En la entrega de los premios Ciutat de Barcelona, Dolors Miquel declamó un
poema suyo. “Venga a nosotros vuestra llamada / vuestro amor, vuestra fuerza”,
decían unos versos que remedaban el soniquete del Padrenuestro. Alberto
Fernández, presidente del PP local, ya se había levantado del acto y se alejaba
a zancadas grandes y resueltas, por los versos previos: “Madre nuestra que
estás en el celo / santificado sea vuestro coño”. Mientras daba trancos hacia
la salida, en su cerebro bullían dimisiones, juicios y cárcel por la afrenta.
La verdad es que no es la primera vez que oigo befas de los rezos. Creo que
llevo toda la vida oyendo esas gracietas. “Ave María putísima”, rugían entre
estertores de risa dos sargentos, de aquellos que llamaban chusqueros, cuando
se cruzaban con un “imeco” del Opus Dei (para aquellos brutos, eso era ser
maricón), según me contaba un amigo que hizo la mili.
No es cuestión del buen o mal gusto de la irreverencia, ni de si es
necesaria la blasfemia. La cosa es que existe el delito de ofensa a los
sentimientos religiosos y algunos piensan que hay ofensa cuando alguien se
siente ofendido y que, por tanto, cualquiera puede pedir chirona para otro sólo
alegando, como prueba irrefutable de que hubo una ofensa, que él mismo se
siente ofendido. Y cuando tienen razón tienen razón. No encuentro error en ese
razonamiento. La única forma de bloquear el evidente absurdo es retirar del
código penal semejante antigualla. Hay dos vicios evidentes en ese delito. Uno
es su inevitable imprecisión. Meter sentimientos en el código penal es meter
algo inmanejable. San Jorge Fernández encuentra repugnante, obsceno y execrable
el poema aludido, el mismo que otra gente de bien ve como un acertado acto de
resistencia. Acabo de referirme al ministro como “San” con mala uva. Alguien
puede considerar irrespetuoso recurrir a un concepto doctrinal como el de la
santidad para burlarse de un sujeto (que tal era mi intención, burlarme).
Incluso un agravio a su credo. Yo creo que es su conducta pública lo que hace
ridícula su febril religiosidad y que eso hace adecuado utilizar su fe para
escarnecer su ley mordaza o sus órdenes de dejar morir en el mar a los inmigrantes
o directamente pegarles tiros. Y no sé cómo una ley puede zanjar nada de
interés en esta cuestión. Sin duda, Dolors Miquel no declamó en público ese
poema por brutalidad de chusquero. Probablemente otro tipo de brutalidades hacia
las mujeres dichas desde púlpitos tenga que ver con haber elegido el tarareo
del Padrenuestro en un poema feminista irreverente. Quizá pensó que tenía el
mismo derecho que quienes braman desde esos púlpitos.
El otro vicio es el de dar protección especial a los sentimientos
religiosos sobre otros sentimientos. Los religiosos son sentimientos como los
demás. Soy español y por eso me hiere la casposa canción Que viva España que ridiculiza mi patria (entiendo por casposa esa
confusión de la zafiedad con la autenticidad, esa ostentación orgullosa de las
limitaciones propias, esa simpleza ruidosa exhibida con vanagloria). Tengo
familia y por eso me siento parodiado por los topicazos de happy family almibarados diseminados en series, películas y
anuncios ñoños de lotería de Navidad. Y me ofende el que dice que sólo debe
estudiar el que pueda pagar sus estudios. Cada uno tiene sus sentimientos y su
catálogo de ofensas. Pero es una práctica común la de considerar acreedora de
una tolerancia especial la conducta guiada por algún credo compulsivo. Es
maleducado quien desdeña la comida que le das en tu casa, pero si es vegano o
de no sé qué religión, eres tú quien debe adaptarse a él. Así se hace en muchos
colegios con el menú y así aprenden los niños que, de todas las sensibilidades,
la religiosa ha de ser motivo de miramiento especial. Y así llegarán a creer
que le falta al respeto quien no tenga comedimiento particular sobre ese
sentimiento. Y así el que llegue a Papa dirá ante los cadáveres de Charlie
Hebdo que los muertos no deberían haber faltado al respeto a las ideas
religiosas de los asesinos (¿o no fue así?).
