martes, 9 de febrero de 2016

Mientras Rajoy sigue durmiendo

Pedro Sánchez va a intentar la investidura, con todo el griterío de los barones del PSOE detrás de él como esas latas y cacerolas que se atan al coche de los recién casados para que armen estruendo y jolgorio. Porque sólo estruendo y barullo aportaron a la situación los líderes territoriales, tan deprimidos en votos como el propio Sánchez. Veamos. Lo más enérgico que están transmitiendo los barones y sus antepasados (Felipe González, Leguina y Corcuera el de las arritmias) son los horrores de Podemos. El rechazo a tal compañía política se expresa de manera confusa y nerviosa. Confuso es lo del populismo y la radicalidad. ¿En qué son radicales? Proponen para los más ricos diez puntos más de impuestos que Ciudadanos. No parece que sea para tanto. La prohibición que pretenden de esas puertas giratorias que tanto pesan en las facturas de nuestros servicios básicos está más cerca del sentido común que del radicalismo descontrolado. Y lo del traje de Gaspar seguro que se les puede perdonar. Lo del populismo o se refiere a aspectos epidérmicos (rastas, bicicletas, frikadas); o a aspectos puramente internos (crowdfunding, asamblearismo); o a gestos que sí tienen pleno contenido político (renuncia de privilegios, donación de parte de su salario); o a propuestas plenamente políticas (impedir desahucios, garantizar energía en los hogares). La monserga del populismo y la radicalidad es un atajo para dar puñetazos en la mesa ahorrándose el razonamiento.
Los barones se desgañitan también por la unidad de España, como si Podemos hubiera inventado la tensión territorial. Siendo un partido estatal y contrario a las secesiones, fue el más votado en el País Vasco y Cataluña, lo que lo hace más candidato a cortafuegos del independentismo que a dinamitero de la unidad de España. Muchos que nos sentimos bien lejos de los nacionalismos pensamos que la gravedad del caso catalán no tiene solución que no incluya un referéndum. Parece mentira tanto griterío y tanta trinchera por un tema tan complejo y tan necesitado de matices y buenas prácticas. Y también los barones, especialmente nuestro presidente llariego, tan callado para tantas cosas, agita lo que parece estar en el nervio emocional de toda esta crispación: que Podemos busca sustituir al PSOE. Todos buscan crecer a costa de todos, el énfasis con que se dice esta evidencia parece más efecto de la impotencia que de ninguna idea operativa de lo que hay que hacer.
Como digo, el rechazo a Podemos es lo más enérgico que gritan los barones. Pero tampoco quieren un pacto con el PP. Ni tampoco una repetición de las elecciones. Un sinvivir. Susana Díaz sólo tiene claro que no quiere ahí a Pedro Sánchez y le cuesta aceptar que se le escurrió y que le toca seguir esperando. El barullo que los barones le montaron a Pedro Sánchez hace pensar que no tienen interiorizado el momento delicado de su partido. Las elecciones sólo mostraron una foto fija de un proceso que sigue su curso. La cosa puede ser peor de lo que dice la encuesta del CIS, que ya pone al PSOE por detrás de Podemos. Lo que mide el CIS es qué votaría la gente en un momento dado, pero no prevé el efecto de una campaña, en la que todo indica que Podemos se da mejor maña y en la que volarían los cuchillos en el PSOE. El PSOE tiene que defenderse de Podemos, pero la mejor manera de hacerlo no es con chorradas de populismos, leninismos y el oro de Venezuela. Lo que tiene que hacer es sencillamente ocupar su sitio. Es la mejor manera de que no se lo quiten. En Europa está fuera de él (el TIIP avanza) y aquí tiene que ocuparlo en seguridad, educación, sanidad, regeneración y tantas cosas, y dejar de ser tan sensible al qué dirán en la España profunda. Podemos sólo está ocupando lo que ellos dejan por errores propios.
