Una materia singularmente maltratada en nuestros sucesivos planes de
estudio es la Historia (antes de la Solución Final de Wert). No sólo se estudia
poca historia. Es que, igual que se renegó de la memorización, llegó a
repudiarse el razonamiento histórico, el examinar las cosas puestas en el
tiempo y en su contexto. Recuerdo cuando se hizo rancio hablar de historia de
la literatura. Se hicieron malabares para no poner la literatura en el tiempo,
desde cargar a la teoría literaria con el mochuelo de ser el envés virtuoso del
enfoque histórico, hasta hacer temas donde se estudiaba el sintagma verbal y la
épica, para «relacionar». En nuestra actualidad, hay temas importantes pero
históricamente superficiales y de usar y tirar, como los desacuerdos de Errejón
e Iglesias o si IU tiene todavía un pacto con el PSOE en Asturias; y hay temas
de calado histórico, porque son de antecedentes y contextualización complejos y
de consecuencias trascendentes, como la cuestión de Cataluña, la Monarquía o la
manera de tratar las migraciones masivas.
El problema de temas de complejidad histórica, como las migraciones, es que
ofrece poco pasto para la actualidad o, inversamente, cuando se hacen muy
visibles en los titulares de actualidad es porque se trivializan. Tanto
maltrato de la Historia no podía dejar de tener consecuencias en la manera de
tratar y percibir este tipo de asuntos. En el caso más obvio, simplemente se ve
que la gente no sabe, no tiene perspectiva temporal y no busca sentido a las
cosas en procesos extensos. Si surge un problema entre Ucrania y Rusia a
propósito de Crimea, cualquier personaje público puede decir lo que le
convenga, porque ni se sabe historia ni se tiene la actitud de indagar las
cosas en su contexto y antecedentes. Con la comunicación instantánea y masiva,
se dispara esta mala hierba de coger el rábano por las hojas y buscar, de los
temas más complejos, las raspaduras que nos den ventaja en discusiones de una
semana. Las primeras declaraciones que se hicieron en España al ganar Trump
incorporaban la palabra «populismo» y se referían a Podemos. Del complejo
estado de cosas que lleva a que alguien como Trump tenga el dedo sobre el botón
más peligroso del mundo, lo que se pilla al vuelo son esas virutas que me sirven
para tal o cual pendencia.
Pero hay otro caso notable de maltrato de la historia, que se da en gente
que no sabe historia y en gente que sí la conoce, pero que la trivializa para encajarla
en sus discusiones de recorrido corto. Flann O’Brien en su delirante En Nadar–dos–pájaros proponía que un
novelista pudiera usar cualquier personaje de cualquier novela que se haya
escrito y que sólo creara alguno nuevo si no encontraba lo que buscaba en las
obras ya escritas. Y así es como se recurre a la historia en temas complejos,
como si la historia fuera un montón de sucesos disponibles que podemos usar a
nuestro antojo para encajarlos como nos apetezca con los hechos que queramos.
La aparición de Podemos trajo un sinfín de columnistas que nos dieron lecciones
de historia a diario, casi siempre de cómo aparecieron los fascismos en Europa.
Esperanza Aguirre se animó a hablarnos de la Primera Guerra mundial para
explicarnos lo que la Historia nos enseña sobre el nacionalismo catalán. Como
los personajes de O’Brien, los episodios históricos están ahí. Debidamente
deshidratados, podemos usar su versión simplificada a voluntad para meter baza
en cualquier discusión.
Precisamente sobre la emigración, Pérez Reverte encontró en la despensa de
Hechos Disponibles la entrada en territorio romano de los godos que huían de
Atila, a los que el emperador permitió pasar la frontera del Danubio. Explicó
cómo esos bárbaros se fueron convirtiendo en el gusano de la manzana para que
comprendamos por qué Europa no sobrevivirá: nuestro mundo está «roído por
dentro y amenazado por fuera» y la historia nos enseña en qué acaba una
civilización así. No importa el tono civilizado, culto y seguramente
bienintencionado con el que Reverte da sus explicaciones (aplaudidas y
premiadas, según parece). Lo que importa, como con el vino, es el buqué, el
aroma emocional que deja su análisis, y el gusto que sus palabras dejan en boca:
lo que marca el destino de Europa no es si el que llega es ingeniero,
terrorista, albañil o un refugiado que huye; lo relevante es que sea de aquí o
de los Otros. Los de fuera (terroristas, refugiados, médicos) nos roen por
dentro. Los que están dentro, todos tenemos vecinos de ese tipo, nos están
royendo.
