La semana empezó bien en análisis político. La federación socialista andaluza,
la catalana y la vasca habían dicho lo que había que hacer y cuánto había que
abstenerse. Todo se movía y nadie se acordaba de la Gestora y su presidente. Así
que Félix de Azúa abrió la semana compartiéndonos su placidez por ver a Javier
Fernández a los mandos y recordando a España entera que Fernández preside una
comunidad autónoma de lo más cuco. Ver a un asturiano al mando ya da sosiego, dice.
Añade que los asturianos no queremos imponer el bable a los españoles, ni
hacemos de la gaita un instrumento de tortura.
Por eso digo que la semana empezó bien en análisis, porque nada anima más
que un puñado de verdades bien elegidas. Cuando salimos de Asturias, vemos cuánta
razón tiene Azúa. A todos nos dan las gracias en las calles de Valladolid o
Santander por no ir tocando la gaita. Y quién no recibió en Madrid o Cuenca
apretones de manos emocionados por marcharnos sin haberles impuesto el bable.
Claro que damos sosiego. Javier Fernández, mandando lo que mandan los mandones,
trajo la paz y la moderación. Y puestos a decir verdades, Azúa nos deja
recordando que Javier Fernández, y no Podemos, es el que va a exigir que los
ladrones devuelvan lo robado y que se acabe con cacicazgos, aforamientos y
chiringuitos públicos inútiles. Precisamente el PSOE de Asturias, precisamente la
brigada Fernández – Areces, es quien va a acabar con el clientelismo, el
despilfarro y la impunidad de los corruptos. Es que somos una comunidad de lo
más cuco.
Javier Fernández dice que el edificio socialista está para precintar con
cintas de esas de plástico y para poner carteles de advertencia porque amenaza
derrumbe, pero que aún conservan el solar, que hay donde construir. El solar,
sin embargo, también se agrieta. El daño de la brutalidad de González y Cebrián
es profundo. Es evidente el sálvese quien pueda y que la investidura de Rajoy
amenaza con convertirse en un vodevil socialista, con diputados haciéndose los
disconformes votando que no y diputados absteniéndose como el Jack el
Destripador de Gila, coloraos coloraos, o aún peor ausentándose de la sesión
para tener «un gesto». Susana Díaz manifestará al partido con rubor impostado que
se haga en ella según su palabra. Pero el PSOE será lo que dijo Fernández: un
solar. Y lo que no dijo Fernández: un solar con grietas que se ensanchan.
Y entonces, para que no falte nada que confunda aún más a la gente y enrede
aún más el debate, Cebrián y González, pasado perfecto, van a la Autónoma a
hablar del futuro y se encuentran con rugidos y alaridos prolongados que les
impiden hablar. Y aquí empieza la consabida sarta de despropósitos que consiste
en encadenar obviedades con desvaríos, para llegar desde lo indiscutible hasta
el disparate. Que se proteste ante Cebrián y González de manera visible y hasta
ruidosa es saludable. Como todo el que incide en la vida pública, sus actos son
controvertidos y son lógicos los pronunciamientos templados y destemplados en
apoyo y disconformidad. Digo que es saludable, porque lo insano sería
aceptarles el estatus particular de intocables al que ellos parecen aspirar.
Evidentemente, que se les impida hablar, por censura de una autoridad o porque
lo reprima físicamente una multitud es siempre una mala noticia. Incluso
quienes creemos que los personajes merecen pronunciamientos colectivos de
rechazo no tenemos ningún motivo para sonreír porque el debate o las consignas
de protesta se reduzcan a onomatopeyas y alaridos. Las cabezas encapuchadas son
siniestras si se trataba de amenazar, y si no, y más probablemente, son la
sandez de una pose de cómic de mentes en evidente estado de floración
incipiente. Si tenía algo bueno la protesta contra González y Cebrián, se
esfumó cuando el efecto final fue que no pudieran hablar, porque mala cosa es
que tus razones sean el silencio forzado del oponente. Hasta aquí lo
indiscutible y lo que es obvio en la convivencia. A partir de aquí, empieza el
cinismo y el disparate, el oportunismo burdo y la cortina de humo.
