«Carecen
del concepto de la paternidad. No comprenden que un acto ejecutado hace nueve
meses pueda guardar alguna relación con el nacimiento de un niño; no admiten
una causa tan lejana y tan inverosímil.» (J.L. Borges, El informe de Brodie).
«M. Corleone: —Se me ocurrió que
a los soldados les pagan por combatir. A los rebeldes, no. Roth: —¿Y eso qué te dice? M.
Corleone: —Que pueden ganar.» (F. Coppola, El Padrino II).
Alberto Fernández, cabecilla del PP de Barcelona, dice que hay que dar
prioridad a los refugiados que sean cristianos. Zoido concede la medalla del
mérito policial a la cofradía del Cristo de la Buena Muerte, como si Jorge
Fernández fuera Maese Pérez el organista y el actual ministro el médium.
Cospedal de nuestros dolores tiene las banderas del ejército a media asta por
la muerte de Cristo. Todo esto es sólo un residuo irritante de otros tiempos
que cubre la actualidad como esa espuma sucia que flota en la pota al empezar a
hervir el cocido. Ensucia, pero se retira de la vida pública con la misma
facilidad y ausencia de consecuencias con que se limpia con la espumadera el
borbollón de los garbanzos. El truco del despotismo no es llenar el presente de
materiales del pasado, caducados y en descomposición. La clave es tejer el
futuro en el presente, no zurcir el presente de pasado.
El despotismo neoliberal necesita que la gente tenga ya asimiladas las
cosas cuando ocurren y por eso es el futuro el que tiene que venir al presente
e ir ablandándose para que se vaya haciendo comestible. Sabemos que la mentira
es un componente necesario del despotismo y que debemos detectarla. Pero más debemos
reconocer las verdades que tenemos ante los ojos. El problema de la oligarquía
no es el disgusto de la gente, sino el conflicto. Buscar un orden que haya que
mantener con violencia cada día es cosa de zotes de esos que siguen condecorando
santos y haciendo de la Semana Santa una payasada anacrónica. Entre otras, hay
dos maneras muy cotidianas y complementarias de hacer tragable lo intragable.
Una es la de actuar en diferido, hacer que lo inaceptable se perciba como una
tendencia tan inevitable como una ley física. La otra es dar la de cal y la de
arena, pero sin compromiso con la cal y con compromiso con la arena, de manera
que se oscurezca que hay una tendencia. Combinando tendencias inevitables con
ocultación de tendencias el despotismo se asegura el futuro en el presente.
Vayamos por partes.
Ya había señalado Chomsky que diferir en el tiempo medidas traumáticas era
una de las diez estrategias básicas de la manipulación. Si nos quitaran de
golpe las pensiones, nos dejaran la sanidad al albur del mercado y ponen la
educación en manos de empresas y de la Iglesia, habría un estallido social.
Para evitarlo se empieza con esos famosos globos sonda que se van espesando
hasta hacerse tendencias objetivas. Hace tiempo que nos dicen que no habrá
dinero para las pensiones. La gente no va a las trincheras en parte porque el
anuncio no exige privación inmediata y porque siempre se confía en que las
cosas se arreglarán. Pero en pequeña parte. Las protestas sociales
desestabilizadoras parten de un estado emocional intenso y ahí es donde se
juega la partida, en el de las emociones. Nuestro cuerpo no evolucionó
adaptándose a un mundo global donde los procesos son extensos en el tiempo y
abarcan territorios planetarios. Esto es muy reciente. El mundo en el que
evolucionó nuestra especie era un mundo en el que no sucedían en un sitio cosas
causadas por alguien que vivía muy lejos de ese sitio o por lo que hubiera
hecho alguien hace tiempo. Las relaciones causales de las acciones humanas eran
del corto alcance en el espacio y el tiempo. Nuestra razón es bastante poderosa
para entender este mundo de ahora, pero nuestro equipaje emocional no. Sólo
responde a lo espacial y temporalmente inmediato, funciona como la mente de los
yahoos del informe Brodie de Borges. Nos conmueve un niño que se dé un golpe a
nuestro lado y consumimos sin compasión productos que se fabrican con niños
esclavos en Asia. Puede haber comprensión racional pero no respuesta emocional
para algo tan distante. A los adolescentes no los alteran campañas anti tabaco
basadas en el cáncer y la muerte. Eso para ellos está lejos en el tiempo. Un
presidente diciendo que no aguantan los fondos para las pensiones puede crear
empatía emocional por el gesto grave, dolido y esforzado con que lo dice. Pero
lo que anuncia no causa desesperación y cólera porque está diferido en el
tiempo y, aunque nuestra razón lo entiende, las emociones negativas no acuden
para cosas tan lejanas. Y así da tiempo a decirlo, repetirlo, macerarlo y que
llegue ya casi hecho bolo alimenticio cuando toque.
