sábado, 18 de junio de 2016

Los candidatos en la pasarela con el país al fondo

Incluso un debate como el del lunes, envarado y plagado de obviedades y silencios, dice mucho de lo que pasa. La escena inicial de los cuatro mirándose de reojo recordaba a aquel duelo a tres de El bueno, el feo y el malo, en el que cada pistolero tenía que decidir cuál de los otros dos le dispararía a él para saber por dónde empezar. Rajoy estaba en el debate como cuando te pilla la subida de la marea con zapatos y ropa inapropiada y tienes que caminar pisando huevos intentando no mancharte. Se dijo que había salido vivo del debate. Claro que salió vivo del debate, ¿cómo iba a salir? Sería gracioso que los que tienen decidido votarlo con toda esa inmensidad de delitos encima del PP fueran a cambiar de idea sólo porque le faltase facilidad de palabra. Pero salir vivo no es ganar ni hacerlo bien, aunque en este caso eso era irrelevante. El PP no puede convencer a nadie más a estas alturas. En el debate Rajoy no podía perder votos, por mal que lo hiciera, ni ganarlos, por bien que lo hiciera. El debate era sólo un engorro y se limitó a mirar dónde pisaba intentando que no le mojase la marea. Rajoy está más hecho para seguir la Eurocopa y extasiarse ante campos de alcachofas que para dar cuentas de su gobierno y las fechorías de su partido.
Pedro Sánchez es el que tenía más necesidad de mejorar la situación de su partido. Los otros tres están lejos de sus aspiraciones, pero son montañeros con los pies clavados en zona segura. El PSOE también está lejos de lo que quiere, pero está en zona resbaladiza con riesgo de caída. Cuando las cosas son difíciles es más fácil equivocarse, y el PSOE está haciendo lo más fácil: equivocarse. No se trata de que Pedro Sánchez siguiera el guion mejor o peor (no lo hizo mal), sino si el guion era el adecuado. Atacó a Rajoy porque tenía que apuntalar su condición de alternativa. Atacó a Podemos, porque es quien hace resbaladiza su posición, pero con guion equivocado. Se basó en algo que el PSOE cree que es una fortaleza cuando las encuestas y el sentido común indican que es una debilidad, que es el gatillazo de su investidura. Sánchez insistió una y otra vez en las bondades que perdió la izquierda, España y Occidente entero por no haber sido investido. La realidad es que Pedro Sánchez sólo llegó a acuerdos con Ciudadanos. A Podemos sólo le lanzó un órdago. Le dijo que haría el cambio con C’s, que Podemos estaba excluido y que a ver si se atrevía a parar el cambio. En vez de pasar página, insiste en lo que la mayoría considera un error y en lo que desde luego la izquierda no va a comprender nunca: por qué cerró a cal y canto un pacto con C’s en vez de buscar un acuerdo con más diputados en la izquierda.
El error además es doble, porque incluso si quieren pulsar esa tecla, ese argumento es como llamar indecente al Presidente, es algo que hay que decir una sola vez eligiendo bien la ocasión. Recriminar una y otra vez no haber sido votado suena a lloriqueo y pataleta. La insistencia en la pinza de Podemos con el PP no va a convencer a nadie y es de esas bobadas que sólo sirven para que los que ya están convencidos tengan más vocabulario para vociferar en el chigre; como la zafiedad de mezclar el nombre de Monedero con los gravísimos delitos de corrupción que son un verdadero drama nacional. Inda sólo hay uno y nadie gana nada pareciéndose a él.
Las reacciones a Podemos siguen siendo, como siempre, excesivas e histéricas en todos y últimamente más en el PSOE porque se siente más obligado a hablar de ellos. Los mensajes de propaganda de Podemos parecen pieles de plátano en las que el PSOE resbala una y otra vez. Apenas dijeron la palabra «patria», se dispararon editoriales y artículos sobre las patrias y los patrioteros y se llenaron los periódicos de ciudadanos del mundo sin fronteras. Dijeron «socialdemocracia» y se formó una barahúnda de lecciones de historia y rotuladores fosforitos buscando y subrayando contradicciones. En el colmo de la reacción atolondrada, Tini Areces explicó el populismo peronista de Iglesias en el debate haciendo notar todo serio que ya introducían a Dios en su discurso. Y todo porque Iglesias dijo que, si volvía a gobernar Rajoy, «Dios no lo quiera», pasarían no sé qué cosas. Alguien debe explicar al senador lo de las frases hechas y la opacidad semántica, no vaya ser que un día Iglesias diga haber comido un brazo de gitano y se apresure a condenar el canibalismo.
