El parlamento
catalán protagoniza una de esas paradojas que se da con los tamaños. Hace años
la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad de Oviedo
se escindió en tres facultades distintas, pero durante un tiempo el
Departamento siguió siendo único y con sede en la nueva Facultad de Filosofía a
secas. Lo normal es que las facultades tengan departamentos, pero por un tiempo
la Facultad de Filosofía tenía un solo departamento que era más grande que la
propia facultad. Todo era legal, pero raro. En Venus pasa un prodigio de este
tipo. La rotación del planeta es más lenta que su traslación y por eso un día
es más largo que un año. Todo físicamente comprensible pero, de nuevo, raro.
El parlamento
catalán parece haberse unido a este tipo de portentos. El parlamento proclamó
la independencia de Cataluña porque hay una mayoría de parlamentarios que la
quiere. Pero el gobierno independentista en funciones no puede proclamar la
independencia porque hay una mayoría de parlamentarios que no lo quieren como
gobierno. El líder y candidato a la presidencia es el número cuatro de la lista
ganadora, porque en esta paradoja que no cesa el cuatro va delante del uno,
igual que los días de Venus tienen años en vez de ser el año el que tiene días.
El sistema D’Hondt aporta su porción de extravagancia y así una minoría de
catalanes que votaron por la independencia da lugar a una mayoría parlamentaria
de independentistas, que, como las ranas de la fábula de Esopo, demandan otro
rey porque Artur Mas, igual que el tronco que Júpiter había enviado a las
ranas, les parece un zoquete. Carme Forcadell grita en el parlamento de los
prodigios que viva la república catalana y tuvo que aclarar después, por la
cosa de que no hay tal república, que los valores republicanos y de la
democracia son universales y que eso era lo que quería decir porque, dicho de
Cataluña, proclamado queda para el universo, que allí donde el cuatro va
delante del uno es Cataluña la que incluye al universo como los días de Venus incluyen
a los años. Pero Mas, el tarugo que las ranas no quieren como rey, es un
pragmático que avanza en sentido de la realidad. En JpSí se agruparon dos
fuerzas incompatibles para dar lugar a un ente a su vez incompatible con la
CUP. Son tres piezas que sólo se pueden poner en contacto por las nalgas, así
que Mas, realista, quiere un gobierno tridente donde quepan los tres a base de
mantenerse aislados y donde él sería Presidente para ser destituido a los diez
meses. Es decir, un gobierno diseñado con las nalgas, que para eso son su punto
de unión, y donde el pensamiento parece reducirse al tiritar desangelado de
alguna membrana aislada del sistema nervioso.
En una situación
mínimamente templada, deberíamos decir que la mayoría de votos no
independentistas fue exigua y que muchos muchos votaron por la independencia; y
a su vez que la mayoría parlamentaria independentista es demasiado leve como
para dar puñetazos en la mesa. Pero en el momento actual todo el mundo parece
convencido de que ganó y de que el que gana lo gana todo. Porque también tiene
su gracia ver a quienes veían en un referéndum de independencia el advenimiento
del Maligno sacar pecho por esa mayoría de votos no independentistas y dando a
las elecciones el rango de un referéndum encubierto y por supuesto legítimo.
Rajoy veía en las espectaculares Diadas de estos años sólo una cuestión legal.
Y las Forcadell y los Mas que se creen en la república catalana acabarán
consiguiendo que una cuestión política de primer orden acabe siendo
efectivamente una cuestión legal.
Hace ya tiempo
que no hay desenlace posible en Cataluña que no pase por un referéndum
vinculante de independencia. Este referéndum sería una medida democrática y
fracasada. Es democrática por la obviedad de que sería la opinión popular la
que marcase el camino. Es fracasada porque el referéndum es una buena manera de
validar acuerdos políticos y una mala manera de zanjar diferencias. El
referéndum de Escocia era benigno porque se basaba en acuerdos donde cada parte
aceptaba lo fundamental de la otra parte. En el caso catalán, el referéndum
será más bien la aplicación de la variante que Sánchez Ferlosio hacía del
precepto bíblico: dejaos por imposibles los unos a los otros. La cuestión es
que cualquier resultado del referéndum daría paso a una negociación. Ni siquiera
establecida por un referéndum vinculante la independencia puede ser un proceso
unilateral. Y ni siquiera consolidada la presencia de Cataluña en España por un
referéndum vinculante la situación puede quedar como está. Ningún referéndum
dará toda la razón a una parte.
Puesto que esto
es así, podría ser parte de la campaña y del razonamiento para sí o el no ese
otro desenlace al que habría que ir. Por ejemplo, si la permanencia de Cataluña
en España fuera a conducir, expresémoslo aquí con una etiqueta sin contenido,
al Reino Unido de España, donde Cataluña tendría un estatus determinado,
acompáñese tal perspectiva al razonamiento para pedir a los catalanes su permanencia
en este Reino. Y también se podría hacer el proceso inverso. Podríamos
modificar la constitución antes de que se nos deshaga entre los dedos para
crear el Reino Unido de España (etiqueta sin contenido, recuérdese; es sólo
para hablar ahora) y anunciar a los catalanes que al final habrá un referéndum
en el que se decidirá si Cataluña quiere seguir siendo parte de España en esas
condiciones. Pero antes o después tendrá que haber un referéndum. De lo
contrario, seguiremos teniendo parlamentos con un cien por cien de ganadores
que lo ganaron todo.
La pulsión
nacional es una de las emociones que más afecta a las conductas colectivas.
Marvin Harris había sentenciado que la eficacia de la acción colectiva de las
masas dependía más de la aceptación de credos compulsivos que de la
racionalidad. Los dos fenómenos más eficaces para que la conducta colectiva sea
compulsiva son la religión y la nación. La emoción nacional puede ser
canalizada en formas de organización democráticas. La emoción religiosa no. Por
eso el carácter democrático es un atributo de los estados o estados – nación y
por eso las democracias sólo lo son si son laicas. La cuestión es que el
impulso nacional es potencialmente tan intenso que puede arrastrar o anular
todos los demás impulsos colectivos y descomponer la ética individual y de la
vida pública, igual que el tirón gravitatorio de un cuerpo masivo puede tronzar
un planeta que se acerque lo suficiente. En Cataluña y en España se quebró la
universalidad de la sanidad, aumentaron los negocios privados con la
desatención de la salud, se perdió a un profesor por hora en los últimos años,
se abandonó a los dependientes, se dejó a mucha gente sin electricidad y hasta
sin casa. Y se robó. A gran escala y de manera organizada y sostenida. Y se
mintió con desvergüenza. Pero el tirón gravitatorio de la emoción nacional
puede tronzar la ética en la que todo esto significa algo y ponernos a todos en
ese nivel en el que el Amo del 3% habla de la libertad de los pueblos y el
Señor de la ley mordaza habla de la roca firme de la democracia. Debería ser
obligatorio que todas las banderas llevaran en alguna esquina una calavera de
advertencia, como las instalaciones de alta tensión.
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ResponderEliminarMagistral y lúcido. Como siempre.
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