viernes, 25 de mayo de 2018

Cataluña: dos evidencias, un enredo y otra evidencia

Mala cosa es que tengamos que llamar inteligente a quien dice lo obvio. Cuando decir lo evidente es perspicaz es que el lienzo está muy emborronado. El momento catalán se puede resumir con dos obviedades, que no hay más remedio que considerar inteligentes, de dos columnistas y con otra observación al alcance de cualquiera que por eso se dice con embarullamiento. La primera obviedad la dijo Antón Losada. En Cataluña todos creen que el tiempo les dio la razón. No cabe esperar entonces la templanza que no hubo antes. La capa más divulgativa del falsacionismo de Popper dice que la contrastación con los hechos no puede demostrar la verdad de una teoría, porque entonces los mismos hechos podrían dar la razón a distintas teorías incongruentes entre sí. Y ahí tenemos la evidencia señalada por Losada: la calamidad política y moral actual demuestra a cada uno que tenía razón. Cataluña no está al gusto de nadie y como todos piensan que mientras no esté a su gusto todo será un desastre y, efectivamente, todo es un desastre, pues la falacia denunciada por Popper se consuma: la misma calamidad demuestra a cada uno que él tenía razón.
La segunda evidencia es de Guillem Martínez. El 48% de catalanes vota a partidos independentistas. Pero una parte de esos votantes no quiere la independencia, aunque está convencida de su derecho a un referéndum y a que Cataluña haga de su capa un sayo. El partido más votado es Ciudadanos, que no quiere la independencia. Pero resulta que hay muchos votos ahí cobijados que quieren una estructura federal del Estado y, por tanto, posiciones descentralizadoras. Guillem Martínez anota la evidencia de que estos datos sugieren que la sociedad sería capaz de entenderse. Ni son tan separatistas algunos votantes del independentismo ni hacen guardia sobre los luceros los votantes de C’s. Pero el éxito político de algunas formaciones depende de que tal acuerdo no se produzca.
Los excesos policiales y judiciales y la nadería política del Gobierno son clamorosos y por eso el problema alcanzó visibilidad internacional. Pues Rivera quiere más excesos. En vez de ajustar la intervención del Estado a límites civilizados e internacionalmente presentables, él quiere conflicto, según parece el único combustible que hace mover su nave. Fuera de la cuestión catalana, no hay ninguna iniciativa reconocible en C’s que no conozcamos ya del PP. Su presunto regeneracionismo naufragó ya en Madrid, donde se hicieron demasiado evidentes sus prioridades. El fuego de Cataluña es su único alimento, también en Madrid. Si tienen alguna posibilidad en Madrid es por lo que hacen en Cataluña, no por lo que hicieron en la tierra de los másteres y saqueos. El PP sólo tiene Cataluña como cuestión de Estado para fijar horizontes más altos que su corrupción y sus continuos fracasos. El independentismo también atiza la fogata. Ahora desdoblaron a Cataluña. Habrá una Cataluña institucional de cartón piedra y una Cataluña inorgánica que hará lo que se pretende que sea la política real. Y esa Cataluña inorgánica tendrá una forma astral en Alemania, Bélgica o donde quiera que vaya Puigdemont y le visite su enviado en la tierra, Quim Torra. Y cada actor tiene su marcaje. Rajoy tiene la sombra de Rivera vigilando para no se aparte de la estupidez. PDeCAT y Esquerra se marcan mutuamente y los dos están marcados por la CUP, los únicos felices que se creen de verdad esta comedia.
En este cuadro provisional hay dos ausencias. No mencioné al PSOE ni a Podemos o los Comunes, porque no forman parte del momento catalán. El PSOE se empeña en ser muleta del PP cuando se le requiere, sin reajustar nunca ninguna conducta del Gobierno con la que no haya estado de acuerdo. Así no tiene discurso ni voz. Podemos y los Comunes no tendrán discurso visible en Cataluña hasta que ajusten ese discurso a un cuerpo de doctrina lo bastante pequeño como para que lo puedan tener claro en la cabeza y defender con coherencia. No quieren la independencia, pero sí el referéndum. Es defendible un referéndum en