La lengua asturiana cruzó como un silbido breve la precampaña de los candidatos
al Rectorado de la Universidad. Seguramente el Minor de Asturiano haya sido el elemento de entrada. Uno de los
candidatos, con mejor intención que acierto, propone pasarlo de Minor a Mención. El Minor de Asturiano tiene muy pocos estudiantes, pero la medida
habitual para estos casos, que es cerrarlo, parecería una medida contra el
asturiano (y lo sería) y la autoridad no va a tomarla. Pero hay un problema y
además es un problema que ejemplifica bien el desenfoque del tratamiento del
asturiano. A la cuestión académica iremos, pero dando un rodeo.
En general, las autoridades del Principado y las universitarias
históricamente trataron el asturiano a medias, sin oponerse a su normalización,
porque parecerían fachas, ni impulsar su normalización, porque parecerían
radicales. Por eso el asturiano tiene una ley de protección y uso que lo refiere
como una lengua normal, pero no tiene el estatuto de lengua oficial. Por eso en
la universidad hay asignaturas de lengua y literatura asturiana en varias
titulaciones, pero no hay área de conocimiento de asturiano (es decir,
profesorado específico). Por eso hay Minor
de Asturiano, pero no Maior. Y por
eso hay títulos universitarios propios, no reglados, de asturiano, pero no
Grado. Hay de todo, pero siempre dividido por dos, siempre no tanto. Las
autoridades vienen pareciendo ese chico apocado al que el amigo audaz siempre
quería llevar demasiado lejos y que siempre da pasos pero siempre los da con
miedo y nunca los da todos.
Hagamos un repaso rápido de los miedos a la oficialidad del asturiano. El
primero de ellos es que tal estatuto legal es excesivo para la presencia real
del asturiano y, por tanto, podría ser una imposición. Por el tamaño no
deberían preocuparse. La mitad de las lenguas del mundo tienen menos de 10.000
hablantes y la media de hablantes por lengua en el mundo es de 6.000. La
oficialidad de las lenguas no se establece como sanción de su peso demográfico,
sino por el derecho que se reconoce a sus hablantes. Tampoco deben preocuparse
por lo que tenga de imposición. La oficialidad del catalán en Cataluña trajo consigo
el fortalecimiento de su uso. Pero en Irlanda, cuyas gentes tienen un singular
apego a sus tradiciones, lo que se habla es inglés, mientras el gaélico
irlandés, también oficial, queda confinado a zonas aisladas del oeste. Esto es
lo que significa el paso de la oficialidad: significa sin más dejar la lengua
en manos de la sociedad. La oficialidad es la situación legal en la que una
lengua está en manos de la gente. En circunstancias parecidas, los irlandeses
prefirieron hablar en inglés y los catalanes en catalán. Cabe prever que la
sociedad asturiana seguirá en cualquier caso sustituyendo el asturiano por el
castellano a través de fases de hibridación. Pero esto es sólo una suposición, lo
que toca ahora es entregarle la lengua a la sociedad y que sea su voluntad lo
que fije el rumbo.
Otro miedo es el de que no sea una lengua eso que hacemos oficial, por su
parecido con el castellano o porque sea un invento. Las lenguas son como las
especies biológicas. El ornitorrinco es muy singular porque no tiene familiares
próximos, mientras que los pavos se parecen mucho a los pollos. Pero especie es
el ornitorrinco y especie es el pavo. Y lengua es el euskera, sin familiares
cercanos, y lengua es el asturiano, con hermanos muy parecidos. No volveré a
fatigar ahora los argumentos sobre la artificialidad de las lenguas
normalizadas (el asturiano o cualquier otra). La lectura y regusto de poemas de
Berta Piñán o Xuan Bello, por poner dos ejemplos, debería hacer ociosa la
cuestión de si existe esa lengua en que se expresan de manera tan elevada.
