Si no fuera un texto hecho de palabras, deberíamos meter en formol el
famoso alegato de Catherine Deneuve y otras 99 francesas, guardarlo en un
frasco y ponerlo en un laboratorio para hacer prácticas. En nuestras sociedades
no se pueden aplicar métodos despóticos demasiado directos y groseros. Estos
son tiempos de persuasión y engaño, donde se debe conseguir del pueblo identificación
y resignación. La democracia formal mantiene a la gente suficientemente
identificada con el sistema. El convencimiento de que hay cosas que están por
encima de nuestras capacidades y las de nuestros gobernantes mantiene la
resignación. Por eso se utilizan relatos, posverdades, ocultaciones y toda
forma de manipulación más que actos de fuerza directos. Y de ahí que el
manifiesto de las cien francesas sea casi una pieza de laboratorio para
observar la manera en que se nos está tratando. El mensaje del manifiesto es
machista, pero eso no lo hace especialmente interesante ni siquiera para ser
señalado por su, digamos, «incorrección». Todos los días se oyen cosas que
rechinan en el buen juicio o el buen gusto. Lo interesante es que el manifiesto
no dice mentiras directas (la mentira directa no incluye juicios equivocados;
que Segovia es la capital de España es una mentira; que los españoles tienden
al desorden es un juicio equivocado). El manifiesto deforma algunos aspectos de
la situación de la mujer y tergiversa la reacción feminista. Pero no dice
mentiras. La mentira es de gran valor para las manipulaciones, pero es
arriesgada. Si te pillan en una mentira, ya parece que mentiste en todo lo
demás (que nadie se engañe pensando que Rajoy miente con descaro y que ahí
está; Rajoy es un político desacreditado, lo que lo mantiene en el poder no es
su buena reputación). Es mejor distorsionar acumulando verdades bien elegidas.
La verdad tiene muy buen cartel ético y por eso parece que cuando decimos
algo verdadero no podemos estar haciendo algo malo. Pero la verdad engaña
muchas veces. Engaña cuando lo verdadero es una excepción a la que se da el
mismo peso que a la norma. Quizá sea verdad que alguien haya utilizado el
dinero de su beca para operarse las tetas. Pero esta verdad es irrelevante por
excepcional y no sirve para justificar la retirada de tantas becas. En el
manifiesto se dice que con tanta obsesión por el acoso sexual ya se llega a
pretender la retirada de un cuadro de Balthus del Met de N. York o a la censura
de imágenes de Egon Schiele en metros europeos. Que nuevel mil personas pidan
la retirada del cuadro de Balthus es pura anécdota. Se juntan nueve mil firmas
para las causas más peregrinas y ni al cuadro de Balthus le pasa nada ni hay
indicio de que los grandes museos vayan a censurar nada. Esa verdad es una
anécdota que distorsiona el asunto del que se habla. El pudor por el que se
retiran imágenes de Schiele de algunos metros es verdad, pero no tiene nada que
ver con el hartazgo que muchas mujeres expresan por las situaciones de acoso
habituales. Las verdades irrelevantes engañan, porque inducen un percepción
equivocada de las situaciones o bien distraen de lo esencial.
Las verdad también engaña cuando pretende que lo que es verdad de los casos
aislados lo sea de su reiteración. Una persona que fume una vez en una boda un
cigarrillo no se hace ningún daño. Eso es verdad. Pero si fuma varios
cigarrillos todos los días sí tiene un problema. La verdad de que un cigarro no
hace daño sólo sirve para inducir el error de que fumar no hace daño. En el
manifiesto de las francesas se mencionan errores menores como tocar la rodilla
a una mujer, algún beso no solicitado, expresiones sexuales o cualquier forma
de acercamiento torpe o inoportuno. Catherine Millet amplía esta idea después
diciendo que ninguna mujer va a quedar traumatizada porque le toquen el culo en
el autobús. Todo es verdad, tan verdad como que nadie daña la capa de ozono por
usar una vez un aerosol y tan verdad como que fumar un cigarrillo no hace
ningún daño. El problema es la acumulación, que cada vez que te subas al
autobús tengas que estar pendiente de que no te toquen el culo un día tras otro.
