Decía en la radio Xandru Fernández sobre su novela El ojo vago que, aunque no nos reencarnamos, todos vivimos varias
vidas en la única vida real que nos consta, todos mudamos la piel y nos
reconstruimos y hacemos otro varias veces. Si esto es cierto de cualquier
persona, es doblemente cierto de los políticos en ejercicio. Se suele decir que
la política es el arte de lo posible, pero realmente es el arte de la coyuntura
y del salir del paso. La política obliga más de lo normal a rehacerse en otro y
tratar el tiempo, no como algo extenso, sino como algo que se da en rodajas
discontinuas algo amnésicas unas respecto de otras. Hay políticos más proclives
que otros a renacer en identidades distintas las veces que haga falta, pero
todos tienen en alguna medida la reencarnación como parte del oficio. No hay
nada despectivo en todo esto. Cualquiera entiende que nuestra actitud en el
trabajo tiene que tender a ser “profesional”, y no personal, lo que quiere
decir que tenemos que desactivar ciertos protocolos y miramientos que en la
vida “personal” consideraríamos éticos. Los asuntos públicos requieren que alguien
se encargue de desactivar más protocolos de esos y se ocupe de sujetar el
presente sin que se desmadeje. El público decidirá quién los desactiva por el
bien común y quién por el bien propio.
Digo todo esto porque parece que la confluencia de Podemos e IU crea
emociones intensas. Si desde la aparición de Podemos no dejaron de darnos
lecciones de historia, desde Esperanza Aguirre a algunos columnistas de PRISA,
para explicar su irrupción con el fascismo, con Chávez o con Genghis Khan si
hace falta, no podían ahora faltar lecciones de ética y de lógica a propósito
de esta confluencia. Cuántas madres le salieron de golpe a IU. Hasta Cherines
dice sentir “estupor” por la “humillación” de IU. Casi parece que quiere
abrirle hueco en su confluencia con el Foro para aliviar tanta orfandad. Bien
está que los confluidos aten cabos. Pero sólo la calculadora justifica tanta
ansiedad en todos los demás: los números a los que apunta la confluencia deben
ser relevantes para tanta excitación.
Lo cierto es que no ocurrió nada llamativo entre Podemos e IU. Podemos
surgió en el espacio político en el que se venía moviendo IU. Una nueva fuerza
que aparezca en el espacio en el que ya hay otra nace necesariamente con una
carga crítica sobre esa fuerza que ya estaba ahí. Si se forman Vox y Ciudadanos
es porque hay políticos disconformes con el PP. Y Podemos no se hubiera
configurado si no hubiera gente que se sentía mal representada en IU. El
inevitable componente crítico inicial hacia IU, lógicamente, tendía a hacerse
recíproco. Cada uno tendrá entonces su colección de anécdotas, de palabras
gruesas o de gestos desapacibles, pero ese roce era inevitable. Es discutible
si debieron unificarse desde el principio. Creo que una fusión temprana entre
dos formas de organización muy diferentes hubiera perturbado el desarrollo de
Podemos y su éxito de movilización. Pero era evidente que las dos corrientes
estaban destinadas a fundirse en algún momento. La semejanza de sus propósitos justifica
esa frialdad pragmática de la actividad política. IU corre un riesgo evidente
de diluirse, pero no por efecto de la confluencia; no creo que ella sola resistiera
muchas elecciones más. Sin embargo, estaba y está siendo un cortafuegos que
aísla a Podemos de un sector relevante de la izquierda, con buen bagaje ético y
ricas herencias históricas. Con la confluencia sus votos se convertirán en
diputados, llegarán a votantes a los que no llega Podemos y tal vez sean ya una
alternativa de poder. Parece claro que la relevancia política de IU es aquí
mucho mayor que en la soledad de sus dos diputados. No hay nada deshonroso en
que sea la calculadora lo que llevó a Podemos a buscar el acercamiento, como no
lo había en que fuera eso mismo lo que había llevado a IU a intentarlo en las
elecciones municipales y autonómicas. El país necesita que el arte de la
coyuntura se emplee para el bien común después de tanto desmán.
