El horror, como los agujeros negros, tiene su propio horizonte de sucesos.
Hay estados de indignación, de agresividad y hasta de violencia que se pueden
poner en correspondencia con tragedias sufridas, con ofensas o con injusticias
límite. Pero hay un punto a partir del cual el horror no puede relacionarse con
nada externo al horror. Hay un límite desde el que la locura es sólo locura.
Que nadie quiera practicar “altura de miras” viendo en los improvisados
pelotones de fusilamiento de París la consecuencia lógica de determinadas
políticas. Que nadie quiera relativizar el espanto recordando el sufrimiento
mayor de otras zonas del planeta. La conmoción inevitable por lo más próximo a
nosotros no es insensibilidad con los desastres lejanos. Es además lógico el
desasosiego por el simbolismo histórico e ideológico de los lugares elegidos
para tan macabro pronunciamiento.
Pero lo que desató el horror sigue rugiendo su amenaza. Aunque no quepan
matices éticos, es obligado el análisis y es obligada la actuación. Y la
actuación siempre empieza de la misma manera: reducir las libertades, reducir
lo opinable, reducir las discrepancias y reducir la patria. Los primeros pasos
son siempre la unidad de los demócratas; el tipo de unidad al que se llega por
reducción. Es lógico que se actúe, que se movilicen fuerzas de seguridad, que
se intensifiquen controles y precauciones. Pero no es evidente que para proteger
el R. Madrid – Barcelona haya que cambiar las leyes. En el anterior pacto
antiterrorista se cambiaron las leyes para endurecer las penas por terrorismo y
para llamar terrorismo a más cosas. Ahora se propone un pacto antiyihadista
para endurecer otra vez las penas por terrorismo y para llamar terrorismo a más
cosas que antes. Y las dos leyes prolongan una ley mordaza que llamó la
atención de los medios y la opinión pública internacionales porque sentían
amenazada la democracia en España.
Dije que se reduce la patria por la manera en que los promotores impulsan
la unidad: ante la emergencia, todo el que replique al Presidente queda fuera
del país. El PP acostumbra a sobreactuar en nombre de la patria y a
hipertrofiar sus símbolos, así sea la bandera o los toros, para reducir el
tamaño de España al terruño que ellos pisan y acusar de estar fuera del país a
quien no les acompañe en sus astracanadas. Es el discurso eterno de la derecha,
el de estar dentro o estar fuera. El PP sacó adelante su ley mordaza contra el
criterio de los demás partidos. Ante la amenaza terrorista, no retira la ley de
seguridad que los separa del PSOE para buscar la unidad. Y el PSOE no le exige
retirar esa ley para hablar en serio de seguridad. Todas las obligaciones eran
para el PSOE, ninguna para el PP. El PP mete después en el pacto la cadena
perpetua que el PSOE rechaza. Pero no retira ese punto para buscar el encuentro
y el PSOE no exige que se retire. Con la ley mordaza y la cadena perpetua a
cuestas, el PSOE firma prometiendo derogar lo que firma. El PSOE siguió
haciendo su papel de PP-que-no-se-atreve, como si el PP fuera una bola de
billar que deforma una cama elástica y el PSOE la bola que se deja caer hacia
ella dando vueltas desganadas.
Ahora llega el atentado de París y se repite la misma escena: todos tiene
la obligación de firmar lo que diga Rajoy. Pablo Iglesias no quiere un cambio
del código penal, porque no cree que la dureza de las penas pueda desalentar a
quienes están dispuestos a suicidarse para matar. Ni tampoco cree que seamos
víctimas del terror porque nuestras leyes sean blandas o estemos empachados de
libertades. No es el discurso de un terrorista. Pablo Iglesias cabe en
cualquier frente que quiera liquidar el terrorismo yihadista. Pero de nuevo no
hay más patria que la que cabe bajo los pies de Rajoy. Sería fácil sumar a
quien sin duda quiere combatir la barbarie y no quiere cambiar (otra vez) el
código penal. Pero no es la unión lo que se busca. Se busca la reducción.
Así pudo Rafael Hernando llamar “tragedia” de España a que Podemos no
firmara lo que ellos exigían. Es el no firmante que quiere ayudar el que
quiebra la unidad, no el firmante que lo excluye por discrepar en lo accesorio.
Es difícil saber si debemos considerar a este personaje como un portavoz del PP
o sólo como el deshecho que se escurre de ese partido, el hollejo amargo y sin
valor que sólo es desperdicio. Es notable que el PP se crea en posición moral
de marcar obligaciones sólo para los demás, cuando aún no fue capaz de
distanciarse del crimen de la guerra de Irak, tan vinculado con lo que ocurre;
cuando dejó de ser capaz de llamar dictador y terrorista a Gadafi al empezar
Aznar a enriquecerse con él; y cuando aún no repudió aquella teoría de la
conspiración sobre aquello ocurrido en Madrid tan parecido a lo de París, por
la que se pretendía dejar libres a los asesinos para desviar la atención hacia
ETA y que todavía en fechas no lejanas siguió alentando el activista radical
Rouco Varela.
Dalia Álvarez, en un exquisito
artículo lleno de elegancia intelectual (goo.gl/uGNjyD), hacía notar que la
religión es sólo el disfraz ocasional de la guerra de siempre por las
libertades de siempre. La religión no es la causa de lo ocurrido. Pero sí su
cauce. La rabia y el estallido violento actúa de manera inmediata y explosiva.
Lo ocurrido en París requiere preparación y método, tiempo y paciencia. La
locura asesina no se puede mantener sostenida en el tiempo más que por un
mecanismo compulsivo eficaz como el fanatismo religioso. Cuando una mujer muere
asesinada por su pareja, sin establecer causalidades espurias, llamamos la
atención sobre todas las pequeñas y grandes cosas que abonan el terreno para
que pueda germinar aquí o allá la violencia masculina mostrenca. Cuando el
fanatismo religioso se hace notar en episodios tan dramáticos es también el
momento de mirar el terreno que pisamos y ver qué estamos plantando en él. La
religión es una creencia o emoción privada, que puede manifestarse en actos
colectivos públicos de culto y que puede ser el resorte privado de conductas
públicas, la razón íntima por la que determinada gente se compromete con
determinadas causas. Pero el dogma religioso no debe tener dimensión pública,
es decir, no debe obligar de ninguna manera especial a quien no lo profese. No
debe haber más respeto a una creencia o culto religioso del que se debe a
cualquier otro tipo de creencia o conducta. Y debe educarse a los niños en esa
senda, no se les puede inculcar que cuando un colegio pone carne de cerdo sin
alternativa se está faltando al respeto a determinados credos. Lo que sí es una
tragedia es que el Papa Bergoglio dijera al hilo de los nefandos crímenes de
Charlie Hebdo que es que los muertos insultaban la fe de algunas personas y si
se insulta a mi madre yo también pego un puñetazo. Semejante apología del
crimen se hace desde el convencimiento de que el insulto a la fe es más grave
que cualquier otro tipo de insulto. En esas cosas que abonan la tierra que
pisamos hay que pensar el día en que el fanatismo religioso ruge. El día que
matan a una mujer o el fanatismo canaliza la sinrazón es el día en que hay que
pensar qué pequeñas cosas estamos tolerando y dejando crecer para llegar a
semejantes impiedades.
Son días para la unidad; pero para la
unidad que se alcanza extendiendo el terreno para que quepamos todos los que
queremos las libertades. Y días para recordar que sólo un estado laico puede
ser democrático y sólo en un estado laico la religión es tolerante y saludable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario