Llevar la fantasía de Ted Chiang a una película inteligible no era fácil y Denis Villeneuve lo hizo bien. Lo bastante bien como para que sea parte de las imágenes que se quedan en la retina para mirar el fin de año. La cuestión de partida era cómo comunicarse con unos extraterrestres con forma de calamar heptápodo que emiten unos sonidos broncos, como los de un barco o una ballena, y que no parecen entender ni pío de lo que podamos decir nosotros. Pensaron en una lingüista y un físico, en vez de haber pensado más atinadamente en un dibujante y un actor, así que los primeros pasos fueron una acumulación de errores. Empezaron por buscar patrones por ordenador en las grabaciones de heptápodos. Empezar por el lenguaje oral fue un doble error. Por un lado, el habla trata con el tiempo. Las unidades de una frase son sucesivas en nuestro oído y sólo son simultáneas en nuestra memoria. Nuestro trato con las cosas que se dan en el tiempo está condicionada por nuestra memoria y ni intuimos bien el tiempo (somos más listos para tratar con el espacio) ni sabemos nada de la memoria de los heptápodos como para tener una mínima idea de cómo puede ser para ellos una concordancia o cuánto dura una sílaba. Y por otro lado, nuestro lenguaje hablado y el suyo es digital y arbitrario y no analógico. Mal comienzo. Como especie nos gusta lo analógico, el roce de las cosas que se parecen entre sí, los dedos que se juntan para indicar pequeñez y los brazos que se abren para referirse a lo grande o excesivo.
Así que la lingüista tuvo el primer acierto al llevar una hoja de papel y un boli. Así pasamos del tiempo al espacio, porque la lengua escrita se compone de figuras. Pero persiste en el error digital: escribe «humans», una mancha de tinta que no se parece a nada. Todavía no se daban cuenta de que era mejor un dibujante que una persona poseída por el lenguaje; o un actor, porque también sabemos representar analógicamente las cosas con nuestro cuerpo. No obstante, aunque lingüista, la mujer era humana y con intuición analógica y por eso tuvo su siguiente acierto quitándose la escafandra y el traje espacial innecesario. Ella no se daba cuenta, pero mostrando su cuerpo y su rostro se acababa de hacer más comunicativa. Y llega el momento del gran acierto. Toda representación analógica es en esencia una repetición. Tenemos suficiente experiencia con extraterrestres como para saber cuál es el meollo del contacto comunicativo. No tenemos alienígenas de verdad, pero tenemos bebés de unos cuantos meses. El contacto surge cuando el bebé repite lo que hacemos, o hace algo para que repitamos lo que hizo, o repite algo para que repitamos algo nosotros. La lingüista de repente comprende la esencia de la cosa y pone una mano en el cristal que la separaba de los heptápodos. Entonces uno de ellos pone su monstruoso tentáculo al otro lado del cristal superponiéndolo a su mano, como si quisieran tocarse. Por ahí empieza el contacto, no con un ordenador buscando patrones. Todo empieza con la repetición, con el parecido. Desde ahí se llega a todo lo demás. La lingüista hace lo correcto sin querer; como el propio Ted Chiang, que con una idea física falsa y una teoría lingüística equivocada armó una ficción sugerente.
Hay cosas que no se relacionan pero que se funden porque se mira una cuando tenemos todavía en la retina la otra. Así que con la mano juntándose al tentáculo en la retina, uno mira las noticias como si tuvieran que ver con heptápodos. Veo, por ejemplo, a Antonio Hernando e imagino a la plana mayor del PSOE vestida con escafandras y trajes espaciales y a nosotros, «la gente», como heptápodos indescifrables. Porque Hernando es una máquina parlamentaria. Habla bien, hila razonamientos para una cosa y la contraria sin perderse, conoce la ley y la trampa, sabe formar corrillos y dar esquinazo a los emergentes, muñir y bruñir apaños y titulares de prensa, … una máquina. Se entiende que desde un lado del cristal lo pongan ahí en lo más alto. Pero a la vez se hace evidente que no entienden nada a la otra parte, a los humildes heptápodos del otro lado del cristal. Con sus escafandras puestas no captan el efecto hostil que nos produce que un señor que grita que no es no, al poco dé palos a los que dicen que no es no y pase a gritar que a quién se le ocurre quitar del Gobierno a Rajoy, con lo que manda el PSOE siendo oposición.
