sábado, 4 de junio de 2016

Papeleta electoral: extremismo o banalidad

En estos cuarenta años de detrás los otros cuarenta años, en España siempre hubo dos partidos con posibilidades reales de ganar las elecciones. A esto se le llamó bipartidismo. Al principio la cosa era entre la UCD y el PSOE. Cuando la UCD empezó a tambalearse como una peonza a la que se le hubiera acabado la fuerza, la partida pasó a ser entre AP, luego PP, y PSOE. Y a aquello se le siguió llamando bipartidismo. Ahora hay síntomas imprecisos de que es el PSOE la peonza con problemas para seguir girando y de que el duelo podría pasar a ser entre el PP y Podemos. Pero a esta posibilidad no se la llama bipartidismo, sino “polarización” del electorado. Lo que convierte en polarización la posible nueva situación es el “extremismo” que viene con Podemos. La campaña del PP será un eco lejano de De Gaulle: o yo o el extremismo. El PSOE, sin querer, será palmero de esa estrategia, porque ya dejó alguna señal de que se referirá a la confluencia de Podemos con IU como “extrema izquierda”. El PSOE nunca habló así porque nunca reconoció ser menos de izquierdas que quienes le criticaban desde la izquierda. Será porque es la primera vez que el electorado se “polariza”.
La propaganda no va desencaminada, porque el extremismo es algo que la gente rechaza y, a la vez, no es fácil establecer en qué consiste, por lo que es un argumento manejable sin razonamientos exigentes. Pero es una propaganda arriesgada, porque en las descalificaciones sumarias y temerosas lo que no es éxito es indignación y ridículo, sin zona intermedia. Así suelen ser las descalificaciones de la jerarquía eclesiástica y por eso las bravatas de los arzobispos fachas, valga la redundancia, tienden a provocan indignación y mofas más que debate. Lo que hace que un partido sea percibido como extremista, y no cabe duda de que mucha gente tiene a Podemos por extremista, no es desde luego sus ideas o su programa. Menos alumnos por aula o una renta mínima garantizada no son promesas extremistas. Quien no confíe en ellas puede llamarlas irreales o demagógicas, como la bajada de impuestos del PP, pero no extremistas. Pretender inventariar y recuperar los inmuebles apropiados por la Iglesia no es más extremista que las leyes que permiten a la Iglesia apropiarse de inmuebles. No, no son las ideas lo que hace parecer a uno extremista.
Cuando en una cena dos se ponen a discutir hasta incomodar a los demás, la actitud de los otros es intentar calmarlos quitando importancia al motivo de discusión y dando atolondradamente la razón a los dos por separado. Lo que se percibe como extremista es lo que provoca confrontación y controversia pública. Sucede esto cuando se dan dos condiciones. Una es que se tenga capacidad y determinación de llevar a efecto el programa o idea que crea la controversia. Garzón no está proponiendo nada sustancialmente distinto de lo que lleva proponiendo IU toda su vida. Podemos hizo algunas propuestas novedosas, pero también muchas que se parecen a las de IU. Pero sólo ahora IU parece de extrema izquierda: porque ahora está en una coalición con posibilidades de entrar en un gobierno. El PSOE dice en campaña muchas cosas parecidas a Podemos o IU, por ejemplo en educación o sanidad. Pero se sabe que negociará el papel de la asignatura de religión y que no retirará fondos de la enseñanza concertada. Lo que hace extremista a Podemos e IU es la mayor determinación que se les percibe en sus ideas, la sensación que dan de luchar y arriesgar más por mantenerlas.
