La legislatura lleva meses en el taller y aún no está lista. Cada uno puede
hacer los análisis que quiera sobre lo que le conviene, pero lo honesto con el
país es reconocer que la legislatura tiene un montón de piezas y cables sueltos
y que así no debería empezar a rodar. El PSOE es un enorme roto en el
Parlamento, un verdadero desgarrón en el tejido de la democracia. Los diputados
del PSOE están en el Parlamento como los caballos del Grand National cuando
siguen corriendo después de caérseles el jinete. No tienen dirección ni
directrices. No se sabe quién manda ahí. La votación para la investidura
amenaza con ser un esperpento, donde cada uno hará lo que le dé la gana y donde es posible que se abstenga sólo el
número justo de diputados socialistas necesario para que Rajoy sea investido y
así parezca una «táctica» o un «mensaje» de firmeza opositora. Pero el problema
no acaba en la investidura. ¿Qué mandato tienen los diputados del PSOE, a qué
programa se deben a estas alturas? El PP empezará a practicar nuevos recortes,
que justificarán como imponderables sobrevenidos por la deuda y la disciplina
europea. Querrá leyes de seguridad abusivas cuando haya nuevas amenazas o
atentados terroristas en cualquier parte, y pedirá obediencia en nombre de la
unidad frente al terrorismo. Continuará deslizando valores ultraconservadores
en educación y justicia, dirá que son cosas menores y llamará maximalismo
ideológico a cualquier oposición. El PSOE estará continuamente en la tensión de
mantener una conducta responsable y con «visión de Estado» y amagos
izquierdistas para distanciarse del PP y hacer como que hace oposición, pero no
tanto que Cospedal diga que se acercan a Podemos. La verdad es que los
diputados socialistas parecerán un montón de canicas sueltas y ruidosas que
reaccionarán con volatilidad a lo que el Gobierno vaya haciendo y a quienes no
se les adivinará un rumbo definido.
El argumentario con el que llegan a la investidura es pobre y
contradictorio. Empiezan queriendo la abstención para evitar el bloqueo
institucional, que es un argumento de Estado, y ahora justifican esa postura
porque unas nuevas elecciones beneficiarían al PP, que es un argumento de
partido. Dicen que abstenerse no es apoyar, pero fueron capaces de descabezar
el partido y hacerlo añicos para llegar a la abstención; y vaya si eso es
apoyar. Estos días de Gürtel no traen nada nuevo, pero sí un recordatorio: el
PSOE llega a la investidura considerando aceptable poner en el gobierno a un
partido mafioso con prácticas continuadas de banda organizada, pero
considerando una amenaza para España negociar nada con Podemos (es decir, con
un partido de izquierdas) o hablar de cualquier cosa con políticos
independentistas.
El bagaje con el que afrontan la investidura es también indigente. Javier
Fernández dirige la Gestora porque es uno de los barones que triunfa en su
Comunidad, pero realmente tiene un tercio de la cámara autonómica, la mitad de
votos que hace dos legislaturas y está gobernando con prórroga presupuestaria
porque no tiene apoyos. Se le mencionó como un político de peso en el partido,
pero su mayor valor nacional es que ni habla ni se le conoce, lo que en estos
tiempos de mediocridad y ramplonería quizá sea, ciertamente, una ventaja. Se le
presentó como una referencia moral, y en Asturias están pendientes casos de
corrupción sonoros y sonados sobre los que tuvo que flotar para llegar a la
Presidencia. La manera de echar a Sánchez fue tan abrupta, la injerencia de
Cebrián y González tan mafiosa y visible, que no le queda ya al grupo
parlamentario ninguna actuación que no sea pintoresca o ridícula. El
desprestigio fue tal, que el partido quedó realmente dividido y acéfalo, sin
liderazgo posible que levante la moral. ¿Se imagina alguien un mitin de Susana
Díaz en Cataluña?