Esta semana dos lumbreras publicaron un artículo explicando que las
oposiciones son una forma pésima de seleccionar personal. Dicen que la validez
predictiva de las oposiciones es de 0,45. Qué se puede decir ante eso. La
validez predictiva debería expresar la confianza que podemos tener en el buen
rendimiento de quien gane una oposición, y eso no se puede establecer sin datos
numéricos de cuál es el rendimiento de los funcionarios y cómo se establece tal
cosa. La realidad es que ahora mismo la seguridad de los funcionarios provoca
que algunos rindan poco y muchos trabajen con profesionalidad y autonomía; y
que poner a los empleados públicos en manos de decisiones discrecionales ya es
conocido de sobra en España desde Galdós y sólo provoca clientelismo,
arbitrariedad y estructuras caciquiles. En otros países hay mejores sistemas
que las oposiciones que están bien protegidos contra el clientelismo, pero no
se dan pasos en esa dirección, que busquen la desparasitación política de las
estructuras del Estado. Las nuevas hornadas de políticos se acostumbraron a un
sistema en el que se asciende en el partido por confianza y ese es su modelo. La
intoxicación aprovecha las evidentes disfunciones del sistema actual para
llegar a ese punto tan querido de que hacer cualquier cosa sea mejor que no
hacer nada y así la gente acepte que se haga cualquier cosa. Ya hay muchos
funcionarios nombrados y sueñan con plantillas más manejables y elásticas y
empleados públicos más «de confianza» que profesionales. Pero hay que diferirlo
en el tiempo, el proceso está empezando. De momento, sólo globos sonda.
La otra manera de preparar el futuro es decir cosas equilibradas con
compromisos desequilibrados. Felipe González dice que hay que llegar a trabajar
tres días a la semana y retrasar la jubilación hasta los 75 años. Pero hay un
fuerte compromiso con retrasar la edad de jubilación y ninguno con acortar los
días de trabajo por el mismo sueldo. El decir una cosa con compromiso y otra
cosa compensatoria sin compromiso quiere ocultar que la tendencia es una:
retrasar la edad de jubilación. Hay que aprender a ver el compromiso o su
ausencia en las palabras que nos dicen. El compromiso siempre es hablar contra
lo que alguien pretende. Decir algo con lo que todos están de acuerdo es no
decir nada. Hace poco escribió Victoria Camps sobre educación. Dijo que hay que
cruzar los dedos para que haya un pacto sobre educación; que hay problemas «no
menores» que hay que abordar con valentía para «constatar lo que no funciona»;
que hay que comprometer a toda la sociedad con la educación; que no puede ser
un juguete de los partidos. Todo su artículo es una sucesión de afirmaciones de
este tipo, las afirmaciones sin compromiso, que nadie va a discutir y que, por
tanto, no dicen nada. M. Corleone vio que la tendencia la marcaba la diferencia
de compromiso. En la vida pública sólo se dice algo cuando hay compromiso en lo
que se dice y lo hay sólo cuando se discute lo que dicen otros. Si quitamos del
discurso público lo indiscutible, lo que queda es lo que se está diciendo de
verdad, la tendencia que quieren que asimilemos ocultándola entre una maraña de
vaciedades sin compromiso. No sólo hay buscar lo que nos ocultan. También hay
que ajustar graves y agudos en lo que no nos ocultan si queremos ver lo que
está pasando.
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