sábado, 20 de febrero de 2016

Santificar el coño en tiempos revueltos

En la entrega de los premios Ciutat de Barcelona, Dolors Miquel declamó un poema suyo. “Venga a nosotros vuestra llamada / vuestro amor, vuestra fuerza”, decían unos versos que remedaban el soniquete del Padrenuestro. Alberto Fernández, presidente del PP local, ya se había levantado del acto y se alejaba a zancadas grandes y resueltas, por los versos previos: “Madre nuestra que estás en el celo / santificado sea vuestro coño”. Mientras daba trancos hacia la salida, en su cerebro bullían dimisiones, juicios y cárcel por la afrenta. La verdad es que no es la primera vez que oigo befas de los rezos. Creo que llevo toda la vida oyendo esas gracietas. “Ave María putísima”, rugían entre estertores de risa dos sargentos, de aquellos que llamaban chusqueros, cuando se cruzaban con un “imeco” del Opus Dei (para aquellos brutos, eso era ser maricón), según me contaba un amigo que hizo la mili.
No es cuestión del buen o mal gusto de la irreverencia, ni de si es necesaria la blasfemia. La cosa es que existe el delito de ofensa a los sentimientos religiosos y algunos piensan que hay ofensa cuando alguien se siente ofendido y que, por tanto, cualquiera puede pedir chirona para otro sólo alegando, como prueba irrefutable de que hubo una ofensa, que él mismo se siente ofendido. Y cuando tienen razón tienen razón. No encuentro error en ese razonamiento. La única forma de bloquear el evidente absurdo es retirar del código penal semejante antigualla. Hay dos vicios evidentes en ese delito. Uno es su inevitable imprecisión. Meter sentimientos en el código penal es meter algo inmanejable. San Jorge Fernández encuentra repugnante, obsceno y execrable el poema aludido, el mismo que otra gente de bien ve como un acertado acto de resistencia. Acabo de referirme al ministro como “San” con mala uva. Alguien puede considerar irrespetuoso recurrir a un concepto doctrinal como el de la santidad para burlarse de un sujeto (que tal era mi intención, burlarme). Incluso un agravio a su credo. Yo creo que es su conducta pública lo que hace ridícula su febril religiosidad y que eso hace adecuado utilizar su fe para escarnecer su ley mordaza o sus órdenes de dejar morir en el mar a los inmigrantes o directamente pegarles tiros. Y no sé cómo una ley puede zanjar nada de interés en esta cuestión. Sin duda, Dolors Miquel no declamó en público ese poema por brutalidad de chusquero. Probablemente otro tipo de brutalidades hacia las mujeres dichas desde púlpitos tenga que ver con haber elegido el tarareo del Padrenuestro en un poema feminista irreverente. Quizá pensó que tenía el mismo derecho que quienes braman desde esos púlpitos.
El otro vicio es el de dar protección especial a los sentimientos religiosos sobre otros sentimientos. Los religiosos son sentimientos como los demás. Soy español y por eso me hiere la casposa canción Que viva España que ridiculiza mi patria (entiendo por casposa esa confusión de la zafiedad con la autenticidad, esa ostentación orgullosa de las limitaciones propias, esa simpleza ruidosa exhibida con vanagloria). Tengo familia y por eso me siento parodiado por los topicazos de happy family almibarados diseminados en series, películas y anuncios ñoños de lotería de Navidad. Y me ofende el que dice que sólo debe estudiar el que pueda pagar sus estudios. Cada uno tiene sus sentimientos y su catálogo de ofensas. Pero es una práctica común la de considerar acreedora de una tolerancia especial la conducta guiada por algún credo compulsivo. Es maleducado quien desdeña la comida que le das en tu casa, pero si es vegano o de no sé qué religión, eres tú quien debe adaptarse a él. Así se hace en muchos colegios con el menú y así aprenden los niños que, de todas las sensibilidades, la religiosa ha de ser motivo de miramiento especial. Y así llegarán a creer que le falta al respeto quien no tenga comedimiento particular sobre ese sentimiento. Y así el que llegue a Papa dirá ante los cadáveres de Charlie Hebdo que los muertos no deberían haber faltado al respeto a las ideas religiosas de los asesinos (¿o no fue así?).
Para que la resistencia a sus dogmas parezcan un ataque, el lenguaje del obispado convierte en ideología lo que son rasgos de convivencia. El repudio del racismo no es una ideología. Ni el carácter laico de una sociedad. Ni la igualdad de la mujer. Pero la jerarquía religiosa llama ideologías a los que le molestan (laicismo, ideología de género) para que les quepa la etiqueta “radical” y parezca intolerancia lo que es convivencia. Desde púlpitos conspicuos se comete la canallada de relacionar el asesinato de mujeres con esa ideología de género, que es sólo el deseo de igualdad. Se denigra desde sillas episcopales al grupo humano de los homosexuales con los términos más infames. Cuando llega la réplica, las jerarquías religiosas se parapetan detrás de los creyentes y su buena fe y en su nombre se establece que el delito es ofender los sentimientos religiosos de esa buena gente y que sea Rita Mestre la que pueda ir a la cárcel.
El ofendido Alberto Fernández y nuestro arzobispo llariego, entre otros (como Pilar Rahola), repitieron la monserga de que no se atreven a hacer esas cosas (alteración de los ritos navideños, protestas o versos irreverentes) contra el islam. El biólogo PZ Myers acuñó la expresión “envidia de la fatwa” para referirse a este tipo de comentarios, que encierran una falsedad, una obviedad y un deseo mal disimulado. La falsedad es que se le tiene más inquina al catolicismo que a otras religiones, cuando se critica más a la jerarquía católica porque es la que tiene poder aquí. La obviedad es que, claro, nadie se mete con un dictador o con un fanático religioso donde hacerlo puede costar el pellejo; qué inconsistencia hay en ello. Y el deseo mal disimulado es que en verdad pueda costar el pellejo rechistar a la autoridad religiosa. El supuesto de que bajo amenaza de represión la gente sería dócil a esa autoridad les hace sentir superioridad moral y eso es lo que convierte a ese supuesto en deseo, en verdadera envidia del poder de las fatwas.