No debería empezar esta legislatura con 85 diputados sin jinete que tienen una
relación ya remota con el programa y campaña por los que fueron votados, o con
un líder sobrevenido a quien no se votó. Favorezca o no al PP unas nuevas
elecciones, lo limpio y lo justo es que el país ponga orden con sus votos. La
anomalía del PSOE es tal que, dada la importancia numérica y política de su
grupo parlamentario, debemos admitir que este Parlamento ya no es el que salió
de las urnas. Sería pintoresco que después de todo el guirigay el PSOE
impidiera la investidura de Rajoy, pero, como digo, ya no hay nada que puedan
hacer que no sea pintoresco o ridículo. Que sea al menos limpio. De todas
formas, sigue habiendo dos posibilidades y PSOE y Podemos tendrán que pensar su
papel en cada una.
Una posibilidad es que Rajoy forme gobierno. Podemos tendrá entonces la
responsabilidad de tomar la iniciativa con medidas normalmente propuestas por
la izquierda en un Parlamento con posibilidades numéricas de que salgan
adelante. El PSOE sencillamente tendrá que disolverse en el PP o mantenerse
cerca de su programa e ideario. Cuando el PP empiece nuevos recortes, será un
buen momento para que Podemos plantee al hilo de los recortes cuánto le estamos
dando a la Iglesia para que lo gaste en infumables canales de extrema derecha,
mientras cada vez abandonamos más a nuestros ancianos y dependientes. También
es un buen momento para que defienda la justicia de que la Iglesia pague el IBI
en un país que devastó la actividad e industria cultural con un IVA
insoportable y que asfixia a las clases medias con impuestos poco progresivos.
Puede también la formación morada exponer cuál es el verdadero balance de los
conciertos educativos y plantear su anulación. Y debería poner la atención del
país en que el paro se agrava cuando el empleo disponible se paga con sueldos
que no llegan para los mínimos vitales y que hay que derogar la reforma laboral
que provoca este desastre. Ni esto ni muchas otras medidas izquierdistas
repugnan el programa o sensibilidad del PSOE. Pero lo obligarían a mostrar al
país su verdadera forma. Y tampoco estaría mal que propusieran medidas firmes
de regeneración democrática para comprobar las verdaderas prioridades de C’s.
Pero si milagrosamente hay nuevas elecciones, el PSOE y Unidos Podemos
deberían darse un baño de realismo y comprender: 1. que el otro no va a
desaparecer; 2. que ninguno de los dos llegará al poder sin el otro; 3. que el
antagonismo de los dos fue tal, que los militantes tienen petrificado en la
cabeza un argumentario de granito que le impide aceptar al otro; y 4. que estos
bloqueos sólo se suavizan si durante un tiempo se recurre a terceras personas
que no estén atrapadas en el granito del argumentario. Creo que hoy les
propondría que negociaran la presidencia de José Borrell. Quizá mañana piense
otra cosa o quizás hoy haya alguien mejor, pero lo importante es no poner
empeño contra emociones que necesitan un tiempo para ser devoradas por la
racionalidad y buscar el punto de apoyo en alguien no atrapado en esa maraña
emocional. Siempre hay alguien. Pero como de baño de realismo hablamos, es
evidente que el resultado más probable sería que la izquierda quedara peor
representada. Esto hará gracia a algunos y no nos hace gracia a otros, pero es
lo limpio y lo justo. Rajoy hizo una pregunta inteligente a Iglesias: ¿a
nosotros quién nos vota? Que nadie se engañe con la respuesta: gente normal que
mira para el país y cree que estará mejor con ellos en el gobierno. Los
votantes de izquierdas, en el juego limpio de nuevas elecciones, pueden hacer
como ellos, mirar al país y expresar lo que creen mejor para él. O mirarse al
espejo y abstenerse si creen que eso mejora su pose en las tertulias o le da
más «me gusta» en sus chascarrillos de Facebook. Los abstencionistas de izquierda
en buena medida decidirían el desenlace. Y el resultado desde luego sería
justo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario