La repetición de elecciones puede que no sea una consecuencia de la
incapacidad de los partidos, sino un síntoma de algo. Cierto que los partidos
no estuvieron a la altura. Podemos estuvo errático y algunos alardes de
autocomplacencia complicaron lo que ya era complicado. El PP estuvo donde
estuvo toda la legislatura: en el fango como una momia esperando a ver si los
demás caían más bajo. El PSOE fue un montón de piezas sueltas a la arrebatina a
favor y en contra de todo el mundo; nada de entendimiento con Podemos y a la
vez nada de Gran Coalición; o sea, nada de nada. Ciudadanos quiso aparentar ser
el constructor de acuerdos, pero en realidad fue una termita corrosiva. Impulsó
un acercamiento al PP que era imposible porque pretendía su apoyo para que
gobernara un partido con muchos menos votos que ellos. E impulsó una relación
con Podemos que era imposible porque se basaba en que no metiera baza en su
acuerdo con el PSOE, que no entrara en el Gobierno y que se limitaran a
abstenerse y no estorbar. Lo dicho, una termita.
Pero puede que todo sea un síntoma. Los granos son inevitables cuando hay
sarampión y el desacuerdo es inevitable cuando la situación es la que es. Veamos.
En primer lugar, si el partido más votado lleva en su estructura el delito
organizado, continuado y protegido, es muy difícil pactar con él. Y si no se
puede pactar con el partido más votado, la aritmética ya va a ser difícil. En
segundo lugar, los partidos mayoritarios no parecen haber asumido que ya no son
mayoritarios. Pedro Sánchez (y Susana Díaz y demás sursuncordas) pretendió
formar gobierno con el peor resultado del PSOE en su historia. Pero no cedió
absolutamente nada a Podemos. Lo único que hizo fue subrayar en fosforito las
partes en los programas se parecían para decir que había una base, pero sin
ceder nada. No parecen haber entendido que un pacto entre PP y PSOE da lugar a
una mayoría, pero ya no a una Gran Coalición; que su suma ya no es el ochenta
por ciento del país; y que las leyes en las que se pongan de acuerdo ya no
serán un gran “consenso nacional”.
Y en tercer lugar, es evidente la presión que ejercieron sobre Pedro
Sánchez personajes influyentes (como Felipe González y Cebrián) y los barones y
veteranos del partido que, tras una legislatura de corrupción, pérdidas y merma
de derechos, sólo vieron en peligro a la patria y a Occidente cuando Sánchez
habló Iglesias (inolvidables aquellas destemplanzas desafinadas de Susana Díaz
y aquellas arritmias de Corcuera). Pedro Sánchez no podía haber llegado a
ningún acuerdo con Podemos sin enfrentarse, como mínimo, a mandamases
inorgánicos de su partido y al grupo PRISA. Laten más amenazas a la democracia
en el rechazo a Podemos que en Podemos. A Podemos no se le critica ni se le
descalifica con términos normales. El rechazo a Podemos se expresa en términos
apocalípticos de defensa de la democracia y la nación, con un discurso que
rezuma justificación de medidas excepcionales para cerrar su paso al poder. No
es sólo propaganda. Fueron hechos. Y no me creo que tengan miedo a su política.
Nadie cree que Iglesias vaya a ser más desafiante ni más firme ni más radical que
Tsipras. No es eso. Esta España nuestra del 78 es un huerto con secretos,
puertas cerradas y privilegios desconocidos. Este sigue siendo un huerto con
guardianes. No temen la política de Podemos, saben que no son tan extremistas.
En los términos de El sistema de
Menéndez Salmón, los ven como los Ajenos, los Otros, los que no están en el ajo
y van a enredar donde no deben.
