Hay políticos miopes, como Susana Díaz, que ven bien lo cercano e
inmediato, es decir, el interior de su partido y el corto plazo, y que ven
borroso lo que está un poco más lejos, es decir, la sociedad real y su futuro.
Hay políticos hipermétropes, como Carmena y Ángel Gabilondo, que proyectan una
mirada interesante hacia la sociedad y una vista nublada para lo próximo; se
les nota inteligentes en los asuntos públicos y limitados para manejarse en las
tácticas de los aparatos internos. Y hay políticos con la vista bien
equilibrada, como Ada Colau, tan capaces con los problemas de la sociedad como
hábiles para crear un aparato interno propicio. Las elecciones dejaron un
Parlamento complicado y casi juguetón, que por un lado hace oscuro el aspecto
que tendrá el próximo gobierno y, por otro, hace diáfana la naturaleza de los
distintos actores. Ya se sabe que cuando las circunstancias aprietan ocurre lo
inevitable: que sale de cada uno lo que lleva dentro.
Pedro Sánchez pasó la campaña con la sensación de competir con lobos que
mordían su partido por todas las esquinas, la de la izquierda, la del centro y
la de la regeneración. Ahora, además de las dentelladas de fuera, nota otros
picores porque el partido también tenía lombrices por dentro. Con un resultado
electoral catastrófico, el PSOE es sin embargo componente esencial de cualquier
desenlace. Ni siquiera puede inhibirse, porque su inhibición es también una de
las soluciones para que haya gobierno, por lo que no sería una inhibición.
Todas las opciones que tiene Sánchez corren el riesgo de deteriorar a su
partido: facilitar el gobierno del PP, gobernar con el apoyo de Podemos o
afrontar ahora unas nuevas elecciones, todo, amenaza al PSOE de decadencia. Así
que no es Rajoy el que está ahora agitado como un Artur Mas en su laberinto. Es
Pedro Sánchez el que no duerme llamando, hablando y haciendo números. Rajoy se
limita a hacer de Felipe VI, hace llamamientos al interés general con retórica
de mensaje de Nochebuena y le falta poco para lamentar el hambre en el mundo y
el egoísmo de los poderosos. No hizo ni una sola propuesta política sobre la
que basar una mayoría. Estamos ya tan acostumbrados a su incompetencia que
algunos ya lo toman por un “estilo” o un “método”.
Decía que la confusión de las circunstancias ponen en claro algunas cosas. Una
de ellas es que el diálogo y la negociación dejaron de ser destrezas de
nuestros representantes y valores de nuestra vida pública. Ni los dirigentes
saben manejar una negociación compleja, ni el ambiente actual valora como una
virtud la renuncia y el acuerdo. Que los partidos tengan unas condiciones para
llegar a un pacto con otros es lo esperable. Que las tengan para sentarse a hablar
con otros es incomprensible y además un absurdo lógico: parece que para
negociar hay que cumplir la condición previa de estar de acuerdo en lo básico,
que es justo lo que se busca con la negociación, acuerdos de mínimos que puedan
obviar las diferencias. Podemos anuncia como una de sus exigencias un
referéndum en Cataluña. Para el PSOE es inasumible tal referéndum. Son dos
posturas incompatibles. Como tantas otras veces. Así entró España en la Unión
Europea. Así se dejó atrás una dictadura sin tener que ganar una guerra. Y así
se regularon tantas veces los salarios y condiciones de trabajo. Siempre a
partir de posiciones irreconciliables. Para eso se negocia. Ni el que quiere el
referéndum (la mayoría de los no independentistas catalanes lo quieren) ni el
que lo rechaza (la mayoría de los estados son estados – nación) son el diablo.
Aunque Pablo Iglesias considere irrenunciable el referéndum, seguro que
podrá estar de acuerdo en que no empiece la legislatura por ahí. Su partido
lleva en el programa cambios en la Constitución. El PSOE también propone
cambios, además relativos al orden territorial. No debería ser difícil empezar
por ahí y por tantas medidas sociales en las que podrían llegar a un acuerdo.
