Pocas horas pasaron entre que la Secretaria de Comunicación del Gobierno dijera a los pensionistas «¡Os jodéis!» y que el CIS publicara su sondeo electoral. «Os jodéis» parecían rugir también las cifras del CIS, que seguían manteniendo al PP al frente. El corte de manga de la encuesta no sólo era para los pensionistas. También para parados, mal empleados, enfermos, enseñantes, investigadores, emigrantes forzados y tantos otros damnificados por la devastación del Gobierno. Los gráficos del CIS también le hacían la higa a esos sondeos que sospechosamente coincidían con la línea editorial del periódico que los publicaba, esos que ponían a C’s no sé cuántos puntos por encima del PP y de la humanidad en general. Las encuestas son un ejemplo de la proyección del principio de incertidumbre a las ciencias sociales. Reflejar la opinión de la gente afecta a la opinión de la gente y cada medio quiere divulgar las encuestas según hacia dónde quieren orientar el estado de opinión. No era verdad que C’s fuera en cabeza destacado y que cada vez se destacara más. La verdad es que los grandes se encogen, Podemos aguanta y se arrastra poco a poco hacia el resultado que tuvo en las últimas elecciones y C’s avanza, pero sin pegar el estirón. Están los cuatro partidos en un puño y hay una cuarta parte de indecisos. Lo que no quiere decir que los datos de la encuesta reflejen una situación confusa.
Hay que juntar los datos de la encuesta con las tácticas de los partidos para ver algunas cosas claras. La más clara de todas es que los dos primeros partidos son las dos derechas y que las izquierdas (es un decir) son el tercero y cuarto. Puede haber algún cambio en los puestos, pero no en lo que importa: las dos derechas suman mayoría absoluta y sumando mayoría absoluta las dos derechas unirán fuerzas sin ninguna duda. Hay otra cosa clara. Las dos derechas se disputan los votos más derechistas. Rivera ahora ve al PP tibio con el 155 y casi cómplice del procés. Bordea la irresponsabilidad jugueteando con esa candidatura de concentración de fuerzas patrióticas encabezada por Valls y cae en la provocación y en la estupidez mofándose de encarcelamientos claramente abusivos de independentistas, con aquello de que el último golpista que apague la luz. El separatismo está encendiendo las brasas más derechistas de la derecha y Rivera anda enredando porque es en la parte más a la derecha de la derecha donde se están moviendo y cambiando de sitio más votos. Dicho de otro modo, y la encuesta del CIS confirma esto, al PP y a C’s no les preocupa el voto templado porque no hay el menor indicio de que la izquierda vaya a avanzar y por eso las derechas no andan haciéndose las compasivas con educación, sanidad, dependencia o igualdad. Nadie los erosiona por ahí. Rivera ya no va a ir de propaganda a Venezuela sino a Barcelona. La partida no está entre la derecha y la izquierda, sino entre las dos derechas. La izquierda no está consiguiendo tensar debates en la opinión pública sobre, por ejemplo, la Iglesia y sus privilegios, los dineros de la educación, la censura de la ley mordaza o la injusticia fiscal, por decir algunos. La tensión se centra en la alarma territorial, porque la indignación por la corrupción no moviliza más votos que la inercia de apoyar al poder.
El PSOE tiene rotos cada vez mayores de tan tensado que está su tejido. Su pasado no ejerce de referencia y ni genera crédito para el partido. Felipe González avala a Rivera: lo de que se siente huérfano de partido y que habla con Rivera pero no con Sánchez no necesita hermeneutas de altura para su interpretación. Alfonso Guerra también alaba el premio que C’s cosecha en toda España por su «coherencia» sobre Cataluña. Nunca supe del todo qué diferencia a un jugador de ajedrez de los ajedrecistas que lo asesoran y que, en principio, saben tanto como él o más. Supongo que los asesores acumulan un tipo de sabiduría que orienta y da herramientas pero que no alcanza para la intuición e improvisación que requiere la tensión de la actuación en vivo y la contextualización ágil sobre el flujo del acontecimientos. Algo de eso podrían ser las viejas glorias de los partidos con respecto a los líderes en ejercicio. Sin embargo, las viejas glorias del PSOE sólo salen de sus aposentos cuando están muy enfadadas, por Podemos, por Cataluña o por alguna modernez o fricada política que los aturde por el desfase generacional. No salieron cuando se empezaron a desmontar derechos sociales. Salen ahora para bendecir enfurruñados a Rivera. Proyectan más manías que ideas. Pedro Sánchez no tiene peso para dar al partido un discurso sólido que deje a la manías de los veteranos como anécdotas.