Lo siguiente a la agresión es la sobreactuación de los agredidos. En la
narración de los hechos del primer momento en la cadena SER algunas palabras
chisporroteaban como esas sacudidas eléctricas que a veces provocan los pájaros
en los cables: se oyeron expresiones como ETA, encapuchados, violencia,
ataques, Navarra y, claro, Podemos. Y no, no era aquello que tuvo tan en vilo
durante tanto tiempo a España. Impedir la libertad de expresión es siempre un
borrón, pero no es terrorismo. Y ninguna de las críticas que se quiera hacer a
Podemos es aceptable si se mezcla en la misma frase su nombre y el de ETA. El
editorial de El País saca a relucir a Unamuno, a Tomás y Valiente, a la
Pasionaria y hasta el No Pasarán. Tampoco. Cebrián y González tienen derecho a
hablar y decir lo que les plazca y a impugnar a quienes se lo impidan, pero es
simplemente ridículo que se hagan los Unamunos o los resistentes del No
Pasarán. Y por supuesto no puede faltar una noble tradición de la política
española, que es la instrumentalización zafia de cualquier violencia, de alta o
baja intensidad. El PP pasó años aprovechando cada muerte de ETA para echársela
a Zapatero. Cómo no aprovechar esta algarada para echársela a Podemos. Es
tradición.
Al final, la sobreactuación, sea esta el desmayo porque se rompió una
farola en una manifestación o equiparar la agresión a Cebrián con la de
Unamuno, pretende siempre la cortina de humo, distraer del verdadero problema.
Es Cebrián quien demandó ya a tres medios de comunicación por publicar verdades
de interés público que le atañen a él. Son González y Cebrián quienes comparten
oscuros intereses empresariales. Son sus oscuros intereses los que les hicieron
urdir la conspiración para evitar que Pedro Sánchez acercara a Podemos al
poder. No buscaban impedir unas nuevas elecciones. Buscaban que impedir que
Sánchez formara gobierno con Podemos como socio preferente, porque ellos
conspiran para que no gobierne en España quienes no les conviene. Ellos,
manejando como en toda conspiración debilidades dispersas y ambiciones
heterogéneas para alinearlas en un fin conjunto, convirtieron al PSOE en un
solar. Ese es el nudo político del asunto. El desafortunado incidente de la
Autónoma es marginal.
En todo caso, Podemos debe analizar con cuidado su situación. Conviene su
precaución porque se está insistiendo con razón en la falta que hace el PSOE,
pero no se insiste lo suficiente en la falta que hace Podemos en esta
democracia de inercias y castas. El solar está libre por desmoronamiento de
quienes lo habitaban. Pero Podemos debe anotar dos hechos. Este desmoronamiento
es la primera circunstancia en mucho tiempo que demostró que el PSOE sí tiene
bases con ideas y tendencia definidas. La placidez de las federaciones
socialistas donde campa la corrupción suscitaba la pregunta de si en el PSOE
habría algo más que cargos y clientes, o si había una base que se callaba por
no dañar lo que después de todo era un instrumento, que era el partido. Esta resistencia
al sainete de sus dirigentes muestra que sí hay bases y que Podemos tiene que
ganarse el respeto del solar. Tienen que empezar a plantear ya iniciativas
reconocibles en el Parlamento, que muestren proyectos e impulso de cambio. Las
tienen y tienen que empezar a oírse y no quedarse en puños en alto y consignas
contundentes. El otro hecho es que ese solar es como el anillo de Sauron:
quiere estar habitado. Susana Díaz sólo lo agrietará más. Pero un liderazgo
respetado e inesperado, y pienso en Borrell, clavaría la corrupción del PP en
sus carnes como un puñal y la onda haría temblar las paredes de PRISA, pero
también las de Podemos. Curiosamente, un líder socialista que no sea anti
Podemos pondría como nadie a prueba su consistencia. Y Podemos haría bien en
estar preparado, porque en la política española, como en el barrio de Arsénico por compasión, cualquier cosa
puede ocurrir y ocurre con frecuencia.
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