Seguramente el PSOE lo confía todo a conseguir ese segundo puesto que tiene ahora. Con ese segundo puesto no sería descabellado que intentaran una reedición del pacto con C’s y repetir el órdago a Podemos, pero esta vez aumentando la apuesta: a ver si te atreves a que haya una tercera cita electoral. Pero no tiene fácil mantener esa segunda plaza. Unidos Podemos sube y el PSOE baja. Si la suma de los dos se va hacia los ciento setenta y tantos diputados, el PSOE va a tener difícil evitar el sapo de negociar la investidura de Iglesias.
A quien mejor le va la campaña es a Unidos Podemos: son los que más mejoraron sus expectativas con respecto a diciembre. Hay tres partes en su bonanza actual. La más importante es la aritmética. La suma de IU y Podemos anula los efectos negativos de la ley D’Hont y dispara el número de diputados previsibles. Otra parte es la movilización. La suma disipa dudas y aumenta la identificación de mucha gente con la nueva fuerza. Y la tercera parte es que seguramente son los que están haciendo mejor campaña («salvo alguna cosa»). Pablo Iglesias en el debate dejó ver líneas inteligentes de propaganda. Aunque es evidente su tirón personal, sabe también que una parte de la izquierda lo rechaza por arrogante. En el debate se mostró amable con el PSOE y casi hasta humilde. No quiere que a los votantes socialistas les resulte tenso pactar con él, para que le resulte tenso a Sánchez no hacerlo. Ignoró de manera clamorosa a Rivera porque no lo quiere en el juego. Y en la forma de atacar al PP no se olvidó de suavizar su presunto extremismo y dar una imagen presidencial y no de activista. Lo de la patria y la socialdemocracia son dos obviedades de poca monta: cualquier gobernante considera patria aquello que gobierna; y cualquier izquierdista que no persiga un sistema de partido único está en la socialdemocracia. Es una manera de tranquilizar los efectos de la propaganda inversa. Los piropos a Zapatero son, sin embargo, una sobreactuación de Pablo Iglesias mal encaminada. Eso no suena humilde, sino condescendiente y, por tanto, prepotente. Darle jabón a Zapatero parece un chiste.
Rivera está de puntillas tratando de tocar con los dedos el resultado de diciembre. En el debate buscó a Podemos como los niños que gritan para que les hagan caso, soltando los infundios más burdos sin conseguir que Iglesias dejara de ningunearlo. Estuvo sin embargo audaz y brillante contra Rajoy y la corrupción del PP. Especialmente eficaz fue su firmeza en sembrar dudas sobre la neutralidad del Supremo y el Tribunal Constitucional.

El debate fue como una jornada de puertas abiertas para que viéramos cuál es la estrategia de cada uno, pero poco se habló del país, de lo que tiene pendiente: ¿educación? ¿reforma constitucional? ¿iglesia y estado laico? ¿despolitización de instituciones? ¿funcionamiento de los partidos y redes clientelares? ¿listas abiertas?; y de lo que es inminente: ¿qué harán con la deuda? ¿habrá hecho alguien cuentas de lo que nos supondrá el Brexit? Si se produce la salida del Reino Unido, cuando empiecen a desaparecer miles de millones de euros de intercambios comerciales, cuando la independencia inducida de Escocia pese sobre Cataluña, será divertido hacer un documental kilométrico enlazando todas las noticias de Venezuela que se vinieron dando mientras no se habló del Brexit más que para decir que el Peñón es nuestro. Un esperpento digno de Valle – Inclán. En contenidos, el debate estuvo a la altura de la vida pública del país: a ras de suelo.

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