Incluso un debate como el del lunes, envarado y plagado de obviedades y
silencios, dice mucho de lo que pasa. La escena inicial de los cuatro mirándose
de reojo recordaba a aquel duelo a tres de El
bueno, el feo y el malo, en el que cada pistolero tenía que decidir cuál de
los otros dos le dispararía a él para saber por dónde empezar. Rajoy estaba en
el debate como cuando te pilla la subida de la marea con zapatos y ropa inapropiada
y tienes que caminar pisando huevos intentando no mancharte. Se dijo que había
salido vivo del debate. Claro que salió vivo del debate, ¿cómo iba a salir?
Sería gracioso que los que tienen decidido votarlo con toda esa inmensidad de
delitos encima del PP fueran a cambiar de idea sólo porque le faltase facilidad
de palabra. Pero salir vivo no es ganar ni hacerlo bien, aunque en este caso
eso era irrelevante. El PP no puede convencer a nadie más a estas alturas. En
el debate Rajoy no podía perder votos, por mal que lo hiciera, ni ganarlos, por
bien que lo hiciera. El debate era sólo un engorro y se limitó a mirar dónde
pisaba intentando que no le mojase la marea. Rajoy está más hecho para seguir
la Eurocopa y extasiarse ante campos de alcachofas que para dar cuentas de su
gobierno y las fechorías de su partido.
Pedro Sánchez es el que tenía más necesidad de mejorar la situación de su
partido. Los otros tres están lejos de sus aspiraciones, pero son montañeros
con los pies clavados en zona segura. El PSOE también está lejos de lo que quiere,
pero está en zona resbaladiza con riesgo de caída. Cuando las cosas son
difíciles es más fácil equivocarse, y el PSOE está haciendo lo más fácil:
equivocarse. No se trata de que Pedro Sánchez siguiera el guion mejor o peor
(no lo hizo mal), sino si el guion era el adecuado. Atacó a Rajoy porque tenía
que apuntalar su condición de alternativa. Atacó a Podemos, porque es quien
hace resbaladiza su posición, pero con guion equivocado. Se basó en algo que el
PSOE cree que es una fortaleza cuando las encuestas y el sentido común indican
que es una debilidad, que es el gatillazo de su investidura. Sánchez insistió
una y otra vez en las bondades que perdió la izquierda, España y Occidente entero
por no haber sido investido. La realidad es que Pedro Sánchez sólo llegó a
acuerdos con Ciudadanos. A Podemos sólo le lanzó un órdago. Le dijo que haría el
cambio con C’s, que Podemos estaba excluido y que a ver si se atrevía a parar el
cambio. En vez de pasar página, insiste en lo que la mayoría considera un error
y en lo que desde luego la izquierda no va a comprender nunca: por qué cerró a
cal y canto un pacto con C’s en vez de buscar un acuerdo con más diputados en
la izquierda.
El error además es doble, porque incluso si quieren pulsar esa tecla, ese
argumento es como llamar indecente al Presidente, es algo que hay que decir una
sola vez eligiendo bien la ocasión. Recriminar una y otra vez no haber sido
votado suena a lloriqueo y pataleta. La insistencia en la pinza de Podemos con
el PP no va a convencer a nadie y es de esas bobadas que sólo sirven para que
los que ya están convencidos tengan más vocabulario para vociferar en el
chigre; como la zafiedad de mezclar el nombre de Monedero con los gravísimos
delitos de corrupción que son un verdadero drama nacional. Inda sólo hay uno y
nadie gana nada pareciéndose a él.
Las reacciones a Podemos siguen siendo, como siempre, excesivas e
histéricas en todos y últimamente más en el PSOE porque se siente más obligado
a hablar de ellos. Los mensajes de propaganda de Podemos parecen pieles de
plátano en las que el PSOE resbala una y otra vez. Apenas dijeron la palabra
«patria», se dispararon editoriales y artículos sobre las patrias y los
patrioteros y se llenaron los periódicos de ciudadanos del mundo sin fronteras.