Para que la resistencia a sus dogmas parezcan un ataque, el lenguaje del
obispado convierte en ideología lo que son rasgos de convivencia. El repudio
del racismo no es una ideología. Ni el carácter laico de una sociedad. Ni la
igualdad de la mujer. Pero la jerarquía religiosa llama ideologías a los que le
molestan (laicismo, ideología de género) para que les quepa la etiqueta
“radical” y parezca intolerancia lo que es convivencia. Desde púlpitos
conspicuos se comete la canallada de relacionar el asesinato de mujeres con esa
ideología de género, que es sólo el deseo de igualdad. Se denigra desde sillas
episcopales al grupo humano de los homosexuales con los términos más infames. Cuando
llega la réplica, las jerarquías religiosas se parapetan detrás de los
creyentes y su buena fe y en su nombre se establece que el delito es ofender
los sentimientos religiosos de esa buena gente y que sea Rita Mestre la que
pueda ir a la cárcel.
El ofendido Alberto Fernández y nuestro arzobispo llariego, entre otros
(como Pilar Rahola), repitieron la monserga de que no se atreven a hacer esas
cosas (alteración de los ritos navideños, protestas o versos irreverentes)
contra el islam. El biólogo PZ Myers acuñó la expresión “envidia de la fatwa”
para referirse a este tipo de comentarios, que encierran una falsedad, una
obviedad y un deseo mal disimulado. La falsedad es que se le tiene más inquina
al catolicismo que a otras religiones, cuando se critica más a la jerarquía
católica porque es la que tiene poder aquí. La obviedad es que, claro, nadie se
mete con un dictador o con un fanático religioso donde hacerlo puede costar el
pellejo; qué inconsistencia hay en ello. Y el deseo mal disimulado es que en verdad
pueda costar el pellejo rechistar a la autoridad religiosa. El supuesto de que
bajo amenaza de represión la gente sería dócil a esa autoridad les hace sentir
superioridad moral y eso es lo que convierte a ese supuesto en deseo, en verdadera
envidia del poder de las fatwas.
Pero todo esto es sólo parte de un mal más amplio. En el debate público
español se instaló el sectarismo. Creo que lo característico del extremismo no
son las ideas sino la medida en que se desfigura al rival. No sólo cada vez hay
más dirigentes católicos dispuestos a ver persecución y delito en cada vez más
cosas. Desde la desaparición de ETA se quintuplicaron las sentencias por
apología del terrorismo. La gente se va olvidando de ETA, pero el creciente
sectarismo hace que cada vez más expresiones o actos resulten filoterroristas. Hay
en la izquierda rasgos de este tipo, pero es justo admitir que estos malos
vientos vienen de la derecha y su historia profunda. Basta mirar la saña de los
periódicos y canales derechones. La izquierda tendría que demostrar cosas como
que no es de ETA, no quiere romper España, salir de Europa o arruinar
económicamente al país. Para los sectarios siempre está juego la caída a los
infiernos. Y la izquierda cada vez entra más en estas memeces que nos alejan de
las cuestiones de fuste. Así, muchos dirigentes del PSOE tienen miedo a un
pacto con Podemos, y están sin embargo muy tranquilos con el anuncio de un
entendimiento del PSOE con Ciudadanos en educación. Un vistazo al programa de
Ciudadanos en esta materia es lo que debería preocupar y mucho a cualquier socialista.
Es sólo un ejemplo. La cuestión es que los problemas de la educación o del
saqueo del Estado son muy reales. Sin embargo, los regímenes chavistas, la
difunta ETA y los planes para romper España son los cuentos de miedo con que
los extremistas desfiguran al rival, como esa espuma sucia que flota en los
cocidos cuando empieza la cocción y que hay que retirar. Lo que quiero oír es
qué van a hacer con la educación, la sanidad, la deuda y la corrupción, si
tienen planes de regeneración y si no les da vergüenza tanta mediocridad. Me
aturde el ruido y me aburren los cuentos de miedo.
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