—Este pueblo
está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran cerrados en el hueco de las
paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas, sientes que te van pisando los
pasos. Oyes crujidos. Risas. Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír. Y
voces ya desgastadas por el uso. Todo eso oyes. Pienso que llegará el día en
que estos sonidos se apaguen. (Juan Rulfo, Pedro
Páramo).
—Has sido imprudente, Blade. Matar vampiros es algo limpio, las cenizas no
dejan ninguna prueba. Matar humanos es sucio... (Blade Trinity).
El incidente del
concejal Zapata está dando que hablar sobre los límites de la libertad de expresión
y los límites del humor. El tema es del mayor interés, pero hay otros temas
implicados en este suceso que nos ocuparán más ahora. Cualquiera entiende que
hay faltas permisibles en un individuo particular (achisparse hasta bailar
sobre la mesa una noche en Cimadevilla, conducir un día a 140 por la autopista)
que no son aceptables en un cargo público. Una parte del tema que nos ocupa es
si esos descuidos que uno se permite como sujeto particular y que no son
tolerables en un cargo público nos inhabilitan para ser cargo público; es
decir, si sólo pueden ser cargos públicos los que llevan toda la vida
comportándose como si lo fueran a ser algún día (una especie esta, la de los
cargos in péctore, que floreció como
las margaritas en estos años de despipote).
Otra parte de la
cuestión es el valor que hay que dar a los tuits
o a cualquier intervención pasada en una red social. Mi generación tiene una
parte muy pequeña de su vida en la red. Cuando aparecieron las redes sociales
ya nos habían pasado muchas cosas que la red no atrapó y además éramos ya sin
remedio carne de chigre físico. Pero la gente que puede estar incorporándose
ahora a la política o al activismo previo a la actividad política es de una
generación que tiene un fantasma digital muy completo en los discos de las
multinacionales. No se trata, como se está diciendo ahora, de que la gente tenga
cuidado con lo que pone en la red social (debe cuidarlo, pero por otras
razones). Es que tenemos que empezar a educar los oídos y las entendederas para
dar el valor que tienen a esos tuits pasados
(diré enseguida que ninguno), antes de que prospere en los partidos un nuevo
tipo de carroñeros especializados en frases muertas de esta generación de
nativos digitales que ya asoman a la vida pública.
Los tuits y las entradas en la red social se
consideran legalmente como publicaciones y con esa lógica se juzgaron las
intervenciones de Zapata. Pero hagamos algunas precisiones. Antes de la red 2.0
las cosas eran más claras. La lengua hablada era comunicación presencial y
directa, porque el emisor hablaba y al mismo tiempo el receptor oía e
interpretaba. La lengua escrita era comunicación diferida como un contrato de Bárcenas.
El emisor escribía algo y el lector lo leía después, en un momento sin
determinar. Por eso era tan distinto hablar y escribir. Al hablar no tenemos en
cuenta más contexto que el que hay justo en el momeno del habla, porque sabemos que lo están interpretando
en directo. Al escribir poníamos más cuidado. El lector no estaba leyendo según
escribíamos, no estaba allí viendo y oyendo lo mismo que nosotros. Sabíamos
poco del contexto en que lo iba a leer. Las palabras escritas no se iban al éter como las habladas y por eso las frases eran más cuidadas y trataban de valerse
mejor por sí mismas para hacerse entender en cualquier situación en que pudieran
ser leídas. Todo era claro.
Los sms, los chats
y las redes sociales lo confundieron todo. Ahora la escritura ya no es
necesariamente comunicación diferida. Cuando chateamos o entramos en diálogos
vivos en la red social, estamos en comunicación directa. A la vez que
escribimos nos leen. No hay más contexto ni hay más interpretación que la que cabe en el
momento justo en que escribimos el tuit,
exactamente igual que con las palabras habladas. Pero las palabras habladas
desaparecen limpiamente sin dejar rastro, como los vampiros cazados por Blade.
En cambio, las palabras escritas en comunicación directa (no diferida), aun
cuando sean tan de usar y tirar como las palabras habladas, son sucias y, como
los humanos malos de Blade, dejan su
cadáver en la red.
Las palabras
dichas en comunicación presencial, habladas o escritas, como digo no tienen más
interpretación que la que pueda establecerse para el momento justo de decirlas
o escribirlas. Lo que queda en el disco de la red social es ya una momia, pura
taxidermia, y ponerse a interpretar lo que dicen tiempo después, cuando el
sujeto resulta que ya es concejal, es como hacer güija. Sacar las palabras de
Zapata del Twitter pasado y hacerlas resonar en el contexto de la concejalía
madrileña es una mala maña de ventrílocuo. Parece que las dijo el concejal,
pero en realidad estamos oyendo la voz postiza que le pone el malicioso que
anduvo buscando en la basura.
Esto no sería
importante si no fuera porque enseguida lo normal será que estén en la vida
pública individuos que desde los doce años llevan haciendo sus confidencias, sus
humoradas gruesas de cacas y fantasías zafias y sus chácharas descuidadas
en Fotolog, Tuenti, Twitter y lo que venga. Lo único nuevo es que las palabras
no son vampiras y desaparecen limpiamente cuando ya están gastadas y no tienen más
que decir, sino que dejan su cadáver en esos soportes. Muy pronto serán pocos los personajes
públicos que no tengan cadáveres de frases suyas desparramados por un montón de
discos y soportes, para que carroñeros ávidos de ganancia las hagan sonar.
Tenemos que acostumbrarnos a escuchar ese tipo de palabras desenterradas como
psicofonías de difunto y a mirar al carroñero como se mira siempre al que se
complace en revolcarse en la mierda. No podemos permitirnos que estos basureros
obtengan ganancia de tales artes, y que todo lo que todo el mundo dijo en
público y privado y todo lo que todos dijimos hace años y ahora mismo sea parte
de la vida pública y todo sea parte del presente. Por ese camino, nuestra vida
pública acabará siendo como la Comala de Pedro
Páramo, donde quedaban atrapadas las frases que habían dicho sus gentes ya
muertas y las historias se seguían reproduciendo a jirones una y otra vez hasta
hacer enloquecedor el presente de tanto pasado que cargaba encima.
A veces un juez
obliga a olvidar una verdad relevante porque esa verdad se obtuvo de manera
abusiva y se considera mayor el daño de permitir los abusos que el de
prescindir de esa verdad. Tenemos que educarnos para aprender a ignorar lo que
nos digan que dijo alguien, cuando el testimonio se obtuvo con prácticas de
carroñero. Estaremos evitando interpretaciones torcidas de palabras muertas y
estaremos inhibiendo que prospere ese oficio nefasto. No sé si se pudo evitar
la dimisión de Zapata. Probablemente fuera necesaria su dimisión para
permitirnos pensar con serenidad y darnos cuenta con calma de que no debería
haber dimitido. La democracia está un poco peor después de esa renuncia.
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