sábado, 13 de febrero de 2016

¡¡PEEEDROO!!

Hace sólo un año, Rajoy bramaba en el debate del estado de la nación que él se tomaba muy en serio a Pedro Sánchez, “¡y mi trabajo me cuesta!”, rugía ante el alborozo de los suyos. Fue un poco antes de llamarlo patético, cuando todavía no era ruin, mezquino ni deleznable decir esas cosas. Ahora Pedro Sánchez el patético puede llegar a la Presidencia de la manera en que los socialistas llegan últimamente a las presidencias: con el peor resultado de su historia (como Susana Díaz o Javier Fernández).
En aquel debate estaba ocurriendo algo que a Rajoy se le escapaba, como todo, pero que también se les escapaba a los demás. Pedro Sánchez había detenido la caída de su partido y había mostrado mejor intuición táctica que el grueso del PSOE. Sánchez no parecía muy listo, y quizás no lo sea, pero entiende de estrategias casi tanto como un politólogo. Apenas dos meses antes del debate, Podemos encabezaba las encuestas y el PSOE era un azucarillo en la taza del PP. Hubo una serie de hechos en los que el PSOE ahogó su propia voz y se convirtió en ventrílocuo del PP porque se sintió obligado a reafirmarse en la “sensatez” y el sistema: la sucesión en la Corona, donde creyeron que tenían que alinearse con los monárquicos; las protestas indignadas (escraches, rodeo del Congreso, ocupación de supermercados), ante las que entendieron que tenían que estar con el orden; el avance arrollador de Podemos, ante el cual pensaron que tenían que unirse a quienes alertaban contra el populismo antisistema. Hasta el debate del estado de la nación el PSOE parecía en la misma rampa que el PASOK griego. Era llamativo que los estrategas del PSOE no comprendieran que sólo podían defenderse de Podemos dando media vuelta y atizando al PP, en vez de vociferar contra Podemos desde las faldas del Gobierno.
Pero Sánchez sí entendió esta evidencia y en el debate entró a saco contra Rajoy. La respuesta desabrida de Rajoy se debió a la falta de costumbre. No estaba acostumbrado a que un líder del PSOE le dijera que su Gobierno era precariedad, impuestos y Bárcenas, en vez de derrochar sentido de Estado. Y es que Rajoy lleva durmiendo más tiempo del que parece. En aquel momento, hace sólo un año, estaba tan convencido del buen éxito de su política, que antes de hablar Sánchez intentaba parecer modesto y peroraba que el mérito de tanta bonanza era de todos los españoles. Era esa tontuna que le llevó meses después a perpetrar aquel vídeo electoral sonrojante en el que iba por las casas dando las gracias. El ataque de Sánchez lo pilló en gayumbos y eso lo alteró. El cambio táctico de ese discurso detuvo la deriva del PSOE. Aunque la tendencia subyacente se mantiene, porque el PSOE sigue declinando y Podemos emergiendo, lo que se detuvo fue aquella brusquedad con que el PSOE se diluía y Podemos tomaba el cielo por asalto.
En la campaña electoral Pedro Sánchez hizo lo que pudo y poco podía hacer él o cualquier otro. Le mordían el PP, Ciudadanos, Podemos e IU y además le mordían en sitios distintos. Los saqueos del PP arrastraban y debilitaban al PSOE. Cada nuevo escándalo aumentaba el hastío de “los políticos”, y en España “los políticos” son PP y PSOE. Nadie imagina al PSOE como el partido de la limpieza y la regeneración. Demasiado pasado y demasiados frentes. Pero tuvo el acierto táctico de insultar a Rajoy y afincarse como oposición. La complejidad postelectoral fue poniendo a cada uno en su nivel. Los barones del PSOE sacaron a pasear su ramplonería y rugieron su mezquindad, incapaces de mirar, no ya el interés del país, sino el de su propio partido. Patxi López no pudo evitar llamar espectáculo lamentable al griterío revuelto de su formación, al que aportaron más barullo los mayores del partido, que ejercieron más de fósiles que de veteranos. Pedro Sánchez tenía clara la idea de que debía intentar la Presidencia y le tocó aguantar y hacer como escuchaba.