Tenemos una perla reciente de la grotesca ley del embudo que se aplica a
esta formación. Pablo Iglesias dijo de un periodista que, dado el periódico
para el que trabajaba, tenía la obligación de generar portadas negativas para
Podemos si quería mejorar laboralmente. No fue una escena tan ofensiva como
Esperanza Aguirre hablando sobre la Sexta, como aquel exabrupto de Juan Carlos
I en público hacia un periodista, o como aquellos profesionales obligados a
hacer su trabajo ante una pantalla de plasma, o como aquellos directores de
periódicos simultáneamente defenestrados, Soraya y Gobierno mediante. Pero con
Iglesias los periodistas tuvieron un ataque de dignidad y se levantaron de sus
sillas. Qué gracia aquel editorial de El
País clamando por la libertad de prensa y aquellas columnas en los medios
de PRISA tan preocupadas por que se señalase con el dedo a un periodista por su
nombre, a un paso de citar a Bertolt Brecht. Digo que qué gracia, porque a los
dos días Cebrián despide a Ignacio Escolar de la SER y no critica, sino que
denuncia y moviliza su imperio mediático contra los periodistas que publicaron
la noticia verdadera de que su ex – mujer, cuando todavía no era su ex – mujer,
estaba en los chanchullos de Panamá. ¿Se levantarán periodistas de alguna parte
por lo que ahora sí es un ataque, un escarmiento y una amenaza en toda regla a
periodistas concretos?
No perdamos el hilo. La enfermedad es que el partido más votado sea una
compañía tóxica; que partidos que ya no son mayoritarios exijan como si lo
siguieran siendo; y que un partido necesario para una de las dos únicas
posibles combinaciones de Gobierno esté vetado por voluntad de ciertos
personajes poderosos. El desacuerdo es sólo el síntoma. Sin PP ni Podemos, cada
uno por sus razones, no hay mayoría posible. Pero hay movimientos. Sánchez ya
no cree que Rajoy sea indecente y deja con el culo al aire a quienes le
aplaudieron. El PSOE bloquea la derogación de la reforma laboral del PP, como
antes C’s había votado contra derogar la LOMCE. El PSOE enfoca sus baterías
contra Podemos y trata de venderle a IU un dorado amanecer electoral lejos de los
morados. El ambiente de Gran Coalición es evidente. Y por otro lado Podemos e
IU podrían llegar a un acuerdo electoral con un impacto importante en los
resultados. Sobre estas dos formaciones, a partir de la irrupción arrolladora
de Podemos, siempre pensé lo mismo: que, en el arranque, no hubiera sido buena
idea una confluencia, porque el modelo organizativo de Podemos y su discurso
tenían que desarrollarse; que, más a la corta que a la larga, esa confluencia
era inevitable; y que el resultado de esa confluencia sería más Podemos que IU.
El momento de la confluencia es ahora. IU, como verso suelto, desaparecerá en
una o dos legislaturas. La confluencia con Podemos amenaza también su
supervivencia, pero es el único ecosistema donde puede respirar con una
identidad reconocible. Y a la inmensa mayoría de los votantes de las dos
formaciones les gustaría que Podemos fuera coloreado por IU. Y encima
dispararía los escaños obtenidos. El momento es ahora.
La siguiente legislatura podría ser la de un gobierno del PP y C’s apoyado
por el PSOE y una oposición Podemos – IU, quizás con más escaños que el PSOE. Y
con dos problemas peor que nunca. Económicamente, España está más endeudada que
con Zapatero y el empleo empeoró porque: 1. el porcentaje de paro sigue igual;
2. sólo sigue igual porque millones de españoles se fueron; y 3. muchos de los
que trabajan no pueden vivir de su trabajo. Europa y la Gran Coalición querrán,
sin embargo, mantener la política seguida en esta legislatura. La relación
entre esa Coalición y la izquierda se anuncia tensa. Por otro lado, Cataluña se
complica. La deuda pública catalana es casi el 40% de su PIB. ¿Qué harán?
¿Utilizarán recursos del endeudado Estado provocando más recortes y que Susana Díaz
clame desde la España profunda? ¿Dejarán que Cataluña se lo coma sola y se
degrade hasta lo insoportable, dando alas al Espanya ens roba por el déficit fiscal catalán y, con ello, a la
independencia? ¿Seguirán utilizando a Cataluña para avivar emociones espurias
contra quien haga falta?
Será una legislatura incierta. Pero la incertidumbre estará toda ella en la
evolución de los problemas más graves, no en la política. La situación política
cada vez está más clara.