Estoy fascinado con Venezuela. El cura protagonista de El día de la bestia decía que el diablo siempre imita a Dios para
burlarse de Él. Todos hicimos alguna vez la pantomima de imitar lo que está
haciendo otro para hacerle burla, o repetir sus palabras (“fin de la cita”,
“salvo alguna cosa”, “ya tal”) con el mismo fin. ¿Por qué no iba a hacerlo el
diablo? El PP ya se había burlado en el Parlamento y en la Asamblea de Madrid de
quienes luchan por sus derechos, cuando la policía había detenido a dos de sus militantes
porque habían agredido al entonces ministro José Bono en una manifestación
antiterrorista. El PP trató a aquellos macarras como mártires y se plantaron en
la Cámara con las muñecas esposadas gritando “libertad, libertad”. Parecían el
mismísimo diablo burlándose de Dios. Ahora les da por ir a Venezuela a imitar a
los luchadores por los derechos humanos y contra las dictaduras, para hacer
otra vez escarnio de la divinidad. Rivera tenía ganas de estar en algún sitio
con más de cien personas escuchándolo y, ayuno como estaba de escenarios de
Estado y visibilidad internacional, se fue para Venezuela como aquellas
serranas de Cervantes se iban con toda su virginidad a cuestas a lavar la ropa
al río. Se hizo el hombrecito Íbex diciéndole a Maduro que no había de callar
por más que con el dedo silencio avise o amenace miedo; arriesgó salud y
hacienda confiando valientemente en que el dictador bolivariano, al que ni
Bertín Osborne entrevistaría, no obstaculizara su “misión” (“Albert Rivera
desafía las amenazas de Cabello y entra en Venezuela”, llegó a decir el ABC casi invocando las trompetas de
Jericó); y con las mismas Rivera se volvió para España cargado de testimonio y
de vivencia humana. Con qué gravedad nos repetirá en la campaña lo que allí vio,
con qué hondura saldrá de sus labios todo el dolor de aquel pueblo. Y Dios
aguantando las mofas del diablo.
Por supuesto que no es un asunto menor lo que ocurre allí y no será Maduro
con sus visiones de Hugo Chávez y sus psicofonías el líder del que uno vaya a
hacer santo y seña. Pero tiene uno que pellizcarse para aceptar como real la
sucesión de desvaríos que llevan a un país saqueado y asqueado, con la pobreza
trepándole por las piernas ya por encima de las rodillas y acercándose a los
genitales, en plena desagregación social y territorial, con una corrupción que
alcanza niveles de tragedia y con una moralidad pública inexistente, y ahora me
estaba refiriendo a España, que lleva, digo, a un país así a tener que padecer
informativos y periódicos mostrándonos a Rivera burlándose de Dios; a reunir al
Consejo Nacional de Seguridad para tratar sobre Venezuela por los 200.000
españoles que viven allí, después de haber echado de aquí a dos millones y de
tener a un tercio de los que quedan a punto de alimentarse en los contenedores
de basura; a estos politicastros del PP buscando credenciales de demócratas
mediante pronunciamientos sobre Maduro (¿será Venezuela como la legión, donde
tus delitos quedaban olvidados?). Para llegar a esta demencia se necesitan al
menos dos frentes concurrentes.
Uno es el de los intereses. En qué cabeza cabe que Felipe González, que se
había opuesto a la extradición de Pinochet porque “hace 150 años que España no
administra justicia en las colonias”, va a defender a los opositores
venezolanos en nombre de los derechos humanos. González había sido uña y carne
con un personaje mucho más oscuro que Maduro, Carlos Andrés Pérez, con delitos
infames detrás de él y cientos de muertos en manifestaciones por orden directa
suya. Y sus tejemanejes con Cisneros son conocidos desde hace décadas. Lo único
que defiende González en Venezuela son intereses y apaños.