Rivera crece con el revés de los materiales con que en su momento crecía Podemos. Cuando Podemos arrancó, molestó a todos los partidos entre otras cosas porque acertó a confrontar la moralidad básica de la gente con la conducta y maneras habituales de los partidos. Rivera también se muestra disconforme con la clase política, pero su moralidad encaja con la de todo el mundo porque carece de ella. No molesta a ninguna vieja gloria ni a ningún poderoso porque en realidad no viene a cambiar nada, salvo a limpiar la costra más cutre del edificio. Rivera es aquello en lo que se convierte un político cuando renunció a ideas o principios. C’s no entusiasma, pero tiene algo de tierra de nadie donde echar el voto descreído. Rivera tuvo tanto agasajo de poderosos que saben bien lo que trae consigo que empieza a interpretarse a sí mismo sin tener en cuenta sus limitaciones y los ritmos que le convienen. Subestimó el alcance de la huelga del 8 de marzo y estuvo fuera de lugar antes y después del suceso. Querer defender al sistema capitalista el día antes y salir de feminista el día después fue ridículo. Ahora se envalentonó con las perspectivas del CIS y está sobreactuando su patrioterismo y Rajoy precisamente se mueve bien con sobreactuaciones y precipitaciones. La secuencia de Cristina Cifuentes fue burda y su oportunismo fue demasiado evidente. Si sube en intención voto allí no es por esa coherencia que tanto celebra Alfonso Guerra, sino porque la bajeza del PP hace fácil mirar esa tierra de nadie que no entusiasma pero donde mucha gente no ve nada que le moleste.
Los únicos problemas que tienen las derechas con la opinión pública vinieron de dos movilizaciones ajenas a los partidos de izquierdas, la feminista del 8 de marzo y las manifestaciones de los pensionistas. Podemos, que en su día había engrasado y dado sentido conjunto a movimientos sociales sectoriales, tiene presencia pero sólo testimonial en estas movilizaciones. Las incomprensibles disputas internas de egos y pandillas crearon un hiato entre los movimientos sociales y su actividad política parlamentaria. Y la manera confusa y errática en que ellos y la izquierda en general plantean los problemas territoriales rebajaron mucho la atención pública sobre ellos. Por eso los temas sociales están tan fuera del debate público y por eso el frente dialéctico es el que se da entre las dos derechas. Muchos de los actuales indecisos son posibles votantes del PSOE o de Podemos, según el CIS. Por ahí hay una posibilidad de alegría para la izquierda, pero de momento muy remota. El electorado de izquierdas confunde la exigencia y rectitud con la falta de compromiso y es muy dado a abandonar el barco. El electorado conservador busca partidos tranquilos que no molesten ni sobresalten. El electorado de izquierdas más ideologizado apetece con frecuencia la irrelevancia, el voto que deje a salvo su autoimagen izquierdista sin intervenir en serio en los hechos. Y, como de egos anda sobrada la izquierda, podría aparecer cualquier invento para tirar un buen puñado de votos. Llamazares anda en ello.
Los cuatro partidos están en un puño pero, como decía, la encuesta no muestra una situación confusa. Con la izquierda ajena al momento político, vamos camino de cumplir el deseo de la Secretaria de Comunicación. El de jodernos.
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