Dijeron «socialdemocracia» y se formó una barahúnda de lecciones de historia y
rotuladores fosforitos buscando y subrayando contradicciones. En el colmo de la
reacción atolondrada, Tini Areces explicó el populismo peronista de Iglesias en
el debate haciendo notar todo serio que ya introducían a Dios en su discurso. Y
todo porque Iglesias dijo que, si volvía a gobernar Rajoy, «Dios no lo quiera»,
pasarían no sé qué cosas. Alguien debe explicar al senador lo de las frases
hechas y la opacidad semántica, no vaya ser que un día Iglesias diga haber
comido un brazo de gitano y se apresure a condenar el canibalismo.
Seguramente el PSOE lo confía todo a conseguir ese segundo puesto que tiene
ahora. Con ese segundo puesto no sería descabellado que intentaran una
reedición del pacto con C’s y repetir el órdago a Podemos, pero esta vez
aumentando la apuesta: a ver si te atreves a que haya una tercera cita
electoral. Pero no tiene fácil mantener esa segunda plaza. Unidos Podemos sube
y el PSOE baja. Si la suma de los dos se va hacia los ciento setenta y tantos
diputados, el PSOE va a tener difícil evitar el sapo de negociar la investidura
de Iglesias.
A quien mejor le va la campaña es a Unidos Podemos: son los que más mejoraron
sus expectativas con respecto a diciembre. Hay tres partes en su bonanza
actual. La más importante es la aritmética. La suma de IU y Podemos anula los
efectos negativos de la ley D’Hont y dispara el número de diputados
previsibles. Otra parte es la movilización. La suma disipa dudas y aumenta la
identificación de mucha gente con la nueva fuerza. Y la tercera parte es que
seguramente son los que están haciendo mejor campaña («salvo alguna cosa»).
Pablo Iglesias en el debate dejó ver líneas inteligentes de propaganda. Aunque
es evidente su tirón personal, sabe también que una parte de la izquierda lo
rechaza por arrogante. En el debate se mostró amable con el PSOE y casi hasta
humilde. No quiere que a los votantes socialistas les resulte tenso pactar con
él, para que le resulte tenso a Sánchez no hacerlo. Ignoró de manera clamorosa
a Rivera porque no lo quiere en el juego. Y en la forma de atacar al PP no se
olvidó de suavizar su presunto extremismo y dar una imagen presidencial y no de
activista. Lo de la patria y la socialdemocracia son dos obviedades de poca
monta: cualquier gobernante considera patria aquello que gobierna; y cualquier
izquierdista que no persiga un sistema de partido único está en la
socialdemocracia. Es una manera de tranquilizar los efectos de la propaganda
inversa. Los piropos a Zapatero son, sin embargo, una sobreactuación de Pablo
Iglesias mal encaminada. Eso no suena humilde, sino condescendiente y, por
tanto, prepotente. Darle jabón a Zapatero parece un chiste.
Rivera está de puntillas tratando de tocar con los dedos el resultado de diciembre.
En el debate buscó a Podemos como los niños que gritan para que les hagan caso,
soltando los infundios más burdos sin conseguir que Iglesias dejara de
ningunearlo. Estuvo sin embargo audaz y brillante contra Rajoy y la corrupción
del PP. Especialmente eficaz fue su firmeza en sembrar dudas sobre la
neutralidad del Supremo y el Tribunal Constitucional.
El debate fue como una jornada de puertas abiertas para que viéramos cuál
es la estrategia de cada uno, pero poco se habló del país, de lo que tiene pendiente:
¿educación? ¿reforma constitucional? ¿iglesia y estado laico? ¿despolitización
de instituciones? ¿funcionamiento de los partidos y redes clientelares? ¿listas
abiertas?; y de lo que es inminente: ¿qué harán con la deuda? ¿habrá hecho
alguien cuentas de lo que nos supondrá el Brexit?
Si se produce la salida del Reino Unido, cuando empiecen a desaparecer miles de
millones de euros de intercambios comerciales, cuando la independencia inducida
de Escocia pese sobre Cataluña, será divertido hacer un documental kilométrico
enlazando todas las noticias de Venezuela que se vinieron dando mientras no se
habló del Brexit más que para decir
que el Peñón es nuestro. Un esperpento digno de Valle – Inclán. En contenidos,
el debate estuvo a la altura de la vida pública del país: a ras de suelo.
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