Hace sólo un año, Rajoy bramaba en el debate del estado de la nación que él
se tomaba muy en serio a Pedro Sánchez, “¡y mi trabajo me cuesta!”, rugía ante
el alborozo de los suyos. Fue un poco antes de llamarlo patético, cuando
todavía no era ruin, mezquino ni deleznable decir esas cosas. Ahora Pedro
Sánchez el patético puede llegar a la Presidencia de la manera en que los
socialistas llegan últimamente a las presidencias: con el peor resultado de su
historia (como Susana Díaz o Javier Fernández).
En aquel debate estaba ocurriendo algo que a Rajoy se le escapaba, como
todo, pero que también se les escapaba a los demás. Pedro Sánchez había detenido
la caída de su partido y había mostrado mejor intuición táctica que el grueso
del PSOE. Sánchez no parecía muy listo, y quizás no lo sea, pero entiende de estrategias
casi tanto como un politólogo. Apenas dos meses antes del debate, Podemos
encabezaba las encuestas y el PSOE era un azucarillo en la taza del PP. Hubo
una serie de hechos en los que el PSOE ahogó su propia voz y se convirtió en
ventrílocuo del PP porque se sintió obligado a reafirmarse en la “sensatez” y
el sistema: la sucesión en la Corona, donde creyeron que tenían que alinearse
con los monárquicos; las protestas indignadas (escraches, rodeo del Congreso,
ocupación de supermercados), ante las que entendieron que tenían que estar con
el orden; el avance arrollador de Podemos, ante el cual pensaron que tenían que
unirse a quienes alertaban contra el populismo antisistema. Hasta el debate del
estado de la nación el PSOE parecía en la misma rampa que el PASOK griego. Era
llamativo que los estrategas del PSOE no comprendieran que sólo podían
defenderse de Podemos dando media vuelta y atizando al PP, en vez de vociferar
contra Podemos desde las faldas del Gobierno.
Pero Sánchez sí entendió esta evidencia y en el debate entró a saco contra
Rajoy. La respuesta desabrida de Rajoy se debió a la falta de costumbre. No
estaba acostumbrado a que un líder del PSOE le dijera que su Gobierno era
precariedad, impuestos y Bárcenas, en vez de derrochar sentido de Estado. Y es
que Rajoy lleva durmiendo más tiempo del que parece. En aquel momento, hace
sólo un año, estaba tan convencido del buen éxito de su política, que antes de
hablar Sánchez intentaba parecer modesto y peroraba que el mérito de tanta
bonanza era de todos los españoles. Era esa tontuna que le llevó meses después a
perpetrar aquel vídeo electoral sonrojante en el que iba por las casas dando
las gracias. El ataque de Sánchez lo pilló en gayumbos y eso lo alteró. El
cambio táctico de ese discurso detuvo la deriva del PSOE. Aunque la tendencia
subyacente se mantiene, porque el PSOE sigue declinando y Podemos emergiendo,
lo que se detuvo fue aquella brusquedad con que el PSOE se diluía y Podemos
tomaba el cielo por asalto.
En la campaña electoral Pedro Sánchez hizo lo que pudo y poco podía hacer
él o cualquier otro. Le mordían el PP, Ciudadanos, Podemos e IU y además le
mordían en sitios distintos. Los saqueos del PP arrastraban y debilitaban al
PSOE. Cada nuevo escándalo aumentaba el hastío de “los políticos”, y en España
“los políticos” son PP y PSOE. Nadie imagina al PSOE como el partido de la
limpieza y la regeneración. Demasiado pasado y demasiados frentes. Pero tuvo el
acierto táctico de insultar a Rajoy y afincarse como oposición. La complejidad postelectoral
fue poniendo a cada uno en su nivel. Los barones del PSOE sacaron a pasear su
ramplonería y rugieron su mezquindad, incapaces de mirar, no ya el interés del
país, sino el de su propio partido. Patxi López no pudo evitar llamar
espectáculo lamentable al griterío revuelto de su formación, al que aportaron
más barullo los mayores del partido, que ejercieron más de fósiles que de
veteranos. Pedro Sánchez tenía clara la idea de que debía intentar la
Presidencia y le tocó aguantar y hacer como escuchaba.