Pero todo esto es sólo parte de un mal más amplio. En el debate público español se instaló el sectarismo. Creo que lo característico del extremismo no son las ideas sino la medida en que se desfigura al rival. No sólo cada vez hay más dirigentes católicos dispuestos a ver persecución y delito en cada vez más cosas. Desde la desaparición de ETA se quintuplicaron las sentencias por apología del terrorismo. La gente se va olvidando de ETA, pero el creciente sectarismo hace que cada vez más expresiones o actos resulten filoterroristas. Hay en la izquierda rasgos de este tipo, pero es justo admitir que estos malos vientos vienen de la derecha y su historia profunda. Basta mirar la saña de los periódicos y canales derechones. La izquierda tendría que demostrar cosas como que no es de ETA, no quiere romper España, salir de Europa o arruinar económicamente al país. Para los sectarios siempre está juego la caída a los infiernos. Y la izquierda cada vez entra más en estas memeces que nos alejan de las cuestiones de fuste. Así, muchos dirigentes del PSOE tienen miedo a un pacto con Podemos, y están sin embargo muy tranquilos con el anuncio de un entendimiento del PSOE con Ciudadanos en educación. Un vistazo al programa de Ciudadanos en esta materia es lo que debería preocupar y mucho a cualquier socialista. Es sólo un ejemplo. La cuestión es que los problemas de la educación o del saqueo del Estado son muy reales. Sin embargo, los regímenes chavistas, la difunta ETA y los planes para romper España son los cuentos de miedo con que los extremistas desfiguran al rival, como esa espuma sucia que flota en los cocidos cuando empieza la cocción y que hay que retirar. Lo que quiero oír es qué van a hacer con la educación, la sanidad, la deuda y la corrupción, si tienen planes de regeneración y si no les da vergüenza tanta mediocridad. Me aturde el ruido y me aburren los cuentos de miedo.

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