La otra condición es que la controversia se produzca con respecto a grupos lo bastante poderosos o inercias lo bastante sólidas como para que se produzca una agitación perceptible. Un arzobispo puede decir los disparates que quiera sobre los homosexuales. Es poco probable que sus soflamas vayan a cambiar las leyes ni que las réplicas airadas o sarcásticas subviertan ningún aspecto del orden establecido. En cambio, si Unidos Podemos se empeña en reducir o eliminar la enseñanza concertada, el propósito en sí no es extremista, pero se enfrentará ásperamente con los intereses de la Iglesia y además provocará mucha gestión, en partidas presupuestarias y profesorado, porque es una alteración sustancial de la situación e inercia actual de la enseñanza. Es decir, la idea es moderada, pero armará mucha bronca porque rompe una inercia establecida y además quienes están en contra son poderosos. El hecho de la bronca es lo que da esa sensación de extremismo. Es lo que hace que la gente en una cena diga a quienes discuten que el tema no lo merece y además les den parte de razón. Es lo que hace que los moderados como el PSOE tiendan a pensar que ni ese ni otros temas merezcan tanta bronca y tantos afanes y que es extremista, y no de izquierdas, empeñarse en ellos.
Cuanta más bronca estén dispuestos a armar los poderosos, más extremista es llevarles la contraria. Cuanto más conservadora y fundamentalista sea la rutina, más actitudes moderadas parecerán extremistas. ¿Habrá algo más normal que liquidar un Concordato que ningún país tiene? Si la mayor parte de la crisis viene de malas prácticas bancarias y si es en el ecosistema bancario donde se fraguan los grandes fraudes fiscales, ¿es tan raro que los poderes públicos aumenten la intervención en los grandes bancos?
Como digo, en los actos sociales recreativos preferimos que no haya broncas. Contra lo que se cree, no utilizamos el lenguaje la mayor parte del tiempo para comunicarnos, es decir, para transmitir y recibir paquetes de información. Los primates ejercen sus relaciones sociales, “se dicen” y mantienen su amistad y jerarquías despiojándose, tocándose con cualquier propósito, compartiendo tareas necesarias o no. En la cháchara, utilizamos las palabras como dedos invisibles para tocarnos como si nos despiojáramos, fingiendo que nos decimos cosas, sólo para dar grasa y sustancia a las relaciones que nos gusta mantener. No nos decimos nada cuando pasamos el rato tomando una caña. Los vecinos en el ascensor o en la cola de la pescadería usan las palabras para suavizar y hacer fluida su concurrencia. Es un uso muy notable y muy útil del lenguaje, pero tiene un precio: la banalidad. En la cola o el ascensor se habla del tiempo o cualquier cosa que no cree controversia. Si asoma una diferencia de opinión en algo, rápidamente y de manera casi tontorrona cada uno corrige lo que dijo hasta que sea igual que lo contrario. Nuestras palabras no suavizan nuestra presencia si nos empeñamos en cargarlas de ideas.
La moderación, tal como es practicada normalmente, consiste en hacer banal y como de vecinos en el ascensor el debate público y la política. El PSOE tiene ideas de izquierdas, pero las sostiene como esas vecinas y vecinos que en la pescadería hablan a la vez diciendo lo contrario unos de otros y al mismo tiempo dándose la razón todo el tiempo. Defiende la educación pública y la progresividad fiscal hasta donde no se arme bronca (bronca de verdad, no exabruptos zafios de Rafael Hernando, que son sólo calderilla parlamentaria para ganarse la embajada en la India o cosas así). El PSOE llamará extremista a quien defienda con determinación las ideas del propio PSOE allí donde rompan sonoramente con rutinas establecidas o provoquen reacciones airadas y sonoras de poderosos. El PSOE garantiza la suavidad del momento político y sus formas, con el precio acostumbrado: la banalidad. Por eso corre riesgo de ser percibido como una herramienta poco útil y sobrante.

El país que vota el día 26 tiene muchos pobres, muchos parados, salarios de pobreza, titulados expulsados, desprecio del conocimiento, privilegios rancios y costosos y una desigualdad trágica. O hacemos cháchara banal con la situación o intentamos cambiar algo haciendo ruido. Banalidad o “extremismo”. Todo tiene sus pros y sus contras.

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