El segundo, con sus derivaciones, es Podemos. Más allá de afectos o desafectos
a Podemos, creo que me está ganando la curiosidad. Eloy Tizón tiene un relato
en el que el jefe de una oficina llama a su despacho a una empleada. Él está
nervioso, sudoroso, algo descompuesto. Le muestra una caja de cartón que hay en
la mesa y le pide un favor: que tire esa caja, que se deshaga de ella donde
sea, sólo eso, que él ya no puede más, dice casi tartamudeando. ¿Qué haría
cualquiera de nosotros con esa caja al llevárnosla? Demasiado intrigante para
no abrirla, qué puede haber ahí dentro que tenga tan abatido al jefe. Y lo de
Podemos es que ya mueve a la curiosidad. Cuesta creer que tajadas enteras de
nuestra política exterior estén condicionadas por el impulso de hacer
propaganda contra este partido. En vez de atacar lo que dice Podemos, atacan lo
que no dicen, buscaron la prolongación de su discurso en Grecia y Venezuela
para explicarnos lo que no dicen y atacar por ahí. La posición española sobre
Grecia y la deuda no estuvo en línea con sus intereses como país deudor y ni
siquiera con las orientaciones del FMI, que recomendaban la reestructuración
que pedía Tsipras y que finalmente se va a hacer. El gobierno español sólo veía
a Grecia a través de Podemos y sólo sostenía lo que pudiera debilitar la parte
del discurso de Podemos que Podemos no había dicho y que ellos se habían
inventado. Lo de Venezuela llega ya al desvarío. Pero además las propias
directrices informativas siguen ese mismo guion. Mientras ardían las calles de
París y mientras en nuestro país se acumulan datos de pobreza y abandono, todos
los días era noticia de portada la falta de papel higiénico en Venezuela.
Grecia estuvo en portada y en el parlamento meses enteros. Y lo increíble de
todo esto es que todo sea dictado por la propaganda contra Podemos. Por favor,
¿alguien cree que habría este circo con Venezuela si no hubiera elecciones y si
no hubieran inventado una asociación delirante entre Podemos y aquel país? (Que
nadie se desmaye: las relaciones de Felipe González con Fidel Castro fueron
mucho más profundas que las que nadie de Podemos haya tenido con nadie de
Venezuela, vivo o muerto).
Y por eso la curiosidad de la caja de cartón. ¿Será para tanto? Nadie cree
que Pablo Iglesias sea más rebelde o determinado que Tsipras. Si alguien cree
que su política sería inadmisible para el sistema, saben de sobra que el
sistema puede obligarle a que no la haga. ¿Por qué tanto miedo y tanto niño
Rivera a Venezuela para decirnos el mal que anida en Podemos? ¿Será lo que
puedan encontrar en el CNI? Me muero de curiosidad, y quién no. Apetece abrir
la caja de cartón.
La cuestión es que parecen pretender centrar las elecciones en la
aceptación o no del sistema democrático, a través de la postura de cada uno
sobre Venezuela, y sobre el mantenimiento o ruptura de España. Es decir, sobre
obviedades. Dar puñetazos encima de la mesa por el mantenimiento de la
democracia sólo busca lo evidente: que no se hable de lo que hay que hablar, de
que estamos gobernados por un partido delincuente, de que España se desangra en
emigración y pobreza, de que aumentan las desigualdades y de tantas y tantas
cosas. Quién va a discutir sobre los privilegios de la Iglesia, sobre la
enseñanza pública (¡pues no dijo Rajoy que la enseñanza concertada es
consustancial al ser humano! Prometo no hacerlo más, pero déjenme que me
repita: que – la – enseñanza – concertada – es – consustancial – al – ser –
humano), quién va a discutir sobre estas cosas mientras Rivera tenga que
desafiar las amenazas de Cabello y se arriesgue a quedarse sin papel higiénico
al entrar en Venezuela. Cosas graves están pasando allí, demasiado graves como
para encima aguantar mindundis arañando el escaparate a ver qué hebras se les
pueden quedar entre las uñas.
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