una comunidad donde la mitad quiere la independencia y más del ochenta por ciento quiere ese referéndum. Con esa doctrina se sostiene un argumentario discutible pero coherente. Asociar ese referéndum a un derecho de los pueblos y a una nación dentro de un estado plurinacional es una ampliación de la doctrina en la que la izquierda se extravía y no resiste el mínimo debate. Es mejor que simplifiquen la teoría a lo que saben decir con seguridad y dejen lo de las naciones y los pueblos para cuando se lo sepan. La otra ausencia es el Rey. Tras aquel discurso de octubre, a Felipe VI no le queda ya munición que gastar para un problema que era evidente que se alargaría. ¿Qué podría decir ahora?
Decía que el momento lo componen dos evidencias: que el marasmo moral y político de Cataluña no hace que nadie se sienta culpable, sino que les hace creer a todos que tienen razón; y que las dos partes quieren incomprensión y conflicto porque de ello sacan renta. El tercer elemento del momento es la polémica que rodea a Quim Torra. Por supuesto, la información sobre el personaje está llena de impurezas. Según parece, no consta que sea autor de todo eso de que los españoles son oscuros como los africanos, con no sé qué tipo de mandíbula y un cociente intelectual y condiciones raciales inferiores a los catalanes. Ya se mueven papeles para emplumarlo por delito de odio. Como otras veces, se pretende que el mal gusto y la sordidez sean delito. Se aprovecha el rechazo que provoca la mezquindad para colgar de esa repugnancia natural la consideración de delito. Quim Torra se refiere a quienes él cree que desprecian a Cataluña (en su mundo PSOE, PP y C’s) como bestias, víboras, hienas y carroñeros y dice que viven, mueren y se multiplican y que tienen nombre. Sí, apesta esta forma de hablar, todos preferimos otra. Pero los medios que llaman odio a esto lo llaman a él psicópata y llegaron a llamar a Pablo Iglesias chulo putas. Es desagradable y desmoralizador, pero veo sectarismo, no delito. Habla de una raza socialista catalana adulterada por material español e irreconocible. Es una forma zafia de referirse a la evolución del PSC, pero no racial. Enric Juliana habla a veces del gen convergente y Xabi Hernández del ADN del Barça, pero esa raza, gen y ADN son figurados, no enredemos.
Hay impurezas en las denuncias públicas a Quim Torra. Pero eso no empaña el caudal principal. Sí es xenófobo lo que escribe y sí merodea el racismo con sus celebraciones y con las palabras que despliega en sus escritos. No en los ejemplos que mencioné, pero sí se refiere a los españoles, no a sus adversarios políticos, sino a los españoles, con desprecio y con insultos directos. Insultar a un grupo humano lleva siempre el aroma del racismo (racismo; ¿qué diablos es eso del supremacismo?). Si los términos que él usa los usara tal cual Le Pen o la extrema derecha alemana, Europa se alarmaría; son xenófobos y racistas, pero se cuidan de tocar con palabras directas la memoria más sensible de Europa. La izquierda catalana no tiene contexto al que apelar ni metas superiores que mostrar para votar a semejante candidato. El que es xenófobo y racista ya no es otra cosa más que eso. A este abandono moral se llega por la confusión permanente de principios. No se trata sólo de la hipocresía, de que Albiol lo llame xenófobo a la vez que reparte octavillas contra la construcción de una mezquita en Badalona. Se trata de la forma tramposa y demagógica de denigrar a rivales políticos mediante confusiones muy delicadas. Un importante periódico relacionó en su momento la victoria de Pedro Sánchez sobre Susana Díaz con el Brexit, con Trump y con Le Pen. Con la etiqueta vacía de populismo, se intentó siempre identificar a Podemos con esos mismos fenómenos. No hay forma de comparar cosas tan incomparables más que pasando por alto rasgos fascistas y xenófobos. A base de cultivar confusiones difuminando valores límite, los contornos de la civilización se hacen borrosos. Y acaba en la Generalitat Quim Torra. Apoyado por dos partidos de izquierda.

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