Pedró Sánchez y António Costa, Dios los cría y ellos se juntan. António
Costa había deprimido en octubre los resultados del Partido Socialista
portugués hasta límites históricos. El mal resultado tenía un punto ridículo
porque los socialistas acababan de ganar las europeas con el liderazgo de
António Seguro, pero como había sido por “poucochinho”,
Costa consiguió defenestrarlo y asumir él el mando … para perder él por goleada.
Así que el resultado ponía las maletas de Costa en la puerta. Pero el Bloco y
el PC, partidos muy a la izquierda de los socialistas, consideraron una
emergencia nacional retirar las leyes y medidas del gobierno conservador
anterior, que habían dejado a la intemperie, sin recursos ni derechos, a
tantísimos portugueses. Y del fracaso, ridículo y maletas hechas, de repente
Costa se ve Presidente. Y Pedro Sánchez, como Pedro Navajas, aprieta un puño
dentro‘l gabán y se dice: “sí se puede”.
Y puede
que el viaje de estudios de Sánchez no haya sido en balde. En este mundo
abierto la dimisión de Pedro Sánchez y su investidura como Presidente coexisten
como dos corchos flotando y alternando su vaivén sin estorbarse. El PSOE es
quien tiene todas las llaves y quien más se juega. Parece que en un partido la
distancia entre el poder y la desaparición es grande, pero el PSOE no está
lejos de ninguna de las dos. Camina sobre el vértice de un tejado y puede resbalar
hacia el poder o hacia la irrelevancia con la misma facilidad. Su papel de poli
bueno del sistema cuando el sistema es cada vez más agresivo se hace cada vez
más insulso e irrelevante y por eso no sólo está perdiendo votos sino nutriente
social. La última acusación que quiere oír el PSOE, como la mayoría de los
socialdemócratas, es la de antisistema. Necesitan la respetabilidad del sistema
y piensan de sí mismos, con respecto a otras izquierdas, que el compromiso de
verdad se da dentro del sistema y que lo fácil es no intervenir en serio en las
cosas. El problema es que acepta que el sistema es lo que los poderes
económicos dicen que es el sistema y los poderes económicos cada vez lo
restringen más y cada vez consideran más cosas fuera del sistema. El TIIP, por
ejemplo, reduce el papel de los gobiernos democráticos a una caricatura. La
manera en que el señor Adelson quería hacer pasar su Eurovegas por encima de
nuestras leyes era sólo un anticipo modesto. El PSOE tiene incomodidad con
semejante engendro, pero lo primero que hace es poner los dos pies en el
sistema y apoyarlo, por nada del mundo quiere ser señalado como “insensato” o
“irresponsable”. Por eso se queda sin voz audible cuando otras fuerzas dan
forma al descontento popular. Y por eso, tocando con las yemas el poder, tiene
sin embargo riesgo real de desaparecer.
En estos
días, en vez de las cautelas habituales antes de una negociación y una
estrategia reconocible, no tuvimos del PSOE más que una morralla de barones y
baroncitos dándose codazos y poniéndose zancadillas, un griterío desordenado
vociferando obviedades, como la unidad nacional. Se hipertrofia un punto
concreto, el del referéndum de Cataluña, de tramitación incierta en cualquier
supuesto, para basar en él la imposibilidad de una negociación con Podemos. En
cambio, poco se está diciendo o recordando de lo que imposibilita (o debería) una
gran coalición con el PP. Tan poco, que el PP puede seguir con su letanía de la
responsabilidad, la altura de miras y los “mimbres” para formar un gobierno de
sensatos constitucionalistas, dado que no hay argumento en contra que pare esa
dialéctica.
Claro que
un referéndum de independencia de Cataluña es un punto escabroso en cualquier
negociación. Pero debería recordarse que también lo es la reforma laboral del
PP. Debería decirse que una negociación colectiva supone enfrentar a una parte
fuerte, la empresa, con muchas débiles pero conjuntas, los trabajadores, que
llegan así a un equilibrio; y que suprimir esas negociaciones colectivas lleva
a enfrentar a una parte fuerte con las partes débiles de una en una en
negociaciones siempre desniveladas que, en la práctica, dejan a la intemperie a
esas partes débiles. La Unión Europea llama a esto “descentralización de la
negociación” y exige que se aplique con más intensidad. Estamos en el reverso
de lo que le ocurría a Margaret Thatcher. Ella era euroescéptica porque,
después de aplastar a los sindicatos ingleses, llegaba la UE llena de
protección social y derechos de todo tipo a estropearle su revolución
conservadora. Ahora lo que viene de la UE es justo lo contrario y el PSOE
debería ser el reverso de Thatcher y oponerse a esos vientos europeos y decir
que no puede haber gran coalición con el PP si el PP no deroga esa ley y decir
esto tan alto como están diciendo que no quieren un referéndum en Cataluña.
La ley de
educación del PP es importante, no sólo por lo que es en sí, sino por la carga
ideológica que trae consigo. Wert y Gomendio no dijeron nunca o casi nunca que
recortaran nada por la crisis o por falta de fondos. No dijeron que quitaban
becas porque no hubiera dinero, sino porque entienden que quien se beneficia de
ellas es el estudiante que se convertirá en médico o ingeniera y que a ellos
corresponde el esfuerzo económico o el endeudamiento de sus estudios. Segregan
a los estudiantes a edades muy tempranas mediante reválidas y concertaciones
abusivas con centros privados porque no creen que el sistema educativo tenga
que corregir las diferencias sociales y familiares que están dadas en la
población. Pura ideología sin disimulos. Todo esto debería recordarlo el PSOE
ahora con tanta fuerza como la integridad del territorio que ninguna fuera
estatal discute y tiene que hacerlo el PSOE porque es el que tiene la
posibilidad de hacer una cosa u otra. No basta decir un no rotundo a pactar con
el PP, sino recordar qué principios los separan, si es que hay principios que
los separen.
Parece que
Pedro Sánchez quiere al menos intentarlo y por eso fue a tomar aire a Portugal.
Lejos quedan los 80, cuando Alfonso Guerra se burlaba del PNV porque, decía,
querían gobernar desde un batzoki. Ahora es un PSOE esclerotizado el que
desde sus batzokis quiere hacer pasar el aparato por encima de la
representación institucional. La misma ceguera que están proyectando sobre la
gravísima situación política de Cataluña la proyectan sobre el delicadísimo
momento del propio partido. Están poniendo los dos pies en la vertiente por la
que resbalarán hacia la irrelevancia.
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