Las medidas que Podemos plantea como urgentes no deben repugnar ni la
sensibilidad ni el programa del PSOE. La derogación de la reforma laboral, la
ley mordaza o la de educación no debería plantear ninguna falta de
entendimiento. Pero al final, con el cambio de modelo territorial que se
quiera, uno querría un referéndum al que el otro se negaría. Podría llegarse a
un punto sin salida y que la legislatura fuera corta. ¿Cuál es el problema? Lo
más probable es que tengamos una legislatura corta en cualquier supuesto. Si se
hicieron cambios sociales, cambios constitucionales y cambios en la política
territorial, ¿cuál es el problema de que finalmente no pudieran conciliar algo
que acabó siendo irreconciliable? Como tantas otras veces, se habría avanzado
en cosas sustanciales y quizá habría aumentado la comprensión mutua en ese
asunto que sigue siendo irreconciliable. De Garzón, la tercera parte del puzle,
no cabe esperar más que coherencia y buen juicio. Siempre se puede negociar si
se sabe y se quiere. Y el estado político, económico y moral en que dejó el PP
al país exige saber y querer.
Podemos es en realidad la suma de cuatro piezas, pero tampoco esto es
nuevo. No hay diferencias más profundas entre su candidatura de Valencia y de
Galicia que las que siempre hubo entre el PSC y el PSOE extremeño, por ejemplo.
Lo llamativo de la situación es el ruido y la furia interna del PSOE. Susana
Díaz sólo ve en los asuntos públicos lo que puede ver quien no hizo otra cosa
en su vida que trapichear en el aparato interno de un partido que, en Andalucía,
está lleno de oscuridades. Sólo ve en las situaciones las condiciones de
ventaja y pérdida propias y de su grupo de afines, sin que el beneficio de la
sociedad y hasta de su partido entren sustantivamente en el balance. Así se
lanza con descaro y falta de oportunidad a la yugular de Sánchez y de cualquier
conversación inteligente que se pueda plantear en torno a él. Quiere congreso
ya, antes de que algo pueda salir bien y se tenga que quedar en la tierra de
los EREs compuesta y sin ambiciones satisfechas. Y quiere hacer inviable
cualquier negociación desde el presupuesto de que Podemos quiere romper España.
No lo dijeron en la campaña electoral (“vótanos, ayúdanos a romper España”), ni
está en sus documentos fundacionales. Es un “análisis” que nos ofrece ella.
Este tipo de político, cien por cien aparato y ambición, es además
singularmente cainita. Prefieren que todos pierdan a rechinar sus dientes
viendo mejorar a quien fue su rival. En su día el aparatón del PSOE prefirió
arropar al perdedor Almunia sobre el ganador desafiante Borrell aunque así
Aznar ganara por mayoría absoluta. Y Susana Díaz prefiere al Rajoy de todos los
males en la Moncloa que a Sánchez.
Y no sólo Díaz. Es singular que Javier Fernández dedicara su alocución
presidencial a la situación nacional y a la necesidad de entendimiento: él que
se invistió en el cargo sin mayoría parlamentaria con la que gobernar y que no
hizo nada para obtenerla, más que soltar con desgana encima de la mesa de
Podemos el mamotreto de unos presupuestos ya hechos para que propusieran
parcheos; él, del que aún recordamos su crispación indisimulada cuando “su”
candidato Wenceslao logró la alcaldía de Oviedo por un gesto singularmente
desinteresado de Podemos que desbarató la maniobra con la que la FSA quería un
gobierno local del PP del que pudiera culpar a Podemos.
Podemos tomó la tierra, no el cielo, por asalto y alteró radicalmente la
política nacional. El tramo que le queda de la tierra al cielo requiere más
inteligencia y nobleza que asaltos o ingeniosidades. Aunque sólo sea por la
inocencia del recién llegado, le toca retar con un listón de principios y
buenas prácticas a un PSOE que llegará a él o se quedará a ras de tierra
encerrado en el mundo miope de Susana Díaz. Pero admitamos que el que uno ponga
el listón a la altura que se requiere y que el otro lo alcance va contra los
tiempos que corren.
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