El problema es que cualquier mujer joven que salga los sábados por la noche con
sus amigos tenga que volver siempre acompañada porque siempre es más que probable
que haya quien se permita licencias físicas. El problema es que te tantee y te
toque la rodilla todos los días el mismo jefe. El acoso no suele ser un acto
violento directo (aunque también). La gravedad de los acosos está en la
acumulación sofocante de abusos de poca monta. Lo que hace complicado legislar
y atajar el llamado «bullying» es precisamente que consiste en actos feos, pero
legales y de poca intensidad, que alcanzan un grado elevado de violencia por
acumulación.
Curiosamente la verdad también distorsiona cuando es una obviedad. El manifiesto
dice: «La violación es un crimen. Pero el coqueteo
insistente o torpe no es un crimen, ni la galantería es una agresión machista».
¿Quién puede negar esas evidencias? Nadie habla para decir obviedades y por eso
cuando las oímos intentamos buscar a las palabras algún sentido más allá de la
obviedad. En este caso el sentido nos lleva a la falacia del hombre de paja: a argumentar
contra lo que nadie dice. Perorar estas obviedades es atribuir su negación a
los manifiestos contra los abusos y acosos sexuales. Nadie dice que sea una agresión el cortejo.
Todo el mundo sabe que el acercamiento erótico o romántico incluye el tanteo (y
tonteo). Y nadie piensa que los plastas o los maleducados sean delincuentes.
Pero en situaciones donde hay jerarquía, inferioridad o dominio ningún tanteo
es sólo tonteo. Si quien escribe estas líneas le pone la mano en la rodilla a
una de sus alumnas, le toca el culo o le dice alguna graciosada gruesa, no
estaría siendo galante ni estaría coqueteando con insistencia o torpeza. Salvo
que ella hubiera dado muestras de aceptación, estaría cometiendo un abuso en
toda regla. No digamos si el varón galante puede decidir darle o no un papel en
una película o dejarle o no cruzar una frontera en situación de huida.
Y,
cómo no, junto con verdades desorientadoras, el manifiesto contiene también
mentiras. Siempre puede haber alguna excepción, pero la norma es que no hay varones
linchados por haber puesto la mano en la rodilla de alguien hace veinte años. Esos
pobres varones hicieron más que eso. Y la norma es que son las chicas las que
tienen que volver a casa acompañadas, de tanto galante que hay dispuesto a
coquetear con insistencia o torpeza.
Como
dije al principio, conviene retener de este caso los aspectos que lo
trascienden. Las injusticias no se defienden ya desde la trinchera de la
injusticia, salvo radicales simiescos. Las injusticias, de género o de
cualquier tipo, se defienden concentrando la atención en la manera en que los
perjudicados protestan o se defienden de ellas. Se tergiversan los propósitos
de ofendidos y víctimas, se asimila su protesta a un discurso cargantemente
correcto o puritano, se toman las excepciones como normas, se aíslan casos
sueltos para ocultar el fenómeno general y se construye así un discurso que se
pretende incorrecto, fresco y rebelde, que en realidad es rebeldía contra el
débil, es decir, defensa del fuerte. Las post – causas, y el post – machismo
entre ellas, se pueden sostener por intereses de quienes están en posición de
poder o ventaja, o porque sin estarlo caemos en esa falta de compromiso por la
que preferimos culpar a las víctimas que el camino más incómodo de la denuncia
y la rebeldía auténtica. Lo que hace interesante este manifiesto es que nos
muestra el tipo de estrategias de propaganda con el que se nos arrebatan
nuestros derechos y nuestras libertades. Porque ahora para eso no se utiliza ya
la fuerza. La democracia ahora se encoge como decía Padme en Star Wars: con un
estruendoso aplauso.