la gente ya no se fíe de
esos dos partidos produce desorden y las dos frescas pretenden que el sistema
electoral corrija la confusión del electorado y que garantice los mismos resultados
con distintos votos. A Esperanza Aguirre parece que algunos frescos le salieron
rana. A tantos pillaron robándonos que, si es que le salieron rana de verdad,
debe ser la reina que pedían las ranas de la fábula de Esopo porque no parece
que haya habido otra cosa en su reino que delincuentes. Como mínimo, ella flota
bien en esa montaña de frescos.
Para contribuir
a la claridad Felipe González El Colombiano acumula papeles que demuestran el
chavismo de Podemos; como si Solchaga se hubiera hecho comunista por asesorar a
Fidel. El muy fresco hurga en la amistad de Monedero con Chávez, cuando él fue amigo
fraternal de Carlos Andrés Pérez, que esquilmó el país y fue condenado, y cuando
tantos intereses económicos traficó con él y con Cisneros. Hay que ser fresco
para “proteger” ahora a la oposición venezolana del chavismo, como adalid de
los débiles, y para exigir a Podemos que se pronuncie, como si así se hiciera
la política exterior y como si él no hubiera oscilado entre el silencio y el
apoyo cuando el “caracazo” del 89, en el que la violenta represión de su amigo
dejó cientos de venezolanos muertos y otros cientos de desaparecidos.
Y Rajoy sigue
tan fresco (y Barberá y Esperanza y todo Cristo), con la gente empobrecida, la
juventud en desbandada, la prensa internacional preocupada por la involución
democrática en España y la evidencia diaria de que el delito en el PP es
estructural. Hasta la asamblea de la Conferencia Episcopal emitió el 24 de
abril un documento en el que pide perdón por no haber estado al lado de los
débiles en esta legislatura (no creo que sea cosa de Sanz Montes, que en la
generales pidió el voto para el PP más fresco que una lechuga). Los frescos de
los medios auparon a Ciudadanos como cortafuegos de Podemos (el editorial del
lunes de El País es una sarta de
vaciedades que dejaba pegañosos los dedos de tanta baba por las naderías de
Ciudadanos en Andalucía). Ahora ya no llaman populistas a Podemos para no
singularizarlos. Ahora hablan de “partidos emergentes” para que sean dos y
Podemos tenga un límite.
La duda que
queda es si estas elecciones van a cambiar la representación política mucho o
muchísimo. Los seismileuristas que PP y PSOE tienen sembrados por todas partes
están en un sinvivir. Podemos debe recordar lo que consiguió introducir y
ciertamente puso una sonrisa en el país: frescura. Que no se pierdan en
coyunturas y contextos. Y que no sean dialogantes en lo obvio.
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