Susana Díaz cumplió su anuncio de que anunciaría su candidatura, así que ya
estamos todos. La candidatura inaudible de Patxi López hizo el servicio de
mostrar que no hay tercera vía, que hoy por hoy Susana Díaz y Pedro Sánchez es
todo lo que hay. La ecuación de partida es sencilla: 1. el que crea que el PSOE
puede ganar unas elecciones con Pedro Sánchez al frente está loco; 2. el que
crea que el PSOE puede pactar un gobierno con Podemos estando Susana Díaz al
frente está loco; 3. el militante que piense en llegar al poder sin Podemos no
puede votar a Sánchez; 4. el militante que piense en llegar al poder sin ganar
las elecciones no puede votar a Díaz; 5. el militante que no piense en el poder
está fuera de sitio; el PSOE no tiene otro uso.
La presentación de Susana Díaz fue aparatosa y dejó un regusto confuso.
Tras la tierra de nadie en que quedó convertido el partido con el golpe de mano
contra Sánchez, la Gestora movió los tiempos con el ritmo pausado que no
convenía al PSOE ni al país, pero sí a ella. La participación de Susana Díaz en
los meses post electorales de tanteos e infortunios fue desabrida y bronca, fue
más un vozarrón cargado de topicazos territoriales que una líder con
perspectiva. La destitución de Pedro Sánchez fue de tal violencia que dejó al
partido dividido y a la militancia ajena como nunca al aparato del partido. La intervención
abierta e indisimulada del grupo PRISA en la maniobra añadió fealdad al cuadro.
La imagen de Susana Díaz se resintió y la Gestora le dio el tiempo que
necesitaba, mientras el PSOE deambulaba amnésico con un portavoz parlamentario
reversible, que valía igual del derecho que del revés. La presentación fue
vacía de ideas, pero buscó algo que el PSOE necesita: ánimo y autoestima, de la
manera que en que el PSOE puede conseguir esas cosas, que es con expectativa de
victoria. El mensaje principal de la campaña de Díaz es que ella puede ganar
como ganaba antes el PSOE. La forma de visualizar esto es discutible. Tanta
vieja gloria junta da más sensación de pasado que de historia. Por supuesto que
el PSOE tiene historia que mostrar y de la que presumir. Pero debe reparar en
dos detalles. Uno es que hay muchos excesos intolerables en la memoria del PSOE
y que cada líder sacado del baúl de los recuerdos puede ser más una cicatriz
que recuerde heridas que un argumento de autoridad. Y otro, que el mayor
problema del PSOE es la fuerza electoral de Podemos y la tendencia de los
socialistas a replicar a la presión de los morados con la reivindicación de su
historia y sus históricos acaba por dar la sensación de que sólo tiene historia
y de esa sensación se pasa directamente a ser historia. Es cierto que la
movilización de todo el aparato a favor de Díaz puede dar esa sensación de
fortaleza que añora la militancia. Pero también confirma ese punto de matonismo
y brutalidad con que se apartó a Sánchez y que le dio curiosamente tanta
simpatía en las bases.
El apoyo del aparato a Susana tiene un doble riesgo. El haber echado toda
la pólvora por Susana Díaz hace que haya un solo resultado asimilable. No está
claro qué pasaría si gana Sánchez. ¿Qué haría el grupo parlamentario?
¿Empezarían los mismos parlamentarios a decir diego donde venían diciendo digo,
o dimitirían? ¿Y los barones y demás dimisionarios que hicieron de falange en
el golpe contra Sánchez? Con tantas salvas por Susana Díaz el PSOE pone todos
los huevos en la misma cesta. Además los fastos y aparatosidad del desembarco
anunciado de Susana Díaz indican que hay temor a que pueda ganar Pedro Sánchez.
En 2014, tras ganar el Madrid al Bayern uno a cero en el Bernabéu, no pensé que
el favorito fuera el Madrid hasta que oí a Rummenigge decir que en el partido
de vuelta en Munich se iban a quemar hasta los árboles. Eso fue lo que me hizo
pensar temía al Madrid.