Las autoridades no deberían ser tan temerosas. Nada excéntrico va a pasar
porque el asturiano sea oficial ni nada va a ocurrir que la gente no quiera que
ocurra. Cuando digo las autoridades me refiero al parlamento asturiano. Y de
paso también las autoridades universitarias. En la universidad, como ya dije,
el asturiano se trató con la misma lógica: impulso sí, pero sin parecer radicales.
Y ese estado de “asturiano sí pero no tanto” da lugar a paradojas notables. Al haber
asignaturas pero no área de conocimiento de asturiano, un profesor de Lengua
Asturiana, por ejemplo, administrativamente pertenece al área de Lengua
Española, por lo que no tiene obligación de dar asturiano y sí podría ser
obligado a dar asturiano un profesor de Lengua Española que no tenga relación
con esos estudios. A veces el término medio no es la virtud ni la moderación.
Por el mismo tipo de paradoja, el Minor
de Asturiano vino al mundo ya con el rigor
mortis. Un minor es un módulo que
acredita formación universitaria (validada por alguna agencia externa) en determinada
materia, pero sin atribución profesional. Quien hace el Maior en Estudios Ingleses y el Minor
en Traducción, es graduado en Estudios Ingleses, pero no es traductor. Ese minor le sirve sólo para estudios
futuros o para perfiles profesionales. El Minor
en Asturiano no sirve, pues, como título. Si el asturiano fuera un maior, sí serviría y podrían dejar de
darse los actuales títulos propios al ser integrado el asturiano en la
enseñanza reglada ordinaria, con lo que ni siquiera habría gasto. La Facultad
de Filología votó en su día contra esta posibilidad y votó que los estudios de
asturiano fueran sólo un minor. La
consecuencia es doble. Por un lado, los títulos propios no pueden suprimirse,
por lo que el minor es un gasto
añadido. Y, por otro, no es interesante para los estudiantes, puesto que lo que
capacita profesionalmente son los títulos propios. El minor no puede por definición. De manera que, después de tanto lío,
no hay estudiantes para el minor. ¿Se
equivocó la Facultad de Filología? Ni se equivocó ni acertó. Cada miembro de la
Junta de Facultad hizo lo que debía: votar lo que opinaba, por qué iban a hacer
otra cosa. El problema no está ahí. Es evidente que la situación del asturiano
en Asturias no debe ser marcada por lo que diga una Facultad de Filología, de
la misma manera que la facultad no puede decidir poner religión en sus
titulaciones y de la misma manera que la supresión de las diputaciones no va a
depender de ninguna votación de ninguna Facultad de Derecho. Es evidente que
hay temas cuya iniciativa corresponde a los poderes públicos. Si ellos no
establecen la oficialidad, el único paso relevante que pueden dar las
autoridades académicas es el paso que lleve de todas formas a esa titulación,
comprometiendo a los poderes públicos en el proceso, porque el tratamiento del
asturiano es un asunto de parlamento y gobierno, con oficialidad o sin ella.
Dar atribuciones indebidas al Minor o
rebautizarlo como Mención, aunque es evidente la buena intención, me sigue
pareciendo un abracadabra jurídico que sólo acumulará más rarezas y paradojas
administrativas.
Para este paso tampoco debe asustar a las autoridades la poca vitalidad del
asturiano. Ya dije que en mi opinión (no en mi deseo) su destino más probable
es la desaparición. Las lenguas desaparecen como las palabras, sin fecha ni
hora. No se sabe cuándo una palabra definitivamente ya no se usará más, pero sí
sabe cuál es el último sitio del que desaparece: el diccionario, el último regazo
que la sostendrá cuando ya no suene en ningún otro sitio. Las lenguas tampoco
tienen hora de defunción y también parece claro el último sitio del que deben
desaparecer: aquel que tiene el cometido del mantenimiento y transmisión del
conocimiento, la Universidad. Con independencia del futuro feliz o crepuscular
que cada uno quiera ver para el asturiano, incluir su estudio en el cuerpo de
titulaciones superiores es hacer lo correcto. Y además lo más fácil.