Podemos tiene a los dirigentes que mejor conocen la respiración del país. La actitud de diálogo tiene un valor distinto en cada partido. La fortaleza de Podemos no se basa en eso, sino en la firmeza ante ese conjunto de malas prácticas que llamaron “vieja política”. Se les exige renovación y frescura y no que se instalen en las rutinas de esa vieja política en nombre de no se sabe qué sentido de Estado. El proponer unilateralmente un gobierno con vicepresidencia y ministerios adjudicados tuvo sus pros y sus contras. Es evidente que el movimiento proyectó imagen de arrogancia. Pero también es verdad que mostró al país ese gobierno como una realidad al alcance (“se parte con la ventaja de que una escena montada es difícil de desmontar”, dijo hace poco Jabois); y que desde luego le dio a Podemos una fuerte iniciativa. El trance para Pedro Sánchez no era fácil. Tenía que huir hacia delante de su propio partido y no había más dirección posible que Podemos. Y a la vez, cualquier acercamiento a Podemos lo devoraba por los continuos golpes de efecto de los morados.
La cuestión ahora es la iniciativa, quién arrastra y quién es arrastrado. Es lo que da fuerza en la negociación y lo que distingue el éxito del fracaso. Los acuerdos no requieren confianza, que es evidente que no se da. Los acuerdos sólo necesitan responsabilidad, garantías de cada uno asume las consecuencias de sus actos. Sánchez parecía un títere en manos de Iglesias, pero como dije, sabe de estrategia y no intuye mal las circunstancias. Fue el único que reaccionó con contención a la provocación del anuncio de Iglesias. Sosegó los plazos, consiguió ser propuesto por el Rey mientras Rajoy seguía contando moscas, se dejó ver con Rivera, provocó titulares de que algunas de las confluencias de Podemos podrían pactar con él. Ahora tiene la iniciativa. Si mañana se anunciara un Gobierno de coalición con Iglesias de Vicepresidente, ya no parecería un títere. Tener la iniciativa tiene ese encanto. Ahora parece que el juego es el que él reparte. Y no era fácil con sus noventa diputados, el peso del pasado, la mediocridad de los gritones regionales y la habilidad indiscutible de la cúpula podemista para marcar agendas y tiempos y ser el centro. Ahora tiene más libertad para llegar a acuerdos con Podemos, porque ahora no está succionado por su estela. Y está dando imagen de esfuerzo y voluntad de entendimiento. La actitud de diálogo, que en Podemos no es el principal valor porque no es la prioridad de quienes lo votaron, es un valor de primer orden en el PSOE, porque eso es lo que esperan sus votantes. Iniciativa arrebatada a Podemos y capacidad de diálogo arrebatada a Ciudadanos. Pedro Sánchez sabe de estrategias.
Ciudadanos vive de la imagen de diálogo y limpieza. En ellos el diálogo es el valor de imagen supremo. La prensa biempensante (en papel) gusta de contrastar su voluntad de diálogo con las imposiciones y rigidez de Podemos. Pero tan cierto es que Iglesias exige la exclusión de Ciudadanos como que Rivera exige la de Podemos. Y además Rivera no quiere estar si no está el PP. Las sonrisas de Sánchez a Rivera son sólo tácticas para capear el embate de Podemos. Rivera habla con todos, pero habla sin decir. Aún no propuso nada que pueda acercar a PP y PSOE. Parece que más que decir cosas, quiere asegurarse estar en la pomada, que cuenten con él en el cotarro que se forme, ser parte del gobierno progresista sean del signo que sean los progresistas. El PP se dedica a lo suyo: mojar el hueso reseco de ETA a ver si da algún sabor todavía, extender infundios sobre su país, embarrar el campo para que no haya juego practicable. Son un parque temático de historia de España.

Podemos prepara una propuesta, que será seguro otro golpe de impacto para recuperar la iniciativa. Pero que no hagan como Susana Díaz e infravaloren a Sánchez. Es fácil formar un gobierno del que Podemos sea parte, pero no poniendo a Pedro Sánchez en la Presidencia a gorrazos. Que no lo tomen por un titiritero (con perdón).

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