De mareas va la cosa, ciertamente. Lo del Parlamento nacional y lo de la
Generalitat dan esa sensación de cuando sube la marea y moja toallas y ropas de
los despistados y va dejando a Rajoy aislado y rodeado de remolinos, como un Mont
Saint Michel con la marea alta.
Los chicos de la CUP fueron listos. No inteligentes, pero sí listos. Es
fácil imaginar el desánimo con el que irían a nuevas elecciones los actuales
socios del gobierno catalán y cómo se frotarían las manos en Madrid ante
semejante zafarrancho. En cambio, se ve a simple vista el subidón de los
independentistas y el despiste de los que no lo son. Claro que fueron listos.
No es fácil decir qué separa la listeza de la inteligencia. Supongo que los
actos inteligentes, después cumplidos, mantienen reconocible al sujeto, con
todo su bagaje intacto o mejorado. Pero los listos sólo son eficaces buscando
la ventaja en cada circunstancia, son especialistas en salir del paso y sus
actos no responden a una línea de pensamiento sostenida. Como la actividad de
la CUP no fue inteligente, el desenlace no los deja reconocibles. La CUP quedó
hecha unos zorros. Como listos que son, salvaron el procés y evitaron unas elecciones para ellos corrosivas. Pero, tras
tanto anticapitalismo irreductible, acabaron dejando en el trono a los señores
del tres por ciento, convirtiendo la sesión de investidura en un homenaje al incalificable
señor Mas y dejando que no se hablase del saqueo a Cataluña. El documento del
pacto es una delirante rendición de la CUP, en el que se comprometen a no andar
con malas compañías españolazas, regalar dos diputados a Junts pel Sí y en el
que además reconocen haber sido malos y como contrición darán de baja a algunos
parlamentarios y pondrán a otros que no hayan pecado. Al final, el procés continúa y la CUP intenta
animarse alborozándose por haber echado a Artur Mas, como un borracho
intentando levantar una fiesta ya acabada con un matasuegras mojado.
Ahora sostiene al gobierno una coalición de la CUP con JxS, que a su vez es
una coalición de Esquerra con Convergència. Lo gracioso es que JxS ya estaba
disuelta. Ante las supuestas elecciones, Esquerra ya le había dicho adiós con
las dos manos a Convergència. Así que lo que tenemos en la Generalitat es una
especie de zombi, un muerto reanimado por los listos de la CUP. Además, las
expectativas electorales de Convergència eran mínimas y la CUP hubiera
afrontado unas elecciones dividida, llena de cicatrices y sin más discurso que chuflar
el matasuegras y gritar que echaron a Mas. Así queda la legitimidad la del procés: una coalición espectral ya
disuelta y dos de los tres partidos a los que unas elecciones dejaría como
papel de fumar, tras unas elecciones en las que ganó un partido no
independentista, que seguramente ganaría ahora la Generalitat. Es decir, en el parlament nada es lo que se dice real.
Lo que se oyó el otro día fueron más psicofonías de difunto que discurso de
vivos. Es lo que pasa en un país que pone medallas policiales a la Virgen
Nuestra Señora: a un ser que no es persona, se le atribuye capacidad de
“desvelo, sacrificio y dedicación” y acabamos familiarizándonos con
espectros y zombis en la vida pública.
El asunto catalán dejó en el
desconcierto y con el paso cambiado a los grupos que se constituían en Madrid
(ya dije que los de la CUP habían sido listos). Por si la confusión aritmética
era poca cosa, a ella se añadieron señorías llegando al hemiciclo en bicicleta
o en charangas y rastas y bebés dentro del recinto. Aquello tenía realmente
toda la pinta de una marea, con grupos humanos chocando y rodeándose entre sí
como olas en remolinos. Y con todo eso la investidura de Puigdemont hacía el
vacío de gobierno más vacío que nunca y la parálisis de Rajoy un verdadero
rictus. Las elecciones, e incluso la campaña, ya le habían dado a Rajoy una
palidez mortuoria. Con tanta rasta, tanto bebé y tanta charanga, y con tanta
promesa y juramento de autor en Madrid y de combate en Cataluña, Rajoy parece
más muerto que nunca. Otro espectro en nuestra escena pública. Sólo falta que lo
reanime la gran coalición con el PSOE para tener otro gobierno zombi sobre
nosotros.