González Orviz reclama atención para la anomalía asturiana. Desde luego que
algo especial pasa aquí y lo más llamativo pasa en Gijón. Si la relación entre
Podemos e IU tiene un guion claro, la relación entre Podemos y el PSOE lo tiene
más enrevesado. Si miramos los tiempos de la alcaldía de Areces en Gijón con ojos
de finales de los ochenta mientras ocurrían las cosas, Areces tenía
claroscuros. Se completó la mejora de los barrios, continuó el desarrollo de
instalaciones culturales y deportivas y en general la ciudad cogió impulso. A
la vez, el clientelismo era asfixiante, Areces fue el típico gestor derrochón y
gastizo, las malas prácticas se intuían y, como dijo recientemente Emilio León,
su reino olía a cebolla. Como digo, con ojos de finales de los ochenta, había
cosas buenas y malas, en Areces y en el Principado. Un día nos levantamos con
el país arruinado y debiendo todo lo que es capaz de producir. Tenemos que
empobrecernos y no sabemos qué hacer con toda una generación. Esas cosas malas
de Areces y de los gobiernos del Principado resulta que estaban por todas
partes. La corrupción era mayor de lo esperado. El clientelismo partidario afectó
al funcionamiento institucional del Estado y el país quedó casi sin control. El
sistema financiero, también infectado por el clientelismo de los partidos,
funcionó con recursos ajenos hasta convertir el país en una burbuja. Se hizo
evidente que aquel José Manuel Palacios tan gris era el tipo de gestor que
había faltado en todos lados y las cosas malas de Areces y el Principado se
hicieron sencillamente insoportables. Podemos no puede negarse a entenderse con
el PSOE desdeñando la fibra progresista que sí hay en su espacio e ignorando,
de nuevo, la calculadora. Pero no tiene obligación moral previa a apoyarlo
porque la obligación que sí tiene es la de enfrentarse a toda la grasa y el
exceso que acumuló el PSOE por décadas y a unas prácticas que el PSOE sigue sin
cambiar. El PSOE tiene a la vez un pasado que corregir y un pasado que
reivindicar y con facilidad confunde lo uno con lo otro (de hecho, ahí sigue
Areces en el Senado).
En Gijón XsP no tenía, como digo, obligación previa de dar el gobierno al
PSOE, pero sí de explicar el desacuerdo. Su actuación fue confusa y nunca
llegué a entender qué pidió al PSOE que le fuera negado ni conseguí ver en su
web una lista clara de desacuerdos concretos que disiparan la sensación de que
había una estrategia previa de desacuerdo. Al calor de los nuevos aires, Mario
Suárez quiere ahora un acuerdo, pero asumiendo que Podemos e IU son ya una sola
pieza, mayor que el PSOE, insinuando que la alcaldía debería ser para esa pieza
mayor. Seguimos con la anomalía. Por un lado, Podemos e IU no se presentaron
juntos y Suárez Fueyo no puede asumir que representa a los votantes de IU. Por
otro lado, sería difícil de explicar por qué no era posible un acuerdo con el
PSOE cuando el alcalde debía ser José María Pérez y sí lo es si el alcalde es
el propio Fueyo.
En el Principado la cosa fue distinta. Quien tenía la obligación de buscar
acuerdos, Javier Fernández, no hizo ningún acercamiento serio a Podemos ni le
ofreció nada más que la consabida diferencia que hay entre el PSOE y el PP, con
la que se pretende ya una justificación natural. Dijo el Presidente que
Asturias no es un lodazal. Tal vez, pero realmente no cabe más corrupción por
metro cuadrado y a eso no se llega más que porque las estructuras y las malas
prácticas lo permiten. El PSOE no ofrece nada para la regeneración política e
IU no exigió casi nada. Le parezca como le parezca a Orviz, la anomalía en el
Principado fue Llamazares al repetir el eterno papel de muleta del PSOE cuando
el Parlamento permitía otra cosa. Ahora toca ese difícil equilibrio entre la
necesaria reencarnación que exige la actividad política y la necesaria
coherencia que nos hace reconocibles. Toca el arte de la coyuntura. Esta
confluencia puede ir muy lejos y para bien.
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