La opción de repetir elecciones puede no servirles más que para volver a negociar con Podemos, pero esta vez para investir a Pablo Iglesias. Ciertos aspectos de los movimientos de Podemos hacen pensar que la formación coquetea con esa idea. Si es así, deberían reconsiderarla. Para España es nefasta y eso debería bastar. Pero, aunque todo indica que mejoraría la situación de Podemos, es un movimiento lleno de riesgos: se perdería el efecto de frescura que produce su entrada en el Parlamento, el electorado estaría frustrado y castigaría a quien crea culpable del desacuerdo y no saben cómo evolucionará su propio magma interior.
El PP empezó a resquebrajarse lentamente ya sin remedio después de las elecciones autonómicas y municipales. Y lo que les pasa a las cosas que se resquebrajan es que les sale lo que llevan dentro, que es lo que se dedicaron a acumular: corrupción desbocada, ramplonería, extremismo ideológico (ellos sí) y Margallo nos recordó estos días que también ciertas formas de pura maldad. Cuesta acostumbrarse a ver a Rajoy señalando quién pertenece y quién no a España y a la democracia, mientras los juzgados van mostrando que el PP es una organización tan dedicada a la política como al delito organizado. No se acostumbra uno ni escuchando, para entrenarse, a Pedro Luis Fdez., el de la FADE, señalando a las ayudas sociales y a la universidad como focos de fraude: contra la solidaridad más humana y contra la formación superior, así son los representantes empresariales que quedan por ahí en libertad sin cargos.
Ciudadanos sigue con su papel de hablar con todos pero sin decir nada. Quieren entendimiento entre PSOE y PP como el Papa quiere el fin de la injusticia en el mundo. Si Rivera quiere acercar a esos dos partidos, que haga de Andreotti y proponga algo: así para abrir boca, que le pida al PP que ofrezca la derogación de la LOMCE o la ley mordaza, a ver qué pasa. No quieren gobernar con Podemos, dicen, pero pueden legislar con ellos. Si lo que quieren decir es que pueden convivir en el Parlamento con ellos, faltaría más. Si lo que quieren decir es que pueden acordar leyes con ellos, pero no gobernar, la afirmación es un enigma sólo al alcance de centristas certificados. Y le dicen a Sánchez que no van con él sin el PP. Está condicionando cualquier acuerdo tanto como Podemos.
Las exclusiones actualmente encima de la mesa no tienen solución aritmética. Si los nacionalistas no pueden ser interlocutores de nadie, si Podemos y Ciudadanos no pueden estar juntos y el PSOE y el PP tampoco, no hay arreglo. Quizá haya que recordar un par de cosas. Una es que el nacionalismo es una realidad tozuda en la política española y es una necedad fingir que no existe. La otra es que los pactos complicados entre fuerzas que tienen poca sintonía suelen ser más explícitos y por ello más claros que los que se basan en la confianza. El documento que firmaron los de la gran coalición alemana es un ladrillo de 187 páginas, según parece muy densas y detalladas, como corresponde cuando no te fías de la otra parte. O se les quitan los cuernos y el rabo a los nacionalistas o algunos incompatibles firman un documento muy detallado y muy claro para gobernar.

Sólo hay dos sugerencias que conviene no seguir. Una es la del señor Puigdemont, que compara la eficacia catalana para formar gobierno con la incapacidad española de gestionar la complejidad. El ejemplo del esperpento catalán creo que es una lección que podemos desatender. La otra es un desliz de Soledad Gallego en un artículo por lo demás lleno de buen juicio. Sugiere el ejemplo de los países en los que el Jefe del Estado nombra, y no sólo propone, al Presidente y así todo es más fácil. Pero el Jefe del Estado de esos países es un Presidente de la República elegido democráticamente. Mientras el Jefe del Estado lo sea por su apellido tiene que ser como un mecano y todo lo que haga debe ser determinado por un protocolo y no por su libre albedrío. Que la complejidad no nos haga apetecer atajos.

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