Pero en cuestión de comunicación es más llamativo el caso de Podemos. Su contacto con los heptápodos fue sin duda brillante. No sólo son esos 71 diputados conseguidos en un suspiro. Es que para que la cosa se quedara en 71 hubo que acumular desmanes periodísticos, fabricar C’s, inventarse Venezuela y reescribir Grecia. Ahora andan dándose mordiscos de niños malcriados. Dos amigas mías dicen que había que quitarles el wifi y el móvil para que vuelvan a entenderse. Pablo Iglesias cree que nos avergüenza su conducta y se equivoca, aunque conseguirá avergonzarnos si se pone ñoño. Podemos tiene que invertir aquel discurso de Gallardón de cuando Zapatero les había birlado la cartera y los despistados creían que él era la derecha civilizada. Algo habremos hecho mal, decía Gallardón ante un ceñudo Aznar. Pablo Iglesias debería mirar el recorrido de Podemos y decir a los suyos: algo debimos hacer bien, a ver si encontramos qué fue.
Por supuesto, en el éxito de arranque de Podemos intervendrían ideas, análisis y una situación de desconsuelo. Pero todo eso no funciona sin el primer contacto, sin el tentáculo en el cristal que repite el gesto de la mano. La cúpula de Podemos mostró bisoñez para manejar unos resultados electorales y andan un poco perdidos en un Parlamento de profesionales. Pero también demostró en la campaña y los tiempos de negociación que son los que mejor conocen al país. No saben de España más que Felipe González. Pero le cogen mejor el pulso y sus maneras organizativas sumaron voluntades rápidamente porque funcionó esa especie de mímesis analógica entre representantes y representados. Lo que se presentaba como sentido común parecía, efectivamente, sentido común. Ellos parecían nosotros. Fue un eco afortunado con los miedos y afanes de mucha gente, más que promesas populistas o grandes análisis, lo que originó algo que, con promesas y grandes análisis después, provocó una ola. Esa repetición analógica y emocional inicial es el primer contacto y la condición para que todo lo demás venga. La cuestión es que, al hacerse partido político y ocupar cargos y hasta poder, Podemos tuvo que empezar a hablar en privado, en vez de hablar a los heptápodos. Parece que llegaron a olvidar mirar al otro lado del cristal y se están poniendo escafandras y trajes espaciales en vez de quitárselos, porque este guirigay interno, en el que no parece que se estén discutiendo políticas ni medidas, es un lenguaje tan abstruso como el que se usa para poner a Hernando de cabeza visible.
La cuestión es que el contacto se llegó a producir, mucha gente sintió el roce analógico y ya no quiere Hernandos ni Susanas, el hueco electoral y político se hizo y está ahí, fuera del alcance de los modos de la vieja política, pero de ninguna manera terreno ya conquistado por la nueva política. Podemos llegó a ser muy parecido a mucha gente y a la vez diferenciado en lo que la gente quiere que sea diferente (una persona normal no se siente capaz de gobernar y tiene que confiar en alguien diferente a él). Hubo un tiempo en que Podemos entendía a la gente mejor que nadie y a la vez nos hablaba de un militar que podría ser Ministro de Defensa y de un premio Nobel de economía que confirmaba que sus propuestas cuadraban. Estos silbidos envenenados, destituciones, lealtades y deslealtades son lenguaje incomprensible en un partido cuyo mayor encanto era el de parecerse tanto a uno que todo parecía sentido común. El tentáculo del heptápodo sigue en el cristal esperando la mano que repita su gesto, el hueco político sigue ahí, pero no es gratis. El tema básico de Vistalegre II no puede ser más sencillo: ¿qué hicimos bien?
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