Cuando el otro día Pedro Sánchez y Albert Rivera presentaron su acuerdo se
me agolparon en la mente B. Russell, G. Bateson y hasta la abogada del Estado
del caso Nóos. No sé si es que fue muy profundo lo que dijeron o que estaba yo
de huevo. La abogada dijo que eso de “Hacienda somos todos” era sólo publicidad;
y aquello tenía su calado lógico. La teoría de los tipos de Russell nos había
aclarado que pensar en los delgados era menos abstracto que pensar en la
delgadez. Bateson había aplicado los tipos de Russell al lenguaje y había dicho
que es más fácil y menos abstracto entender la frase “mañana te compro un
avión”, que entender que la frase se dijo en broma. Los niños no entienden
ironías, aprenden antes el significado de las frases que a distinguir cuándo no
se dicen en serio. Por eso la abogada de Nóos nos propuso una operación lógica
de segundo orden al decir que la frase “Hacienda somos todos” era publicitaria,
es decir, no iba en serio. Y es que al oír a Sánchez y a Rivera tenemos dos
trabajos. Uno es entender lo que dicen y otro, haciendo un esfuerzo mayor de
abstracción, si lo dicen en serio o se están quedando con nosotros.
El acuerdo, dice Sánchez, es histórico. Es un esfuerzo comparable a la
Transición, dice Rivera. Hay en él valentía, coraje y generosidad, dicen. Pedro
Sánchez dice orgulloso que el acuerdo suma porque no excluye, y tiende la mano
“a izquierda y a derecha”. Son palabras muy fuertes, que requieren nuestro
escrutinio para ver si se dicen “en serio”. Pedro Sánchez dice que con ese
acuerdo se van a derogar esas leyes que la izquierda y más que la izquierda
vienen exigiendo que se deroguen: ley mordaza, LOMCE y reforma laboral entre
otras. Eso lo dice Sánchez, pero en el texto firmado, no sólo no figura tal
cosa, sino que hay un notable esfuerzo lingüístico por eludir el término “derogar”
y sus derivados. Así, se habla de “cambiar el marco de las relaciones
laborales”, “reformar la ley de protección ciudadana” y “paralizar el
calendario de aplicación de la LOMCE”. Algunas piruetas lingüísticas son finas.
El contrato único de C’s, que el propio Sánchez decía que ya era un eufemismo por
despido libre, aparece en el acuerdo como “contrato estable y progresivo”. El
programa completo de C’s y el texto de este acuerdo son públicos y están en la
red. Quien tenga la curiosidad, puede echar un ojo a lo que dice de educación
el programa de C’s y lo que dice el acuerdo. Le costará encontrar siete
diferencias (el acuerdo sobre educación requiere un artículo dedicado). Es
evidente que en las 66 páginas del acuerdo los ingredientes básicos vienen de
C’s y que el PSOE es una especia en algunos párrafos. Y bien que está
presumiendo de ello Rivera. Y lo que no está fuertemente influido por C’s es
demasiado impreciso. Por ejemplo, constituir una mesa para un pacto social y
político sobre educación es una vaguedad que no da pistas sobre qué tratamiento
tendrá la religión, la enseñanza concertada o el currículo de asignaturas que
contente a todo el mundo. Es demasiado poco como para que alguien que diga que esto
es histórico lo diga “en serio”.
Leyendo el texto del acuerdo, apetece reformular esa mano tendida “a
izquierda y a derecha” remedando a los chicos de Mongolia: es una mano tendida a la izquierda y a la derecha,
repetimos, es una mano tendida a la derecha. Pero de lo que intento hablar no
es de si el acuerdo es más de derechas (que lo es), sino de si la hiperbólica
presentación que hicieron Sánchez y Rivera era una comunicación franca o una
actuación táctica. Me parece evidente que fue lo segundo, sobre todo en el caso
de Pedro Sánchez. Demasiadas cesiones del programa propio, demasiadas
vaguedades, demasiada diferencia entre los términos que usa Sánchez y los que
figuran en el acuerdo como para pensar que Pedro Sánchez está encantado de
verdad y convencido en serio de que es el embrión de un gobierno que cambiará
el país. De lo que venimos hablando es de por qué podemos pensar que sobre todo
Pedro Sánchez no hablaba “en serio” cuando presentó al mundo y a la historia el
acuerdo en aquella performance tan
aparatosa. La cuestión ahora es para qué ese acuerdo y esa presentación.
Los bien intencionados barruntaron que Pedro Sánchez quería esa actuación
para negociar con Podemos con más fuerza. Lo dudo mucho. En esta columna dije
que Pedro Sánchez es más capaz de lo que creyeron muchos y maneja las tácticas
tan bien como los politólogos de Podemos. Pero con ello no quise implicar que
Pedro Sánchez fuera, en el buen sentido de la palabra, bueno. En estos cuarenta
años el PSOE siempre fue la fuerza más votada de la izquierda e interiorizó que
lo que hubiera a su izquierda tenía la obligación de apoyarlo por el imperativo
moral de impedir gobiernos de derechas. El PSOE se dedicó siempre a marcar
obligaciones sólo para los demás. Después solía pasar que su izquierdismo se
quedaba en las siglas y en la campaña. En Asturias sabemos mucho de esto.
Todavía esta legislatura arrancó con el PSOE marcando la obligación que tenían
IU y Podemos de permitir su investidura para que no gobernara el PP, sin hacer
por un acuerdo nada más que marcar esa obligación. Después señaló la obligación
que tenían los mismos de no dejar a Asturias sin presupuestos, pero de nuevo
sólo repartiendo obligaciones para los demás.
Y creo que por ahí va Pedro Sánchez. El acuerdo con C’s es un órdago a
Podemos para que permita su investidura porque sí, y para que acepte no tener
más papel que la abstención. Todo lo que obtendrá Podemos es no ser el partido
que impidió echar a la derecha. La eterna obligación para los demás, mientras
firma con Rivera el abaratamiento del despido y esa presunta ayuda del Estado a
los sueldos más bajos para que no sean tan bajos, que es sencillamente que
todos paguemos una parte del sueldo que debería pagar la empresa. El órdago se
basa, seguramente, en que si él no es investido habrá elecciones y cree que
Podemos manejará mal en la campaña eso de no haber facilitado el gobierno del
cambio. Creo que todos partidos principales tuvieron en algún momento la
tentación de provocar nuevas elecciones creyendo que les beneficiaría. Y en
todos los partidos es un movimiento muy arriesgado. En el PSOE también, aunque
Pedro Sánchez crea que su figura se agrandó en este proceso (cosa cierta). Es
verdad que Podemos tendría problemas internos para mantener la unidad con las
mareas (pero cuidado, Sánchez, que a lo mejor sí consiguen esa unidad e IU en
ella de propina). Pero pensemos en los problemas que tendría el PSOE.
En primer lugar, volarían navajas internas. Ya están volando y, vaya por
Dios, porque muchos no quieren perder el momio de las diputaciones. En segundo
lugar, andan mal de discurso y programa. C’s no les coló mucho de su programa
en el acuerdo porque Rivera sea más listo. Es que C’s sabe lo que quiere en la
enseñanza, en las ordenanzas laborales y en la economía mucho más que el PSOE,
que deambula sin identidad propia. En tercer lugar, un pacto con Podemos
ilusiona a la izquierda y a la militancia; ir a las elecciones con el pacto de
C’s colgando no ilusiona ni siquiera a su militancia, a la que siempre le toca
el marrón de justificarse como poli bueno de la derecha. Y en cuarto lugar,
¿cómo gestionarán en la campaña esos puntos tan maravillosos que firmaron?
¿Meterán en su programa ese contrato estable y progresivo y demás lindezas tan
históricas?
Si el órdago se basa en una nueva campaña electoral, el juego de Sánchez es
muy arriesgado. Y si encuentra alguien un minuto, sólo un minuto, para pensar
en el país, deben tener claro lo que está claro desde el minuto uno: el PP no
puede gobernar porque tiene al parlamento y al país en contra; no hay
combinación de gobierno posible que no incluya al PSOE y a Podemos. Esa es la
tarea en la que deberían estar.
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