sábado, 20 de junio de 2015

Tuits, carroñeros y psicofonías

—Este pueblo está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran cerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos. Oyes crujidos. Risas. Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír. Y voces ya desgastadas por el uso. Todo eso oyes. Pienso que llegará el día en que estos sonidos se apaguen. (Juan Rulfo, Pedro Páramo).
Has sido imprudente, Blade. Matar vampiros es algo limpio, las cenizas no dejan ninguna prueba. Matar humanos es sucio... (Blade Trinity).
El incidente del concejal Zapata está dando que hablar sobre los límites de la libertad de expresión y los límites del humor. El tema es del mayor interés, pero hay otros temas implicados en este suceso que nos ocuparán más ahora. Cualquiera entiende que hay faltas permisibles en un individuo particular (achisparse hasta bailar sobre la mesa una noche en Cimadevilla, conducir un día a 140 por la autopista) que no son aceptables en un cargo público. Una parte del tema que nos ocupa es si esos descuidos que uno se permite como sujeto particular y que no son tolerables en un cargo público nos inhabilitan para ser cargo público; es decir, si sólo pueden ser cargos públicos los que llevan toda la vida comportándose como si lo fueran a ser algún día (una especie esta, la de los cargos in péctore, que floreció como las margaritas en estos años de despipote).
Otra parte de la cuestión es el valor que hay que dar a los tuits o a cualquier intervención pasada en una red social. Mi generación tiene una parte muy pequeña de su vida en la red. Cuando aparecieron las redes sociales ya nos habían pasado muchas cosas que la red no atrapó y además éramos ya sin remedio carne de chigre físico. Pero la gente que puede estar incorporándose ahora a la política o al activismo previo a la actividad política es de una generación que tiene un fantasma digital muy completo en los discos de las multinacionales. No se trata, como se está diciendo ahora, de que la gente tenga cuidado con lo que pone en la red social (debe cuidarlo, pero por otras razones). Es que tenemos que empezar a educar los oídos y las entendederas para dar el valor que tienen a esos tuits pasados (diré enseguida que ninguno), antes de que prospere en los partidos un nuevo tipo de carroñeros especializados en frases muertas de esta generación de nativos digitales que ya asoman a la vida pública.
Los tuits y las entradas en la red social se consideran legalmente como publicaciones y con esa lógica se juzgaron las intervenciones de Zapata. Pero hagamos algunas precisiones. Antes de la red 2.0 las cosas eran más claras. La lengua hablada era comunicación presencial y directa, porque el emisor hablaba y al mismo tiempo el receptor oía e interpretaba. La lengua escrita era comunicación diferida como un contrato de Bárcenas. El emisor escribía algo y el lector lo leía después, en un momento sin determinar. Por eso era tan distinto hablar y escribir. Al hablar no tenemos en cuenta más contexto que el que hay justo en el momeno del habla, porque sabemos que lo están interpretando en directo. Al escribir poníamos más cuidado. El lector no estaba leyendo según escribíamos, no estaba allí viendo y oyendo lo mismo que nosotros. Sabíamos poco del contexto en que lo iba a leer. Las palabras escritas no se iban al éter como las habladas y por eso las frases eran más cuidadas y trataban de valerse mejor por sí mismas para hacerse entender en cualquier situación en que pudieran ser leídas. Todo era claro.
Los sms, los chats y las redes sociales lo confundieron todo. Ahora la escritura ya no es necesariamente comunicación diferida. Cuando chateamos o entramos en diálogos vivos en la red social, estamos en comunicación directa. A la vez que escribimos nos leen. No hay más contexto ni hay más interpretación que la que cabe en el momento justo en que escribimos el tuit, exactamente igual que con las palabras habladas. Pero las palabras habladas desaparecen limpiamente sin dejar rastro, como los vampiros cazados por Blade. En cambio, las palabras escritas en comunicación directa (no diferida), aun cuando sean tan de usar y tirar como las palabras habladas, son sucias y, como los humanos malos de Blade, dejan su cadáver en la red.
Las palabras dichas en comunicación presencial, habladas o escritas, como digo no tienen más interpretación que la que pueda establecerse para el momento justo de decirlas o escribirlas. Lo que queda en el disco de la red social es ya una momia, pura taxidermia, y ponerse a interpretar lo que dicen tiempo después, cuando el sujeto resulta que ya es concejal, es como hacer güija. Sacar las palabras de Zapata del Twitter pasado y hacerlas resonar en el contexto de la concejalía madrileña es una mala maña de ventrílocuo. Parece que las dijo el concejal, pero en realidad estamos oyendo la voz postiza que le pone el malicioso que anduvo buscando en la basura.
Esto no sería importante si no fuera porque enseguida lo normal será que estén en la vida pública individuos que desde los doce años llevan haciendo sus confidencias, sus humoradas gruesas de cacas y fantasías zafias y sus chácharas descuidadas en Fotolog, Tuenti, Twitter y lo que venga. Lo único nuevo es que las palabras no son vampiras y desaparecen limpiamente cuando ya están gastadas y no tienen más que decir, sino que dejan su cadáver en esos soportes. Muy pronto serán pocos los personajes públicos que no tengan cadáveres de frases suyas desparramados por un montón de discos y soportes, para que carroñeros ávidos de ganancia las hagan sonar. Tenemos que acostumbrarnos a escuchar ese tipo de palabras desenterradas como psicofonías de difunto y a mirar al carroñero como se mira siempre al que se complace en revolcarse en la mierda. No podemos permitirnos que estos basureros obtengan ganancia de tales artes, y que todo lo que todo el mundo dijo en público y privado y todo lo que todos dijimos hace años y ahora mismo sea parte de la vida pública y todo sea parte del presente. Por ese camino, nuestra vida pública acabará siendo como la Comala de Pedro Páramo, donde quedaban atrapadas las frases que habían dicho sus gentes ya muertas y las historias se seguían reproduciendo a jirones una y otra vez hasta hacer enloquecedor el presente de tanto pasado que cargaba encima.

A veces un juez obliga a olvidar una verdad relevante porque esa verdad se obtuvo de manera abusiva y se considera mayor el daño de permitir los abusos que el de prescindir de esa verdad. Tenemos que educarnos para aprender a ignorar lo que nos digan que dijo alguien, cuando el testimonio se obtuvo con prácticas de carroñero. Estaremos evitando interpretaciones torcidas de palabras muertas y estaremos inhibiendo que prospere ese oficio nefasto. No sé si se pudo evitar la dimisión de Zapata. Probablemente fuera necesaria su dimisión para permitirnos pensar con serenidad y darnos cuenta con calma de que no debería haber dimitido. La democracia está un poco peor después de esa renuncia.

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