Podemos tiene a los dirigentes que mejor conocen la respiración del país.
La actitud de diálogo tiene un valor distinto en cada partido. La fortaleza de
Podemos no se basa en eso, sino en la firmeza ante ese conjunto de malas
prácticas que llamaron “vieja política”. Se les exige renovación y frescura y
no que se instalen en las rutinas de esa vieja política en nombre de no se sabe
qué sentido de Estado. El proponer unilateralmente un gobierno con
vicepresidencia y ministerios adjudicados tuvo sus pros y sus contras. Es
evidente que el movimiento proyectó imagen de arrogancia. Pero también es
verdad que mostró al país ese gobierno como una realidad al alcance (“se parte con la ventaja de que una escena montada es difícil de
desmontar”, dijo hace poco Jabois); y que desde luego le dio a Podemos una fuerte iniciativa. El trance para
Pedro Sánchez no era fácil. Tenía que huir hacia delante de su propio partido y
no había más dirección posible que Podemos. Y a la vez, cualquier acercamiento
a Podemos lo devoraba por los continuos golpes de efecto de los morados.
La cuestión ahora es la iniciativa, quién arrastra y quién es arrastrado.
Es lo que da fuerza en la negociación y lo que distingue el éxito del fracaso. Los
acuerdos no requieren confianza, que es evidente que no se da. Los acuerdos
sólo necesitan responsabilidad, garantías de cada uno asume las consecuencias
de sus actos. Sánchez parecía un títere en manos de Iglesias, pero como dije,
sabe de estrategia y no intuye mal las circunstancias. Fue el único que
reaccionó con contención a la provocación del anuncio de Iglesias. Sosegó los
plazos, consiguió ser propuesto por el Rey mientras Rajoy seguía contando
moscas, se dejó ver con Rivera, provocó titulares de que algunas de las
confluencias de Podemos podrían pactar con él. Ahora tiene la iniciativa. Si
mañana se anunciara un Gobierno de coalición con Iglesias de Vicepresidente, ya
no parecería un títere. Tener la iniciativa tiene ese encanto. Ahora parece que
el juego es el que él reparte. Y no era fácil con sus noventa diputados, el
peso del pasado, la mediocridad de los gritones regionales y la habilidad
indiscutible de la cúpula podemista para marcar agendas y tiempos y ser el
centro. Ahora tiene más libertad para llegar a acuerdos con Podemos, porque
ahora no está succionado por su estela. Y está dando imagen de esfuerzo y
voluntad de entendimiento. La actitud de diálogo, que en Podemos no es el
principal valor porque no es la prioridad de quienes lo votaron, es un valor de
primer orden en el PSOE, porque eso es lo que esperan sus votantes. Iniciativa
arrebatada a Podemos y capacidad de diálogo arrebatada a Ciudadanos. Pedro
Sánchez sabe de estrategias.
Ciudadanos vive de la imagen de diálogo y limpieza. En ellos el diálogo es
el valor de imagen supremo. La prensa biempensante (en papel) gusta de
contrastar su voluntad de diálogo con las imposiciones y rigidez de Podemos. Pero
tan cierto es que Iglesias exige la exclusión de Ciudadanos como que Rivera
exige la de Podemos. Y además Rivera no quiere estar si no está el PP. Las
sonrisas de Sánchez a Rivera son sólo tácticas para capear el embate de
Podemos. Rivera habla con todos, pero habla sin decir. Aún no propuso nada que
pueda acercar a PP y PSOE. Parece que más que decir cosas, quiere asegurarse
estar en la pomada, que cuenten con él en el cotarro que se forme, ser parte
del gobierno progresista sean del signo que sean los progresistas. El PP se
dedica a lo suyo: mojar el hueso reseco de ETA a ver si da algún sabor todavía,
extender infundios sobre su país, embarrar el campo para que no haya juego
practicable. Son un parque temático de historia de España.
Podemos prepara una propuesta, que será seguro otro golpe de impacto para
recuperar la iniciativa. Pero que no hagan como Susana Díaz e infravaloren a
Sánchez. Es fácil formar un gobierno del que Podemos sea parte, pero no poniendo
a Pedro Sánchez en la Presidencia a gorrazos. Que no lo tomen por un titiritero
(con perdón).
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