Hay quien quiere despiojar a los
nuevos, no les vayan a pegar a los pata negra liendres y bubas. Bienvenida esa
inquietud. El juez Castro empezaba a sentirse solo intentando despiojar a la
Monarquía de tanto parásito. La presencia y aforamiento de Gómez de la Serna
nos recuerda la necesidad de fumigar cuanto antes el Parlamento. Y doña Mª
Dolores Ripoll y Martínez de Bedoya, al recordarnos que hacienda no somos
todos, nos recuerda que hay mucha fortuna que despiojar; y al proclamarlo como
argumento, nos recuerda que también hay que despiojar la Abogacía del Estado.
Y de piojos, pactos y problemas
secesionistas hubiéramos hablado si a Carolina Bescansa no le da por llevar a
su bebé al trabajo. Su gesto, obviamente reivindicativo, puso rápidamente en
evidencia dos de las muchas constantes que se dan cuando una reivindicación
tiene que ver con los derechos de la mujer. Una es la sordera estratégica, ese
ataque de interpretación literal que se usa para hacer como que no se entiende.
Cuando a los verdes alemanes en los 80 les dio por poner macetas en su mesa, a
nadie se le ocurrió recordarles que había jardines fuera porque todos entendieron que era un gesto. Cuando la
gente se manifestó con una mordaza en la boca, nadie dijo que estaban
fingiendo, que podían quitarse ese trapo y hablar con normalidad. No lo
hicieron porque entendieron que era
gesto. Pero a Bedoya la prensa conservadora le recuerda que ella tiene
guardería en el Congreso. Y los blogs progres le recuerdan lo mismo. Y muchas
mujeres le dicen lo mismo, algunas con retórica feminista. Como siempre, cuando
de derechos de la mujer se trata, hay que ser más claro que de costumbre porque
nadie entiende nada, todo el mundo es
sordo. La segunda es que, como el estereotipo femenino es el de un ser
dependiente, es habitual que una mujer tenga que escuchar más opiniones y
consejos que un adulto de otro sexo. Y así, pudiendo Carolina elegir entre
dejar al bebé con sus padres o niñeros (si tiene), dejarlo en la guardería del
Congreso o llevarlo al acto de constitución del parlamento (que tampoco lo
llevó a la ópera, donde molestarían sus gorjeos), y habiendo elegido lo que le
dio la real gana (lo que le salió del escaño, según feliz expresión de Soledad
Alcaide), tiene que ver al país entero convertido en un patio opinando todo
Cristo y calificando y descalificando lo que debería haber hecho con su niño.
Como se viene diciendo toda esta legislatura, con la que está cayendo.
Todos estos inicios parecen dejar
claras tres cosas relevantes para lo que pueda pasar. Una es que Podemos es
quien mejor se comunica con el país; no sólo consigue ser el motivo de
conversación, sino el que mejor marca la agenda de temas de los que hay que
hablar. Veremos qué ofrecen cuando haya que legislar y gobernar. Otra es que
Pedro Sánchez es el miembro del PSOE que mejor entiende la situación de su
partido y las agarraderas que le quedan; puede ser que tenga mejor cabeza
(quién lo iba a decir; Pedro Sánchez) o que esté más libre de condicionantes y
mercadeos. Lo cierto es que Susana Díaz cada vez se siente más como un ronquido
y Javier Fernández lleva demasiado tiempo cultivando el silencio en Asturias y
ahora le falta práctica para hablar y decir algo de fuste. Y la tercera es que
el PP está sin pulso y perplejo. A lo mejor tiene que imitar a la CUP, escribir
una rendición, dar de baja a diputados y echarse la culpa de todo a ver si
alguien más que Rivera les hace caso. En todo caso se necesita que esto empiece
a funcionar ya.
Con la que está cayendo.
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