En esa despensa que Reverte conoce bien, podía haber encontrado a poco que
buscase otros procesos históricos. Sin ir más lejos, en vez de tomar la caída
del imperio romano podía haber mirado la emergencia del imperio americano. O no
la caída, sino el crecimiento del imperio romano. Podía haberse fijado en cómo crecieron
esos imperios, Roma y EEUU, a base de naturalizar poblaciones foráneas de aluvión.
Podía haberse fijado en un proceso del que Roma y EEUU sacaron buen provecho y
que se sintetiza en un inteligente diálogo de El puente de los espías. Un abogado de origen irlandés habla con un
agente de la CIA de origen alemán. Le explica que lo que los hace americanos a
los dos son las reglas, la Constitución. No eran bárbaros royendo nada, eran
americanos como otros fueron romanos, por unas reglas inteligentes y eficaces.
Aquí conocimos el desprecio a los charnegos, a los maketos y a los cazurros.
Los invadidos no perdieron nada con aquellas invasiones y el país ganó lo que
se gana siempre cuando el agua se mueve y no es estanca. Buscar el fundamento
histórico de las cosas no tiene nada que ver con manejar la historia como una
sarta cuentos entre los que podemos elegir el que convenga para argumentar la
discusión que toque este mes.
No es la primera vez que comparamos la emigración de refugiados con los que
se lanzaban al vacío desde las Torres Gemelas. ¿Qué haríamos con ellos si
pudiéramos? ¿Tapar las ventanas para evitar el efecto llamada o poner colchones
gigantes abajo? ¿De dónde vendrá una persona que salta al vacío a una muerte
segura? ¿Habrá muro que contenga su impulso? La emigración es un problema
insoluble. Tiene razón Reverte en que el buenismo hipócrita es sólo hipocresía
y no solución. Los problemas insolubles tiene el mismo aspecto que los
problemas complejos, el aspecto de cables enredados donde nadie puede ver una
secuencia limpia que los desenrede. Los problemas sin solución o muy complejos
requieren medidas sencillas y claras para dar algún paso y a cada paso tomar
medidas sencillas para el siguiente, teniendo siempre valores que señalen adónde
queremos llegar. Mientras las Torres ardan la gente saltará al vacío. No
matarlos, no dejar que mueran y actuar sobre las Torres, sobre los territorios
de origen, tienen que inspirar las primeras medidas.
El muro de Trump es inútil como muro pero desolador como símbolo. El mero anuncio
de su construcción separa la convivencia americana en grupos como si se
despedazara el cuerpo social arrancando en vivo sus partes componentes. Y
amenaza y humilla a la minoría más reconocible de EEUU y a todo el mundo
hispánico, a todos los que hablan ese idioma con tantas eses, como decía
Borges. Pepa Bueno señaló con buen juicio que todavía ningún líder ni estado se
solidarizó con México. Grave doble error. Si alguien cree que puede pescar algo
en el reino de esta bestia, se equivoca, esto sí que lo enseña la historia. Y
si alguien cree que el monstruo tiene el poder y no se puede hacer nada más que
aguantar, se equivoca también. Tenemos un poderoso aliado: EEUU. El ambiente
allí, como señaló hace poco en este diario Cristina González, es emocionalmente
de guerra civil. Contra lo que creyeron algunos cándidos, Trump no cabe en el
sistema. O el sistema lo expulsa o el sistema quiebra. Hay muchas posibilidades
de que Trump no acabe su mandato. La presión y resistencia internacional hará
fuerte a ese más de medio país en guerra para que lo echen. Hoy toca estar con
México y con todos los que nos roen por dentro.
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