El otro riesgo es hacia fuera. Con el apoyo que tiene ahora Podemos, el
PSOE no puede ganar unas elecciones ni estar cerca de conseguirlo. La única
posibilidad que tiene de formar gobierno es ser los segundos y pactar con
alguien, que aritméticamente no puede ser más que Unidos Podemos. Con Susana
Díaz al frente es muy difícil un acuerdo con Podemos, con lo que no podrían
llegar al gobierno más que adelantando al PP. La cuestión es que a día de hoy
lo más probable es que el PSOE sea como mucho la segunda fuerza (y eso está por
ver) y en ese supuesto es más fácil gobernar con Pedro Sánchez al frente que
con Susana Díaz. Es, desde luego, más imaginable que gane las elecciones Susana
Díaz que Sánchez, pero no olvidemos que de momento tuvo en Andalucía el
resultado más bajo de toda la historia del PSOE y que las encuestas siguen
bajando las expectativas.
Pedro Sánchez no es un líder, suma poco o nada a la imagen que tenga el
partido por sí mismo. Pero lo que hace y dice se parece a lo que esperan los
militantes, que en general se identifican poco con mantener el Gobierno al que
el PSOE había manifestado más oposición y no se identifican nada con el furor
con que los notables lo desalojaron. Su mejor baza es ser percibido como el
líder honesto y discreto que mantiene recto el camino izquierdista e histórico
del PSOE. Como en el caso de Susana Díaz, necesitará de una buena ración de
amnesia en los votantes, porque su trayectoria es la quintaesencia de lo que en
su arranque Podemos llamaba «casta».
Pero nadie hablará de lo que a la larga importa. Los partidos
socialdemócratas se están consumiendo en un sistema que no les deja sitio y en
el que, sin embargo, quieren seguir instalados haciendo cuantas contorsiones haga
falta. Las tensiones del sistema apuntan (sin estar todavía ahí) hacia una
sociedad en la que habrá una oligarquía de distintas procedencias, con todas
las ventajas y cada vez menos obligaciones con el conjunto; una clase media,
que irá perdiendo su condición de clase media porque tendrá que pagar impuestos
muy altos y encima tendrá que pagar los servicios que recibe (sanidad,
educación, dependencia, jubilación, …) porque estarán cada vez más privatizados
o cargados de tasas; y una clase baja a la que se asistirá para que no llegue a
la desesperación (no pasará hambre, pero será dependiente, no serán analfabetos
pero tendrán inalcanzables la universidad y los másteres). Los partidos
socialdemócratas se diluyen porque nada de esto encaja con su ideario y sus
políticas se alejan cada vez más de sus palabras. Revertir estas tendencias
sombrías requiere tensiones y exigencias a bancos, a la Iglesia o a grandes
corporaciones. El PSOE no dio nunca muestras de firmeza cuando el mantenimiento
del estado de bienestar suponía estos roces ruidosos. Pero lo cierto es que
ahora la socialdemocracia cae en toda Europa y en España, por muchos fuegos
artificiales que echen alrededor de Susana Díaz, la amenaza para el PSOE es
evidente. Sería un consuelo percibir que los líderes socialistas entienden las
grandes líneas de lo que ocurre y que tienen ideas y la sensibilidad adecuada.
Pero, como digo, nadie hablará de todo esto más que concatenando eslóganes
vacíos. En el año 92, en plena campaña entre Clinton y Bush padre, algunos
españoles que andábamos por allí preguntábamos a los americanos que por qué se
insistía tanto en los discursos en los family
values si los americanos no apoyan las leyes que protegen a la familia ni,
en consecuencia, cultivan los valores familiares. «Por eso», nos decían. Todos
saben que de momento el PSOE no tiene tamaño para gobernar y lo que subyace a
tanta división es si, de momento, prefieren ser el socio menor del PP o el
socio mayor de Podemos (o, peor aún, su socio menor). Por eso se involucran en
estas primarias tan activamente La Razón
o el ABC y por eso la izquierda tiene
un inusitado interés por un candidato al que no piensa votar. Y por eso todos
los candidatos están insistiendo en que quieren un PSOE «autónomo». Por lo
mismo que los americanos insisten en los valores familiares.
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